Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
26-01-2025, 09:03 PM
(Última modificación: 26-01-2025, 09:39 PM por Ragnheidr Grosdttir.)
Día 4 de invierno
El puerto estaba vivo con el bullicio de los mercaderes y el constante crujir de las cuerdas tensadas por las grúas. Los barcos atracaban y partían, y el aire olía a sal, hierro y especias. En el centro de todo, Ragn se erguía como una montaña viviente, eclipsando a todo aquel que pasaba cerca. Su silueta de siete metros era imposible de ignorar, un coloso vikingo con un brazo de metal forjado con runas que parecían pulsar con un tenue brillo azul. En una mesa improvisada hecha de tablones y barriles, Ragn revisaba mercancías. Su mano metálica levantaba barriles llenos de salmuera con una facilidad insultante, mientras su mano humana examinaba con precisión pieles, armas y joyas. Los comerciantes, pequeños como gorriones a su lado, observaban con nerviosa fascinación cómo el gigante asentía con aprobación o apartaba algo con un leve gesto. A su alrededor, los rumores se arremolinaban como el viento. — Dicen que ese brazo puede triturar un mástil como si fuera una rama seca — Comentó un pescador. Otro respondió — Y que llegó aquí solo, remando desde las tierras heladas del norte, con un barco destrozado y la marea como aliada— Un grupo de niños se asomó entre las cajas para observarlo mejor. Ragn, sin mirarlos, dejó caer una moneda dorada al suelo, haciéndola girar y brillar bajo el sol. Los niños, cautelosos pero curiosos, corrieron a recogerla mientras él seguía negociando, indiferente. Cuando todo estuvo acordado, Ragn cargó su botín en un carromato que parecía pequeño a su lado. Las ruedas chirriaron bajo el peso, pero él lo empujó como si fuera vacío. En el último momento, el titán alzó la vista hacia el horizonte donde un barco de velas negras se aproximaba lentamente al puerto. Una brisa helada lo alcanzó, y por un instante, el coloso pareció sonreír con la promesa de lo que vendría después.
El bullicio del puerto se detuvo un instante en la mente de Ragn cuando su ojo entrenado divisó una figura familiar entre la multitud: Panda, el mink de pelaje blanco y negro, sentado despreocupadamente en un puesto improvisado hecho de maderas viejas y lienzos coloridos. A diferencia del caos que lo rodeaba, el puesto de Panda emanaba un aura de calma y orden. Sobre la mesa estaban dispuestas pequeñas cajas llenas de especias raras, frutas exóticas y curiosos artefactos marinos. Ragn avanzó con pasos firmes, cada pisada haciendo vibrar las tablas del muelle bajo su peso. Los mercaderes se apartaban automáticamente, algunos murmurando asustados y otros admirando al titán vikingo. Su brazo de metal relucía con destellos azules bajo la luz del sol, como si sus runas reconocieran la energía que envolvía el lugar. Ragn se detuvo frente a él y observó la mercancía. Sin palabras, el vikingo alargó su mano humana hacia un pequeño frasco de vidrio lleno de polvo dorado. Panda asintió, como si entendiera perfectamente lo que Ragn buscaba, y sacó de debajo de la mesa una caja negra con bordes de bronce. La colocó sobre la mesa con cuidado.
Sin perder su sonrisa, Ragn susurró en voz baja, apenas audible entre el caos del puerto — Siempre es interesante cuando tú y yo nos encontramos, amigo.
El puerto estaba vivo con el bullicio de los mercaderes y el constante crujir de las cuerdas tensadas por las grúas. Los barcos atracaban y partían, y el aire olía a sal, hierro y especias. En el centro de todo, Ragn se erguía como una montaña viviente, eclipsando a todo aquel que pasaba cerca. Su silueta de siete metros era imposible de ignorar, un coloso vikingo con un brazo de metal forjado con runas que parecían pulsar con un tenue brillo azul. En una mesa improvisada hecha de tablones y barriles, Ragn revisaba mercancías. Su mano metálica levantaba barriles llenos de salmuera con una facilidad insultante, mientras su mano humana examinaba con precisión pieles, armas y joyas. Los comerciantes, pequeños como gorriones a su lado, observaban con nerviosa fascinación cómo el gigante asentía con aprobación o apartaba algo con un leve gesto. A su alrededor, los rumores se arremolinaban como el viento. — Dicen que ese brazo puede triturar un mástil como si fuera una rama seca — Comentó un pescador. Otro respondió — Y que llegó aquí solo, remando desde las tierras heladas del norte, con un barco destrozado y la marea como aliada— Un grupo de niños se asomó entre las cajas para observarlo mejor. Ragn, sin mirarlos, dejó caer una moneda dorada al suelo, haciéndola girar y brillar bajo el sol. Los niños, cautelosos pero curiosos, corrieron a recogerla mientras él seguía negociando, indiferente. Cuando todo estuvo acordado, Ragn cargó su botín en un carromato que parecía pequeño a su lado. Las ruedas chirriaron bajo el peso, pero él lo empujó como si fuera vacío. En el último momento, el titán alzó la vista hacia el horizonte donde un barco de velas negras se aproximaba lentamente al puerto. Una brisa helada lo alcanzó, y por un instante, el coloso pareció sonreír con la promesa de lo que vendría después.
El bullicio del puerto se detuvo un instante en la mente de Ragn cuando su ojo entrenado divisó una figura familiar entre la multitud: Panda, el mink de pelaje blanco y negro, sentado despreocupadamente en un puesto improvisado hecho de maderas viejas y lienzos coloridos. A diferencia del caos que lo rodeaba, el puesto de Panda emanaba un aura de calma y orden. Sobre la mesa estaban dispuestas pequeñas cajas llenas de especias raras, frutas exóticas y curiosos artefactos marinos. Ragn avanzó con pasos firmes, cada pisada haciendo vibrar las tablas del muelle bajo su peso. Los mercaderes se apartaban automáticamente, algunos murmurando asustados y otros admirando al titán vikingo. Su brazo de metal relucía con destellos azules bajo la luz del sol, como si sus runas reconocieran la energía que envolvía el lugar. Ragn se detuvo frente a él y observó la mercancía. Sin palabras, el vikingo alargó su mano humana hacia un pequeño frasco de vidrio lleno de polvo dorado. Panda asintió, como si entendiera perfectamente lo que Ragn buscaba, y sacó de debajo de la mesa una caja negra con bordes de bronce. La colocó sobre la mesa con cuidado.
Sin perder su sonrisa, Ragn susurró en voz baja, apenas audible entre el caos del puerto — Siempre es interesante cuando tú y yo nos encontramos, amigo.