Jun Gunslinger
Nagaredama
13-10-2024, 03:56 AM
A pesar de su tamaño colosal y de la imponente energía que irradiaba, había algo sorprendentemente delicado en la forma en que Drake hablaba con ella, algo en la forma en que la miraba, con ese respeto genuino y sin expectativas, que la desarmaba. No estaba acostumbrada a ser tratada así, y ese detalle solo la descolocaba más. ¿Qué intentaba? ¿Acaso así se sentía el coqueteo?
Sintiendo otra vez un ligero rubor en las mejillas, desvió por un instante la mirada, y sopló hacia arriba para apartarse el cabello del rostro, aprovechando también para exhalar y liberar un poco la extraña presión que se anudaba en la boca de su estómago. Pero entonces, él volvió a llamarle la atención con sus palabras.
Jun parpadeó varias veces, y luego frunció ligeramente el ceño, sintiendo cómo su pecho se llenaba de una mezcla de sorpresa e indignación que empezaba a chispear dentro de ella, como si acabara de encender la mecha del explosivo. ¿Cuidado? ¿En serio? ¿Acaso no sabía con quién estaba hablando? Ella no era una niñita desvalida que necesitaba que la cuidaran. Había sobrevivido a todo tipo de situaciones en Kilombo, y ahora él, con esa mirada tan… dulce y condescendiente, ¿se atrevía a pedirle que tuviera cuidado?
Cuidado debía tener él.
Los ojos amatista de la Hafugyo se volvieron a clavar en Drake con una intensidad que para nada intentaría disimular. El viento suave del mar continuaba revolviendo su cabello azul, llevando los mechones a su rostro, pero podía ignorar esa molestia porque su mente ahora estaba procesando una sensación de rabia que intentaba controlar. No era furia de verdad, sino una irritación de chihuahua molesto que nacía de un lugar mucho más profundo, uno donde la vulnerabilidad se ocultaba disfrazándose de enojo. Probablemente Drake no lo entendería, pero la sensación de ser tratada como si fuera una criatura frágil o necesitada de protección le revolvía el estómago y le torcía el humor.
—Se piensa que estoy indefensa —resolvió, apretando los dientes. Pero al mismo tiempo, otra idea se instaló en su mente, descolocándola un poco más—. Claro, claro, ya sé. Seguro está enamorado de mí —Sí, eso tenía que ser. Por eso fue a buscarla, por eso actuaba de esa manera, por eso le había dicho todas esas cosas "bonitas" y ahora le pedía que tuviera cuidado. Una sonrisa maliciosa apareció, involuntaria, en su níveo rostro—. Pobrecillo —pensó—. No tiene idea de con quién está tratando.
—Tch… ¿Pero tú qué te crees? —murmuró finalmente, cuando Drake acabó de hablar, con un tono sarcástico. Era su forma de lidiar con los nervios y con esa extraña sensación de sentirse vista por alguien más allá de lo superficial. De alguna manera que no podía explicar, ese muchacho conseguía atravesar la primera línea de sus defensas, y eso la ponía aún más alerta… pero también le intrigaba.
Las palabras que había dicho el de brazos largos todavía resonaban en su cabeza. Se mordió la lengua, tratando de contener una respuesta más agresiva y mordaz, porque él seguía mirándola con esa mezcla de firmeza y paciencia que le hacía sentir que no existía prisa alguna. Era raro, porque en su vida no había pausas, todo siempre era caótico y apresurado. Así que, despeinada y con los ojos afilados, se quedó de pie observandolo con una mirada feroz. No iría a ninguna parte, no todavía. Pero tampoco iba a permitir que alguien, y menos él, le dijera cómo debía vivir su vida.
Por un momento levantó la cabeza hacia el cielo, notando que estaba ya bastante oscurecido, y luego bajó la vista al curioso artefacto que todavía sostenía en la mano. Sus dedos lo sujetaron con más firmeza.
—¿Sabes qué? —dijo de repente, esbozando una sonrisa diferente. Era una sonrisa traviesa, la de alguien que está a punto de hacer algo loco—. Esto de aquí... —Levantó el explosivo, agitándolo ligeramente delante de los ojos carmesí, como si fuera un trofeo— Esto es lo que yo soy.
Y, sin más, Jun pasó de Drake y se adelantó hasta el borde del acantilado. Retiró la clavija del artefacto, y lo lanzó con toda su fuerza hacia arriba y adelante. El objeto ascendería en el aire con un silbido agudo, girando sobre sí mismo, y luego, de pronto, un estallido de luz. La explosión resonó en el aire, vibrante y poderosa, aunque inofensiva, y por un instante efímero todo quedó iluminado con colores brillantes; rojos, azules y dorados se desplegaron en una lluvia de chispas que se reflejaron sobre el agua, como si las estrellas mismas hubieran decidido bajar del cielo y participar en su pequeño espectáculo, o como si el propio cielo estuviera reflejando fielmente la esencia de Jun: caótica, impredecible, pero innegablemente hermosa.
—Una tormenta, de fuego y de caos —dijo, mientras los últimos rastros de la explosión desaparecían en el cielo oscurecido—. Y las tormentas no prometen ninguna seguridad. Solo desorden… ah, y belleza, obvio —Entonces se giró sobre sus talones, para volver a mirar al gigante, sonriendo ampliamente—. Cuando nos volvamos a encontrar, será para que puedas ver cómo brillo en el ojo de la tormenta. Es una promesa.
Finalmente selló sus palabras guiñándole un ojo y levantando el dedo pulgar. No era una promesa vacía. Jun era una fuerza de la naturaleza, y, como un tornado arrasador, volvería a cruzarse en su camino.
Sintiendo otra vez un ligero rubor en las mejillas, desvió por un instante la mirada, y sopló hacia arriba para apartarse el cabello del rostro, aprovechando también para exhalar y liberar un poco la extraña presión que se anudaba en la boca de su estómago. Pero entonces, él volvió a llamarle la atención con sus palabras.
Jun parpadeó varias veces, y luego frunció ligeramente el ceño, sintiendo cómo su pecho se llenaba de una mezcla de sorpresa e indignación que empezaba a chispear dentro de ella, como si acabara de encender la mecha del explosivo. ¿Cuidado? ¿En serio? ¿Acaso no sabía con quién estaba hablando? Ella no era una niñita desvalida que necesitaba que la cuidaran. Había sobrevivido a todo tipo de situaciones en Kilombo, y ahora él, con esa mirada tan… dulce y condescendiente, ¿se atrevía a pedirle que tuviera cuidado?
Cuidado debía tener él.
Los ojos amatista de la Hafugyo se volvieron a clavar en Drake con una intensidad que para nada intentaría disimular. El viento suave del mar continuaba revolviendo su cabello azul, llevando los mechones a su rostro, pero podía ignorar esa molestia porque su mente ahora estaba procesando una sensación de rabia que intentaba controlar. No era furia de verdad, sino una irritación de chihuahua molesto que nacía de un lugar mucho más profundo, uno donde la vulnerabilidad se ocultaba disfrazándose de enojo. Probablemente Drake no lo entendería, pero la sensación de ser tratada como si fuera una criatura frágil o necesitada de protección le revolvía el estómago y le torcía el humor.
—Se piensa que estoy indefensa —resolvió, apretando los dientes. Pero al mismo tiempo, otra idea se instaló en su mente, descolocándola un poco más—. Claro, claro, ya sé. Seguro está enamorado de mí —Sí, eso tenía que ser. Por eso fue a buscarla, por eso actuaba de esa manera, por eso le había dicho todas esas cosas "bonitas" y ahora le pedía que tuviera cuidado. Una sonrisa maliciosa apareció, involuntaria, en su níveo rostro—. Pobrecillo —pensó—. No tiene idea de con quién está tratando.
—Tch… ¿Pero tú qué te crees? —murmuró finalmente, cuando Drake acabó de hablar, con un tono sarcástico. Era su forma de lidiar con los nervios y con esa extraña sensación de sentirse vista por alguien más allá de lo superficial. De alguna manera que no podía explicar, ese muchacho conseguía atravesar la primera línea de sus defensas, y eso la ponía aún más alerta… pero también le intrigaba.
Las palabras que había dicho el de brazos largos todavía resonaban en su cabeza. Se mordió la lengua, tratando de contener una respuesta más agresiva y mordaz, porque él seguía mirándola con esa mezcla de firmeza y paciencia que le hacía sentir que no existía prisa alguna. Era raro, porque en su vida no había pausas, todo siempre era caótico y apresurado. Así que, despeinada y con los ojos afilados, se quedó de pie observandolo con una mirada feroz. No iría a ninguna parte, no todavía. Pero tampoco iba a permitir que alguien, y menos él, le dijera cómo debía vivir su vida.
Por un momento levantó la cabeza hacia el cielo, notando que estaba ya bastante oscurecido, y luego bajó la vista al curioso artefacto que todavía sostenía en la mano. Sus dedos lo sujetaron con más firmeza.
—¿Sabes qué? —dijo de repente, esbozando una sonrisa diferente. Era una sonrisa traviesa, la de alguien que está a punto de hacer algo loco—. Esto de aquí... —Levantó el explosivo, agitándolo ligeramente delante de los ojos carmesí, como si fuera un trofeo— Esto es lo que yo soy.
Y, sin más, Jun pasó de Drake y se adelantó hasta el borde del acantilado. Retiró la clavija del artefacto, y lo lanzó con toda su fuerza hacia arriba y adelante. El objeto ascendería en el aire con un silbido agudo, girando sobre sí mismo, y luego, de pronto, un estallido de luz. La explosión resonó en el aire, vibrante y poderosa, aunque inofensiva, y por un instante efímero todo quedó iluminado con colores brillantes; rojos, azules y dorados se desplegaron en una lluvia de chispas que se reflejaron sobre el agua, como si las estrellas mismas hubieran decidido bajar del cielo y participar en su pequeño espectáculo, o como si el propio cielo estuviera reflejando fielmente la esencia de Jun: caótica, impredecible, pero innegablemente hermosa.
—Una tormenta, de fuego y de caos —dijo, mientras los últimos rastros de la explosión desaparecían en el cielo oscurecido—. Y las tormentas no prometen ninguna seguridad. Solo desorden… ah, y belleza, obvio —Entonces se giró sobre sus talones, para volver a mirar al gigante, sonriendo ampliamente—. Cuando nos volvamos a encontrar, será para que puedas ver cómo brillo en el ojo de la tormenta. Es una promesa.
Finalmente selló sus palabras guiñándole un ojo y levantando el dedo pulgar. No era una promesa vacía. Jun era una fuerza de la naturaleza, y, como un tornado arrasador, volvería a cruzarse en su camino.