Raiga Gin Ebra
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17-11-2024, 12:41 AM
Raiga empujó la puerta de la taberna con una patada y una sonrisa desafiante en el rostro. El lugar estaba lleno de un olor a madera y a alcohol rancio que lo hacía sentirse como en casa. Si es que él tuviese alguna casa. Se frotó las manos y, sin perder tiempo, se acercó al mostrador con pasos amplios, como si fuera el dueño del lugar.
—¡A ver, maestro! ¡Póngame una cerveza bien fresquita, que hoy vengo seco! —dijo, dejando caer unas monedas sobre la barra con una sonrisa descarada y con un palillo en la boca.
El tabernero, un hombre de complexión robusta y de rostro arrugado, lo miró de arriba abajo, cruzando los brazos con una expresión de desdén. Frunció el ceño y se inclinó un poco hacia Raiga, observándolo con una mezcla de incredulidad y reproche.
—A ver, muchacho… —dijo el tabernero, pausando como para darle tiempo de entender— No vendemos cerveza a niños. Así que recoge tus monedas y búscate otro sitio donde tomar tu refresquito.
Raiga sintió cómo se le encendían las mejillas y no de vergüenza precisamente. Soltó una risa sarcástica y alzó la voz para asegurarse de que los demás en la taberna pudieran escuchar.
—¿Niño? ¡Niño será tu abuela, pedazo de tronco! —espetó, apoyándose en la barra con ambos codos y sacando pecho— Mira, llevo más vida callejera encima que tú años aquí sirviendo birras. Así que menos rollo y más cerveza, ¿entendido?
Alrededor de la barra, algunos de los parroquianos empezaron a murmurar y a reír entre dientes, claramente entretenidos con la actitud desafiante del joven mink. Sin embargo, el tabernero no estaba de humor para juegos y respondió con un tono cortante.
—Escúchame, renacuajo. Esto no es un parque de juegos y yo no me la juego con críos. Así que lárgate antes de que te eche a patadas —dijo, cruzando los brazos con una mueca de fastidio.
Raiga soltó una carcajada, como si la amenaza no le preocupara en absoluto. De hecho, parecía divertirse más a medida que el tabernero se mostraba más firme. Le encantaba ese tipo de confrontación, y no iba a retirarse sin dar pelea.
—¿Que me vas a echar a patadas? ¡Ja! Eso lo quiero ver, abuelo. Venga, anda, prueba suerte —respondió, burlón, y se irguió frente al tabernero con una sonrisa desafiante—. Vamos, que no me voy a ir sin mi cerveza. ¿O acaso eres de esos que necesitan que les escriban todo en papel para entenderlo?
El tabernero apretó los puños, claramente perdiendo la paciencia. La tensión en el ambiente se hacía palpable, y algunos de los clientes miraban con curiosidad, esperando ver si la cosa se salía de control.
—Te lo diré una última vez, mocoso: ¡fuera de mi local! No quiero verte más por aquí, ¿entendido? —gruñó el tabernero, señalando la puerta con un gesto decidido.
Raiga, lejos de amedrentarse, se acercó aún más, inclinándose hacia él con una expresión despectiva.
—¿Ah, sí? ¿Pues sabes qué? ¡Tu cerveza seguro es una porquería de todos modos! He bebido mejores cosas saliendo de una cañería rota —se burló, empujando sus monedas hacia el tabernero—. ¡Mira, hasta te lo pagué! Anda, si te falta práctica para servir, te enseño yo mismo.
El tabernero dio un paso hacia adelante, acercándose tanto que casi chocaban frentes, con una mirada dura que dejaba claro que la paciencia se le había agotado.
—Escucha, crío, o te largas ya o no respondo de lo que pase. No me hagas llamar a alguien para que te saque a rastras, ¿entendido?
Raiga levantó las manos en un gesto teatral, fingiendo resignación mientras ponía los ojos en blanco.
—Bueno, bueno, no hace falta montar un numerito. Ya veo que aquí solo sirven para espantar clientes —Dio un paso atrás y miró a su alrededor, fingiendo estar asombrado—. ¡Vaya, vaya! Y yo pensando que estaba en la taberna más acogedora del barrio, ¡pero resulta que solo tienen un servicio de quinta!
Algunas risas y murmullos se oyeron entre los clientes, y el tabernero soltó un bufido, claramente enfadado. Raiga se giró, caminando hacia la puerta con pasos exagerados, dejando la impresión de que se retiraba sin más. Pero cuando llegó al marco de la puerta, se detuvo y miró de reojo al tabernero con una sonrisa traviesa y maliciosa.
—Ah, por cierto, que sepas que… ¡me cae peor tu cara que el vino de garrafa que vendes! —dijo, y acto seguido, salió de la taberna entre las risas de algunos de los clientes.
Una vez fuera, Raiga miró hacia los lados y se aseguró de que el tabernero pudiera verlo desde la ventana. Con una sonrisa llena de descaro, desató el lazo de su cinturón, se giró hacia la pared de la taberna y, sin pensarlo dos veces, empezó a orinar contra ella.
—¡Anda! Si cae igual que éste tira las cañas, todo espumita —murmuró para sí, echando una carcajada mientras escuchaba cómo algunos curiosos dentro de la taberna notaban lo que estaba haciendo.
El tabernero apareció en la puerta, gritando furioso y con una expresión de absoluta incredulidad.
—¡Pero qué demonios estás haciendo, mocoso! ¡Te vas a enterar cuando te pille!
Raiga terminó, sacudió su cola con un gesto de satisfacción y le hizo una señal burlona al tabernero.
—¡Nada, dándole a tu taberna el toque especial que se merece! —gritó mientras comenzaba a correr por la calle, lanzando una última mirada al tabernero— ¡Nos vemos, viejo! ¡Que tu cerveza apeste menos la próxima vez!
El mink salió corriendo por las calles y alejándose de la taberna, Raiga no pudo evitar soltar una risa mientras sentía cómo la adrenalina de la pequeña travesura le hacía latir el corazón con fuerza. Aún con una sonrisa de satisfacción, desapareció en la siguiente esquina, dejando al tabernero maldiciendo su nombre y al vecindario con una historia que contar sobre el chico que nunca aceptaba un “no” por respuesta.
—¡A ver, maestro! ¡Póngame una cerveza bien fresquita, que hoy vengo seco! —dijo, dejando caer unas monedas sobre la barra con una sonrisa descarada y con un palillo en la boca.
El tabernero, un hombre de complexión robusta y de rostro arrugado, lo miró de arriba abajo, cruzando los brazos con una expresión de desdén. Frunció el ceño y se inclinó un poco hacia Raiga, observándolo con una mezcla de incredulidad y reproche.
—A ver, muchacho… —dijo el tabernero, pausando como para darle tiempo de entender— No vendemos cerveza a niños. Así que recoge tus monedas y búscate otro sitio donde tomar tu refresquito.
Raiga sintió cómo se le encendían las mejillas y no de vergüenza precisamente. Soltó una risa sarcástica y alzó la voz para asegurarse de que los demás en la taberna pudieran escuchar.
—¿Niño? ¡Niño será tu abuela, pedazo de tronco! —espetó, apoyándose en la barra con ambos codos y sacando pecho— Mira, llevo más vida callejera encima que tú años aquí sirviendo birras. Así que menos rollo y más cerveza, ¿entendido?
Alrededor de la barra, algunos de los parroquianos empezaron a murmurar y a reír entre dientes, claramente entretenidos con la actitud desafiante del joven mink. Sin embargo, el tabernero no estaba de humor para juegos y respondió con un tono cortante.
—Escúchame, renacuajo. Esto no es un parque de juegos y yo no me la juego con críos. Así que lárgate antes de que te eche a patadas —dijo, cruzando los brazos con una mueca de fastidio.
Raiga soltó una carcajada, como si la amenaza no le preocupara en absoluto. De hecho, parecía divertirse más a medida que el tabernero se mostraba más firme. Le encantaba ese tipo de confrontación, y no iba a retirarse sin dar pelea.
—¿Que me vas a echar a patadas? ¡Ja! Eso lo quiero ver, abuelo. Venga, anda, prueba suerte —respondió, burlón, y se irguió frente al tabernero con una sonrisa desafiante—. Vamos, que no me voy a ir sin mi cerveza. ¿O acaso eres de esos que necesitan que les escriban todo en papel para entenderlo?
El tabernero apretó los puños, claramente perdiendo la paciencia. La tensión en el ambiente se hacía palpable, y algunos de los clientes miraban con curiosidad, esperando ver si la cosa se salía de control.
—Te lo diré una última vez, mocoso: ¡fuera de mi local! No quiero verte más por aquí, ¿entendido? —gruñó el tabernero, señalando la puerta con un gesto decidido.
Raiga, lejos de amedrentarse, se acercó aún más, inclinándose hacia él con una expresión despectiva.
—¿Ah, sí? ¿Pues sabes qué? ¡Tu cerveza seguro es una porquería de todos modos! He bebido mejores cosas saliendo de una cañería rota —se burló, empujando sus monedas hacia el tabernero—. ¡Mira, hasta te lo pagué! Anda, si te falta práctica para servir, te enseño yo mismo.
El tabernero dio un paso hacia adelante, acercándose tanto que casi chocaban frentes, con una mirada dura que dejaba claro que la paciencia se le había agotado.
—Escucha, crío, o te largas ya o no respondo de lo que pase. No me hagas llamar a alguien para que te saque a rastras, ¿entendido?
Raiga levantó las manos en un gesto teatral, fingiendo resignación mientras ponía los ojos en blanco.
—Bueno, bueno, no hace falta montar un numerito. Ya veo que aquí solo sirven para espantar clientes —Dio un paso atrás y miró a su alrededor, fingiendo estar asombrado—. ¡Vaya, vaya! Y yo pensando que estaba en la taberna más acogedora del barrio, ¡pero resulta que solo tienen un servicio de quinta!
Algunas risas y murmullos se oyeron entre los clientes, y el tabernero soltó un bufido, claramente enfadado. Raiga se giró, caminando hacia la puerta con pasos exagerados, dejando la impresión de que se retiraba sin más. Pero cuando llegó al marco de la puerta, se detuvo y miró de reojo al tabernero con una sonrisa traviesa y maliciosa.
—Ah, por cierto, que sepas que… ¡me cae peor tu cara que el vino de garrafa que vendes! —dijo, y acto seguido, salió de la taberna entre las risas de algunos de los clientes.
Una vez fuera, Raiga miró hacia los lados y se aseguró de que el tabernero pudiera verlo desde la ventana. Con una sonrisa llena de descaro, desató el lazo de su cinturón, se giró hacia la pared de la taberna y, sin pensarlo dos veces, empezó a orinar contra ella.
—¡Anda! Si cae igual que éste tira las cañas, todo espumita —murmuró para sí, echando una carcajada mientras escuchaba cómo algunos curiosos dentro de la taberna notaban lo que estaba haciendo.
El tabernero apareció en la puerta, gritando furioso y con una expresión de absoluta incredulidad.
—¡Pero qué demonios estás haciendo, mocoso! ¡Te vas a enterar cuando te pille!
Raiga terminó, sacudió su cola con un gesto de satisfacción y le hizo una señal burlona al tabernero.
—¡Nada, dándole a tu taberna el toque especial que se merece! —gritó mientras comenzaba a correr por la calle, lanzando una última mirada al tabernero— ¡Nos vemos, viejo! ¡Que tu cerveza apeste menos la próxima vez!
El mink salió corriendo por las calles y alejándose de la taberna, Raiga no pudo evitar soltar una risa mientras sentía cómo la adrenalina de la pequeña travesura le hacía latir el corazón con fuerza. Aún con una sonrisa de satisfacción, desapareció en la siguiente esquina, dejando al tabernero maldiciendo su nombre y al vecindario con una historia que contar sobre el chico que nunca aceptaba un “no” por respuesta.