Irina Volkov
Witch Eye
10-11-2024, 11:56 PM
(Última modificación: 11-11-2024, 12:04 AM por Irina Volkov.)
Dia 10 de Otoño, año 720
En Logue Town, el bullicioso puerto que marca la frontera entre el vasto East Blue y el Grand Line, en esta isla los piratas venían e iban por todas partes y los ultimos reportes hablaban de que quizás haría falta mano dura en sus calles. ¿Y quién mejor que Irina? la virgen, pues nadie. La llegada de Irina Volkov, una agente recién asignada, no pasa desapercibida. Es una mujer que no tiene miedo a cruzar límites, pero, paradójicamente, los límites de lo humano la desconciertan. Ha llegado a esta isla como parte de su primera misión independiente para el CP, bajo la misión encubierta de recopilar información sobre un grupo de revolucionarios que han estado ganando terreno en la región. Irina entra en la ciudad con la precisión de quien mide cada paso. El atuendo elegido para hoy es un traje oscuro que le permite pasar desapercibida entre los transeúntes, al menos en lo superficial. Su aspecto elegante y su porte aristocrático la hacen destacar en comparación con la gente común del lugar. Lleva gafas de sol que ocultan sus ojos amarillos, esos que parecen destilar tanto magnetismo como repulsión y que brillan ligeramente cuando cae la noche. Un labial oscuro y un moño en el cabello completan su apariencia, dándole un aire de misteriosa sofisticación.
El cuartel de los agentes en Logue Town es una pequeña oficina que se ubica cerca del puerto, camuflada como una agencia de envíos para mantener la discreción. Al entrar, Irina se encuentra con el agente encargado del área, un hombre de mediana edad llamado Barnes, cuya postura relajada y voz grave contrastan con su nerviosismo evidente al ver a la recién llegada. Barnes ha oído rumores sobre la naturaleza de la agente, de su despiadada eficiencia y su desconcertante falta de empatía. —Ah, Irina Volkov, ¿verdad? Bienvenida a Logue Town. —Dice, manteniendo un tono formal mientras la observa con recelo. Irina asiente brevemente, midiendo sus palabras, como de costumbre. Su interacción es directa, seca, un poco incómoda; no es un tono despectivo, sino carente de todo matiz emocional. Aunque ha perfeccionado sus técnicas de imitación, las interacciones sociales son, para ella, una actuación desprovista de verdadera conexión. —Es un placer, Barnes. Espero que estés informado de los detalles de mi misión. No me gustaría tener que repetir información de fácil acceso — Responde con su voz controlada y suave, evitando cualquier cercanía. La conversación continúa de forma un tanto robótica mientras Barnes le explica las últimas pistas sobre el paradero de los revolucionarios. Durante la charla, observa las reacciones de Barnes con una curiosidad casi clínica, como quien analiza un animal exótico en cautiverio. Observa cómo levanta una ceja al hablar de las amenazas revolucionarias, cómo sus manos tiemblan ligeramente al mencionar los nombres de los sospechosos. Todo se convierte en información para ella, pero no en un sentido convencional. No es empatía, es más bien una acumulación de datos sobre el comportamiento humano.
Uno de los compañeros más singulares con los que se encuentra en el cuartel es Karl, un hombre joven y nervioso, especialista en comunicaciones y espionaje de información. A diferencia de Barnes, Karl parece incapaz de esconder su nerviosismo, y su inquietud aumenta al encontrarse bajo la mirada penetrante de Irina. Ella ha notado que Karl la sigue con la mirada de manera constante, un comportamiento común en los hombres que han aprendido a temer y respetar figuras de poder. Durante un momento de descanso, se aproxima a él con un interés desconcertante. —Karl. —Dice, su voz suave, casi hipnótica.— He notado que pareces… incómodo. ¿Es algo en particular lo que te inquieta? — La pregunta desconcierta a Karl, quien no sabe si está siendo evaluado o si la mujer frente a él realmente se preocupa por su bienestar, una posibilidad que le resulta improbable. —N-no… Nada en particular, agente Volkov. Solo que… Bueno, usted tiene… tiene una presencia intimidante, si me permite decirlo. — Irina se queda observándolo en silencio durante unos segundos, captando el brillo de su inseguridad. Aunque no puede entender del todo la profundidad de esas emociones, la expresión de incomodidad y vulnerabilidad en Karl le resulta intrigante. En su religión, la vulnerabilidad era vista como una debilidad imperdonable, algo a lo que se respondía con brutalidad. Pero ahora, su curiosidad se mezcla con una fascinación extraña por esta fragilidad humana.
Pasan algunos días de observación y planificación, en los que Irina explora las calles de Logue Town y absorbe cada rincón de su ambiente. No ha habido movimientos de los revolucionarios, y la falta de acción la lleva a un estado de impaciencia incómoda. Decide entonces investigar por su cuenta, siguiendo las pocas pistas que tiene. Su primera interacción directa con uno de los revolucionarios se da en el mercado nocturno, donde ella aparece vestida de forma más casual, camuflada entre los vendedores y clientes. Un revolucionario llamado Selas, conocido por sus opiniones incendiarias contra el gobierno, ha sido identificado como el posible enlace de un grupo de rebeldes en la región. Irina lo sigue discretamente hasta una taberna, observando cada uno de sus movimientos. Se aproxima a él cuando parece que está solo en una mesa, ocupada en beber. Adoptando una actitud amigable, pero contenida, toma asiento sin ser invitada, imitando el tono despreocupado de otros clientes. —Pareces un hombre de convicciones fuertes, Selas. No falles como los demás, los hombres tenéis tendencia a fallar o decepcionar. —Dice, su tono suavizado, modulando su voz para transmitir curiosidad y respeto. El hombre la observa con sospecha, y ella responde con una leve sonrisa calculada, un gesto que ha aprendido a usar como herramienta de persuasión. Durante unos minutos, la conversación es tranquila; Irina imita sus gestos, copia sus reacciones, intentando encontrar la forma correcta de ganarse su confianza. Sin embargo, sus preguntas empiezan a despertar recelo en Selas.
—¿Y tú de dónde sales? No pareces una de por aquí. —Comenta el revolucionario con suspicacia. Irina observa su reacción, captando cada detalle en su expresión, mientras sus pensamientos calculan el siguiente movimiento. Decide cambiar de táctica y se aproxima con una confesión forzada. —Tienes razón. No soy de aquí. Estoy buscando… entender. —Confiesa, su voz adoptando un tono casi melancólico, como si revelara una verdad oculta. Sus palabras despiertan el interés de Selas, quien asume que está frente a una posible aliada. Pero para Irina, este momento no es más que otro experimento. ¿Qué sentirá este hombre cuando descubra la traición que se avecina? ¿Y ella, podría sentir algo también? Finalmente, llega el día en que el equipo de Logue Town, junto con Irina, organiza una emboscada en uno de los escondites de los revolucionarios. La operación se lleva a cabo con precisión, y en cuestión de minutos, el lugar se convierte en una escena de muerte y destrucción. Irina observa cómo sus compañeros y ella misma acaban con los insurgentes sin piedad, con movimientos fríos y letales. Al final, solo quedan cuerpos dispersos y una quietud perturbadora. Irina se queda en silencio frente al cadáver de Selas. Observa la expresión congelada de terror en su rostro, preguntándose qué pudo haber sentido él en sus últimos momentos. Quizá desesperanza, quizá odio. Para Irina, todo se reduce a un conjunto de datos que intenta procesar, como si al mirar fijamente pudiera encontrar la clave de ese misterioso lazo entre las emociones y la muerte. Uno de sus compañeros, Barnes, la interrumpe al acercarse, notando cómo ella observa el cuerpo sin decir nada.
—¿Está todo bien, agente Volkov? —Pregunta, con cautela, tratando de entender qué pasa por la mente de esta mujer extraña y perturbadora. Irina lo mira, y por un instante, en su expresión se refleja una melancolía que nadie podría entender. Asiente sin decir palabra, disimulando cualquier vestigio de emoción. Para ella, esta matanza no es más que otro paso en su aprendizaje, otro intento fallido de conectar con algo que parece inalcanzable. Pero también es otro recordatorio de su propósito, de su rol como un ente de muerte y sacrificio. Aquella noche, Irina se retira a una pequeña habitación que alquiló para su estancia. A solas, se quita las gafas de sol y se mira en el espejo, observando esos ojos suyos que parecen contener tanto caos y vacío a la vez. Bajo la luz tenue de la habitación, sus pupilas se ondulan de forma hipnótica, reflejando la oscura historia de su pasado. Mientras se mira, un pensamiento la asalta: ¿podría alguna vez llegar a sentir algo que la redima, que le permita entender a las personas como algo más que sujetos de estudio o herramientas de sacrificio? Esa noche, no encuentra respuesta. Sus pensamientos giran en torno a los rostros que observó en la taberna, en las reacciones de sus compañeros, en la frialdad de Barnes y la vulnerabilidad de Karl. Todo es un ciclo interminable de emociones ajenas. Sacó un diario y comenzó a escribir. — No ha sido fácil, tratar con hombres nunca lo es. Casi siempre creen que estoy por debajo de ellos, empiezo a entender que es algo que creen de manera biológica. Me generan repugnancia. — Dejó de escribir.
En Logue Town, el bullicioso puerto que marca la frontera entre el vasto East Blue y el Grand Line, en esta isla los piratas venían e iban por todas partes y los ultimos reportes hablaban de que quizás haría falta mano dura en sus calles. ¿Y quién mejor que Irina? la virgen, pues nadie. La llegada de Irina Volkov, una agente recién asignada, no pasa desapercibida. Es una mujer que no tiene miedo a cruzar límites, pero, paradójicamente, los límites de lo humano la desconciertan. Ha llegado a esta isla como parte de su primera misión independiente para el CP, bajo la misión encubierta de recopilar información sobre un grupo de revolucionarios que han estado ganando terreno en la región. Irina entra en la ciudad con la precisión de quien mide cada paso. El atuendo elegido para hoy es un traje oscuro que le permite pasar desapercibida entre los transeúntes, al menos en lo superficial. Su aspecto elegante y su porte aristocrático la hacen destacar en comparación con la gente común del lugar. Lleva gafas de sol que ocultan sus ojos amarillos, esos que parecen destilar tanto magnetismo como repulsión y que brillan ligeramente cuando cae la noche. Un labial oscuro y un moño en el cabello completan su apariencia, dándole un aire de misteriosa sofisticación.
El cuartel de los agentes en Logue Town es una pequeña oficina que se ubica cerca del puerto, camuflada como una agencia de envíos para mantener la discreción. Al entrar, Irina se encuentra con el agente encargado del área, un hombre de mediana edad llamado Barnes, cuya postura relajada y voz grave contrastan con su nerviosismo evidente al ver a la recién llegada. Barnes ha oído rumores sobre la naturaleza de la agente, de su despiadada eficiencia y su desconcertante falta de empatía. —Ah, Irina Volkov, ¿verdad? Bienvenida a Logue Town. —Dice, manteniendo un tono formal mientras la observa con recelo. Irina asiente brevemente, midiendo sus palabras, como de costumbre. Su interacción es directa, seca, un poco incómoda; no es un tono despectivo, sino carente de todo matiz emocional. Aunque ha perfeccionado sus técnicas de imitación, las interacciones sociales son, para ella, una actuación desprovista de verdadera conexión. —Es un placer, Barnes. Espero que estés informado de los detalles de mi misión. No me gustaría tener que repetir información de fácil acceso — Responde con su voz controlada y suave, evitando cualquier cercanía. La conversación continúa de forma un tanto robótica mientras Barnes le explica las últimas pistas sobre el paradero de los revolucionarios. Durante la charla, observa las reacciones de Barnes con una curiosidad casi clínica, como quien analiza un animal exótico en cautiverio. Observa cómo levanta una ceja al hablar de las amenazas revolucionarias, cómo sus manos tiemblan ligeramente al mencionar los nombres de los sospechosos. Todo se convierte en información para ella, pero no en un sentido convencional. No es empatía, es más bien una acumulación de datos sobre el comportamiento humano.
Uno de los compañeros más singulares con los que se encuentra en el cuartel es Karl, un hombre joven y nervioso, especialista en comunicaciones y espionaje de información. A diferencia de Barnes, Karl parece incapaz de esconder su nerviosismo, y su inquietud aumenta al encontrarse bajo la mirada penetrante de Irina. Ella ha notado que Karl la sigue con la mirada de manera constante, un comportamiento común en los hombres que han aprendido a temer y respetar figuras de poder. Durante un momento de descanso, se aproxima a él con un interés desconcertante. —Karl. —Dice, su voz suave, casi hipnótica.— He notado que pareces… incómodo. ¿Es algo en particular lo que te inquieta? — La pregunta desconcierta a Karl, quien no sabe si está siendo evaluado o si la mujer frente a él realmente se preocupa por su bienestar, una posibilidad que le resulta improbable. —N-no… Nada en particular, agente Volkov. Solo que… Bueno, usted tiene… tiene una presencia intimidante, si me permite decirlo. — Irina se queda observándolo en silencio durante unos segundos, captando el brillo de su inseguridad. Aunque no puede entender del todo la profundidad de esas emociones, la expresión de incomodidad y vulnerabilidad en Karl le resulta intrigante. En su religión, la vulnerabilidad era vista como una debilidad imperdonable, algo a lo que se respondía con brutalidad. Pero ahora, su curiosidad se mezcla con una fascinación extraña por esta fragilidad humana.
Pasan algunos días de observación y planificación, en los que Irina explora las calles de Logue Town y absorbe cada rincón de su ambiente. No ha habido movimientos de los revolucionarios, y la falta de acción la lleva a un estado de impaciencia incómoda. Decide entonces investigar por su cuenta, siguiendo las pocas pistas que tiene. Su primera interacción directa con uno de los revolucionarios se da en el mercado nocturno, donde ella aparece vestida de forma más casual, camuflada entre los vendedores y clientes. Un revolucionario llamado Selas, conocido por sus opiniones incendiarias contra el gobierno, ha sido identificado como el posible enlace de un grupo de rebeldes en la región. Irina lo sigue discretamente hasta una taberna, observando cada uno de sus movimientos. Se aproxima a él cuando parece que está solo en una mesa, ocupada en beber. Adoptando una actitud amigable, pero contenida, toma asiento sin ser invitada, imitando el tono despreocupado de otros clientes. —Pareces un hombre de convicciones fuertes, Selas. No falles como los demás, los hombres tenéis tendencia a fallar o decepcionar. —Dice, su tono suavizado, modulando su voz para transmitir curiosidad y respeto. El hombre la observa con sospecha, y ella responde con una leve sonrisa calculada, un gesto que ha aprendido a usar como herramienta de persuasión. Durante unos minutos, la conversación es tranquila; Irina imita sus gestos, copia sus reacciones, intentando encontrar la forma correcta de ganarse su confianza. Sin embargo, sus preguntas empiezan a despertar recelo en Selas.
—¿Y tú de dónde sales? No pareces una de por aquí. —Comenta el revolucionario con suspicacia. Irina observa su reacción, captando cada detalle en su expresión, mientras sus pensamientos calculan el siguiente movimiento. Decide cambiar de táctica y se aproxima con una confesión forzada. —Tienes razón. No soy de aquí. Estoy buscando… entender. —Confiesa, su voz adoptando un tono casi melancólico, como si revelara una verdad oculta. Sus palabras despiertan el interés de Selas, quien asume que está frente a una posible aliada. Pero para Irina, este momento no es más que otro experimento. ¿Qué sentirá este hombre cuando descubra la traición que se avecina? ¿Y ella, podría sentir algo también? Finalmente, llega el día en que el equipo de Logue Town, junto con Irina, organiza una emboscada en uno de los escondites de los revolucionarios. La operación se lleva a cabo con precisión, y en cuestión de minutos, el lugar se convierte en una escena de muerte y destrucción. Irina observa cómo sus compañeros y ella misma acaban con los insurgentes sin piedad, con movimientos fríos y letales. Al final, solo quedan cuerpos dispersos y una quietud perturbadora. Irina se queda en silencio frente al cadáver de Selas. Observa la expresión congelada de terror en su rostro, preguntándose qué pudo haber sentido él en sus últimos momentos. Quizá desesperanza, quizá odio. Para Irina, todo se reduce a un conjunto de datos que intenta procesar, como si al mirar fijamente pudiera encontrar la clave de ese misterioso lazo entre las emociones y la muerte. Uno de sus compañeros, Barnes, la interrumpe al acercarse, notando cómo ella observa el cuerpo sin decir nada.
—¿Está todo bien, agente Volkov? —Pregunta, con cautela, tratando de entender qué pasa por la mente de esta mujer extraña y perturbadora. Irina lo mira, y por un instante, en su expresión se refleja una melancolía que nadie podría entender. Asiente sin decir palabra, disimulando cualquier vestigio de emoción. Para ella, esta matanza no es más que otro paso en su aprendizaje, otro intento fallido de conectar con algo que parece inalcanzable. Pero también es otro recordatorio de su propósito, de su rol como un ente de muerte y sacrificio. Aquella noche, Irina se retira a una pequeña habitación que alquiló para su estancia. A solas, se quita las gafas de sol y se mira en el espejo, observando esos ojos suyos que parecen contener tanto caos y vacío a la vez. Bajo la luz tenue de la habitación, sus pupilas se ondulan de forma hipnótica, reflejando la oscura historia de su pasado. Mientras se mira, un pensamiento la asalta: ¿podría alguna vez llegar a sentir algo que la redima, que le permita entender a las personas como algo más que sujetos de estudio o herramientas de sacrificio? Esa noche, no encuentra respuesta. Sus pensamientos giran en torno a los rostros que observó en la taberna, en las reacciones de sus compañeros, en la frialdad de Barnes y la vulnerabilidad de Karl. Todo es un ciclo interminable de emociones ajenas. Sacó un diario y comenzó a escribir. — No ha sido fácil, tratar con hombres nunca lo es. Casi siempre creen que estoy por debajo de ellos, empiezo a entender que es algo que creen de manera biológica. Me generan repugnancia. — Dejó de escribir.