Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Diario] Noches de juerga
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
Ambiente del Bar

El sol comenzaba a desvanecerse en el horizonte, pintando el cielo sobre Villa Shimotsuki con una mezcla de cálidos tonos anaranjados y rosas. La actividad bulliciosa de la isla se desvanecía lentamente mientras la noche se asentaba, dando lugar a un aire de tranquilidad. Ubben recorría las calles de la villa, la frustración marcando sus rasgos mientras exploraba las últimas calles en busca de un maestro de Senbon que pudiera perfeccionar su técnica con las agujas ninja. Sin embargo, el segundo día en la isla había terminado sin que encontrara a alguien que cumpliera con sus expectativas.

Las estrechas callejuelas estaban adornadas con pequeños comercios y puestos callejeros, la mayoría de los cuales estaban cerrando sus puertas o guardando sus mercancías para la noche. Ubben avanzaba con pasos cansados y sus ojos dorados, reflejo de una mente inquieta, opacos con un matiz de desilusión, aunque no dejaban de estar alerta a cualquier oportunidad que pudiera surgir. La frustración era palpable, pero sabía que solo era el segundo día en Shimotsuki y que aún tenía tiempo para encontrar lo que buscaba. La paciencia era una virtud que había aprendido a valorar, y no permitiría que un pequeño contratiempo desmoronara su espíritu. Con un suspiro resignado, el bribón de ojos dorados decidió que era momento de relajarse y distraer su mente. Se dirigió hacia un bar local, un lugar modesto pero acogedor que prometía ofrecer una noche de distracción. La entrada de madera crujió al abrirse, y un aroma a tabaco y licor se mezcló con el aire fresco de la noche. Ubben se deslizó en el interior, sus ojos escudriñando el lugar en busca de un rincón adecuado.

El bar estaba iluminado por una luz tenue que creaba un ambiente cálido y relajado. Las mesas de madera, desgastadas por el uso, estaban ocupadas por una variedad de clientes locales que conversaban animadamente mientras disfrutaban de sus bebidas. La suave música de un piano, tocada por un hombre en una esquina del bar, proporcionaba un telón de fondo encantador. Ubben se acercó a la barra y pidió una copa, esperando aquella negra cerveza, de sabor amargo y potente, rogando ésta pudiera aliviar la tensión acumulada durante el día. 

Mientras el camarero le servía la bebida, Ubben observó a los demás clientes con una mirada calculadora. La frustración de la búsqueda comenzaba a disiparse, reemplazada por un curioso interés en las personas que le rodeaban. A veces, los lugares más inusuales ofrecían las mejores oportunidades para encontrar información o simplemente una distracción agradable. Sus ojos recorrían el bar, buscando algo o alguien que pudiera captar su atención. La realidad del lugar ofrecía una mezcla de posibilidades; desde una conversación interesante hasta una noche llena de sorpresas inesperadas. Ubben se acomodó en un taburete cerca de la barra, dando un sorbo a su bebida mientras observaba el ambiente a su alrededor. A pesar de que su mente seguía ocupada con la búsqueda del maestro, su carácter juguetón y su habilidad para adaptarse a nuevas situaciones comenzaron a aflorar. Permitió que la música y el ambiente del bar lo envolvieran, disfrutando del momento mientras el calor del licor comenzaba a relajar sus tensiones y a despertar un deseo de interacción.

De repente, una risa contagiosa captó su atención. En una mesa cercana, un grupo de locales se reía animadamente mientras jugaban a un juego de dados. El tono festivo y las expresiones alegres contrastaban con la frustración que había sentido durante el día. Ubben observó el grupo con interés, evaluando si sería una buena idea unirse a ellos o si tal vez debía seguir buscando una compañía más interesante. —¿Y qué es lo que parece tan divertido por aquí? —preguntó Ubben con una sonrisa mientras se acercaba a la mesa del grupo. Su tono era casual, pero sus ojos dorados brillaban con curiosidad.

Uno de los jugadores, un hombre robusto con una barba tupida, levantó la vista y le sonrió ampliamente. —¡Ah, un forastero! Ven, únete a nosotros. Estamos celebrando una victorio, Galia acaba de ganar un duelo de esgrima. ¿Tienes ganas de probar tu suerte en los dados?— Era obvio que el bribón de blancos cabellos no era del lugar, sus vestimentas desentonaban y eran demasiado llamativas en comparación a la de los locales. Ubben se rió suavemente, aceptando la invitación con un gesto de la mano. —¿Por qué no? Tal vez esta noche me traiga suerte después de todo.— Se unió al grupo, compartiendo risas y charlas mientras se sumergía en el juego. La combinación de la bebida y el ambiente festivo ayudaban a disipar su frustración.

Conforme el juego de dados avanzaba, Ubben comenzaba a notar un patrón en los movimientos de sus oponentes. Sus ojos dorados observaban cada gesto y cada mirada, buscando indicios de nerviosismo o de confianza desmesurada. La habilidad de Ubben para leer a las personas, cultivada a lo largo de años de persecuciones y fugas, le permitía anticipar los movimientos de los demás con una precisión casi quirúrgica. Aprovechando un momento de distracción general cuando uno de los jugadores dejó caer su bebida al suelo, Ubben deslizó una de sus propias monedas en el fondo del vaso de dados, agregando un peso imperceptible que alteraría el resultado del próximo lanzamiento.

Parece que la suerte finalmente está de mi lado, ¿eh?— comentó Ubben con una sonrisa ladina mientras lanzaba los dados. Los dados rodaron suavemente sobre la mesa, deteniéndose en una combinación que le otorgaba la victoria una vez más. Las risas y los comentarios jocosos del grupo enmascararon la pequeña trampa, y el hombre de la barba tupida soltó una carcajada mientras le daba una palmada en la espalda. —¡Tienes el toque, amigo!— exclamó entre risas, sin sospechar ni por un momento que Ubben estaba manipulando sutilmente el juego a su favor. La noche continuó con Ubben ganando de forma disimulada, cada victoria incrementando su bolsa de monedas y su satisfacción personal. 

Ubben seguía ganando de forma disimulada, pero cada vez que le tocaba lanzar los dados, aprovechaba la confusión y las risas para cambiarlos rápidamente por un par de dados cargados que había guardado en su chaqueta, además de aumentar el peso del vaso utilizando una moneda. Era un truco que había aprendido hacía tiempo y que había perfeccionado con el mismo cuidado y dedicación que ponía en su técnica con las agujas. —¡Otra vez, chicos! ¡Parece que la suerte está de mi lado! — anunció con una sonrisa amplia, recogiendo las monedas que había ganado. Su voz tenía un tono de falsa modestia que apenas lograba contener su satisfacción, pues su ego no le permitía guardar silencio... necesitaba pavonearse. 

Sin embargo, no todos en la mesa estaban convencidos de su racha de suerte. El hombre de la barba tupida frunció el ceño, observando los dados con sospecha. —Un momento...— murmuró, tomando uno de los dados y girándolo en su mano. Lo miró más de cerca, sus ojos entrecerrándose. Ubben sintió que su corazón latía más rápido, pero mantuvo su sonrisa y su postura relajada, tomando un trago largo de su bebida para parecer despreocupado. Sin embargo, cuando el hombre lanzó el dado de nuevo y vio que siempre caía en el mismo número, su expresión cambió a una de completa furia. —¡Eres un tramposo!— gritó el hombre, lanzando el dado cargado contra Ubben. La ficha golpeó su pecho antes de caer al suelo, y en un instante, el ambiente festivo del bar se transformó en tensión palpable. Otros jugadores se levantaron de sus sillas, algunos más molestos que otros, mientras los murmullos de desaprobación crecían alrededor de la mesa.

Ubben se puso de pie de un salto, su rostro pasando de la sorpresa a una sonrisa desafiante. —Vamos, chicos, no es para tanto. Solo un poco de diversión, ¿no?— intentó calmar los ánimos, pero el hombre de la barba no estaba dispuesto a dejarlo pasar. —¡Así que te gusta jugar sucio! —gritó mientras se abalanzaba sobre él. Ubben, con su agilidad característica, esquivó el primer golpe y dejó caer la mesa de un empujón, usando el mobiliario como una barrera improvisada. Sin embargo, otros ya se habían lanzado hacia él, y en cuestión de segundos, el bar entero se había sumido en un caos de puñetazos, empujones y gritos.

¡Perfecto, justo lo que necesitaba!— pensó Ubben mientras lanzaba un par de golpes precisos para abrirse paso entre la multitud. Aunque prefería evitar los conflictos directos, su habilidad para adaptarse a cualquier situación le permitía encontrar una salida incluso en medio de una pelea. Entre el tumulto, su mirada se dirigió hacia la puerta, calculando la mejor manera de escapar antes de que la situación se volviera aún más peligrosa, sin embargo no había ruta facil hasta la misma. Ubben esquivó golpes con la agilidad de un gato, moviéndose entre los puñetazos y empujones que llovían a su alrededor. Aprovechando la confusión, tomó una silla y la lanzó hacia un par de hombres que intentaban alcanzarlo, creando una breve distracción que le dio el tiempo suficiente para girar hacia la ventana más cercana. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia ella y, con un salto potente, rompió el vidrio en mil pedazos, dejando atrás los gritos de indignación y el caos que él mismo había desatado en el bar.

El frío aire nocturno lo golpeó en la cara al caer al otro lado, y sin detenerse a comprobar si alguien lo seguía, Ubben se lanzó a correr por los estrechos callejones de la isla. Con cada paso, sentía la adrenalina correr por sus venas, manteniendo sus sentidos alertas mientras escuchaba el eco de sus propios pasos resonar contra las paredes de piedra. Tomó giros rápidos y complicados, perdiéndose en el laberinto de pasajes oscuros y sinuosos que había marcado durante su primer día de estancia en Shimotsuki, como siempre hacía al llegar a una isla. Tras varios minutos de carrera frenética, cuando el sonido de las voces furiosas y los pasos apresurados de sus perseguidores se desvaneció en la distancia, Ubben finalmente se permitió reducir la velocidad. Su respiración era pesada, y el corazón le latía con fuerza, pero una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios. —Nada mal para una noche de diversión— pensó, mientras reía por cómo había pasado de una simple búsqueda de un maestro a provocar un alboroto en el bar.

Finalmente, al sentirse seguro de que había dejado atrás a cualquiera que pudiera estar siguiéndolo, Ubben se detuvo en un callejón más amplio, apoyándose contra la pared para recuperar el aliento. Después de unos momentos, se enderezó, echando un último vistazo a su alrededor antes de decidir que era momento de regresar a la posada donde se estaba hospedando.
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