¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
[Diario] [D - Pasado] Promesa cumplida
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Hace diez años... en Isla Dawn

Era la primera vez de Airgid fuera de Isla Kilombo. Había viajado con un par de amigos suyos, de polizón dentro de un barco de mercancías, no con fines lúdicos si no con una misión en mente; seguir aprendiendo y expandiendo sus conocimientos en mecánica e ingeniería. Hacía un año que conoció a Alzeid también, un joven de pelos rosados, ligeramente mayor que ella, con el que conectó extraña pero rápidamente. Aunque cada uno estuviera interesado en una rama diferente del aprendizaje, les unía esas ganas por experimentar e investigar, tanto que pasaron horas hablando de ese tema. Cuando se enteró que Alzeid próximamente abandonaría la isla en busca de seguir ampliando su investigación, la joven rubia sintió una ligera envidia interior por no poder hacer lo mismo. ¿Y por qué no? Aún le quedaban muchos asuntos pendientes en aquella isla, por no mencionar que toda su familia -sus amigos- se encontraban allí y que la necesitaban. Así que en lugar de simplemente abandonarles y echarse a la mar, propuso una pequeña excursión, una expedición, no por un motivo vacacional si no para volverse aún mejor.

En Isla Dawn había comenzado a aflorar mucha industria, así que Airgid llegó a la conclusión de que sería un buen lugar en el que comenzar su propia investigación. Quizás, con un poco de suerte, podría encontrar algún maestro que la acogiera durante unas semanas como aprendiz. O en su defecto, podría hacerse con algunos libros para poder aprender ella misma de forma más autodidacta, seguro que allí había mucha más información y conocimiento que en su isla natal, solo tendría que rebuscar un poco.

Tenía quince años, y en aquella época Airgid estaba bastante más escuálida que en la actualidad, no había empezado aún a ponerse fuerte y aunque tampoco fuera tan alta, ya le sacaba unos cuantos centímetros de altura a la mayoría de las chicas de su edad. Vestía de forma desaliñada por inercia, intentó arreglarse un poco en vista de visitar una isla nueva y causar una buena impresión, pero la verdad es que Airgid no tenía mucha ropa de gala. Lo máximo era una chaqueta de cuero negra casi nueva y unos pantalones vaqueros no del roto rotos. Sin olvidarse de sus queridas gafas de aviador, obviamente. Pues con esas pintas, la rubia se fue paseando de tienda en tienda, de fábrica en fábrica, preguntando amablemente si aceptaban a aprendices con muchas ganas de aprender y sin pretensión de cobrar un solo berri. Pero parece que ni aún así querían la presencia de una absoluta novata, que acarrearía más problemas que soluciones, más dolores de cabeza que beneficios. Al final consistía en estar pendiente de que una chiquilla que solo había fabricado cosas por su cuenta y de forma muy rudimentaria no se cargase todo un taller. Puede que fuera comprensible, pero... jodía igualmente.

Era por la tarde, Airgid llevaba todo el día separada de su grupo, ocupados con otras cosas más importantes que su bajón por resultar una inútil. Sentada en el bordillo de la calle a la salida de una de las fábricas de metalurgia en la que se había interesado, se quedó observando cómo se ponía el sol mientras los trabajadores terminaban su jornada. Resopló, le rugió la barriga, se mordió la lengua, estaba derrotada. Pero fue en ese momento cuando uno de los encargados chistó en su dirección, haciendo que la rubia se girase y al verle, saliera corriendo hacia él. La animó un poco, diciéndole que se trataba de un oficio difícil al que tenía que echarle muchas ganas y mucho sudor, y como disculpa por no haber podido aceptarla, le regaló un par de libros llenos de información y de planos de construcción. Era algo de nivel intermedio y le comentó su frustración por no haber podido encontrar algo más de principiante, pero Airgid no quería eso, no quería lo básico, buscaba un reto. La dificultad. Para eso había ido a Dawn.

Una vez con los planos en su poder y con muchas ideas nuevas en la cabeza, la siguiente parada de Airgid sería el vertedero de la isla. No era el lugar más elegante, pero ahí tiraban todos los días tantas cosas que aún podían ser útiles, tantos objetos a los que podía sacarle provecho si tenía un poco de maña e imaginación. Además, no tenía dinero para comprar los materiales. Así que comenzó a rebuscar entre la basura, una actividad en la que ya era no solo experta, es que podría sacarse una medalla olímpica en buscar cosas útiles de entre la mierda. Placas de metal, cableado funcional, tornillos. Airgid llevaba un buen cinturón de trabajo ceñido a las caderas con herramientas que había ido reuniendo a lo largo de su recorrido como inventora, así que por suerte la mayoría de sus necesidades se encontraban cubiertas. Solo necesitaba la materia prima. También sabía que otra opción sería robarla en caso de no encontrar suficiente, había tanta industria en la isla que ese tipo de materiales sobraban a patadas. Seguro que no echaban de menos una pequeña porción de la tarta.

Con unas cuantas cosas ya guardadas en la mochila, acabó adentrándose en una cabaña medio derruída y abandonada. Parecía ser el antiguo hogar de alguien, pero ya apenas había rastro de que nadie usara ese sitio para nada. Quizás podría usar algo del tejado, de las paredes, del suelo... espera, ese tablón está colocado un poco raro, ¿no? Airgid tuvo que hacer bastante fuerza para arrancar el tablón del suelo, revelando ante sus ojos un fondo oculto, una pequeña cámara donde se guardaba una caja cerrada con candado. La curiosidad era demasiado grande, y haciendo uso de su martillo acabó partiendo la cerradura y revelando del interior de aquella cajita lo que era, sin lugar a dudas, una fruta del diablo. Era fácil saberlo debido a su extraño color, forma y los dibujos de la piel. Aunque resultaba imposible intentar averiguar de cuál se trataba concretamente. La joven se quedó unos minutos completamente anonadada ante esa visión. ¿Qué probabilidades había de encontrar una fruta del diablo? ¿En un sitio como ese? La guardó rápidamente dentro de la caja de nuevo, luego de la caja a la mochila, y salió pitando del vertedero corriendo más rápido que nunca antes en su vida.

En el presente, hace unos dias...

Frente al acantilado del solitario faro de Rostock, una Airgid bastante más mayor que la niña que encontró una fruta por casualidad observaba como el sol se ponía por el horizonte marino. Sus cabellos largos y dorados bailaban a su alrededor mientras recordaba la promesa que se hizo a sí misma hacía ya diez años, que solo se comería aquella fruta del diablo cuando se hubiera decidido a abandonar Isla Kilombo. Nunca antes. Y ese día había llegado al fin.

Sacó la caja de su mochila, y luego la fruta de la caja. Era hermosa, tan misteriosa. Tantas noches se había visto tentada a romper su propia promesa solamente por acabar con esa tremenda intriga de descubrir que tipo de poder le concedería. Pero había aguantado. Y ahora estaba a punto de averiguarlo de verdad. La Airgid adolescente estaría orgullosa, seguramente. O puede que no. Nunca se sabía con esa chavala.

Finalmente le dio un bocado. Sabía fatal pero le dio igual, continuó comiéndosela hasta acabarla entera. Segundos de expectación. Minutos. ¿Debería sentirse diferente? ¿Cómo funcionaba eso de activar el poder de una fruta? ¿Y si se había equivocado? Las dudas la pusieron nerviosa enseguida, no notaba ningún cambio sustancial, ni físico, ni mental... No se sentía más poderosa. Aunque sí se sentía más... ¿afortunada? Era un sentimiento extraño, quizás se debía solo a una alucinación, a la sugestión, pero podía notar cómo algo había cambiado en su interior, aunque no fuera capaz de exteriorizarlo. Aún.
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