Qazan
Qazan
11-11-2024, 12:11 AM
La selva densa y vibrante, un lugar donde la vegetación crece sin control formando un manto verde que cubre todo el horizonte. Árboles gigantescos de hojas anchas y oscuras se alzan hacia el cielo, creando un manto espeso que apenas deja pasar la luz del sol. El aire es húmedo y caliente, saturado con el aroma terroso de la vegetación en descomposición y el frescor del agua que se filtra entre las raíces.
El enfrentamiento anterior contra una manada de tigres me había hecho mucho más precavido que aquel día, esta vez no iba a bajar la guardia. Buscaba un enfrentamiento contra esos tigres pero esta vez en igualdad de condiciones, nada de ataques furtivos ni de ataques en grupo. Concretamente estaba buscando a aquel tigre que con tanta perseverancia e insistencia me había seguido hasta casi lo más alto del colmillo Oeste. Ya me había recuperado de mis heridas de los días anteriores pero ahora buscaba venganza. ¿Qué era eso de perseguirme casi hasta el dojo? ¿Se piensan que yo soy la presa? Ni mucho menos, solo soy un cazador inteligente.
Aquel día lo dediqué a salir en busca del padre de la cría que había salvado, aún recordaba su rugido imponente, poderoso y lleno de fiereza amenazante con arrancarme la cabeza si no le devolvía a su pequeña. No había visto al padre de la cachorra sin embargo ese rugido parecía más poderoso que los de los anteriores, posiblemente fuese el alfa de la manada. Había descendido ya lo suficiente para volver a llegar hasta la selva y desde ahí tratar de localizar a mi objetivo. Con el Haki de observación activado trataba de encontrar su presencia. Gracias al enfrentamiento anterior había conseguido dominar un poco más mi Haki y ahora podía distinguir las fuertes emociones que emitían las presencias que iba detectando. Mi plan era sencillo, pasear por la selva haciendo ruido para que me escuchase y así hiciese acto de presencia. Era hora de deambular por la jungla.
No pasó demasiado tiempo hasta que comencé a detectar animales y alimañas de todo tipo y tamaño. Ninguna parecía especialmente peligrosa hasta que de pronto aparecieron varias con algo más de hostilidad. -Por fin aparecéis-. Dije preparándome para confrontarlas, sin embargo, aunque sabía que eran tigres como los de hacía varios días, no presentaban la furia asesina que pude sentir cuando le devolví a la pequeña cachorra. - No sois vosotros a los que busco-. Decepcionado aunque sorprendido por lo poco que habían tardado en percatarse de mi presencia.
El sonido es constante: el crujir de las hojas bajo los pasos de criaturas invisibles, el canto de aves exóticas y los zumbidos de insectos. En lo más profundo de la selva, donde la luz apenas se filtra, podía sentir sus presencias furtivas. Los tigres, majestuosos y sigilosos, se movían entre las sombras con una gracia letal. Su pelaje negro azabache con toques azulados atigrados y dorados se funden perfectamente con el entorno, y su mirada penetrante refleja el poder de un depredador en su hábitat natural.
A veces, en el silencio de la selva, se podía escuchar el sonido de sus patas sobre el suelo húmedo, o el leve susurro de su respiración, casi imperceptible. Son dueños de este lugar, y aunque no se dejaban ver, su presencia se sentía en cada rincón. La jungla es su dominio, y todo, desde las pequeñas criaturas hasta los árboles centenarios, parece estar a su servicio.
Riachuelos y pequeñas cascadas fluyen entre las rocas cubiertas de musgo, creando un murmullo constante que se mezcla con el viento que pasa entre las hojas. A veces, al acercarse a un claro, puedes escuchar las gotas de agua repicando contra la vegetación. Este lugar, aunque lleno de vida, es un reino salvaje, lleno de belleza y de peligro. La selva frondosa es el hogar perfecto para estos tigres, que, con su fuerza y astucia, gobiernan este paraíso verde en silencio. Y yo, para su desgracia, buscaba a su gobernador para derrocarlo.
El aire pesado de la selva se corta por un susurro sutil. El sol apenas se filtra a través de la densa capa de hojas, tiñendo el entorno de una verde oscuridad. Las sombras de las enormes copas de los árboles danzan al ritmo del viento, pero algo en el ambiente está... diferente.
Un estruendo lejano retumbó en el suelo, una vibración que sacudió hasta las raíces de los árboles. Los animales de inmediato callaron formando un silencio que cortaba la respiración. Las hojas temblaban, las ramas se agitaban, y el suelo parecía rugir como si algo gigantesco se estuviera acercando. A través del espeso follaje, una figura monstruosa se asoma, apenas visible en la penumbra, los ojos de un animal salvaje brillan con intensidad, como dos esferas ardientes, reflejando el caos que está por desatarse. Una feroz garra se asoma por entre las sombras, desgarrando la vegetación con facilidad. De entre los árboles, un tigre gigante hacía acto de presencia. Su cuerpo, robusto y musculoso, parece esculpido por la propia naturaleza. De un salto colosal, aterrizaba en el suelo, creando un pequeño temblor.
El tigre, con una altura de tres metros, se erige como una montaña de furia y poder. Sus ojos, dorados y penetrantes, escanean el entorno con una calma peligrosa, como si ya supiera todo lo que está a punto de suceder. Unos colmillos afilados, como dagas, sobresalen de su mandíbula, y su cola se mueve lentamente, como una serpiente que espera el momento adecuado para atacar. Una ráfaga de viento levanta hojas secas y polvo, mientras el tigre comienza a avanzar con una gracia letal, cada paso resonando en el suelo como un latido profundo. El peligro se siente en cada uno de sus sutiles y gráciles movimientos.
El aire parece vibrar, como si algo sobrenatural estuviera a punto de despertar. Aquel tigre aunque tenía similitudes con la manada que me atacó días atrás, mostraba una agresividad y misticismo todavía mayor. A cada paso que se acercaba su pelaje azulado desprendía pequeñas descargas eléctricas. Eso me recordaba mucho al don natural que tenía Teruyoshi, nuestro miembro más reciente de la banda, que era capaz de almacenar electricidad estática en su pelaje para luego descargarla con una alta intensidad. -Así que la tribu de los Minks no son los únicos bendecidos con ese don-. Dije mientras veía como el tigre comenzaba a cabrearse sin motivos aparentes, simplemente me había tomado como objetivo de su furia.
El tigre, aunque ya estaba fuera de la maleza, se agazapó sin quitarme la vista de encima. Mirándome fijamente casi lanzándome un embrujo, mirándome tan fijamente que la tensión latente entre los dos podía cortarse con un cuchillo. Con un breve destello extendió sus afiladas garras dispuestas a despedazarme. Su mandíbula, abierta, mostrando los colmillos largos y letales sacando a relucir la fiereza con la que pretendía cargar contra mi.
El tigre se inclinó hacia adelante, una chispa azul brillante recorrió su cuerpo, iluminando su silueta como un relámpago. Con un destello súbito, desapareció del lugar, dejando solo un rastro fugaz de electricidad crepitante. Su movimiento fue tan rápido que parecía teletransportarse de un punto a otro en zigzag, como si rebotara erráticamente en el aire. -Oh no-. Dije mientras me ponía en guardia activando tanto mi Haki Armadura como mi Haki de Observación pues se me encendieron todas las alertas al ver la velocidad del felino. Sin duda alguna este era el alfa de la manada, el verdadero gobernador de esta selva y yo he sido tan ignorante de desafiarle en su propio territorio.
En cada cambio de dirección, el suelo bajo sus pies se resquebrajaba ligeramente por la presión, y las chispas se esparcían como una lluvia de energía. Las líneas que trazaba en el aire enfatizaba su velocidad y la violencia de cada giro, formando un patrón de relámpagos en el espacio. Su figura apenas era visible, podía detectar su desplazamiento gracias a mi Haki pero eso no me salvaría de poder reaccionar a tiempo cuando decidiese atacarme pero su figura era más un borrón de luz eléctrica que la de una bestia. Mientras se movía, el viento generado por su velocidad creaba ondas en el entorno y pequeños arcos eléctricos saltando entre las superficies cercanas, quemando ligeramente el suelo dejando la huella de sus zarpas.
Apenas un parpadeo después se lanzó directo a por mi con las garras por delante. Haciendo uso de mi gran agilidad y reflejos logré bloquear sus zarpas interponiendo mi antebrazo en su cuello a la vez que con el otro brazo le había conseguido inmovilizar una de las patas delanteras. Para mi desgracia, con la pata que le quedaba libre me lanzó varios zarpazos a la altura del torso que me provocaron serios cortes. - ¡Gatito eso duele!-. Le grité mientras forcejeaba con él desde el suelo pues, la potencia con la que me había embestido me había derribado contra el suelo y desplazandonos varios metros hacia atrás.
Tras unos segundos de forcejeo y de esquivar como buenamente podía sus garras, conseguí impactarle una doble patada a la altura del vientre con tanta potencia como para lanzarlo en vertical por los aires. - Si no tienes donde apoyarte eres inofensivo-. Dije poniéndome en pie rápidamente para dar un salto y alcanzarle en el aire. El objetivo estaba claro, lanzarle una ráfaga de mis más poderosas técnicas de Karate Gyojin y dejarle en fuera de juego tan rápido como pudiese para evitar más heridas feas.
Nada más llegar a su altura y con mis puños imbuidos en Haki, utilicé primero una técnica que había perfeccionado en estos días en el dojo de lucha, Soshark, con la que aplicando una barbaridad de fuerza en una de las patas traseras, le impedía realizar cualquier movimiento. Ya inmovilizado daría comienzo la lluvia de golpes. Karakusagawara Seiken, Jodan Bakusho, Wanto Giri. Una tras otra le lanzaba mis técnicas más devastadoras de todo mi repertorio como Karateka. El tigre aullaba de dolor pues todos los golpes los aplicaba en el mismo punto, sus costillas. Tal era la devastación que su brillante pelaje azulado pronto se tornaría carmesí a causa de las heridas que le había abierto a base de puñetazos.
Lejos de ir a rendirse, comenzó a revolverse mientras caíamos al suelo. Gracias a su propia sangre su pata se me resbaló lo que hizo que soltase mi agarre y no pudiese partirle la pata como tenía previsto. Mostrando una plasticidad digna de los felinos, retorció su cuerpo quedando su cabeza a escaso un metro de distancia de la mía. Para mi sorpresa el tigre alfa aún tenía guardado un último as bajo la manga. Chispas azules y blancas estallan a su alrededor, iluminando su rostro con un brillo intenso. El aire se cargaba así como el pelaje de su cuerpo se erizaba rezumando un azul brillante. De repente, un rayo serpenteante surgió de su cuerpo, la electricidad viajaba en un torrente caótico, zigzagueando como el propio tigre lo había hecho anteriormente. El rayo avanzó directo hacia mi, la explosión eléctrica me envolvió en un resplandor cegador, la electricidad recorrió en un segundo todo mi cuerpo.
Mis ojos se abrieron de par en par, reflejando el destello cegador, mientras un grito ahogado escapó de mi boca, mi cuerpo temblaba incontrolablemente, sacudido por las descargas continuas que el tigre me propinaba. Me encontraba con el rostro cubierto en sudor mientras el dolor recorría cada centímetro de mi gruesa piel. Luego de unos segundos descargando toda la electricidad que tenía almacenada en su interior, ambos nos precipitamos contra el suelo.
Ambos seriamente dañados nos costaba movernos, el tigre seguramente tendría las costillas fracturadas además de alguna que otra hemorragia interna. Por mi parte olía a espeto, menos mal que mi grasa corporal había absorbido gran parte de su ataque y no me había causado daños internos, pero me había provocado quemaduras por todas partes además de dejarme adormecido más de medio cuerpo. Ambos habíamos acabado derrotados en el suelo, sin poder movernos ni seguir combatiendo. Aquel choque tan breve pero tan intenso nos hizo darnos cuenta de que el título de “Colmillo del diablo” podía tener ahora nuevo dueño, sin embargo no lo conseguiría si no era capaz de acabar con el alfa de la manada.
Poco a poco y con gran esfuerzo conseguimos incorporarnos pero en el fondo ambos sabíamos que no podíamos continuar combatiendo. Haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban, el tigre comenzó a caminar hacia la maleza perdiéndose entre la espesura del bosque. Por mi parte tardé algo más en recuperar bien la movilidad como para poder caminar y volver al Dojo, aquella incursión contra el líder de la manada había sido una cagada monumental. Sin embargo había dejado algo detrás suyo, un colmillo mucho más largo que los que había recolectado de la manada. - ¿Se supone que este es mi premio?-. Dije mientras lo recogía como buenamente podía para añadirlo a mi colección. Supongo que por ese día era más que suficiente, debía seguir mejorando pues aún no era capaz de aniquilar a ese minino.
Caminaba lentamente por el sendero desgastado, mi figura encorvada bajo el peso del agotamiento y las heridas. Mis ojos, medio cerrados, revelaban una mezcla de dolor físico y tormento emocional al ver que aún habiendo entrenado tanto habían retos tan cerca mío que me costaba superar. "Fallé...", murmuraba entre dientes, mientras una gota de sangre caía de mi frente mezclándose con la tierra. El viento arrastraba mis palabras, llevándolas al dojo en la cima de la colina. Al llegar al umbral, comencé a tambalearme y cayendo de rodillas dejando una huella ensangrentada en las tablas del suelo. Con un esfuerzo monumental, levanté la cabeza y miré a mi maestro, que ya me esperaba en silencio.
Una figura imponente y serena, permanecía inmóvil, sus ojos cerrados como si ya supiera lo que había ocurrido. Sin embargo, al abrirlos, una intensa mezcla de decepción y compasión se reflejaba en ellos. -Te advertí que no estabas listo... -. Dijo en voz baja, pero firme, mientras camina hacia su pupilo. Apretando los dientes bajé la mirada, mi cuerpo temblaba de rabia contenida y vergüenza.
El maestro se arrodilló frente mía, colocando una mano firme sobre mi hombro. La tensión se rompió con un momento de calma, mientras el maestro prosiguió.- Hoy perdiste, pero las cicatrices son lecciones-. Sus palabras, aunque duras, tienen un tono de esperanza. -Descansa. Aprenderemos de esta batalla-.
El enfrentamiento anterior contra una manada de tigres me había hecho mucho más precavido que aquel día, esta vez no iba a bajar la guardia. Buscaba un enfrentamiento contra esos tigres pero esta vez en igualdad de condiciones, nada de ataques furtivos ni de ataques en grupo. Concretamente estaba buscando a aquel tigre que con tanta perseverancia e insistencia me había seguido hasta casi lo más alto del colmillo Oeste. Ya me había recuperado de mis heridas de los días anteriores pero ahora buscaba venganza. ¿Qué era eso de perseguirme casi hasta el dojo? ¿Se piensan que yo soy la presa? Ni mucho menos, solo soy un cazador inteligente.
Aquel día lo dediqué a salir en busca del padre de la cría que había salvado, aún recordaba su rugido imponente, poderoso y lleno de fiereza amenazante con arrancarme la cabeza si no le devolvía a su pequeña. No había visto al padre de la cachorra sin embargo ese rugido parecía más poderoso que los de los anteriores, posiblemente fuese el alfa de la manada. Había descendido ya lo suficiente para volver a llegar hasta la selva y desde ahí tratar de localizar a mi objetivo. Con el Haki de observación activado trataba de encontrar su presencia. Gracias al enfrentamiento anterior había conseguido dominar un poco más mi Haki y ahora podía distinguir las fuertes emociones que emitían las presencias que iba detectando. Mi plan era sencillo, pasear por la selva haciendo ruido para que me escuchase y así hiciese acto de presencia. Era hora de deambular por la jungla.
No pasó demasiado tiempo hasta que comencé a detectar animales y alimañas de todo tipo y tamaño. Ninguna parecía especialmente peligrosa hasta que de pronto aparecieron varias con algo más de hostilidad. -Por fin aparecéis-. Dije preparándome para confrontarlas, sin embargo, aunque sabía que eran tigres como los de hacía varios días, no presentaban la furia asesina que pude sentir cuando le devolví a la pequeña cachorra. - No sois vosotros a los que busco-. Decepcionado aunque sorprendido por lo poco que habían tardado en percatarse de mi presencia.
El sonido es constante: el crujir de las hojas bajo los pasos de criaturas invisibles, el canto de aves exóticas y los zumbidos de insectos. En lo más profundo de la selva, donde la luz apenas se filtra, podía sentir sus presencias furtivas. Los tigres, majestuosos y sigilosos, se movían entre las sombras con una gracia letal. Su pelaje negro azabache con toques azulados atigrados y dorados se funden perfectamente con el entorno, y su mirada penetrante refleja el poder de un depredador en su hábitat natural.
A veces, en el silencio de la selva, se podía escuchar el sonido de sus patas sobre el suelo húmedo, o el leve susurro de su respiración, casi imperceptible. Son dueños de este lugar, y aunque no se dejaban ver, su presencia se sentía en cada rincón. La jungla es su dominio, y todo, desde las pequeñas criaturas hasta los árboles centenarios, parece estar a su servicio.
Riachuelos y pequeñas cascadas fluyen entre las rocas cubiertas de musgo, creando un murmullo constante que se mezcla con el viento que pasa entre las hojas. A veces, al acercarse a un claro, puedes escuchar las gotas de agua repicando contra la vegetación. Este lugar, aunque lleno de vida, es un reino salvaje, lleno de belleza y de peligro. La selva frondosa es el hogar perfecto para estos tigres, que, con su fuerza y astucia, gobiernan este paraíso verde en silencio. Y yo, para su desgracia, buscaba a su gobernador para derrocarlo.
El aire pesado de la selva se corta por un susurro sutil. El sol apenas se filtra a través de la densa capa de hojas, tiñendo el entorno de una verde oscuridad. Las sombras de las enormes copas de los árboles danzan al ritmo del viento, pero algo en el ambiente está... diferente.
Un estruendo lejano retumbó en el suelo, una vibración que sacudió hasta las raíces de los árboles. Los animales de inmediato callaron formando un silencio que cortaba la respiración. Las hojas temblaban, las ramas se agitaban, y el suelo parecía rugir como si algo gigantesco se estuviera acercando. A través del espeso follaje, una figura monstruosa se asoma, apenas visible en la penumbra, los ojos de un animal salvaje brillan con intensidad, como dos esferas ardientes, reflejando el caos que está por desatarse. Una feroz garra se asoma por entre las sombras, desgarrando la vegetación con facilidad. De entre los árboles, un tigre gigante hacía acto de presencia. Su cuerpo, robusto y musculoso, parece esculpido por la propia naturaleza. De un salto colosal, aterrizaba en el suelo, creando un pequeño temblor.
El tigre, con una altura de tres metros, se erige como una montaña de furia y poder. Sus ojos, dorados y penetrantes, escanean el entorno con una calma peligrosa, como si ya supiera todo lo que está a punto de suceder. Unos colmillos afilados, como dagas, sobresalen de su mandíbula, y su cola se mueve lentamente, como una serpiente que espera el momento adecuado para atacar. Una ráfaga de viento levanta hojas secas y polvo, mientras el tigre comienza a avanzar con una gracia letal, cada paso resonando en el suelo como un latido profundo. El peligro se siente en cada uno de sus sutiles y gráciles movimientos.
El aire parece vibrar, como si algo sobrenatural estuviera a punto de despertar. Aquel tigre aunque tenía similitudes con la manada que me atacó días atrás, mostraba una agresividad y misticismo todavía mayor. A cada paso que se acercaba su pelaje azulado desprendía pequeñas descargas eléctricas. Eso me recordaba mucho al don natural que tenía Teruyoshi, nuestro miembro más reciente de la banda, que era capaz de almacenar electricidad estática en su pelaje para luego descargarla con una alta intensidad. -Así que la tribu de los Minks no son los únicos bendecidos con ese don-. Dije mientras veía como el tigre comenzaba a cabrearse sin motivos aparentes, simplemente me había tomado como objetivo de su furia.
El tigre, aunque ya estaba fuera de la maleza, se agazapó sin quitarme la vista de encima. Mirándome fijamente casi lanzándome un embrujo, mirándome tan fijamente que la tensión latente entre los dos podía cortarse con un cuchillo. Con un breve destello extendió sus afiladas garras dispuestas a despedazarme. Su mandíbula, abierta, mostrando los colmillos largos y letales sacando a relucir la fiereza con la que pretendía cargar contra mi.
El tigre se inclinó hacia adelante, una chispa azul brillante recorrió su cuerpo, iluminando su silueta como un relámpago. Con un destello súbito, desapareció del lugar, dejando solo un rastro fugaz de electricidad crepitante. Su movimiento fue tan rápido que parecía teletransportarse de un punto a otro en zigzag, como si rebotara erráticamente en el aire. -Oh no-. Dije mientras me ponía en guardia activando tanto mi Haki Armadura como mi Haki de Observación pues se me encendieron todas las alertas al ver la velocidad del felino. Sin duda alguna este era el alfa de la manada, el verdadero gobernador de esta selva y yo he sido tan ignorante de desafiarle en su propio territorio.
En cada cambio de dirección, el suelo bajo sus pies se resquebrajaba ligeramente por la presión, y las chispas se esparcían como una lluvia de energía. Las líneas que trazaba en el aire enfatizaba su velocidad y la violencia de cada giro, formando un patrón de relámpagos en el espacio. Su figura apenas era visible, podía detectar su desplazamiento gracias a mi Haki pero eso no me salvaría de poder reaccionar a tiempo cuando decidiese atacarme pero su figura era más un borrón de luz eléctrica que la de una bestia. Mientras se movía, el viento generado por su velocidad creaba ondas en el entorno y pequeños arcos eléctricos saltando entre las superficies cercanas, quemando ligeramente el suelo dejando la huella de sus zarpas.
Apenas un parpadeo después se lanzó directo a por mi con las garras por delante. Haciendo uso de mi gran agilidad y reflejos logré bloquear sus zarpas interponiendo mi antebrazo en su cuello a la vez que con el otro brazo le había conseguido inmovilizar una de las patas delanteras. Para mi desgracia, con la pata que le quedaba libre me lanzó varios zarpazos a la altura del torso que me provocaron serios cortes. - ¡Gatito eso duele!-. Le grité mientras forcejeaba con él desde el suelo pues, la potencia con la que me había embestido me había derribado contra el suelo y desplazandonos varios metros hacia atrás.
Tras unos segundos de forcejeo y de esquivar como buenamente podía sus garras, conseguí impactarle una doble patada a la altura del vientre con tanta potencia como para lanzarlo en vertical por los aires. - Si no tienes donde apoyarte eres inofensivo-. Dije poniéndome en pie rápidamente para dar un salto y alcanzarle en el aire. El objetivo estaba claro, lanzarle una ráfaga de mis más poderosas técnicas de Karate Gyojin y dejarle en fuera de juego tan rápido como pudiese para evitar más heridas feas.
Nada más llegar a su altura y con mis puños imbuidos en Haki, utilicé primero una técnica que había perfeccionado en estos días en el dojo de lucha, Soshark, con la que aplicando una barbaridad de fuerza en una de las patas traseras, le impedía realizar cualquier movimiento. Ya inmovilizado daría comienzo la lluvia de golpes. Karakusagawara Seiken, Jodan Bakusho, Wanto Giri. Una tras otra le lanzaba mis técnicas más devastadoras de todo mi repertorio como Karateka. El tigre aullaba de dolor pues todos los golpes los aplicaba en el mismo punto, sus costillas. Tal era la devastación que su brillante pelaje azulado pronto se tornaría carmesí a causa de las heridas que le había abierto a base de puñetazos.
Lejos de ir a rendirse, comenzó a revolverse mientras caíamos al suelo. Gracias a su propia sangre su pata se me resbaló lo que hizo que soltase mi agarre y no pudiese partirle la pata como tenía previsto. Mostrando una plasticidad digna de los felinos, retorció su cuerpo quedando su cabeza a escaso un metro de distancia de la mía. Para mi sorpresa el tigre alfa aún tenía guardado un último as bajo la manga. Chispas azules y blancas estallan a su alrededor, iluminando su rostro con un brillo intenso. El aire se cargaba así como el pelaje de su cuerpo se erizaba rezumando un azul brillante. De repente, un rayo serpenteante surgió de su cuerpo, la electricidad viajaba en un torrente caótico, zigzagueando como el propio tigre lo había hecho anteriormente. El rayo avanzó directo hacia mi, la explosión eléctrica me envolvió en un resplandor cegador, la electricidad recorrió en un segundo todo mi cuerpo.
Mis ojos se abrieron de par en par, reflejando el destello cegador, mientras un grito ahogado escapó de mi boca, mi cuerpo temblaba incontrolablemente, sacudido por las descargas continuas que el tigre me propinaba. Me encontraba con el rostro cubierto en sudor mientras el dolor recorría cada centímetro de mi gruesa piel. Luego de unos segundos descargando toda la electricidad que tenía almacenada en su interior, ambos nos precipitamos contra el suelo.
Ambos seriamente dañados nos costaba movernos, el tigre seguramente tendría las costillas fracturadas además de alguna que otra hemorragia interna. Por mi parte olía a espeto, menos mal que mi grasa corporal había absorbido gran parte de su ataque y no me había causado daños internos, pero me había provocado quemaduras por todas partes además de dejarme adormecido más de medio cuerpo. Ambos habíamos acabado derrotados en el suelo, sin poder movernos ni seguir combatiendo. Aquel choque tan breve pero tan intenso nos hizo darnos cuenta de que el título de “Colmillo del diablo” podía tener ahora nuevo dueño, sin embargo no lo conseguiría si no era capaz de acabar con el alfa de la manada.
Poco a poco y con gran esfuerzo conseguimos incorporarnos pero en el fondo ambos sabíamos que no podíamos continuar combatiendo. Haciendo uso de las pocas fuerzas que le quedaban, el tigre comenzó a caminar hacia la maleza perdiéndose entre la espesura del bosque. Por mi parte tardé algo más en recuperar bien la movilidad como para poder caminar y volver al Dojo, aquella incursión contra el líder de la manada había sido una cagada monumental. Sin embargo había dejado algo detrás suyo, un colmillo mucho más largo que los que había recolectado de la manada. - ¿Se supone que este es mi premio?-. Dije mientras lo recogía como buenamente podía para añadirlo a mi colección. Supongo que por ese día era más que suficiente, debía seguir mejorando pues aún no era capaz de aniquilar a ese minino.
Caminaba lentamente por el sendero desgastado, mi figura encorvada bajo el peso del agotamiento y las heridas. Mis ojos, medio cerrados, revelaban una mezcla de dolor físico y tormento emocional al ver que aún habiendo entrenado tanto habían retos tan cerca mío que me costaba superar. "Fallé...", murmuraba entre dientes, mientras una gota de sangre caía de mi frente mezclándose con la tierra. El viento arrastraba mis palabras, llevándolas al dojo en la cima de la colina. Al llegar al umbral, comencé a tambalearme y cayendo de rodillas dejando una huella ensangrentada en las tablas del suelo. Con un esfuerzo monumental, levanté la cabeza y miré a mi maestro, que ya me esperaba en silencio.
Una figura imponente y serena, permanecía inmóvil, sus ojos cerrados como si ya supiera lo que había ocurrido. Sin embargo, al abrirlos, una intensa mezcla de decepción y compasión se reflejaba en ellos. -Te advertí que no estabas listo... -. Dijo en voz baja, pero firme, mientras camina hacia su pupilo. Apretando los dientes bajé la mirada, mi cuerpo temblaba de rabia contenida y vergüenza.
El maestro se arrodilló frente mía, colocando una mano firme sobre mi hombro. La tensión se rompió con un momento de calma, mientras el maestro prosiguió.- Hoy perdiste, pero las cicatrices son lecciones-. Sus palabras, aunque duras, tienen un tono de esperanza. -Descansa. Aprenderemos de esta batalla-.