Lance Turner
Shirogami
17-11-2024, 05:19 AM
Siempre he pensado que una de las mejores forma de conocer un lugar es caminar entre su gente. Hoy, era una tranquila mañana de mercado, y tuve la oportunidad de hacerlo. Mis pasos me llevaron entre puestos de frutas, pescados y especias, donde los vendedores gritaban sus mejores ofertas con la energía que sólo se ve en los mercados abarrotados, y era normal, tenían que gritar para que se les escuchase entre tanto alboroto. El aroma a pan recién horneado y el sonido de las carcajadas de los ciudadanos llenaban el aire. Era un día de esos que parecen simples, pero esconden historias en cada esquina.
Mientras observaba un puesto de frutas, una anciana pequeña y encorvada pasó a mi lado, cargando una cesta que parecía pesar más que ella. Se detuvo por un momento, ajustándose el pañuelo que llevaba en la cabeza, y dejó escapar un suspiro que bien podría haber derribado a un marinero experimentado.
- Muchacho, si sólo estuviera veinte años más joven… - Dijo la anciana sin mirarme directamente, pero con una sonrisa en los labios que dejaba claro que quería que me diese por aludido. No pude evitar sonreír ante la picardía de aquella señora.
- Si usted tuviera veinte años menos, seguro que yo tendría que apurarme para alcanzarla. - Le contesté raudo para devolverle la broma que me hizo, antes de ofrecerme a ayudarla. - ¿Le ayudo con eso? - Continué antes de que pudiese pensar alguna otra respuesta al tiempo que señalaba la cesta que llevaba.
La anciana me miró, evaluándome como si estuviera decidiendo si era digno de su confianza. Finalmente, asintió y me entregó la cesta. Mi sorpresa era mayúscula cuando descubrí que aquella bolsa pesaba más de lo que parecía, esta cosa pesaba más que un barril de ron. Dentro había frutas, verduras, un par de botellas de aceite y lo que parecía ser un enorme pescado envuelto en papel.
- Gracias, joven. Siempre digo que uno no debe subestimar la amabilidad de los extraños. Aunque espero que no seas un ladrón disfrazado de caballero.
- ¿Ladrón? Si quisiera robarle, ya estaría escapando con su pescado gigante. - Le contesté entre risas que acabaría contagiando a la señora. - Por cierto, ¿qué es esto? ¿Un pez espada en miniatura?
Ella soltó una carcajada que llamó la atención de varios a nuestro alrededor. - Es un mero, muchacho. Y no te atrevas a insultar mi compra; ese pescado es lo que hace que mi sopa sea la mejor de toda la isla. O al menos eso me decía mi marido. Aunque a veces creo que sólo lo decía para que no lo dejara sin comer.
Mientras caminábamos hacia su casa, ella comenzó a hablar sobre su difunto esposo. Por su tono, era claro que lo recordaba con cariño, aunque cada tanto dejaba escapar una risa al contar alguna de sus anécdotas.
- Mi Teodoro era un hombre bueno, de esos que ya no se ven. Era marine, pero no uno de esos tipos engreídos que piensan que la justicia es solo suya. No, él era justo porque le nacía serlo, porque quería ver a todos bien.
- Un marine justo y querido… No muchos pueden presumir de serlo. - Pensé sin ánimos de decirlo en voz alta. Meterse con los seres queridos de otros que ya no están en este mundo, era un pecado para mi.
- La gente de la isla lo adoraba, ¿Sabes? No hizo nada grandioso fuera de aquí. Nunca subió de rango, ni persiguió piratas famosos. Pero para nosotros, era un héroe. Salvó a los niños de un incendio una vez. Entró en la casa sin pensarlo dos veces y salió con tres pequeños agarrados como podía. ¡Hasta dejó el gorro de la marina adentro! En aquella época, podía caerte una buena bronca por algo así... ¿Y sabes qué me dijo cuando le pregunté por qué no lo había recuperado? - Preguntó la mujer, para responder de inmediato sin darme lugar a decir algo - Pues me dijo: "¡Mujer!, ¿Qué es un gorro comparado con tres pares de calcetines sin quemar?"
Reímos juntos mientras subíamos una pequeña colina que llevaba a su casa. A pesar de sus palabras, su esposo sonaba como alguien admirable. Pero también tenía un lado gracioso que ella parecía disfrutar recordando.
- Ah, y qué torpe era mi Teo. Una vez, durante una ceremonia del pueblo, tropezó con un cubo de agua que él mismo había dejado. Cayó de cara frente a todos, y en vez de levantarse como si nada, se quedó ahí tirado diciendo que estaba "practicando una nueva táctica de combate". - Dijo la señora, haciendo el gesto de comillas con los dedos mientras reía tanto que dejaba escapar una lágrima de sus ojos.
Esa historia hizo un poco de mella en mi corazón, poco a poco, estaba conociendo a ese caballero a través de su mujer, y aunque pudiese parecer ridículo, estaba empezando a tenerle cariño a ese par, y sentir auténtica lástima por la muerte de Teodoro. A pesar de ser marine, estoy seguro que hubiese podido hacerme amigo de él en un abrir y cerrar de ojos. Pero en este momento, la señora era la que seguía entre nosotros, así que preferí centrarme más en ella para animarla un poco más antes de llegar a su hogar.
- ¿Y funcionó la táctica? - Le pregunté, siguiéndole la corriente.
-¡Por supuesto que no! Pero al menos consiguió que todos se rieran con él, ¡Y no de él! Y eso, créeme que ya era un triunfo. Hace falta ser muy inteligente para convertir una burla sobre ti, en una broma de la que todos se ríen gracias a ti.
Yo también era muy dado a bromear en situaciones así, pero jamás lo había visto de esa manera, y pensar en ello, hizo que me sintiese más cercano al pobre Teo y su tan agradable y entrañable mujer. Poco después, llegamos a su casa, una pequeña pero acogedora cabaña rodeada de flores. Dejé la cesta en la mesa de madera que tenía en la entrada, mientras ella me ofrecía un vaso de agua fría.
- Sabes, joven, Teo siempre decía que lo importante no era cuántas batallas ganabas, sino cómo las peleabas. Y no me refiero sólo a los combates, sino a todo en la vida. - Dijo mientras suspiraba mirando un cuadro donde podían apreciarse a dos jóvenes enamorados
- ¿Sabe? Su marido parece haber sido alguien único. Un hombre que no necesitó fama ni gloria para ser recordado, y aun con esas, aquí estamos, hablando de él.. Me hubiese gustado conocerle, de corazón se lo digo.
Ella asintió, mirando hacia el retrato que tenía colgado en la pared. Fijándome mejor ahora, era un hombre de aspecto robusto, con una gran sonrisa y el uniforme de la marina.
- Así es, muchacho. Teo siempre decía que los grandes héroes están en los corazones de quienes los conocen. No le importaba lo que pensaran los de fuera, sólo lo que hacía aquí, con su gente.
Nos quedamos en silencio por un momento, contemplando la imagen del hombre que tanto había significado para esa isla y para ella. Finalmente, ella volvió a sonreír.
- Bueno, suficiente de nostalgias. Ahora dime, ¿quieres probar esa sopa que tanto le gustaba a mi marido? Aunque si me dices que no está buena, te advierto que no volveré a pedirte ayuda con mis compras.
Reí, aceptando su oferta. Pasamos el resto de la tarde compartiendo historias y risas. Su sopa, por cierto, estaba realmente deliciosa. Cuando finalmente me despedí, ella me entregó una pequeña bolsa con frutas como agradecimiento.
- Gracias, joven. No sólo por cargar mis compras, sino por escuchar. No muchos se detienen a hacerlo.
- El placer fue mío. Y recuerde, si alguna vez necesita un porteador de pescado, sólo tiene que buscarme.
- No sé, no sé... ¿Qué diría mi marido si me viese pidiendo ayuda una segunda vez a un pirata? - Dijo riéndose para luego guiñarme el ojo.
No tenía idea de cómo lo había descubierto, pero no iba a quedarme para averiguarlo. Ella soltó una última carcajada, y yo me alejé con una sonrisa en el rostro. A veces, las historias más simples son las que más se quedan contigo. Y hoy, entre risas y recuerdos, aprendí que los verdaderos héroes no siempre necesitan un gran escenario. A veces, basta con una pequeña isla y un corazón lleno de bondad.
Mientras observaba un puesto de frutas, una anciana pequeña y encorvada pasó a mi lado, cargando una cesta que parecía pesar más que ella. Se detuvo por un momento, ajustándose el pañuelo que llevaba en la cabeza, y dejó escapar un suspiro que bien podría haber derribado a un marinero experimentado.
- Muchacho, si sólo estuviera veinte años más joven… - Dijo la anciana sin mirarme directamente, pero con una sonrisa en los labios que dejaba claro que quería que me diese por aludido. No pude evitar sonreír ante la picardía de aquella señora.
- Si usted tuviera veinte años menos, seguro que yo tendría que apurarme para alcanzarla. - Le contesté raudo para devolverle la broma que me hizo, antes de ofrecerme a ayudarla. - ¿Le ayudo con eso? - Continué antes de que pudiese pensar alguna otra respuesta al tiempo que señalaba la cesta que llevaba.
La anciana me miró, evaluándome como si estuviera decidiendo si era digno de su confianza. Finalmente, asintió y me entregó la cesta. Mi sorpresa era mayúscula cuando descubrí que aquella bolsa pesaba más de lo que parecía, esta cosa pesaba más que un barril de ron. Dentro había frutas, verduras, un par de botellas de aceite y lo que parecía ser un enorme pescado envuelto en papel.
- Gracias, joven. Siempre digo que uno no debe subestimar la amabilidad de los extraños. Aunque espero que no seas un ladrón disfrazado de caballero.
- ¿Ladrón? Si quisiera robarle, ya estaría escapando con su pescado gigante. - Le contesté entre risas que acabaría contagiando a la señora. - Por cierto, ¿qué es esto? ¿Un pez espada en miniatura?
Ella soltó una carcajada que llamó la atención de varios a nuestro alrededor. - Es un mero, muchacho. Y no te atrevas a insultar mi compra; ese pescado es lo que hace que mi sopa sea la mejor de toda la isla. O al menos eso me decía mi marido. Aunque a veces creo que sólo lo decía para que no lo dejara sin comer.
Mientras caminábamos hacia su casa, ella comenzó a hablar sobre su difunto esposo. Por su tono, era claro que lo recordaba con cariño, aunque cada tanto dejaba escapar una risa al contar alguna de sus anécdotas.
- Mi Teodoro era un hombre bueno, de esos que ya no se ven. Era marine, pero no uno de esos tipos engreídos que piensan que la justicia es solo suya. No, él era justo porque le nacía serlo, porque quería ver a todos bien.
- Un marine justo y querido… No muchos pueden presumir de serlo. - Pensé sin ánimos de decirlo en voz alta. Meterse con los seres queridos de otros que ya no están en este mundo, era un pecado para mi.
- La gente de la isla lo adoraba, ¿Sabes? No hizo nada grandioso fuera de aquí. Nunca subió de rango, ni persiguió piratas famosos. Pero para nosotros, era un héroe. Salvó a los niños de un incendio una vez. Entró en la casa sin pensarlo dos veces y salió con tres pequeños agarrados como podía. ¡Hasta dejó el gorro de la marina adentro! En aquella época, podía caerte una buena bronca por algo así... ¿Y sabes qué me dijo cuando le pregunté por qué no lo había recuperado? - Preguntó la mujer, para responder de inmediato sin darme lugar a decir algo - Pues me dijo: "¡Mujer!, ¿Qué es un gorro comparado con tres pares de calcetines sin quemar?"
Reímos juntos mientras subíamos una pequeña colina que llevaba a su casa. A pesar de sus palabras, su esposo sonaba como alguien admirable. Pero también tenía un lado gracioso que ella parecía disfrutar recordando.
- Ah, y qué torpe era mi Teo. Una vez, durante una ceremonia del pueblo, tropezó con un cubo de agua que él mismo había dejado. Cayó de cara frente a todos, y en vez de levantarse como si nada, se quedó ahí tirado diciendo que estaba "practicando una nueva táctica de combate". - Dijo la señora, haciendo el gesto de comillas con los dedos mientras reía tanto que dejaba escapar una lágrima de sus ojos.
Esa historia hizo un poco de mella en mi corazón, poco a poco, estaba conociendo a ese caballero a través de su mujer, y aunque pudiese parecer ridículo, estaba empezando a tenerle cariño a ese par, y sentir auténtica lástima por la muerte de Teodoro. A pesar de ser marine, estoy seguro que hubiese podido hacerme amigo de él en un abrir y cerrar de ojos. Pero en este momento, la señora era la que seguía entre nosotros, así que preferí centrarme más en ella para animarla un poco más antes de llegar a su hogar.
- ¿Y funcionó la táctica? - Le pregunté, siguiéndole la corriente.
-¡Por supuesto que no! Pero al menos consiguió que todos se rieran con él, ¡Y no de él! Y eso, créeme que ya era un triunfo. Hace falta ser muy inteligente para convertir una burla sobre ti, en una broma de la que todos se ríen gracias a ti.
Yo también era muy dado a bromear en situaciones así, pero jamás lo había visto de esa manera, y pensar en ello, hizo que me sintiese más cercano al pobre Teo y su tan agradable y entrañable mujer. Poco después, llegamos a su casa, una pequeña pero acogedora cabaña rodeada de flores. Dejé la cesta en la mesa de madera que tenía en la entrada, mientras ella me ofrecía un vaso de agua fría.
- Sabes, joven, Teo siempre decía que lo importante no era cuántas batallas ganabas, sino cómo las peleabas. Y no me refiero sólo a los combates, sino a todo en la vida. - Dijo mientras suspiraba mirando un cuadro donde podían apreciarse a dos jóvenes enamorados
- ¿Sabe? Su marido parece haber sido alguien único. Un hombre que no necesitó fama ni gloria para ser recordado, y aun con esas, aquí estamos, hablando de él.. Me hubiese gustado conocerle, de corazón se lo digo.
Ella asintió, mirando hacia el retrato que tenía colgado en la pared. Fijándome mejor ahora, era un hombre de aspecto robusto, con una gran sonrisa y el uniforme de la marina.
- Así es, muchacho. Teo siempre decía que los grandes héroes están en los corazones de quienes los conocen. No le importaba lo que pensaran los de fuera, sólo lo que hacía aquí, con su gente.
Nos quedamos en silencio por un momento, contemplando la imagen del hombre que tanto había significado para esa isla y para ella. Finalmente, ella volvió a sonreír.
- Bueno, suficiente de nostalgias. Ahora dime, ¿quieres probar esa sopa que tanto le gustaba a mi marido? Aunque si me dices que no está buena, te advierto que no volveré a pedirte ayuda con mis compras.
Reí, aceptando su oferta. Pasamos el resto de la tarde compartiendo historias y risas. Su sopa, por cierto, estaba realmente deliciosa. Cuando finalmente me despedí, ella me entregó una pequeña bolsa con frutas como agradecimiento.
- Gracias, joven. No sólo por cargar mis compras, sino por escuchar. No muchos se detienen a hacerlo.
- El placer fue mío. Y recuerde, si alguna vez necesita un porteador de pescado, sólo tiene que buscarme.
- No sé, no sé... ¿Qué diría mi marido si me viese pidiendo ayuda una segunda vez a un pirata? - Dijo riéndose para luego guiñarme el ojo.
No tenía idea de cómo lo había descubierto, pero no iba a quedarme para averiguarlo. Ella soltó una última carcajada, y yo me alejé con una sonrisa en el rostro. A veces, las historias más simples son las que más se quedan contigo. Y hoy, entre risas y recuerdos, aprendí que los verdaderos héroes no siempre necesitan un gran escenario. A veces, basta con una pequeña isla y un corazón lleno de bondad.