Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Diario] [Diario]El amo manda…
Shy
"Shy"
Cuando la tormenta arreciaba, Loguetown podía sentirse como un auténtico hogar, acogedor y cómodo, donde uno podía pasar la tarde en tranquilidad. Esto es, claro está, cuando uno se encuentra bajo una manta, con el cálido fuego del hogar caldeando la habitación y una calmante taza de té entre las manos. Para todos los demás, el plomizo cielo y la lluvia resultaban extenuantes y hasta deprimentes. Todos, tanto el vecino honesto como el criminal, buscaban refugio a la menor señal de que el tiempo empeoraría. Incluso con un lucrativo negocio –o fechoría- entre manos, era preferible esperar debajo de un techo, con el citado té y hogar.
Shy se había calado hasta los huesos, por su parte. Su kimono estaba empapado, y la humedad daba una textura bastante desagradable al tejido. Además, le estaban doliendo las rodillas. Por no hablar de lo apelmazado que sentía su cabello sobre su frente y rostro.
Había llovido de esa manera cuando Ame murió. Su sangre se diluía con los charcos que se empezaban a formar en la plaza. También llovió así el día de su funeral, y casi todas las jornadas que lo siguieron. De algún modo, para Shy la precipitación no había acabado desde entonces. No sentía que aquellas densas nubes grises se hubieran disipado en ningún momento desde aquel día.
El cazador de recompensas tocó en la puerta de aquel lúgubre local de los bajos fondos. Tocó la secuencia de golpes acordada, sin saltarse ni un compás, al ritmo indicado. Se preguntó si quizás se tendría que haber puesto a tocar música por un mendrugo de pan en la calle en lugar de dar palizas por dinero. Se encogió de hombros. Se habría empapado de todas formas.
Hendricks abrió la puerta. Era tan alto como él, pero bastante más corpulento, con dos puños del tamaño de cabezas. Había oído de qué era capaz, y había suspirado con alivio por no tenerlo en su contra. Pero, al igual que él, solo era un matón, al servicio de alguien que pagaba por su protección. Podía decirse, eso sí, que su contratista no le pagaba por sus sonrisas.
Esa persona estaba sentada detrás de su escritorio de caoba, hurgándose las uñas con un abrecartas y dando breves sorbos a una jarra de cerveza. Sus largos y dorados bigotes, así como sus mejillas sonrosadas y su enorme panza le daban un aire jovial que contrastaba con el de sus matones. Levantó la vista con desinterés cuando Shy pasó a la estancia.
-Ah, Shy –se hizo el sorprendido-. Pasa, pasa. Toma asiento.
El joven obedeció, y espero algunos segundos a que el tipo dejase de hacerse su particular manicura. Para ser una persona que negaba por activa y por pasiva ser un usurero, Geldhart no podía ocultarlo de peor manera. Pasó por su cabeza coronada por ralos cabellos rubios una mano llena de anillos antes de mirar a Shy a los ojos.
-Chico –carraspeó Geldhart-, te he hecho venir porque eres la persona adecuada para este trabajo…
“La más barata” pensó Shy.
-Alguien con un concepto de la discreción, hábil… Poco llamativo.
Shy percibió un gesto de irritación lanzado a la persona que estaba tras él. Si el matón respondió a esta mueca de algún modo, el joven no lo pudo ver. Pensó en la vida que podía haber llevado Hendricks y le surgió una punzada de empatía.
-¿Sus órdenes? –preguntó Shy, en un tono con el que intentaba, por todos los medios, reflejar una actitud servicial.
-Hay un tipo, Weisskopf –relató Geldhart-. Un auténtico capullo. Dicho con rápidez, ha tomado mi dinero y piensa marcharse con él.
“Que le sirva.”
-No se le puede permitir hacer eso–continuó el usurero-. Geldhart siempre recibe su pago, cueste lo que cueste.
Al adinerado prestamista le gustaba hablar en tercera persona de cuando en cuando. “Ah, vaya capullo” manifestaba Shy en su fuero interno.
-Buscará subirse de polizón en algún navío. Evidentemente, no debe llegar vivo al embarcadero, ¿entendido? Si luego quieres hacer que duerma con los peces… -hizo un gesto despectivo con la mano- Eso es cosa tuya. Pero recupera mi dinero. No me falles, mudito. Y ahora, vete a tomar por culo. Se nos acaba el tiempo.
***
El tipo no resultaba difícil de rastrear. Principalmente, porque no había mucha más gente en la calle. Además, era difícil de ignorar un tipo que se paseaba con un abrigo largo de un prístino blanco. Un par de preguntas aquí, alguna promesa de soborno allá, y una costosísima escalada a un tejado para obtener una mejor visión de sus alrededores, y no tardó en dar con la figura. Sus encomiables esfuerzos para pasar desapercibido, que incluían observar tras las esquinas antes de atravesar las calles y caminar pegado a las paredes, caían en saco roto por el único hecho de portar una prenda tan llamativa. “Un buen día para la moda, y uno nefasto para ti, Weisskopf” pensó Shy, sacando los emeici de sus anchas mangas.
La cara de sorpresa de aquel joven tipo al ver a Shy saltar desde un tejado hasta aterrizar justo frente a él debería haber quedado grabada. Ilustrada, incluso. Un tipo apuesto y pícaro que lucía una vistosa cicatriz en la mejilla, con los ojos como platos y la mandíbula desencajada.
El cazador, poco dado a los discursos antes de la refriega, cargó contra Weisskopf. Su velocidad sorprendió al truhán, que esquivó a duras penas los ataques de sendos emeici y una brutal patada antes de emprender una huida a toda velocidad. Shy pretendió perseguirle, pero sus pasos pronto se vieron interrumpidos por un atroz resbalón que le hizo caer pesadamente sobre sus lumbares, lo que causó que el exmarine mascullase una maldición.
Después de retorcerse unos instantes en el suelo, por el dolor, trató de incorporarse, dándose cuenta de que Weisskopf había sacado una pistola de chispa. Shy pensó en una forma creativa de deshacerse de aquel problema, que podía salir o muy bien, o muy mal.
“Bueno, a la mierda.”
Shy arrojó la aguja de combate hacia el cañón de la pistola de Weisskopf. Justo se introdujo en el orificio al mismo tiempo que el astuto criminal apretaba el gatillo. Shy se perdió bastante de lo que sucedió después, culpa de un parpadeo inoportuno, pero pudo observar que, tras entrar en combustión el arma de aquel tipo, su propia aguja se dirigía contra su hombro izquierdo, atravesándolo con un gran dolor. La herida comenzó a sangrar profusamente, y los segundos perdidos por Shy mirándose la herida y aullando del daño fueron bien utilizados por Weisskopf para poner tierra de por medio.
Decidido a no dejar su recompensa escaparse, Shy se levantó y dio un par de pasos dubitativos, hasta darse cuenta de dónde entraba Weisskopf. La lonja. Pensó en un millar de pescadores refugiados ahí, por la lluvia. También pensó en la estampida de gente que acabó con la vida de Ame.
“Yo por ahí no paso.”
Shy se dio la vuelta, derrotado.
***
-Eres un jodido inútil –suspiró Geldhart- ¿De verdad te pago? Porque no debería.
Shy miraba a Geldhart. En realidad, observaba la pared detrás de él. Había un cierto grado de vergüenza en estar escuchando aquella reprimenda, con su edad.
-Por última puta vez –decía el prestamista, sin escatimar en aspavientos-. Estas putas agujas son para apuñalar. Nada de lanzarlas. Deja de fliparte, cojones.
El tipo mascullaba incoherencias e insultos entre consejos de validez variable. Ese último, por ejemplo, acompañaría a Shy el resto de su vida. Apenas había practicado con los emeici dos semanas, y su único tutor era un ajado manual de uso para turistas de la Villa Shimotsuki.
El usurero gruñó, antes de escarbar en uno de sus cajones. Sacó lo que parecía un extraño fruto.
-Esto es una Fruta del Diablo. La Doa Doa no Mi, para ser precisos. Tendría que darte una hostia en lugar de un premio, pero aquí estamos. Ese dinero me importa más que la puta fruta.
-¿Usted no…? –preguntó Shy.
-Acabo de gastarme una cantidad obscena de berries en una piscina –respondió Geldhart-. Baldosas de mármol negro, escaleras de metal dorado. Prefiero quitarme esa fruta de la vista, antes de comérmela y olvidarme de que lo hice justo cuando estoy entrando en la piscina. Eso le alegraría el día a mi mujer, desde luego. Anda, cómete la jodida fruta.
Shy dudó un segundo. Pensó en que Ame no habría dudado ni un segundo en decir que sí. Aunque obtuviera un poder estúpido, la experiencia le habría hecho reír el resto de sus días. “Bueno, por ella”, pensó antes de dar un mordisco. Aquello casi le provocó el vómito, y todos sus intentos por ser disciplinado y educado casi se desvanecieron. Puso una mueca de asco, lo que le hacía tener una mayor expresión facial que la mayor parte del tiempo.
-Ea, ea –decía Geldhart-. Trágate eso, que no debe estar tan mala.
Shy tragó saliva, sintiendo como sus ojos lagrimeaban.
-Bueno, ya está hecho –decía el usurero-. Ahora tómate un vaso de leche de mi parte, y ve a por mi puto dinero, ¿entendido? No me falles esta vez.
Shy asintió. No sentía ningún cambio de primeras. Solo pudo pensar que, como tantas otras veces, era esclavo de sus circunstancias. La vida seguía, y él no manejaba el timón. Su próximo destino ya había sido escogido.
Seguía lloviendo a mares. Seguiría lloviendo así durante semanas.

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