Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
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[Diario] [Diario Pasado] Prólogo de un marine.
Takahiro
La saeta verde
Pasado de Takahiro.
Semanas antes de alistarse a la marina.

Aquella tarde un grandioso navío de madera atracó en el puerto de Nanohana. Era un barco con un mascarón de proa que imitaba un ave de color rojiza, tallada con sumo detalle hasta el punto que parecía que fuera a cobrar vida en cualquier momento. Era increíble poder apreciar el arte de los ebanistas que se encargaban de tallar tales obras, aunque fuera para un simple barco. Carecía de bandera pirata, aunque eso no implicaba que no perteneciera a uno. Era extraño ver a un civil con un barco de dichas dimensiones y esos detalles, sin embargo, tampoco dudaba de que fuera un millonario extravagante y con carencias.

Pasaron varias horas hasta que alguien bajó del barco. Era un hombre vestido con un traje azul con camisa blanca y un pañuelo en el cuello. Sus zapatos eran de piel, completamente marrones y portaba un bastón. Junto a él había tres hombres, todos vestidos con trajes negros y camisas amarillas. Un poco antiestético para el gusto de Takahiro, que acababa de terminar de trabajar en el puerto.

Caminó muy lentamente hacia el centro de la ciudad, concretamente hacia la casa de su abuelo paterno, Takeshi Kenshin, un viejo comerciante de Wano que decidió montar un negocio en la isla de Sandy, comúnmente conocida como Arabasta. El origen de su familia pertenecía a una estirpe de espadachines, aunque pocos habían sido conocidos en el mundo. Según su abuelo, el primero de la estirpe de los Kenshin, un sujeto de cabellos rojizos fue un gran espadachín, mas no sabía mucho de él. Sin embargo, tampoco era que le interesara mucho el origen de su linaje; al menos no en aquel entonces.

Se acercaba una festividad en la isla, debido al cumpleaños de uno de los miembros de la familia real de la isla. Todos estaban muy contentos, y muchos turistas habían invadido la isla para disfrutar de la buena comida y el buen clima de la isla. Además de tener algo que contar a sus nietos en el futuro. De camino a su casa, se chocó con un hombre bastante mayor, al que le tiró la compra. Sin tan siquiera dudarlo, después de pedirle disculpas reiteradas veces, le ayudó y lo acompañó a su casa.

—¡Muchas gracias, muchacho! –le dijo el anciano, con agradecimiento y energía.

—Ha sido un placer —le respondió, sonriente—. Y disculpe de nuevo, estaba muy distraído.

El hombre le devolvió la sonrisa y cerró la puerta de su casa.

Dos calles más al norte, estaba su hogar. Llegó en torno al medio día y el silencio de su casa contrastaba con el bullicio de la calle, así como el cambio de temperatura. En su salón se estaba bastante fresco para su gusto, gracias a un generador de aire frío que su abuelo había mandado instalar, aire acondicionado le llamaba la gente.

—¡Buenos días, abuelo! –saludó el peliverde, bostezando justo después—. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Buenos días, Taka —le saludó, tosiendo durante varios segundos—. Mejor que nunca, ¿no me ves? —bromeó el anciano, que estaba sentado en un sillón bastante mullido, con una vía con su medicamento.

—¿Y mi tío Mahiyo? —le preguntó—. Se supone que debería estar aquí cuidándote hasta que yo llegara.

—Tenía una reunión con un inversor que llegaba esta mañana —le respondió—. Dice que es la solución para tratar de reflotar la empresa de la bancarrota.

—Que se buscara un trabajo sería la solución a nuestros problemas —se quejó el peliverde, encogiéndose de hombros y negando con la cabeza—. Estoy cansado de que se gaste nuestro dinero en tonterías. Yo trabajo para mantenernos a ti y a mí. Si él quiere un plato de comida, que se busque las habichuelas, que no sabe hacer la letra O con un canuto.

El anciano miró a Takahiro y cerró los ojos. No le gustaba discutir cuando sabía que su nieto tenía razón. Su hijo era un malcriado que no le gustaba trabajar, que tan solo intentaba arreglar los errores que había cometido, pero partiendo de la misma base y sin intentar aplicar nada nuevo. Un desastre. Entretanto, su nieto estaba llevando el peso de la casa sobre sus hombros.

Horas más tarde, Mahiyo llegó a la casa. Estaba muy nervioso y no había dicho ni una palabra con respecto a la reunión. Eso era una señal de que todo había ido mal. No era la primera vez que ocurría algo así. Mahiyo se parecía bastante al difunto padre de Takahiro: alto, de tez poco tostada al sol y cabello verdoso, aunque de complexión débil y algo dejada, algo que dejaba ver su cinturón, al cual le iban faltando botones de la panza que estaba creando.

Takahiro estaba estudiando las pruebas de acceso a la marina, con la intención de entrar y poder examinarse en la escuela de oficiales de bajo rango, para tener derecho a un sueldo mayor. Fue en ese momento, cuando su tío y su abuelo comenzaron a discutir. El tono de su tío era bastante agresivo, así que el peliverde salió de la habitación y se fue al salón.

—Si no lo intento no podremos salir de esta, ¿o es que acaso no te das cuenta? —le preguntó—. ¿Hola? Estoy hablando contigo, viejo senil. ¡Contesta!

—No te pases, Mahiyo —intervino el peliverde, clavando la mirada sobre su tío—. En lugar de intentar hacer una fortuna de un día para otro, búscate un puto trabajo. No voy a mantenerte toda la vida. ¿Entiendes? Estoy hablando contigo, vago de manual. ¡Contesta!

—No oses hablarme en ese tono —le dijo, enfurecido. El puño de su tío estaba cerrado, como si en cualquier momento fuera a tratar de golpearle—. Soy mayor que tú, y sigo siendo tu tío te guste o no. Merezco tu respeto.

—El respeto se gana, no se consigue por imperativo legal —le dijo.

Tras eso, no se dirigieron la palabra en varias horas. El anciano estaba bastante nervioso, así que Takahiro fue a hablar con él.

—Cuando entre en la marina todo se solucionará abuelo —le dijo, mostrando una sonrisa de oreja a oreja, sin percatarse de que su tío le miraba con recelo desde una silla situada al lado de la ventana—. Te vendrás conmigo y no tendrás que preocuparte por el tratamiento.

Su tío, muy enfadado, se levantó de la silla y se fue a la calle, dando un fuerte portazo que resonó en toda la casa.

—Intenta no decir esas cosas enfrente de tu tío, Taka —le dijo su abuelo, que seguía algo nervioso—. Desde que perdió la empresa está demasiado sentimental.

—Pues que te hubiera consultado antes de hacer tratos con quien no debía —espetó el peliverde, cruzándose de brazos y echándose sobre el respaldo de la silla en la que había estado su tío—. Si no sabes algo, pregunta a alguien que sí lo sepa. Una cosa es que no estuvieras para estar en primera línea de batalla, ¿pero, como asesor? —hizo n ademán con la mano derecha, alzando las cejas—. Una llamada hubiera bastado.

—Dejemos el tema, chico —le dijo, reclinándose sobre el sofá-cama—. No tengo el cuerpo para este tipo de discusiones.

—Lo siento.

Tras eso, el peliverde salió un rato fuera de la casa, dejando a su abuelo descansar. Nada más salir y llegar a la plaza central de la ciudad, donde estaba el mercado. La gente estaba bastante feliz, comiendo y bailando por la calle. Fue en ese momento, cuando alguien le cogió por detrás y le puso una pistola en el costado.

—Ni se te ocurra gritar —le dijo, apretando cada vez con más fuerza—. O te mato aquí mismo. Continúa andando hasta la siguiente calle y gira a la izquierda.

—No sé quien te crees que soy, pero te estás equivocando —le dijo—. No tengo ni un misero berrie y mi familia menos.

Pero el hombre no dijo nada. Siguió sus ordenes al pie de la letra, caminando cinco metros hasta la siguiente intersección y virando a la izquierda. Una vez allí, le golpeó en la nuca y todo se volvió oscuro.


*****

Un chorro de agua helada le hizo despertar de sopetón. Tardó un momento en darse cuenta de la situación en la que estaba, abriendo y cerrando los ojos con una respiración bastante agitada, tratando de soltarse de la silla en la que estaba maniatado. El aire a su alrededor era denso y humeante, con un hedor a tabaco que no le gustaba nada.

Sus músculos reaccionaron por puro instinto, luchando e intentando deshacerse de las cuerdas que lo aprisionaban, forcejeando sin éxito. Un hombre, de pronto, le golpeó en la cara y se calmó. Al girar la vista a un lado estaba su tío, que se encontraba en su misma situación. Fue en ese preciso instante que todo cobró sentido.

—¿Qué demonios has hecho ya, Mahiyo? —espetó encolerizado, pero su tío no dijo nada—. ¿No piensas responderme tampoco a esto? Maldito hijo de…

—Al parecer ya sabemos quien tiene los pantalones puestos en la familia Kenshin —dijo una voz aterciopelada, que procedía de un punto oscuro de esa habitación, interrumpiéndole.

Aquella sombra se fue acercando y el foco del techo lo iluminó. Se trataba del hombre que había bajado del barco aquella mañana cuando estaba trabajando en el puerto.

—El hombre del barco con el mascarón de madera… —musitó en voz baja, sin darse cuenta.

—Es un halcón peregrino —le dijo el hombre—. Aunque eso no viene al caso.

—Dime, ¿qué es lo que quieres? —preguntó el peliverde, sin andarse por las ramas. Takahiro era consciente de que había una posibilidad bastante alta de que no sobreviviera a aquel encuentro, así que no iba a amedrentarse ante ese sujeto—. ¿Qué ha hecho el incompetente de mi tío?

El hombre trajeado sonrió.

—Me caes bien —dijo—. Al menos, por ahora —concretó—. Digamos que tu tío nos debe dinero, concretamente doscientos millones de berries. Sin contar los intereses por cada mes desde que cumplió el plazo, que todo sumaría… —hizo como que contaba con los dedos—. Quinientos millones de berries aproximadamente.

—¿Y qué tengo que ver yo en todo esto? —preguntó—. Si la deuda es con él ni yo ni mi abuelo tenemos nada que ver.

Au contraire, mon ami —dijo, en un idioma que desconocía hasta ese momento—. Te voy a explicar como funciona la economía. Si pides dinero prestado debes pagarlo, pero si no lo haces, ya sea porque no puedes o porque el deudor ha muerto, la deuda pasa al siguiente en la línea genealógica. Y como tu tío no tiene hijos y tu abuelo está medio muerto, te va a tocar pagarlo a ti.

—¿Con qué dinero? ¿Me lo invento?

—Trabajando para mi —le respondió—. Como sabes tu tío es un incompetente, así que hemos decidido ir tras alguien con dos dedos más de luces, es decir, tú.

—¿Y qué se supone que quieres que haga? —le preguntó—. No creo que te haga falta un matón más.

El hombre volvió a sonreír.

—Quiero que te cueles en el castillo y robes el orbe esmeralda —le contestó—. Si lo haces, la deuda esta saldada ya que es un objeto de valor incalculable, y si te pillan te morirás en la cárcel y buscaré a otro para que lo haga.

El peliverde se mantuvo callado. Notaba como su corazón bombeaba sangre a una velocidad que jamás había sentido antes. Estaba taquicárdico. ¿Qué debía hacer? Su integridad moral le decía que dijera que no, pero su instinto de supervivencia le decía que aceptara el trato. Y, finalmente, lo aceptó.

*****

Tras soltarlos, tío y sobrino fueron a la casa. Takahiro se hizo un té, que tomó en un vaso de cerámica apoyado en la encimera de la cocina e hizo un ademán a su tío para que se acercar a él. Estaba nervioso, jamás había sentido un miedo tan grande como aquel día, y las ganas de golpear a su tío cada vez eran más grandes.

—Relajate, Mahiyo que no voy a hacerte nada —dijo Taka, ofreciendo un vaso de té.

—Ese es el menor de mis problemas —le increpó.

—Te aseguro que no —le advirtió—. Si salimos de esta solo voy a decirte una cosa, te quiero fuera de nuestras vidas. Todas tus movidas, tus problemas financieros, toda tu mierda… la quiero fuera de esta casa. ¿Entendiste?

—Me estás echan…

—¡Entendiste! —le gritó, encarándose con su tío.

Aquella vez fue la primera vez que Takahiro se dio cuenta de la diferencia de altura que había entre ellos. ¿En qué momento había superado a su tío? Eso significaba que si su padre estuviera vivo sería más alto que él.

—Entiendo —le respondió.

—Tienes la misma mirada de tu padre cuando se enfadaba —le dijo, con suavidad—. ¿De verdad piensas robar el orbe? Si te pillan adiós a tu carrera como marine.

—Lo tengo controlado —le dijo.

El peliverde no le dijo nada más. Desconfiaba de su tío, como su madre lo hacía tiempo atrás. El joven se fue de la casa, con la intención de dar un paseo por el puerto antes de emprender rumbo hacia la capital del país. Fue en ese momento cuando se topó con un barco de la marina. Estaba atracado y junto a él había varios soldados haciendo guardia.

—Y si… —musitó, acercándose sutilmente hacia el barco.

Allí pidió hablar con el marine de más rango en el barco y le atendió la comandante Leclerc, posiblemente la mujer más bonita que había visto en su vida. Sintió un cosquilleo que le recorrido la espalda: amor a primera vista.

El peliverde le contó todo lo que había ocurrido, desde los problemas de su tío, pasando por el secuestro y hasta su intención de convertirse en marine. Tras ello, la oficial de la marina se movilizó junto a varios de sus tropas, y esa misma noche atraparon a sus captores. Pero tan solo a tres de ellos, el hombre del traje azul seguía libre. El barco con el mascarón con cabeza de halcón fue incautado, pero dos días después se hundió en misteriosas circunstancias.

Pasada una semana desde el chivatazo del peliverde, mientras estaba trabajando, un vecino fue a avisarle con urgencia para comunicarse una mala noticia. Alguien había entrado en su casa y había asesinado a su abuelo. Su tío también había desaparecido de la nada, así que asumieron que fue él quien cometió el delito, sin embargo, el peliverde sabía que eso había sido cosa del hombre del traje azul. Su tío era temperamental, pero no era alguien capaz de mancharse las manos con sangre. Era un cobarde.

La marina acudió rápidamente a su casa y pidió permiso para alistarse. No sin antes, coger el testamento de su abuelo, que se trataba de una carta de su padre.

“Querido hijo:

Si estás leyendo esto es que nuestras aventuras y peripecias por el mundo no han salido como esperábamos. Sé que no hemos sido los mejores padres del mundo, te abandonamos con tu abuelo y nos fuimos a vivir aventuras y buscar tesoros, dejándote solo, sin nadie para aconsejarte y estar contigo en tus peores momentos.

Vas a escuchar muchas falacias y mentiras de nosotros. Pero quiero que sepas que siempre hemos buscado la verdad del mundo y hacer historia. Por ti y la humanidad. No sé si habrás heredado nuestra curiosidad por la historia, o quizá el don de tu abuelo para los negocios, o tal vez seas alguien completamente distinto a nosotros. Solo esperamos que seas feliz y que seas fiel a tus ideales. Sé tu mismo y esperamos que te conviertas en la persona que estás destinada a ser.

Con amor, papá y mamá.”


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