Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
Tema cerrado 
[Diario] Prueba para novatos.
Takahiro
La saeta verde
Día 3 de verano, año 724.

Aquella vez se levantó de sopetón, al sentir un refrescante y húmedo chorro de agua chocando contra su cara, que lentamente iba mojando su cuerpo, la parte de alta de su uniforme y, por consiguiente, su almohada y saco de dormir. Las risas de alguno de sus compañeros resonaban en la calma de la noche, mientras el gesto desenfadado que solía tener el peliverde se tornaba en todo lo contrario, es decir: estaba mosqueado.

Seis horas antes…

—El suboficial Arthur Glenn, la sargento Natalia Jones, los soldados rasos Takahiro Kenshin, Joe Miller y Susan Bones, así como el recluta William Moss —enumeró a todos los presentes—, os iréis a la región meridional de Loguwtown, concretamente a un pequeño islote situado a trescientas leguas marinas, para realizar maniobras de supervivencia. Una vez allí, tendréis que ir del punto A al punto B —dijo el comandante Buchanan, con un informe en la mano y un mapa proyectado tras él, señalando la topografía del lugar—. Este pequeño islote tiene infinidad de trampas preparadas para que lo paséis mal. Tenemos que comprobar vuestro nivel de supervivencia. Asimismo, debéis de tener en cuenta que la isla tiene animales salvajes que, es probable, que os vean como su comida. Así que tened cuidado —les advirtió—. Además, otro escuadrón ya está en la isla para haceros sufrir un poco. Serán los encargados de impedir que cumpláis vuestro objetivo. Tendréis veinticuatro horas desde que os dejemos en la isla —dijo, mostrando una sonrisa bastante terrorífica. Para luego hacer una pausa—. Y seguid vuestro instinto.

De vuelta a la actualidad

—Sois una panda de subnormales —se quejó el peliverde, que no tardó en salir del saco de dormir—. Solo te lo voy a decir una vez, guarda ese dial o te juro que te lo quito y se lo envío a mi vecina de Nanohana, que allí hace falta agua.

El marine odiaba que le despertaran innecesariamente, y mucho menos de una manera de tan mal gusto. Todos estaban riendo, como si hubiera sido premeditado entre todos y cada uno de los presentes. Era incapaz de comprender cómo el comandante Buchanan le había colocado con ese grupo, que no era el suyo habitual. ¿Para salir de su zona de confort? Era probable. ¿Cómo castigo por haber dejado en ridículo a Shawn? Era otra probabilidad. Sin embargo, no podía negarse. Era muy consciente de que aquello era su trabajo, y que habría ocasiones en la que tendría que hacer equipo con personas que no le cayeran bien. Al final, lo importante era que la misión fuera un éxito, aunque se tratase de un entrenamiento.

—Deja de quejarte ya, Takahiro —le dijo el suboficial Glenn—. Que sólo ha sido una broma.

Glenn era un individuo que le recordaba a Atlas físicamente, pero en moreno. Los rumores decían que sería el próximo en promocionar a oficial de bajo rango, pero no estaba nada claro.

—Es que sois unos toca pelotas —volvió a quejarse, haciendo una bola con el saco de dormir y lanzándoselo con fuerza a la persona que tenía más cerca—. Cómo no queréis dormir, ¿y si avanzamos? —preguntó—. Que, para estar aquí quietos, será mejor moverse.

—Queda poco menos de dos horas para el amanecer —intervino la sargento Jones—. Creo que no es mala opción. Aún no hemos encontrado ninguna trampa, ni a nadie del otro supuesto batallón.

La sargento Natalia Jones era una joven de unos veinticinco años, casi tan alta como Takahiro y muy enérgica. Sus estadísticas en los entrenamientos eran bastante buenas, estando siempre entre los diez mejores. Físicamente era bastante ruda, aunque poseía unos rasgos bastante atractivos. Su sonrisa era preciosa, presentando unos hoyuelos cada vez que sonreía.

—Está bien —dijo Glenn—. Pelotón, recoged el equipo y eliminar cualquier huella de nuestra estancia aquí. Que nos marchamos.

Aquel islote, según el mapa que le habían entregado, no era muy grande, apenas podía medir seis kilómetros cuadrados en total, pero su vegetación y su orografía era tan salvaje e irregular que hacía imposible seguir un camino recto, viéndose obligados a dar una gran vuelta para llegar al otro lado. En medio había una elevación montañosa de cúspide plana, de unos trescientos metros de altura con paredes completamente verticales. Sólo había dos opciones: escalar o dar la vuelta. Takahiro propuso escalar e ir en línea recta, descendiendo después. En cambio, Glenn ordenó que bordearan el montículo por la región más oriental del mismo, aprovechando un puente que aparecía en el mapa.

—No te puedes fiar del mapa —le advirtió el peliverde, alegando que aquel entrenamiento era para probar su capacidad de supervivencia. ¿Pero le hicieron caso? No.

Llegaron al lugar donde se suponía que estaba el puente en torno a las nueve de la mañana, pero el puente estaba roto. Era un montón de tablas sujetas a unas cuerdas que caían por una grieta que daba al mar.

Takahiro se cruzó de brazos y arqueó los ojos, mirando justo después a la nada con cierta frustración.

—Os lo dije —musitó—. Tenemos que intentar usar los caminos menos evident….

Fue en ese momento, cuando una pelota de goma de las que se usaban en los entrenamientos del cuartel le rozó la oreja.

—¡A cubierto! —alzó la voz Takahiro, que saltó hasta esconderse tras unos árboles cercanos—. ¿Alguna idea, suboficial? —preguntó con retintín.

Las pelotas de goma chocaban con los árboles una tras otras, como una lluvia incesante que parecía no tener fin alguno. Venían desde el otro lado del puente, donde una figura misteriosa sujetaba un lanzador de pelotas.

—¿Alguno sabe qué capacidad tiene esa máquina? —preguntó el peliverde.

—Si son los mismos que en el campo de entrenamiento, tiene una capacidad para dos mil pelotas —intervino el recluta—. Ayer mismo me mandaron a recargar los trece lanzadores del campo número tres.

Takahiro se cruzó de brazos y suspiró hondo, observando desde su posición el lugar desde donde procedían las pelotas. La máquina se movía de forma rotatoria, de izquierda a derecha, abarcando bastante espacio. Se fijó en el pecho del soldado raso Joe, que presentaba dos manchas oscuras.

—A ti te habría matado si estuviéramos en una batalla de verdad—le dijo a Joe.

—Porque tú lo digas —le replicó con rabia.

—Por qué lo dice tu camiseta —le señaló las dos manchas que tenía: una a la altura del corazón y otra en el estómago—. Al igual que yo habría perdido mi oreja derecha.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Susan.

—Lo mejor es que nos repleguemos y nos alejemos del fuego cruzado —saltó a decir Glenn, muy seguro de sí mismo.

—Lo más coherente que has dicho desde que hemos llegado a la isla —comentó Taka, haciendo una señal a sus compañeros para que se movieran rápido.

Se protegieron tras una roca bastante grande que había en mitad del camino. Desde allí no podían ser atacados con facilidad, así que tenían tiempo suficiente como para planear que hacer. Takahiro estaba cansado de que no le hicieran caso. Era consciente de que era nuevo allí, que apenas sabía de tácticas de combate o de asalto, pero tampoco había que ser alguien muy experimentado para darse cuenta que el camino más fácil iba a ser el que tuviera más inconveniente. Era lógico; al menos para él sí. 

—No vamos a atravesar la montaña —le dijo Glenn, antes de que Takahiro pudiera decir nada.

—Vamos, son solo trescientos metros de nada —insistió de nuevo el peliverde, haciendo un aspaviento con las manos—. Eso lo subimos en un santiamén.

—¡He dicho que no! —alzó a la voz el suboficial, con un tono de voz bastante severo—. Y ni una palabra más.

—Con todos mis respetos, suboficial —saltó a decir Takahiro, pero Glenn lo calló levantando el dedo.

—Tiene miedo de las alturas —terminó diciendo Natalia—. Por eso no quiere ir por la montaña.

Después de que la sargento dijera esas palabras, Glenn agachó el cabeza avergonzado. Era considerado uno de los marines jóvenes con mayor proyección y que la gente supiera cual era su fobia no le gustaba.

—Pues que lo supere —dijo el peliverde, apoyando su espalda sobre la piedra, como si eso le sirviera de un bolazo de imprevisto—. La única forma de afrontar un miedo es enfrentarlo. Suena tonto, pero es así —hizo una leve pausa, relajándose al fin durante un instante—. En un mundo tan loco como este, en el que hay personas con poderes que van más allá del raciocinio humano no se puede tener un miedo tan banal como ese. A mí de pequeño me daba miedo nadar, así que mi abuelo me lanzó al mar. ¿Lo mejor? Que ahora adoro nadar —Takahiro se puso en pie, acomodó su incómodo traje de marine, y emitió un suspiro—. Yo voy a escalar la montaña. Vosotros haced lo que os de la gana.

Todos se quedaron en silencio y con la mano apoyada sobre el mango de su espada puso rumbo hacia el pie de aquel montículo. Echó una mirada a sus compañeros, que continuaban siguiendo ciegamente al suboficial Glenn. No podía culparlos. A fin de cuentas, ser parte de la marina se basa en eso, en cumplir ordenes de tus superiores, aunque no lleven la razón. Sin embargo, con la capitana que le había tocado, algo le decía que muchas de las órdenes que le dieran podían ser de libre interpretación. No parecía tan rígida como lo era Leclerc.

Durante el trayecto hasta el pie de la montaña apenas se encontró con nada ni nadie, tan solo una manada de lobos de los que huyó sin dudarlo, dándoles esquinazo en cuanto salió de su territorio. Desde allí la pared parecía completamente vertical, así que bordeó un poco aquel lado de la montaña para buscar algún tipo de resalto. Había uno bastante pequeño, pero lo suficiente como para usarlo para ir subiendo. A medida que la altura aumentaba, la elevación montañosa se volvía más escalable. Había grietas en los que podía meter la mano y ayudarse para continuar subiendo. Llegado a cierto punto miró hacia abajo. Una caída desde ahí sería mortal. Tragó saliva y respiró hondo. Notaba como el aire le azotaba por la espalda, meciendo su uniforme y haciéndole perder el equilibrio un poco.

—Como me caiga no lo cuento —se dijo en voz alta, apoyando el pecho sobre la pared montañosa, mientras sus fornidos dedos se aferraban a las rocas.

Cerró los ojos durante un breve instante, tratando de centrarse, y con determinación continuó subiendo. Al final, con mucho esfuerzo, logró llegar a la cumbre de aquel montículo. Era completamente plano, salvo por una casa que había allí. Era de madera y no parecía haber nadie en ella.

«Esto es raro», pensó, llevando su mano derecha a la empuñadura de su katana.

A paso lento y cauteloso se acercó a aquella casa. Era de madera, aparentemente bastante resistente, con un tejado a dos aguas con una capa de algún tipo de resina para que no calara la lluvia si hacía mal tiempo. Tenía dos ventanas al lado de la puerta principal y una más pequeña en otro lateral. Una vez estuvo al lado observó por ella, pero no parecía haber nadie. Desde la ventana se podía ver el interior de la casa: era una vivienda unifamiliar, de apenas veinte metros cuadrados, con una cama, un par de sillas, una mesita, una pila con un grifo y una cocina de madera. Todo muy rústico. Lo único extraño era que no había baño. Si alguien se quedaba allí tenía que hacer sus necesidades en la calle o en alguna palangana, como antiguamente.

Intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada.  «¿Quién diantres vivirá aquí?», se preguntó el peliverde, continuando hacia el otro lado de cúspide. De pronto, algo se cernió sobre él como alma que llevaba el diablo, a una velocidad que le asombró. Se tiró a un lado, casi por instinto, y cuando se levantó allí estaba él.

—¿Qué demonios haces aquí? —le preguntó.

Aquella persona se trataba de Glenn.

—No caíste en mi trampa —respondió—. Ya escuchaste al comandante, y seguid vuestro instinto. Todos salvo tú habéis caído en la trampa que os habíamos preparado. Eso dice mucho de lo que vas a hacer como marine. Enhorabuena —dijo, caminando hacia Takahiro y tendiéndole la mano—. ¡Has ganado la prueba!

El peliverde hizo el amago de darle la mano, pero, en lugar de eso, le arrastró hacia él y le dio un rodillazo en la barriga, tirándolo al suelo.

—No he llegado al punto B todavía —dijo Takahiro, reculando hacia atrás—. Así que no intentes engañarme.

Glenn se levantó y mostró una sonrisa.

—Eres bueno —dijo, desapareciendo de su vista en un abrir y cerrar de ojos—. Pero aún te falta un largo camino que recorrer.

Y todo se oscureció.

* * * * *

Cuando despertó se encontraba tumbado sobre la orilla del mar, junto al resto de sus compañeros. A su lado, el comandante Buchanan, el suboficial Glenn y la sargento Helena.

—Veo que ya os habéis despertado todos —dijo Buchanan, que estaba sonriente—. Una pena que solo uno de vosotros haya aprobado y muy justito —dijo, mirando a los ojos a Takahiro—. Enhorabuena, Kenshin.

—¿Gracias?

—Sí —afirmó Glenn—. Puedes tomártelo como un halago.

—¿Alguien quiere explicarnos que ha pasado? —preguntó el recluta.

—Que era una prueba —contestó Taka, incorporándose con las piernas cruzadas y un fuerte dolor en la nuca—. Desde el comienzo todo ha sido una prueba. Las malas decisiones de Glenn, que le diera miedo las alturas, que se negara a escucharnos… No era propio de alguien con su fama.

—Al final no vas a ser tan tonto —comentó Glenn con sorna—. Pero sí. Era una prueba que hacemos a los novatos que habéis sido trasladados de otro cuartel. Nosotros buscamos la calidad, no queremos las sobras de otros lugares.

—No sea tan brusco, agente García —dijo Buchanan, dirigiéndose a Glenn.

—¿Cómo que agente?

—Hasta hace un par de días ninguno de vosotros habíais oído hablar de mí, ¿verdad? —preguntó—. Es porque no soy marine. Digamos que soy un agente del gobierno especializado en comprobar la validez de ciertos integrantes. Y no puedo decir más.

—Tampoco es que me interese —musitó Takahiro, cuyo orgullo estaba herido al haber sido derrotado por la espalda.

Con los últimos rayos de sol ocultándose lentamente por el horizonte, como si se estuviera hundiendo bajo el mar, llegaron al cuartel del G-31. Esa noche el peliverde se dio una ducha bastante larga y reconfortante, para luego irse directamente a la cama. Se encontraba cansado…

—El trabajo de marine es agotador —dijo justo antes de quedarse profundamente dormido.

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