Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Común] Rompiendo el Hielo [con SilverD. Syxel]
Ubben Sangrenegra
Loki
12 de Invierno de 724
Skjöldheim
Northblue

El duro invierno de Skjöldheim no era para cualquiera. Las temperaturas heladas azotaban la ciudad sin piedad, convirtiendo las calles en un desafío para aquellos que no estaban acostumbrados a la crudeza del clima. Los visitantes, poco habituados al gélido abrazo del viento y hielo, evitaban salir durante la noche y, al hacerlo de día, se enfundaban en múltiples capas de ropas pesadas, cubriendo sus rostros con bufandas y sus manos con gruesos guantes de lana. Caminaban encorvados, luchando contra el soplo cortante del invierno, maldiciendo entre dientes su mala suerte por haber terminado en un lugar tan inhóspito.

Para el bribón de ojos dorados, sin embargo, esto era un mero respiro de la brisa habitual de su tierra natal. Sköldheim había sido su cuna, el lugar donde aprendió a sobrevivir y donde la escarcha se convirtió en su aliada, no en su enemiga. A pesar de los largos años que pasó lejos de la isla, su cuerpo aún conservaba la resistencia al frío, y no tenía necesidad de acobardarse bajo capas innecesarias de abrigo como los forasteros. El aburrimiento comenzaba a carcomerlo. Akari dormía profundamente en la posada. Asradi estaba metida en sus propios asuntos. Ragn, por otro lado, estaba ocupado tratando temas familiares con su hermana, y Airgid... bueno, no tenía la menor idea de qué estaba haciendo, lo cual tampoco le preocupaba demasiado, la rubia sabía defenderse. Umi no estaba a la vista, quizá estaba en algo junto a Sasurai. 

No había nada que lo retuviera en su habitación, así que el peliblanco decidió buscar entretenimiento en un lugar donde pudiera saciar su sed y matar el tiempo. No iría a cualquier taberna, por supuesto. No era tan estúpido como para perderse en un antro cualquiera donde los forasteros se ahogaban en alcohol barato y provocaban broncas sin sentido. Él tenía un sitio de confianza, uno donde siempre tenía un espacio reservado, un refugio entre las sombras de la clandestinidad... el "Barfrost". El local pertenecía a Heimdall, la Broker que lo había introducido en los bajos fondos y que, hasta el momento, lo mantenía bajo su alero, cuidándolo como si fuera su pieza favorita de un juego que solo ella conocía en su totalidad. Ubben le había demostrado su valía, y por ello le permitía ciertos privilegios que pocos podían darse el lujo de disfrutar.

Atravesó la puerta, lo hizo con la naturalidad de quien entra en su propia casa. El aire cálido y cargado de humo de tabaco lo envolvió de inmediato, contrastando con el frío que aún se aferraba a sus ropas. Un par de lugareños lo saludaron con inclinaciones de cabeza, pero el bribón ni se molestó en devolverles el gesto. Sus ojos dorados recorrieron el lugar con calma, analizándo cualquier posible amenaza o, al menos, a cualquier oportunidad interesante. —Sif, necesito una mesa tranquila— murmuró con naturalidad a la mesera que se acercó a recibirlo.

Sif no era una simple camarera; era también una de las piezas de Heimdall en el bar, alguien que conocía el juego y lo jugaba bien. Asintió sin hacer preguntas y lo guió hacia un rincón apartado del local, en una zona ligeramente elevada, donde la iluminación tenue ofrecía un ambiente de discreción. Una especie de sección VIP, exclusiva para aquellos que sabían moverse en los círculos adecuados. Ubben no desaprovechó la comodidad del lugar y se dejó caer en el asiento con un suspiro de satisfacción. —¿Todo en orden, chica?— preguntó sin levantar la voz, pero con ese aire de camaradería que rara vez mostraba con el resto de la servidumbre.

Sif le respondió con un leve ademán, indicando que todo estaba bajo control. Con eso le bastaba al bribón. No tenía interés en problemas innecesarios esa noche. —Entonces tomaré un ron. Dos hielos. Y deja la botella, por favor.— Su tono era más relajado de lo usual. Con Sif había compartido más de una fechoría en el pasado, robos, engaños, huidas bien planeadas. Poco después, la muchacha volvió con la botella y un vaso con dos cubos de hielo. Ubben deslizó el dinero sobre la mesa, pagándole por adelantado, y acto seguido encendió un cigarrillo tranquilamente, y  ofreció otro a Sif sin decir palabra, y la mujer lo tomó con una sonrisa ladina, encendiéndolo con un leve movimiento de muñeca. Compartieron un breve momento de humo y complicidad antes de que la mesera se alejara a seguir con su trabajo.

Ubben, por su parte, se tomó su tiempo para observar el panorama. Dio una larga calada al cigarrillo y dejó que el humo escapara lentamente de sus labios antes de llevarse el vaso de ron a la boca. El licor ardió en su garganta de una forma agradable, caldeando su cuerpo desde dentro. La taberna estaba en calma, por ahora. Se permitió disfrutar del momento... después de todo, nada se mantiene tan calmo por mucho, ¿no?
#1
Silver D. Syxel
-
Skjoldheim
Día 12, Invierno del año 724

El viento de Skjöldheim no tenía misericordia para los forasteros. Su helado filo se colaba entre las capas de abrigo como si quisiera reclamar el calor robado a la isla. Silver, sin embargo, estaba ya más que acostumbrado a moverse entre climas hostiles. El frío del North Blue era un adversario implacable, pero no invencible. Cada isla tenía sus reglas, y para un navegante como él, adaptarse era parte del oficio.

Su estancia en Skjöldheim había sido relativamente discreta, algo raro en él. Pero los meses recientes le habían enseñado que la notoriedad no siempre jugaba a su favor en los negocios. No cuando su cabeza tenía un precio y los ojos avizores de cazadores y oportunistas acechaban en cada puerto. Aquí, su reputación no era lo bastante fuerte como para abrir puertas por sí sola, pero en ciertos círculos... su nombre ya había comenzado a resonar.

Ubben era una de esas puertas. Un comerciante, un bribón, un hombre que sabía moverse entre sombras sin dejar rastros. Syxel había tenido ya algún trato previo con él, breve, pero suficiente para saber que podía ser un socio interesante. Aún no confiaba en él, claro, pero en los negocios la confianza era un lujo innecesario. Lo único que importaba eran los términos y el beneficio.

Con las manos en los bolsillos de su chaqueta y la bufanda oscura cubriéndole parte del rostro, el capitán caminó con paso firme por las calles del poblado hasta alcanzar su destino. El Barfrost. Un lugar que olía a intriga y negocios turbios, pero que tenía su propio código. Eso le bastaba.

Atravesó las puertas sin prisa, permitiendo que el cambio de temperatura golpeara su cuerpo antes de moverse con la familiaridad de quien ya conoce el terreno. Sus ojos recorrieron el local con la misma calma calculada de siempre. Lugares como este eran un tablero de ajedrez: cada pieza tenía su función, cada movimiento un significado.

No tardó en encontrar a Ubben. El bribón ocupaba una mesa apartada, disfrutando de una botella de ron y un cigarro en mano. No parecía esperar compañía, pero Silver tampoco era de los que pedían permiso. Se acercó con la misma tranquilidad con la que había entrado, apartando una silla y dejándose caer en ella sin ceremonia, apoyando un codo sobre la mesa y una sonrisa ladina en los labios.

¿Te gusta beber solo o esperabas compañía? —inquirió con su tono usual, ese que flotaba entre la burla y el descaro, aunque su mirada se mantenía afilada, evaluando la reacción del otro.

No había necesidad de rodeos. Si Ubben tenía algo que ofrecerle, lo escucharía. Si no, al menos la bebida no se desperdiciaría.



Resumen
#2
Umibozu
El Naufragio
12 de invierno del año 724,
Isla Skjöldheim,
North Blue

El clima de la isla no era apto para cualquiera. Las bajas temperaturas y los gélidos vientos eran muy similares a los ambientes profundos y abisales a los que pertenecía y que me habían visto crecer. Debía admitir que si bien distaba mucho de ser igual, sí me encontraba ligeramente más cómodo que en otros lugares de la superficie. Para cualquier humano promedio aquel ambiente sería devastador y tendría que recurrir a una interminable e incómoda serie de capas protectoras, como si fueran una vulgar cebolla. Tal no era mi caso, pues podía resistir sin problemas sin más protección que mis escamas el azote del frío y del viento. Me iba a costar admitirlo, pero hacía tiempo que no me sentía tan a gusto en un lugar en la superficie.

Voy a enseñarle los mapas a Ubben. Seguro que le serán de utilidad.

El pequeño Timsy puso rumbo a donde fuera que estuviera el bribón de ojos dorados. No pude evitar sonreír al recordar el incidente con su salmón. No me preocupaba la integridad de mi hermano pequeño, se las había sabido apañar durante muchos años sin mí, sabría como apañárselas con Ubben durante un rato, aunque intuía que no sería una simpatía desbordante lo que sentiría por él. Me limité a seguirlo o, más bien, a transportarlo, pues lo llevaba sobre mi lomo. Avanzaba pesadamente a cuatro patas, como si fuera una bestia domesticada por un renacuajo. La escena debía ser esperpéntica para todos aquellos que nos vieran de cerca o pudieran reparar en Timsy, si es que alguien llegaba a hacerlo.

Nuestra particular habilidad nos daba una perspectiva y oportunidad privilegiada a la hora de trazar mapas indicando las corrientes marinas, muy superior a la de cualquier humano. Podíamos introducirnos en ellas sin problemas y conocer detalles que para otros pasarían desapercibidos: fauna, flora y un sinfín más de detalles como las dimensiones o la fuerza de las mismas.

¡Ah, aquí estás! Mira estos mapas, ¿qué te parecen? — comentó Timsy al ver al revolucionario prófugo de la justicia. Mientras tanto esperé a las afueras de la ciudad, tumbado boca arriba sobre la nieve, encendiéndome mi pipa de hueso de ave para fumar tranquilamente sin más compañía que mis propios pensamientos y la soledad.

Resumen

Invasión

#3
Ubben Sangrenegra
Loki
Vaya, vaya... si mis ojos no me engañan, ese es el mercader de la otra vez, ¿no?— pensó el bribón de ojos dorados al ver a Syxel cruzar la puerta del bar. No solía olvidar rostros ni nombres; cada persona que conocía podía ser un recurso útil en el futuro. Su memoria no era un simple capricho, sino una herramienta de supervivencia. La sorpresa vino cuando el mercader le encontró con la mirada y se acercó hasta la mesa, tomando asiento directamente frente a él sin siquiera pedir permiso. Ubben arqueó una ceja, divertido por la osadía.

Estaba esperando a alguien... y por lo visto, llegó temprano.— Mintió con total soltura, mientras esbozaba una leve sonrisa. No había dudas de que Syxel le recordaba, o que directamente necesitaba algo de él. —¿O esperabas que pasase por alto a un Supernova en mi hogar?— agregó en un susurro disimulado, lo suficiente para que solo Syxel le escuchase, mientras sacaba un cigarro y se lo ofrecía con un gesto relajado. Tomó su propio cigarro y dió una larga calada, observando al mercader con curiosidad. —¿Ron? ¿O quizá una cerveza?— preguntó con aire despreocupado, dejando que el humo escapara lentamente de sus labios.

No te voy a mentir, me sorprendió ver el precio por tu cabeza tiempo después de haber hecho tratos contigo...— comentó con un tono ligero, sin rastros de juicio en su voz. No era ni la primera ni la última vez que alguien con quien había cruzado caminos terminaba con una recompensa colgando de su nombre. Lo importante era saber cómo jugar con esa información. Con un leve movimiento de la cabeza, le indicó a Sif que cerrara las puertas del local. La camarera, sin hacer preguntas, se dirigió hacia la entrada. Después de todo, ya había dos cabezas lo suficientemente valiosas en el establecimiento como para que cualquier intruso con delirios de grandeza intentara jugarse una carta peligrosa.

No te preocupes, es solo para que nadie nos interrumpa.— le aseguró a Syxel con un tono casual, justo cuando el crujido de la puerta al abrirse interrumpió el ambiente controlado que había intentado establecer. Por un instante, el peliblanco se tensó. Su mente trabajó rápido, considerando la posibilidad de que alguien hubiera seguido al Supernova. Si ese era el caso, las opciones eran claras... luchar o escapar. Sin embargo, su cuerpo se relajó en cuanto reconoció al recién llegado.

Timsy, el hermano de Umibozu, cruzó el umbral con una gran cantidad de papeles bajo el brazo. Su presencia era inesperada, pero lo que más intrigó a Ubben fue la forma en que avanzaba directo hacia él. El bribón apenas tuvo tiempo de apartar su vaso y la botella de ron antes de que la mesa quedara cubierta de mapas.  —¿Mapas de la Gran Línea?— Preguntó, entrecerrando los ojos mientras pasaba los dedos por los pergaminos. No era cosa menor. Pocos de esos documentos circulaban por los mares cardinales, y los que lo hacían solían ser valiosos.

Ubben dejó su cigarro en el borde del cenicero y tomó uno de los mapas, desdoblándolo con cuidado. Su dorados ojos recorrieron cada línea del mapa lentamente, analizandolo y estudiandolo de forma superficial. —Están bastante bien...— dijo finalmente, sin apartar la vista de los detalles. —¿De dónde los sacaste?— No era precisamente fácil hacerse con información de ese estilo en los mares cardinales. —Rutas, tiempos de calibración del Log Pose, corrientes marinas...— enumeró en voz baja, asimilando la magnitud de lo que tenía frente a él. Finalmente, una sonrisa ladina se dibujó en su rostro. Levantó la vista hacia Timsy y soltó riendo —Maldita sea, Timsy, esto vale oro.
#4


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