Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[C-Pasado] Días Tranquilos
Muken
Veritas
Muken se despertó al primer atisbo de luz. Su cabaña, hecha de troncos y ramas entrelazadas, se mecía suavemente con el viento matutino. El bosque, su hogar desde siempre, lo esperaba afuera. Se vistió con rapidez, ajustando las correas de su mochila y empuñando su viejo rifle, un compañero leal a través de innumerables jornadas de caza. Muken conocía cada rincón de aquel extenso bosque. Podía distinguir las huellas de un zorro de las de un lobo solo con una mirada. Su oído, agudizado por años de práctica, captaba el más leve crujido de una rama o el lejano aullido de un coyote.

La caza para Muken no era solo una necesidad, sino una forma de vida. Con cada animal que abatía, sentía una profunda conexión con el ciclo de la vida y la muerte. Respetaba a sus presas y solo cazaba lo necesario para alimentar a su familia. Hoy, la suerte parecía estar de su lado. Tras horas de búsqueda, divisó un ciervo pastando en un claro soleado. Con un movimiento rápido y preciso, apuntó y disparó. El animal cayó sin hacer ruido, y Muken se acercó a él con reverencia.

Antes de llevarse el ciervo, Muken se tomó un momento para agradecer a la naturaleza por el regalo. Luego, con cuidado, lo cargó sobre sus hombros y emprendió el camino de regreso a su cabaña. Al llegar a casa, su abuelo lo esperaba con una sonrisa. Juntos, desollaron al ciervo y prepararon una suculenta comida. Esa noche, alrededor del fuego, el abuelo compartió con su nieto las historias de sus días como marinero, transmitiendo así su conocimiento sobre el mundo.

-Muken, ¿quieres que te cuente una historia de cuando era un joven marino como tú? Éramos tiempos de grandes barcos de madera, de velas hinchadas por el viento y de marineros que buscaban su fortuna en los océanos.


Un día, nuestro barco se encontró con una tormenta feroz. Las olas se levantaban como montañas, y el viento aullaba como un lobo hambriento. El barco se balanceaba de un lado a otro, y muchos marineros temían por sus vidas. Pero yo, con mi corazón lleno de valor, me aferré al mástil y miré al horizonte.

Cuando la tormenta comenzó a calmarse, vimos a lo lejos un barco pirata. Era una nave negra y siniestra, con una calavera ondeando en el viento. Los piratas, hombres duros y sin escrúpulos, nos atacaron con sus cañones. La batalla fue feroz, y muchos de nuestros compañeros cayeron.

Pero yo no me rendí. Con mi espada en mano, me lancé al abordaje. Los piratas eran numerosos y fuertes, pero yo era más rápido y más ágil. Luché con ellos durante horas, hasta que finalmente logré derribar a su capitán. Los demás piratas, al ver a su líder caído, huyeron despavoridos.

Habíamos ganado la batalla, pero la tormenta había dañado nuestro barco. Tuvimos que navegar durante días hasta encontrar un puerto seguro. Cuando finalmente llegamos a tierra firme, fuimos recibidos como héroes. Y yo, el joven marino que había derrotado al pirata, me convertí en una leyenda. 

Muken, recuerda que el mar es un lugar hermoso, pero también puede ser muy peligroso. Debes respetar su fuerza y su poder. Y siempre debes ser valiente y decidido, como lo fui yo aquel día. -

Muken emocionado por la historia de su abuelo no esperaba mas por salir de viaje y tener sus propias historias pero para eso todavia faltaba.
#1
Muken
Veritas
El sol comenzaba a calentar la piel de Muken mientras afilaba su cuchillo sobre una piedra. El metal chispeaba y el olor a hierro llenaba el aire. Con cada pasada, el filo se volvía más afilado, listo para cortar la carne del ciervo. Al acercarse al animal, sintió una mezcla de respeto y gratitud. Con movimientos suaves y precisos, comenzó a separar la piel del cuerpo, revelando la musculatura rojiza. Mientras trabajaba, pensaba en la vida que había albergado aquel cuerpo y en la importancia de aprovechar al máximo cada parte del animal.

Muken, con la destreza de años de experiencia, trabajaba con rapidez y precisión. Justo cuando estaba por dar el último corte, un sonido agudo y desgarrador lo detuvo. Era el balido de un cervatillo, pequeño y tembloroso, que se escondía entre los arbustos cercanos. El pequeño animal, al ver a Muken, soltó otro balido, esta vez más fuerte, lleno de miedo y confusión.

Muken se quedó inmóvil, observando al cervatillo. Entendió al instante que aquel era el hijo del animal que acababa de abatir. Sintió un nudo en la garganta. Sabía que en la naturaleza, la ley del más fuerte era implacable, pero no podía dejar al pequeño huérfano a su suerte. Con cuidado, se acercó al cervatillo y, con voz suave, lo llamó. El animal se quedó quieto, observándolo con grandes ojos asustados.

Muken, con el corazón oprimido por la compasión, extendió una mano hacia el cervatillo. El pequeño animal, desconfiado al principio, se mantuvo a distancia. Con paciencia y movimientos lentos, Muken continuó acercándose, hasta que finalmente, el cervatillo, impulsado por el hambre y la soledad, se dejó acariciar suavemente.
Con una decisión tomada, Muken se levantó y, con el cervatillo en brazos, se dirigió hacia su campamento. Sabía que alimentar a un animal tan pequeño no sería fácil, pero estaba dispuesto a hacerlo. Llegado al campamento, preparó una mezcla de leche de cabra y hierbas, que era lo más parecido a la leche materna que podía ofrecer. Con cuidado, acercó el biberón a la boca del cervatillo. Al principio, el pequeño animal se mostró reacio, pero el hambre lo impulsó a probar. Poco a poco, comenzó a beber con avidez.

Muken decidió construir un pequeño refugio para el cervatillo, utilizando ramas y hojas. Allí, el pequeño animal tendría un lugar seguro para descansar y crecer. Día tras día, Muken se encargó de alimentar y cuidar al cervatillo, estableciendo un vínculo especial con él.

El cervatillo, al que llamó "Anya", creció sano y fuerte bajo el cuidado de Muken. Con el tiempo, Anya se convirtió en una compañera inseparable para Muken. Juntos exploraban los bosques, cazaban pequeños animales y compartían momentos de alegría y tranquilidad.

Muken había encontrado en Anya mucho más que una mascota. Había encontrado un amigo, una conexión con la naturaleza que lo llenaba de paz y esperanza. Y aunque sabía que Anya, tarde o temprano, tendría que volver a la vida salvaje, estaba agradecido por el tiempo que habían compartido y por la lección de compasión que había aprendido.
#2
Muken
Veritas
Como aprendí a nadar, eso es realmente gracioso, era un niño pequeño y lleno de energía. Vivía cerca del mar, pero a pesar de pasar mucho tiempo en la playa, nunca me había atrevido a meterme más allá de donde llegaban las olas pequeñas. Mi abuelo, un hombre fuerte y moreno, me animaba siempre a probar cosas nuevas.
Un día, el abuelo me propuso una aventura: aprender a nadar juntos. Yo me emocioné y a la vez sentí un poco de miedo. El mar, con sus olas grandes y su inmensidad, le parecía un lugar misterioso y un poco peligroso.

"No te preocupes, Muken", me dijo mi abuelo con una sonrisa. "El mar es nuestro amigo, solo tenemos que aprender a respetarlo".

El abuelo me enseñó a flotar boca arriba, a mover los brazos y las piernas como un pez, y a respirar profundamente. Al principio, se sentía inseguro y el agua salada me picaba los ojos. Pero mi abuelo estaba siempre a mi lado, sosteniéndome y animándome.

Poco a poco, fui ganando confianza. Descubrí que flotar en el agua era como estar en una nube. Y aunque al principio me costaba respirar con la cara sumergida, con la práctica cada vez lo hacía mejor.

Un día, mientras jugaban en el agua, una ola más grande de lo normal nos alcanzó. Yo me asuste y me aferre a mi abuelo. Pero mi abuelo, con calma, me ayudó a mantener la cabeza fuera del agua y a nadar hacia la orilla.

Cuando llegaron a la playa, estaba cansado pero muy feliz. Había superado mi miedo y había aprendido a nadar. Desde ese día, mi abuelo y yo pasaron muchas horas juntos en el mar, disfrutando de las olas y de la compañía del otro.

Después de aquel día en que aprendí a nadar con mi abuelo, el mar se convirtió en mi lugar favorito. Pasaba horas flotando, buceando y jugando con las olas. Mi abuelo me enseñó a reconocer los diferentes tipos de olas, a sentir la fuerza del mar y a respetar su poder.

Un día, mi abuelo me propuso un nuevo desafío: surfear una ola. Al principio, me pareció una locura. Las tablas de surf me parecían enormes y las olas, demasiado poderosas. Pero mi abuelo me aseguró que, con un poco de práctica, yo también podría hacerlo.

Me prestó una pequeña tabla de espuma y me mostró cómo pararme sobre ella. Al principio, me caí una y otra vez, pero no me rendí. Con cada intento, me sentía más seguro.

Finalmente, llegó el momento de la verdad. Una ola grande y perfecta se acercaba hacia mí. Con el corazón latiendo a mil por hora, me puse de pie sobre la tabla y me dejé llevar por la ola. Fue un momento mágico. Sentí la adrenalina recorriendo mi cuerpo mientras deslizaba por la superficie del agua.

Cuando la ola me dejó en la orilla, estaba exhausto pero feliz. Había conseguido surfear mi primera ola. Desde ese día, el mar se convirtió en mi mayor aliado y mi abuelo, en mi héroe.

Después de haber dominado el arte de surfear, mi abuelo y yo decidimos explorar una parte más remota de la costa. Nos contaron que en esa zona era común ver manadas de delfines jugando en las olas. ¡Estaba emocionado!

Armados con nuestros trajes de baño, tablas de surf y mucha emoción, nos aventuramos en esa nueva parte de la costa. El agua era más cristalina y las olas, más suaves. Mientras surfeaba, me di cuenta de que algo se movía en el agua a mi alrededor. Al principio, pensé que eran peces, pero luego vi sus aletas dorsales cortando la superficie del agua. ¡Eran delfines!

Eran varios, saltando y jugando entre sí. Me acerqué con cuidado, intentando no asustarlos. Uno de ellos se acercó a mí y comenzó a nadar a mi lado. ¡Era increíble! Su piel era suave y lisa, y sus ojos eran grandes y brillantes.

Pasamos un rato maravilloso jugando con los delfines. Nadaban a mi alrededor, saltaban sobre las olas y hasta parecían sonreír. Me sentí como si estuviera en una película. Cuando llegó la hora de volver a la orilla, me despedí de mis nuevos amigos con un gesto de la mano.

Desde ese día, cada vez que voy al mar, espero volver a encontrarme con los delfines. Esa experiencia me enseñó que el mar es un lugar lleno de magia y que si lo respetamos, nos regalará momentos inolvidables.
#3


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