Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Común] [Pasado] Un Pinocho XXL y el grillo macarra que susurraba en los oídos
Silvain Loreth
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Día 69 de Verano del 724

A lo mejor era la feria de los bichos raros y problemáticos en el Baratie esos días. Lo mismo había una reunión de potenciales delincuentes o delincuentes consumados y no me había enterado, aunque con los días que llevaba allí, si lo hubiesen anunciado lo más probable era que me hubiese percatado en algún momento. No, todo hacía pensar que sencillamente habíamos coincidido por obra del destino o del mismísimo demonio. A decir verdad, seguramente el segundo hubiese tenido más que ver en todo aquello.

De momento me había cruzado con un rapero enamorado de su chucha, un tipo con un sentido del humor que rozaba lo paranormal, un mocoso irritante y una pareja de hermanos con más problemas que neuronas. No tenía ni idea de qué demonios pensarían ellos de mí, pero seguramente sus opiniones no distasen mucho de las mías y, probablemente, no irían demasiado desencaminados. Por hache o por be estábamos todos atrapados en cierto modo en medio de aquel restaurante flotante. En mi caso, al menos, el problema era que no tenía cómo demonios salir de allí.

—En ese tampoco quepo —le dije a Raiga. En muchas ocasiones ni siquiera llegaba a verle. No porque yo fuese tan grande ni él tan pequeño, sino porque se perdía entre el resto de personas y objetos. Con un ojo a veces era más difícil apreciarlo todo. Maldito oso...

De cualquier modo, el muchacho parecía entretenerse sustrayendo de manera disimulada cuanto quería a quien quería. Debía reconocer que al condenado se le daba extraordinariamente bien. Tanto que, a decir verdad, su habilidad con las manos llegaba a provocarme cierta envidia. De cualquier modo, incluso si tuviese su capacidad sería inútil en mis manos. ¿En qué bolsillo iba yo a meter disimuladamente semejante manaza?

A mi alcance estaba más bien la apropiación —el término robo no sonaba bien, aunque en esencia era eso mismo— de bienes de mayor calado. Cualquiera de esos barcos, por ejemplo. ¿Que a qué barcos me refiero? Muy sencillo, al sinfín de embarcaciones que a diario iba y venían del Baratie. Algunas prolongaban su estancia allí durante una cantidad variable de días, pero la mayoría lo usaban como parada en sus viajes y la oportunidad perfecta para degustar recetas exquisitas.

No se me daba mal del todo el tema de la comida. Conforme me habían ido trayendo las raciones los días previos —a cambio de echar a tortas a los indeseables—, había acertado en la mayoría de ocasiones todos o casi todos los ingredientes sólo con probar los platos. Un don un tanto inútil, si me preguntáis, pero no vendría mal a la hora de intentar replicar los platos en un futuro. Fuera como fuese, el hecho era que por más que me fijaba en todos y cada uno de los navíos no daba con uno que se amoldase a mis características.

—Ya no sé ni cuanto llevo aquí —me quejé amargamente a Raiga, que en ese momento se encontraba sobre mi hombro derecho—. Pensaba que en el mundo habría muchos barcos capaces de llevarme, no sólo el de ese desgraciado que me dejó aquí tirado en cuanto tuvo ocasión —continué, omitiendo la parte en la que admitía que sólo había accedido a sacarme de allí después de que estuviese a punto de aplastarle entre mis manos de forma no accidental—. También pensaba que habría más gente de mi tamaño, pero por más que miro veo gente grande, pero ninguno lo suficiente. Mírate a ti, que casi podrías dormir dentro de mi oreja.

Preferí no considerar la posibilidad de que lo hiciera o imaginarme la imagen siquiera. Había sido un supuesto que había salido de mi boca sin pensar demasiado las implicaciones reales que eso tenía, pero el hecho era ése: que estaba atrapado al aire libre.

—¿Y si nos llevamos el propio Baratie a otra parte? En vez de pedir prestada una de las embarcaciones que atracan aquí podemos llevarnos el propio atracadero. Bueno, el atracadero, el ancla, las habitaciones, la cocina, el comedor y hasta el mascarón de proa. El barco entero, vamos.

Sin embargo, en el fondo sabía que aquello sólo era una fantasía. Después de las nociones enseñadas por Azafrán antes de que me abandonasen como a un perro pulgoso confiaba en poder llevar, al menos, un barco de unas dimensiones modestas en un mar como el East Blue. No obstante, la posibilidad de maniobrar con semejante armatoste se quedaba muy, pero que muy lejos de mis capacidades reales de navegación. ¿Por qué era tan difícil? Yo solamente quería encontrar desafíos que superar, enemigos que batir y una gran escalera hasta la cima por la que costase mucho ascender. Allí no iba a encontrar nada de eso.

—¿Qué te parece ése? ¿Crees que ahí podré entrar? A lo mejor si encojo las piernas y todos los demás os ponéis en el lado contrario podemos hacer suficiente contrapeso y no volcamos... Aunque no sé si se hundiría con el peso de todos nosotros. La trucha y el rapero tienen pinta de pesar bastante también. Tú no. Un moco mío pesa más que tú.
#1
Raiga Gin Ebra
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Raiga se echó hacia atrás en el hombro de Silvain, balanceando las piernas y riendo para sí, divertido con la situación. Aquel gigantón le daba una vista privilegiada del Baratie. No es que tuviese mucho que ver el restaurante marítimo, para ser sinceros, pero ver todo desde esa posición parecía darte poder inmediato. ¿Cómo sería un puñetazo de ese tipo? Seguramente lento pero potente. Como decía el dicho del yonqui de su barrio, seguro que de una hostia de Silvain una familia entera estaría de luto.

Lo cierto es que con cada palabra que soltaba, Raiga encontraba alguna manera de burlarse o hacer una de sus acostumbradas bromas. Lo miró de reojo, con ese aire descarado, y no pudo evitar soltar un comentario.

—Mira, grandullón, ¿te das cuenta de que ocupas más que todo el maldito restaurante? —se rió, dándole una palmada en el hombro que no sabía si el enorme tipo llegaría siquiera a sentir — En serio, si alguien te viera desde lejos pensaría que el Baratie es tu barco personal o algo así. O que eres un mascarón de proa a medio poner. ¿Tío te imaginas? Estaría to’ guapo hermano.

Silvain lo miró de reojo, y Raiga, lejos de acobardarse, se inclinó para observar mejor el rostro del grandullón, notando su parche en el ojo y la barba desordenada. Con un tono burlón, continuó. Porque si algo se le daba mal a Raiga era parar de decir estupideces una vez empezaba.

—Oye, oye, ¿me estás diciendo que pensabas que había un montón de tipos como tú por ahí? —Raiga se llevó una mano a la boca, fingiendo asombro — Hermano, ¿te has visto en un espejo? Aunque… pensándolo bien, ¿habrá algún espejo que soporte semejante mole? Quizá el reflejo del agua, y eso si el mar no se revuelca al verte.

Durante un momento la pregunta iba en serio. ¿Habría un espejo que mostrase al gigantón de cuerpo entero? El mink lo dudaba la verdad. La vida con ese tamaño debía ser tan complicada… Qué estrés, todo, ¿verdad? Desde encontrar ropa, a meterse en una taberna… Incluso el Baratie, un restaurante marítimo de leyenda, no estaba completamente adaptado para gente de su tamaño. Qué barbaridad.

Las carcajadas de Raiga resonaron mientras estaba absorto en sus pensamientos, tras acordarse del reciente comentario que había soltado. El zorro no iba a detenerse tan fácilmente; tenía una chispa de travesura incontrolable y el tamaño de Silvain le parecía un chiste sin fin. Que a su vez era otro chiste, ¿no? Porque realmente el tipo no tenía fin.

El mink correteó por el cuerpo de Silvain para moverse del hombro derecho al izquierdo. Se marcó un sprint mientras iba haciendo ruidos, como si fuera una moto. Pero no una cualquiera, una de esas gordas que corren mucho. Casi tanto como Raiga en aquél momento.

—Mira primo, hasta creo que podría echarme al sobre en tu oreja, no me parece mala idea del todo la verdad —dijo, sin poder reprimir la risa mientras se acercaba a observarla mejor. Pero al verla de cerca, su entusiasmo se desinfló un poco. Frunció el ceño, notando la cantidad de cera que había acumulada. ¿Se quedaría ahí atrapado como una mosca en una telaraña? Joder, ahora tenía ganas de probarlo. O no, ni él lo sabía.

—¡Pero qué asco hermano! —exclamó, sacudiendo la cabeza con cara de disgusto — Si yo me meto ahí, fijo que salgo convertido en vela o algo peor. Podrías hacerte una buena limpieza, ¿eh? Con lo grande que eres, cualquier cosa en tus orejas puede ser un problema de proporciones épicas. Es que puede entrar una puta golondrina ahí y plantar un nido. ¿No te ha pasado antes? No me lo creo tío…

Pero la historia no quedaba ahí. Tras unos segundos, Silvain le replicó con esa actitud calmada, diciendo que un moco suyo probablemente pesaba más que todo el cuerpo de Raiga. El mink, lejos de amedrentarse, se empezó a reír, sentándose en aquél hombro que era su particular banco gigantesco.

—¿Un moco? —repitió, secándose una lágrima de tanto reírse — Pues hermano, ¡no me quiero ni imaginar cómo deben ser los zurullos que sueltes! Ese día nos morimos todos. Nos puedes enterrar en mierda grandullón, cuidado eh. Cuidadoooo

Raiga sonreía, satisfecho, y sabía que, aunque jugaba con fuego, disfrutaba de la compañía de un grandullón como Silvain.

Los barcos iban y venían pero ninguno parecía ser del tamaño suficiente para cargar con el gigantón. La verdad es que el mink jamás se imaginó que habría tanto problema en elegir un barco. Menos mal que el gigantón no era una mujer, porque entonces… No solo tendría que fijarse en el tamaño, sino también en el color, en la forma, en que fuera cuqui… Joder, qué asco de tías.

Oye… ¿y si de verdad robaban el Baratie? ¿Cómo sería viajar en él? Fua, una locura seguro. Desde luego no les faltaría comida. Ni camas… No, en serio, era la mejor idea que había escuchado aquellos días. Volvió a correr de un hombro al otro, pero esta vez se paró en la nuca de Silvain y trepó un poco hasta la parte alta de su cabeza, agarrándose a los cabellos del tipo. Le dió un par de capones con fuerza, para que los notase y así llamar su atención y tras ello le dió su aprobación. Sí. Iban a robar el Baratie.

—Plan sin fisuras hermano. Ya tenemos barco.
#2


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