Crucio caminaba lentamente por la arena de la Isla Dawn, con los ojos fijos en el horizonte, pero la mente completamente ocupada con pensamientos más grandes que cualquier paisaje. La brisa marina soplaba suavemente, pero para él, el viento solo era un murmullo lejano, algo trivial frente a la magnitud de lo que sentía en su interior. En sus manos, la Biblia estaba firmemente sostenida, como siempre lo estaba cuando se encontraba en momentos de reflexión o de proclamación. La palabra de Dios era su guía, y en este momento, era también su única certeza.
Durante los últimos años, Crucio había vagado como un simple civil, predicando la palabra de Dios a cualquiera que tuviera la paciencia de escucharlo. Se había desplazado de isla en isla, entre puertos y ciudades, sin un propósito claro más allá de anunciar el evangelio. Sin embargo, algo había cambiado. Había llegado el momento de dar el siguiente paso. El Señor, en su infinita sabiduría, le había dado una señal clara: la vida de sumisión a los Dragones Celestiales ya no era más una opción. Crucio había sido liberado, y esa liberación no fue una simple casualidad. Para él, había sido la señal de que estaba destinado a algo mucho más grande. Él era el Elegido, y el mundo debía ser salvado.
"Y cuando el Señor vio que la multitud estaba cansada y dispersa, les dijo: 'Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar." Así también yo, su servidor, debo cargar el yugo de la justicia y traer el descanso eterno." Crucio susurró para sí mismo, citando una frase bíblica que siempre lo había marcado. La vista del mar y el sol poniente sobre la isla lo hacía sentir que estaba, en algún sentido, cercano a una gran revelación. Esta isla, con sus paisajes tranquilos y su vida aparentemente normal, sería el escenario para que comenzara a forjar su nuevo camino.
Pero el camino será largo, Señor. El poder es lo que se necesita. ¿Cómo puedo guiar a tu pueblo sin tener el poder para hacer que me escuchen? Pensó, dando un paso más mientras la arena crujía bajo sus botas. La respuesta, si bien no era clara en ese momento, estaba empezando a tomar forma. Necesitaba algo más que palabras, necesitaba influencia, autoridad. Y eso solo se obtenía a través del poder, algo que, hasta ese momento, no había considerado realmente importante. Su vida como predicador le había brindado respeto, sí, pero no había podido cambiar el mundo. Necesitaba algo más. Necesitaba ser un líder, no solo un portavoz.
El Señor me ha mostrado el camino, pero aún debo encontrar el modo de caminar por él. Se dijo a sí mismo mientras continuaba su camino a lo largo de la costa. La Biblia seguía siendo su único acompañante, un recordatorio constante de su misión, de la verdad que llevaba en su pecho. A lo largo de su vida, había aprendido que el poder no era un mal necesario, sino un medio para cumplir la voluntad de Dios. En su mente, se formaba un plan, una visión.
Comenzaría como un pirata. Pero no un pirata cualquiera, no. Sería el pirata que el mundo necesitaba, uno que no solo saqueaba, sino que predicaba, que tomaba lo que necesitaba para construir un futuro mejor, un futuro que sirviera al Señor. Él sería el líder de los océanos, un faro de justicia en un mundo sumido en el caos. Nadie sería capaz de desafiar su poder, porque él sabía que su misión estaba guiada por el más alto de los propósitos. El Señor le había dado la oportunidad de ser el líder de una nueva era, pero para eso necesitaba influencia, seguidores, y un barco.
Ve, Crucio, y haz de tus seguidores un ejército, para que puedas cumplir con lo que está destinado a ser. Recitaría en voz baja, sintiendo la convicción crecer dentro de él. La isla de Dawn, tranquila y serena, parecía ser el lugar perfecto para comenzar a hacer crecer su imperio, pero aún no sabía por dónde empezar. El poder no se lograba solo con buena voluntad. Necesitaba aliados, necesitaba una tripulación, necesitaba hombres dispuestos a seguir su causa, cualquiera que fuera el costo.
A medida que avanzaba, comenzó a pensar en lo que debía hacer. Sabía que la primera etapa era crear una base sólida. Encontraría a aquellos como él, los desilusionados, los perdidos, aquellos que deseaban un propósito. Los reuniría bajo su estandarte, un estandarte que llevaría consigo, uno marcado con la cruz dorada, como símbolo de la verdadera justicia. Luego, los entrenaría, los guiaría, y les mostraría la verdadera forma de cumplir con la voluntad del Señor: no solo predicar, sino tomar lo que les correspondía por derecho.
Así como el Profeta llevó a su pueblo por el desierto hasta la tierra prometida, yo guiaré a los míos a través de las tempestades del océano hacia la salvación. Pensaría, mientras su mente trazaba un plan, aunque la incertidumbre aún lo rodeaba. Un barco. Eso sería lo siguiente. Un barco con el que pudiera navegar hacia las islas, el centro de su nueva misión. La idea de la piratería le parecía adecuada, pues un líder no era respetado solo por su fe, sino por su poder y su habilidad para tomar lo que quería. El poder se ganaba con la espada y el liderazgo, y Crucio estaba listo para tomar ambos.
De repente, un susurro del viento lo hizo detenerse, como si un mensaje en el aire llegara hasta él. Alzó la vista, y por primera vez en días, sonrió. El Señor lo había guiado aquí, a esta isla. Aquí sería donde comenzaría su reinado, y aunque la gente que lo rodeaba aún no lo supiera, él estaba seguro de que todo lo que había experimentado, todos los momentos difíciles, las luchas, todo había sido parte del plan divino.
Señor, confío en Ti. Con Tu poder, nada será imposible. Seré tu instrumento. Seré Tu brazo en la Tierra, el que hará justicia a los que no pueden defenderse. Crucio murmuraría, con la mano sobre su pecho, sintiendo cómo su fe se solidificaba en su corazón. La visión del futuro le era clara: un imperio, un ejército, un poder más allá de cualquier desafío. Nada lo detendría.
Decidió que esa misma noche, cuando el cielo estuviera cubierto de estrellas, se sentaría a planear con más detalle cómo comenzaría a formar su ejército. Encontraría el modo de reunir a las personas adecuadas, a aquellos que compartieran su visión, y juntos tomarían el control de los mares. No sabía cómo empezaría, pero sabía que lo haría. El Señor lo había elegido, y con esa certeza, no podía fallar.
No temas, Crucio, porque el Señor está contigo. Y a donde vayas, Él irá. Ya no era solo un predicador, era un líder en formación, un hombre destinado a cambiar el curso del mundo, y ningún obstáculo podría detenerlo. Crucio estaba destinado a la grandeza.
Durante los últimos años, Crucio había vagado como un simple civil, predicando la palabra de Dios a cualquiera que tuviera la paciencia de escucharlo. Se había desplazado de isla en isla, entre puertos y ciudades, sin un propósito claro más allá de anunciar el evangelio. Sin embargo, algo había cambiado. Había llegado el momento de dar el siguiente paso. El Señor, en su infinita sabiduría, le había dado una señal clara: la vida de sumisión a los Dragones Celestiales ya no era más una opción. Crucio había sido liberado, y esa liberación no fue una simple casualidad. Para él, había sido la señal de que estaba destinado a algo mucho más grande. Él era el Elegido, y el mundo debía ser salvado.
"Y cuando el Señor vio que la multitud estaba cansada y dispersa, les dijo: 'Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar." Así también yo, su servidor, debo cargar el yugo de la justicia y traer el descanso eterno." Crucio susurró para sí mismo, citando una frase bíblica que siempre lo había marcado. La vista del mar y el sol poniente sobre la isla lo hacía sentir que estaba, en algún sentido, cercano a una gran revelación. Esta isla, con sus paisajes tranquilos y su vida aparentemente normal, sería el escenario para que comenzara a forjar su nuevo camino.
Pero el camino será largo, Señor. El poder es lo que se necesita. ¿Cómo puedo guiar a tu pueblo sin tener el poder para hacer que me escuchen? Pensó, dando un paso más mientras la arena crujía bajo sus botas. La respuesta, si bien no era clara en ese momento, estaba empezando a tomar forma. Necesitaba algo más que palabras, necesitaba influencia, autoridad. Y eso solo se obtenía a través del poder, algo que, hasta ese momento, no había considerado realmente importante. Su vida como predicador le había brindado respeto, sí, pero no había podido cambiar el mundo. Necesitaba algo más. Necesitaba ser un líder, no solo un portavoz.
El Señor me ha mostrado el camino, pero aún debo encontrar el modo de caminar por él. Se dijo a sí mismo mientras continuaba su camino a lo largo de la costa. La Biblia seguía siendo su único acompañante, un recordatorio constante de su misión, de la verdad que llevaba en su pecho. A lo largo de su vida, había aprendido que el poder no era un mal necesario, sino un medio para cumplir la voluntad de Dios. En su mente, se formaba un plan, una visión.
Comenzaría como un pirata. Pero no un pirata cualquiera, no. Sería el pirata que el mundo necesitaba, uno que no solo saqueaba, sino que predicaba, que tomaba lo que necesitaba para construir un futuro mejor, un futuro que sirviera al Señor. Él sería el líder de los océanos, un faro de justicia en un mundo sumido en el caos. Nadie sería capaz de desafiar su poder, porque él sabía que su misión estaba guiada por el más alto de los propósitos. El Señor le había dado la oportunidad de ser el líder de una nueva era, pero para eso necesitaba influencia, seguidores, y un barco.
Ve, Crucio, y haz de tus seguidores un ejército, para que puedas cumplir con lo que está destinado a ser. Recitaría en voz baja, sintiendo la convicción crecer dentro de él. La isla de Dawn, tranquila y serena, parecía ser el lugar perfecto para comenzar a hacer crecer su imperio, pero aún no sabía por dónde empezar. El poder no se lograba solo con buena voluntad. Necesitaba aliados, necesitaba una tripulación, necesitaba hombres dispuestos a seguir su causa, cualquiera que fuera el costo.
A medida que avanzaba, comenzó a pensar en lo que debía hacer. Sabía que la primera etapa era crear una base sólida. Encontraría a aquellos como él, los desilusionados, los perdidos, aquellos que deseaban un propósito. Los reuniría bajo su estandarte, un estandarte que llevaría consigo, uno marcado con la cruz dorada, como símbolo de la verdadera justicia. Luego, los entrenaría, los guiaría, y les mostraría la verdadera forma de cumplir con la voluntad del Señor: no solo predicar, sino tomar lo que les correspondía por derecho.
Así como el Profeta llevó a su pueblo por el desierto hasta la tierra prometida, yo guiaré a los míos a través de las tempestades del océano hacia la salvación. Pensaría, mientras su mente trazaba un plan, aunque la incertidumbre aún lo rodeaba. Un barco. Eso sería lo siguiente. Un barco con el que pudiera navegar hacia las islas, el centro de su nueva misión. La idea de la piratería le parecía adecuada, pues un líder no era respetado solo por su fe, sino por su poder y su habilidad para tomar lo que quería. El poder se ganaba con la espada y el liderazgo, y Crucio estaba listo para tomar ambos.
De repente, un susurro del viento lo hizo detenerse, como si un mensaje en el aire llegara hasta él. Alzó la vista, y por primera vez en días, sonrió. El Señor lo había guiado aquí, a esta isla. Aquí sería donde comenzaría su reinado, y aunque la gente que lo rodeaba aún no lo supiera, él estaba seguro de que todo lo que había experimentado, todos los momentos difíciles, las luchas, todo había sido parte del plan divino.
Señor, confío en Ti. Con Tu poder, nada será imposible. Seré tu instrumento. Seré Tu brazo en la Tierra, el que hará justicia a los que no pueden defenderse. Crucio murmuraría, con la mano sobre su pecho, sintiendo cómo su fe se solidificaba en su corazón. La visión del futuro le era clara: un imperio, un ejército, un poder más allá de cualquier desafío. Nada lo detendría.
Decidió que esa misma noche, cuando el cielo estuviera cubierto de estrellas, se sentaría a planear con más detalle cómo comenzaría a formar su ejército. Encontraría el modo de reunir a las personas adecuadas, a aquellos que compartieran su visión, y juntos tomarían el control de los mares. No sabía cómo empezaría, pero sabía que lo haría. El Señor lo había elegido, y con esa certeza, no podía fallar.
No temas, Crucio, porque el Señor está contigo. Y a donde vayas, Él irá. Ya no era solo un predicador, era un líder en formación, un hombre destinado a cambiar el curso del mundo, y ningún obstáculo podría detenerlo. Crucio estaba destinado a la grandeza.