Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Común] [C - Pasado] Lo que Gray Terminal esconde. [Percival, Silver, Lobo]
Asradi
Völva
Verano, Día 20 del año 723

Asradi emergió de las aguas turbulentas que rodeaban Gray Terminal, un lugar donde la ley y el orden eran conceptos lejanos, y la supervivencia era la única regla. Su cabello negro, largo y ondulado, se secaba lentamente al sol, mientras ella se arrastraba hacia la orilla, asegurándose de que su cola de sirena estuviera oculta bajo un manto de harapos que había encontrado en su camino. No solo eso, sino que también mantenía bien cubierta la maldita marca que portaba en su espalda. Sabía que debía ser cautelosa; en este lugar, la curiosidad podía ser tanto un regalo como una maldición.

Gray Terminal era un refugio para los desposeídos, un vertedero de chatarra y basura, donde los piratas y los marginados se reunían en busca de una vida mejor, o al menos, de un día más. A medida que Asradi se adentraba en el bullicio del mercado improvisado, su corazón latía con fuerza. La mezcla de olores: pescado, madera en descomposición y humo de fuego, la envolvía, y aunque el lugar era caótico, había una extraña belleza en la forma en que la gente se movía, luchando por sobrevivir. Belleza y tristeza al mismo tiempo. ¿Cómo podía la gente pudiente permitir eso? Había visto, incluso, niños descalzos y en harapos correteando por ahí, hurgando entre la basura y la chatarra que reinaba en aquel lugar olvidado.

Cada vez odiaba más a los nobles. Y todavía más a los Dragones Celestiales. Ellos eran los culpables de toda esa miseria en el mundo. Ojalá alguien les diese su merecido y las tornas se cambiasen. ¿Cómo se sentirían ser bajados, de una patada, de sus tronos de oro y hacer que se arrastrasen como la basura que eran? Asradi rechinó ligeramente los dientes. Todavía era joven, inexperta quizás en algunas cosas. Pero no era imbécil. Estaba viendo cómo funcionaba el mundo. Y si uno no cuidaba de sí mismo, nadie más lo haría.

Con “pasos firmes”, se dirigió hacia un grupo de comerciantes que vendían frutas y verduras. Su piel, ligeramente bronceada por el sol, y su mirada intensa, atraían la atención de algunos, pero ella se mantenía alerta, consciente de que cualquier desliz podría revelar su verdadera naturaleza. Asradi había aprendido a adaptarse, a ocultar su esencia de sirena bajo una fachada humana. Había dejado atrás su hogar, y ahora debía encontrar su lugar en este mundo hostil. Y eso no era fácil. No para una sirena viajando sola.

¿Qué deseas, chica? —preguntó un hombre robusto, con una barba desaliñada y una sonrisa astuta.

Solo un poco de carne seca, por favor. —respondió Asradi, tratando de sonar despreocupada mientras examinaba la variedad de carnes y demás que colgaban de un improvisado puesto.

El hombre le ofreció una porción, y ella le dio un par de monedas que había conseguido en su viaje. Mientras él le entregaba la carne, Asradi sintió una mirada fija en ella. Se giró lentamente, encontrando a un joven de cabello desordenado y ojos curiosos que la observaba desde la distancia. Por inercia, la chica frunció el ceño. Era consciente que, aún ocultando su raza, tenía unos rasgos llamativos para aquellos que no fuesen norteños. Lo mejor que podía hacer era ignorar cuánta mirada tuviese encima y continuar su camino. Eso sí, sin bajar la guardia en ningún momento. Era consciente de que estaba en un lugar peligroso. Y la costa no estaba tan cerca como le gustaría en cuanto había comenzado a adentrarse.

Lo único que podía hacer era descansar unas pocas horas antes de continuar su camino. Tenía varios rasguños en los brazos. Solo habían pasado unos cuantos días desde que había abandonado Loguetown. También tenía la falda que Galhard le había obsequiado, pero resguardada a buen recaudo en su mochila. Era una pieza de tela exquisita y no quería que se la pudiesen robar o cualquier cosa. Por eso se había decantado por unas prendas más simples, casi harapientas, para cuando había llegado a Gray Terminal.

Simplemente para intentar no llamar la atención.

Se alejó del bullicio, de la zona más concurrida. No sabía si eso era lo más inteligente, pero tampoco quería arriesgarse a estar entre tantas personas y que todo se descontrolase. Lo que menos deseaba era eso: discreción. Al menos dentro de lo que cabía. Una vez se sintió segura, parcialmente, se sentó sobre un viejo y medio destrozado neumático, comenzando a mordisquear uno de los trocitos de la carne seca que había comprado. No era mucho. Pero era mejor que nada.
#1
Silver
-
El caos y la constante neblina de polvo y humo envolvía el ambiente de Gray Terminal como un manto pesado, casi sofocante. Era el tipo de lugar donde cualquier pirata con suficiente paciencia y un ojo entrenado podía encontrar oportunidades... o problemas. Y para Silver, los problemas solían presentarse antes que las oportunidades, o las oportunidades seguidas de problemas. Sus pasos resonaban ligeramente contra los escombros dispersos, y la petaca de licor en su cinturón, junto a su espada, tintineaban suavemente con cada movimiento.

La economía de la tripulación no estaba precisamente en su mejor momento, y eso forzaba a tomar ciertos trabajos menos prestigiosos. Syxel y sus compañeros habían estado dando vueltas por los mercados improvisados, buscando algo de valor o alguna nueva pista, pero en su lugar, lo único que había logrado encontrar era más suciedad bajo sus botas y vendedores que intentaban estafarlo con productos de segunda mano. Con una mueca desganada en el rostro, estaba a punto de desistir y arrastrar a Balagus y Dharkel fuera de ese basurero cuando algo, o más bien alguien, captó su atención.

Una chica de piel bronceada y cabello negro ondulado se apartaba del bullicio. Había algo en su porte, en la forma en que su mirada parecía contener una fuerza interna, que hizo que los ojos del pirata se entornaran ligeramente. Sus rasgos eran difíciles de ignorar, incluso envuelta en aquellos harapos que claramente no le hacían justicia. Y destacando aún más entre los estándares de este vertedero.

Balagus se inclinó hacia él, su enorme figura eclipsando a algunos de los pobres diablos que deambulaban cerca.

Capitán, ¿seguimos dando vueltas o qué? No hay nada útil aquí. Solo basura.

Syxel, que hasta ese momento había estado a punto de asentir, cambió de opinión en el último segundo, una leve sonrisa curvándose en sus labios.

No todo es basura, amigo. —Respondió, con una chispa de curiosidad en su mirada mientras sus pies comenzaban a dirigirse en dirección a la chica—. Dadme un minuto.

Con pasos confiados, el capitán se acercó hacia donde la joven había encontrado refugio, sentada sobre un neumático destrozado mientras mordisqueaba un pedazo de carne seca. Desafiante, sola, pero no frágil, pensó mientras la observaba. Podía sentir la tensión en el aire, esa sensación de peligro latente que siempre lo ponía en alerta... y al mismo tiempo captaba su atención. No es que tuviera nada mejor que hacer, y además, un trago nunca era mal recibido.

¿Te molesta si te acompaño? —preguntó el pirata con una sonrisa despreocupada, dejando que su tono natural hiciera el trabajo. Desabrochó su petaca de licor y se la ofreció, inclinando la cabeza levemente— Un trago siempre mejora cualquier comida.

Su mirada la estudiaba, sin ser invasiva, pero claramente intrigado por la figura frente a él. Un pirata nunca podía ser demasiado confiado en lugares como Gray Terminal, pero la belleza y el aire enigmático de la chica le hacían querer arriesgarse, al menos para entablar una conversación.
#2
Lobo Jackson
Moonwalker
La llegada al Reino de Goa había sido algo más complicada de lo que al mink le hubiera gustado. Los pasajeros que le acompañaban en aquel buque, o más bien cáscara de nuez que se había mantenido a flote de milagro, habían dedicado la mayor parte de su tiempo a mirarle con ojos curiosos. Pero no con la curiosidad inocente de quienes ven algo nuevo, si no con el corazón podrido por la discriminación que les concede la ilusión de poseer una posición privilegiada, creyéndose por encima de todos los que fueran tan humanos como ellos.

La evidente expresión de asco en sus rostros, cuyo comportamiento altivo y desagradable terminaban de decorar, creaban la estampa perfecta del racismo más puro e ignorante, digno de la definición de una enciclopedia de Ohara. A pesar de todo, el siempre optimista Lobo Jackson les dedicaba una sonrisa encantadora mientras se esforzaba por no vomitar por la borda.

Al fin desembarcaron, más la sensación nauseabunda no abandonó al mink hasta que se alejó del muelle y comenzó a caminar en dirección a las ruinas, sin saber si su mareo era causa del oleaje o de la discriminación humana. Sea como fuere, la única compañía que necesitaba iba atada a su espalda, su querida y fiel guitarra eléctrica "Beatbreaker".

Según se adentraba en aquel desolado lugar, cuyo eco de lo que alguna vez fue todavía perduraba entre la ruina, observó que la miseria no sólo había afectado a los edificios. Había gente que paseaba cabizbaja entre los escombros, mirando bajo sus pies en busca de cualquier cosa de valor, paseándose de aquí para allá con el polvo adherido a su piel. Hasta las ratas que correteaban prestas entre los recovecos de metal y piedra, naturalmente marrones, ahora lucían el grisáceo tinte de la ceniza. Incluso el mink comenzaba a notar cómo el polvo, que levantaba a cada paso que daba, se pegaba a su pelaje.

- Qué desastre... - Pensó. - ¿Y la gente vive aquí? ¿Sin más? ¿Y el Gobierno no les ayuda?

De pronto, un grupo de niños que le habían estado observando desde que llegó se acercaron todos a la vez. El lobo no sintió en ellos la semilla del racismo, y si estaba, todavía no había conseguido arraigar en sus corazones. Sus ojos todavía mantenían ese brillo inocente, aunque algo apagado, que es tan característico de la infancia. 

- ¡Señor! ¡Señor! ¿Qué es? - Preguntó uno de ellos.

- Es un hombre lobo, ¿no lo ves? - Comentó otro.

- ¿Y si es un perro que habla? - Se inventó un tercero.

- ¡Tiene una guitarra! ¿Sabes tocar la guitarra? - Exclamó una niña. 

Lejos de despreciarle, se habían aproximado a él hasta rodearle. Pero Jackson no se incomodó, al contrario, aquel recibimiento era más que suficiente para alegrarle el día.

- ¡Hola-gara! Veo que sois muy curiosos-gara. - Su acento de Zou, tan marcado, consiguió hacer reír a los niños. - No soy un perro que habla, ni tampoco un hombre lobo, soy un mink-gara. - Luego ladeó la cabeza con suavidad hacia la izquierda, y rascándose el mentón con la mano derecha, pensó en voz alta. - Aunque sí que tengo algo de lobo-gara...

- ¡Ualaaaaaa! - Dijeron los niños al unísono. 

- ¿Tus papás también eran lobos como tú? - Preguntó el primero.

- ¡Qué va! Mi madre es una jirafa y mi padre un binturong-gara.

- ¡Una jirafa! ¡Qué raro! - Exclamó el segundo.

- ¿Qué es un binturong? - Curioseó el tercero.

En cuanto a la niña, seguía mirando la guitarra eléctrica con tanta ilusión que parecía que sus ojos se iban a convertir en estrellas. Algo que no pasó desapercibido para el mink, músico apasionado, quien le dio la vuelta y la colocó frente a él para mostrársela.

- ¿Te gusta-gara? Se llama "Beatbreaker" y suena muy bien-gara. - Dijo con alegría. - ¿Os gustaría escuchar cómo suena-gara? -

- ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! - Dijeron todos, siendo la niña quien más énfasis ponía a sus palabras colmadas de emoción.

Lobo Jackson, quien sentía una gran lástima por aquellos niños que vivían en ese panorama tan desolador, supo que las cuerdas podían hacer más que sólo llenar el triste vacío que se extendía a su alrededor. El peso de esas miradas infantiles repletas de ilusión parecían un llamado de la providencia, que hacía vibrar su alma con un propósito superior al de sólo componer música sin más. Quería ayudarles, animarles, darles un motivo para sonreír.

Sus manos se recubrieron de su fuerza electro, que dio vida a la guitarra, y con el primer acorde que tocó con el filo de sus garras llenó el aire de vida. La música empezó a propagarse, haciendo vibrar la esperanza entre los escombros mientras que los niños abrían sus bocas con estupefacción. Era quizás el primer instrumento de ese estilo que habían visto, lejos de la percusión que podían conseguir golpeando tuberías oxidadas contra paredes derruidas.

Sin pensarlo dos veces, Lobo Jackson decidió comenzar a caminar mientras tocaba una canción alegre, y pronto los pequeños pies de los niños se movieron al ritmo de las notas. Las ruinas seguían siendo frías y tristes, pero la música tenía la capacidad de ocultarlas bajo un manto de optimismo que se movía al son del rock and roll. Como si se tratase de un desfile en miniatura, el mink iba en cabeza escoltado por los niños, que bailaban y reían a su alrededor al tiempo que caminaban sin dirección fija. Tampoco importaba dónde fueran, era un momento único en sus vidas y Lobo Jackson lo sabía.

De pronto, tras dejar atrás una casa muy rudimentaria hecha con restos de tela, hojalata y madera astillada mantenida en su sitio con enormes pedruscos, se encontraron de frente con una vista interesante: a unos diez metros de allí, sentada sobre una rueda medio deshecha, había una mujer particularmente llamativa. Quizá fuera por su aire solitario, o quizá por su propia constitución esbelta y de piel morena; pero algo sin duda cautivó la atención del mink. Y al lado de ésta, un hombre le ofrecía una petaca que seguramente contenía algún tipo de licor. 

- Deben de ser visitantes y extranjeros como yo. - Pensó el mink. - ¿Qué mejor ocasión para conocer a alguien que la música? -

Y guiado por el optimismo de la divertida tonadilla se dirigió hacia la pareja, seguido de cerca por los infantes bailarines.
#3
Percival Höllenstern
-
El aire en Grey Terminal siempre tiene ese toque agrio, una mezcla de polvo, ruina y desesperanza, como si las mismas entrañas de este lugar respiraran muerte. Mientras me deslizo entre los escombros, mi manto gris flota, ocultando lo que soy y lo que llevo conmigo. Observo desde las sombras, un hábito que nunca he perdido, incluso cuando no hay amenazas inmediatas. Pero hoy, algo es diferente. El silencio que suele reinar aquí ha sido roto por un sonido extraño, casi fuera de lugar: una guitarra.

Es un sonido alegre, vivo, casi imposible en este cementerio de desperdicios. Sigo el rastro de la música con cautela, mis pasos son ligeros, como si flotara entre los restos. Mi mano busca instintivamente la armónica en el bolsillo interior de mi abrigo. Es un objeto sencillo, pero tiene una utilidad que he aprendido a valorar con el tiempo. La música tiene una manera extraña de abrir puertas, y hoy podría necesitarla.

Al acercarme, lo veo. Un mink, uno de esos seres mitad bestia, mitad hombre, tocando con destreza su guitarra eléctrica. El contraste de su música animada con la desolación de Grey Terminal es casi grotesco, pero no puedo negar la habilidad de sus dedos. Alrededor de él, un grupo de niños lo observa con ojos brillantes, como si fuera el mismísimo adalid de la alegría. La inocencia de esos críos todavía no se ha apagado, a pesar del polvo y la ceniza que mancha sus rostros, algo que, no obstante, no tardaría en suceder.

Sin detener mi marcha, me llevo la armónica a los labios. Espero el momento justo, ese preciso instante en el que sus cuerdas necesitan algo más, una especie de compañero melódico. Y entonces soplo, dejando que las primeras notas llenen el aire, uniéndose a la canción que él ya ha empezado. Es una melodía simple, suave, pero efectiva. Algo que pueda entrelazarse con su guitarra sin pisarla, creando una armonía que ninguno de los presentes esperaba escuchar a pesar de no ser la persona más diestra en el arte de la música.

El mink levanta las orejas, notando mi presencia de inmediato. No se detiene, pero puedo ver cómo me busca con la mirada entre las sombras. Mientras dejo que la armónica descanse entre mis dedos y le dedico una mirada calculada, sigo sedente sobre un rincón cercano, casi con una mirada desafiante pero no necesariamente mala. 

No es frecuente encontrar algo vivo en este cementerio —digo, rompiendo el silencio entre nosotros, pero manteniendo el ritmo que todavía flota en el aire. Mis palabras salen con calma, como si formaran parte de la canción anteriormente interpretada, cortando el paso con mis palabras al sujeto. Me incorporo un segundo, observando su faz peluda.

Observo su reacción. El lobo se toma su tiempo antes de responder, pero no parece intimidado. Tampoco es que lo necesite; no soy un predador aquí, solamente un observador, un espectador al que le ha llamado la atención algo inusual en medio de la decadencia.


Mientras mantengo la armónica sujeta en mi mano, mis ojos se deslizan brevemente hacia los niños, ajenos a la tensión sutil entre nosotros, felices en su propia burbuja de música y distracción. Un espectáculo curioso. En cualquier otro lugar, sus risas serían una molestia, una distracción innecesaria en mi concentración. Pero aquí, en Grey Terminal, esas voces son como ecos de algo que hace mucho dejó de existir. Aquí, son la única señal de que la vida no ha sido totalmente sofocada.

Interesante elección de escenario para un recital — comento, volviendo mi atención al mink, con un tono seco pero no completamente desprovisto de curiosidad. Alguien que toca con tanta pasión en un sitio como este… tiene que tener una razón.
#4
Asradi
Völva
Es verdad que había pedido algo de carne seca, pero... ¡Joder! Eso estaba más seco que un desierto. Tan chicloso que hasta con entrenada y fuerte dentadura, le estaba costando masticar. Pero menos daba una piedra, así que no se quejaba demasiado. Se había apartado para, precisamente, tener un poco de intimidad en aquel lugar. El neumático no era lo más cómodo del mundo, pero era mejor que estar sentada en el suelo o en otro tipo de basura. El aire era terrible, eso sí. El humo de basura quemada, rezumando por doquier, el ambiente cargado y aquella sensación de dejadez y abandono, le encogía el corazón a partes iguales. Tironeó un poco más, con los dientes, del trozo de carne, rezongando un tanto por lo bajo. Y seguiría rezongando si no fuese porque unos pasos que se acercaban le hicieron alzar ligeramente la mirada. Tragó y luego frunció el ceño de inmediato, envarando levemente la espalda. De reojo y de manera disimulada contempló su propia ropa, asegurándose de que, al menos con eso, todo estaba en orden.

Luego, volvió a alzar la mirada, entrecruzando sus ojos, azules como el océano, con el varón que se aproximaba. Cabello oscuro, expresión amigable y preguntándole si podía acompañarla. ¿Si le decía que no, se largaría? Lo dudaba mucho. No sabía si podía fiarse de él, pero tampoco podía negarle el lugar. Estaban en un sitio público. Y, además...

No sé yo si el licor logrará mejorar esto. — Dijo, refiriéndose al aperitivo que estaba tomando. Pero un trago siempre ayudaba, al menos. Tomó la petaca de licor que el hombre le ofrecía. Era de buen ver y parecía humano, a todas luces. Tendría que andarse con cuidado.

¿Pirata, marine o, simplemente, un habitante más de la desastrada y gris Gray Terminal? La música alegre que había estado sonando hasta ahora se detuvo, arrancando un pequeño suspiro en la sirena. Era una buena melodía, aunque fuese otro estilo. Y, al menos, había animado el triste lugar durante un buen rato.

Pero gracias. — Dijo a Silver, aceptando la petaca. La tomó primorosamente entre sus dedos, y abrió el recipiente.

Por mera costumbre, olió de manera muy disimulada. Efectivamente, parecía ser solo licor, así que le dió un trago. Tosió casi de inmediato, era demasiado fuerte para ella, aunque el sabor era llamativo y dulce. Dió otro trago, notando como ahora le rascaba un poco menos en la garganta.

Está un poco fuerte, pero no está mal del todo. — Sonrió ligeramente, entregándole de nuevo la petaca. Luego, se atrevió a mirarle de manera un tanto más directa. — No es común encontrarse con alguien que comparta algo en Gray Terminal.

Dijo, mirando un tanto a Silvers, con una sonrisa un poco más nostálgica.

Aunque viendo la situación que hay aquí, no se les puede culpar. — Murmuró.
#5
Silver
-
Silver aceptó la petaca de vuelta con una sonrisa en los labios. Un destello de diversión cruzó por su mirada mientras la guardaba de nuevo en su cinturón. La forma en que la chica había tosido tras el primer trago le había dado una impresión más auténtica de ella. No parece alguien que esté acostumbrada a los rincones más oscuros del mundo, pensó mientras la estudiaba de nuevo, notando la nostalgia que tintineaba en su voz.

Gray Terminal tiene esa habilidad de sacar lo peor de la gente. —dijo con un tono casi melancólico mientras dirigía una mirada rápida al bullicio a lo lejos, donde los comerciantes seguían con sus actividades—. Pero a veces, si tienes suerte, te encuentras con algo... mejor.

Su tono bajó ligeramente al pronunciar las últimas palabras, sin perder el aire de misterio que envolvía cada frase. Había algo en la chica que le despertaba curiosidad, un aire de melancolía mezclado con esa cautela propia de quien ha pasado tiempo entre las sombras, pero aún no ha perdido del todo la fe en algo mejor. Era difícil decir qué la había traído a ese vertedero, pero algo le decía que no era alguien común. Quizás otro espíritu perdido en busca de algo, reflexionó el pirata. No era el único en esa situación.

Apoyó los codos en sus rodillas, inclinándose un poco más hacia ella, pero manteniendo una distancia respetuosa. El viento cargado de ceniza y polvo hizo que entrecerrara los ojos por un segundo antes de volver a hablar.

La mayoría de la gente que pasa por aquí está huyendo de algo... o buscando algo que ya han perdido. —El pirata la miró de reojo, midiendo sus palabras—. ¿Qué te trae a este lugar olvidado por el mundo? No pareces encajar del todo aquí.

Su tono era amigable, casi casual, pero la pregunta escondía una curiosidad genuina. Las personas que llegaban a Gray Terminal raramente lo hacían por elección, y aquellos que lo hacían, generalmente cargaban con historias interesantes. Syxel estaba dispuesto a escuchar la suya, si es que ella quería compartirla. A veces, resultaba más sencillo hablar con un extraño si querías desahogarte.

Al percibir que tal vez había sido un poco directo, levantó la mano con una media sonrisa.

No es que sea asunto mío, claro. Solo que no todos los días encuentras alguien con quien vale la pena compartir un buen licor. —Añadió, al advertir que tal vez había sido un poco directo, levantando la mano con una media sonrisa.

Pero justo cuando las palabras se escapaban de sus labios, una melodía rompió el breve silencio que se había instalado entre ellos. Era música, diferente a lo que había estado oyendo antes. Los ojos del pirata se entrecerraron ligeramente cuando identificó la fuente: un mink con una guitarra eléctrica y varios niños que lo seguían, saltando y riendo a su alrededor. El contraste entre la música alegre y la decadencia del lugar era palpable.

Parece que tenemos compañía. —Comentó con un tono más ligero mientras sus ojos seguían la escena—. Es un día de sorpresas. No me esperaba un concierto hoy.

El capitán se relajó ligeramente, apoyando una mano en su espada mientras observaba el espectáculo. La música llenaba el aire y, de alguna manera, aligeraba el ambiente. El día en Gray Terminal había dado un giro inesperado, y algo en su instinto le decía que las cosas estaban a punto de volverse más interesantes. No era habitual encontrar un mink en lugares como ese, y menos uno que pareciera tan despreocupado. La curiosidad del pirata aumentaba, aunque mantuvo su atención dividida entre la chica y la nueva presencia. Se giró levemente hacia la joven una vez más, la sonrisa volviendo a su rostro.

¿Tú qué crees? —preguntó en tono de broma, inclinando la cabeza hacia el mink—. ¿Nos unimos a la fiesta o preferimos quedarnos aquí, disfrutando de la vista?
#6
Lobo Jackson
Moonwalker
Dulce era la canción que guiaba los pasos de su desfile en miniatura, una oda a la alegría coreada por las risas infantiles que se hacía oír por encima de la miseria que formaba parte de la infame trinidad, junto a la hambruna y la ruina del Reino de Goa. 

Una canción a la que se unió un repentino acompañamiento: el suave y dulce silbar de un instrumento de viento. Un sonido acompasado que llamó la atención del mink, quien miró a su alrededor con curiosidad, sorprendido de que alguien supiera acoplarse a su canción improvisada. No sólo demostraba una gran habilidad melódica, si no que además realzaba y moldeaba el alma de la tonadilla.

Concluyó con un suave rasgueo de las cuerdas y la música se perdió entre las ruinas, donde las notas acabaron posándose entre el polvo y la ceniza. El silencio volvía a reinar en Gray Terminal.

Pronto descubrió la fuente de la armonía: se trataba de un hombre, quien sujetaba una armónica entre sus manos. Dicho hombre miraba al mink con tal intensidad que provocó en Lobo Jackson una extraña sensación de incomodidad en su interior. Y era curioso, porque era un hombre inusualmente hermoso cuya piel parecía ir a juego con las ruinas, compartiendo el mismo tono blanquecino. Y aun así, no había rastro de ceniza o polvo en su impoluto traje de corte sofisticado.

No es frecuente encontrar algo vivo en este cementerio. — Le dijo el desconocido con intención de entablar conversación.

Pero el mink no contestó de inmediato, se limitó a observar durante un instante al hombre de la armónica. ¿Quién era? ¿Por qué estaba ahí sin más? Desde luego, no parecía formar parte del aderezo de Gray Terminal. Estaba seguro de que se trataba de alguien como él, un desconocido en tierra ajena.

Sintió cierta curiosidad cuando éste se puso en pie, pero llamó su atención el hecho de ver cómo sus ojos pasaban a observar a los niños que aún cantaban a su alrededor, ajenos a la conversación que había comenzado justo por encima de ellos. Como si quisiera protegerlos, el mink dio un par de pasos al frente mientras sujetaba su guitarra.

Interesante elección de escenario para un recital. —  Le preguntó el hombre de la armónica.

A lo cual Lobo Jackson respondió con una amplia sonrisa.  El mejor escenario no es el que tiene el decorado más elaborado-gara. - Tras lo cual colocó sus manos en las cuerdas de la guitarra y tocó despacio de arriba a abajo, sacando un suave sonido alegre que culminó con una pose de su cuerpo, señalando al hombre con el mástil. - Es el que cuenta con el público más dedicado-gara. -  

Dando tres giros sobre sí mismo con mucho estilo, se dejó llevar por el animado saltar de los niños, quienes corearon a su alrededor con alegría. - ¿A que sí, pequeñajos-gara?

A continuación miró al desconocido, ya con mucha más energía. - ¡Se te da muy bien la armónica-gara! Ha sido un acompañamiento muy bonito-gara. Mi nombre es Lobo Jackson, ¿cómo te llamas-gara


El mink apenas había prestado atención a lo que ocurría varios metros más adelante, donde la mujer y el hombre compartían una petaca de licor.
#7


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