Tofun
El Largo
17-09-2024, 10:44 PM
Verano del 698
Isla Syrup, East Blue
El calor pegajoso del verano no perdonaba ni a los habitantes de Isla Syrup ni a sus visitantes. Entre los muelles atestados de mercaderes y pescadores, circulaban rumores de cambios bruscos en los impuestos. A los Tontatta, un pequeño grupo conocido como "Los Piezas", no les costó mucho identificar al culpable: Bartholomeus Phinneas Arkwood, un adinerado comerciante que había amasado una fortuna cobrando aranceles desmesurados a los lugareños. Su poder económico no solo le había permitido hacerse con una mansión, sino también comprar a cierta parte de las autoridades locales, quienes hacían la vista gorda mientras Arkwood exprimía hasta la última moneda de los comerciantes.
El día del golpe había llegado. Tofun, líder de "Los Piezas", observaba la enorme mansión desde la distancia. La edificación dominaba la colina, con un jardín lujosamente cuidado y varios guardias patrullando el perímetro. Sus compañeros estaban listos para moverse. La infiltración no sería sencilla, pero no era la primera vez que el grupo se enfrentaba a una tarea de este tipo. La organización del grupo se basaba en años de experiencia compartida haciendo todo tipo de trabajillos. Mientras otros Tontatta se enfocaban en causas más pacíficas, "Los Piezas" se especializaban en golpes quirúrgicos, operaciones que lograban desestabilizar a los poderosos sin causar excesivo ruido, o eso decían ellos. Esta noche, Arkwood sería su objetivo.
Los cinco Tontatta se acercaron a la mansión con sigilo. Llevaban máscaras de payasos, no tanto por el efecto intimidante, sino porque la extravagancia era parte de su sello. Como enanos, podían pasar desapercibidos, pero sabían que si eran vistos, debían dejar una impresión que nadie olvidara. El Chino, el encargado de los aparatos, había trabajado toda la semana en un pequeño gancho mecánico para poder escalar el alto muro de piedra que rodeaba la propiedad. Sabían que no podían simplemente caminar por la puerta principal. Llegar al muro fue fácil; la mansión estaba ubicada en una zona apartada, y las calles que la rodeaban estaban desiertas a esa hora de la noche. Sin embargo, la vigilancia dentro de la propiedad era otra historia. Varios guardias humanos se movían entre las sombras, patrullando el terreno a intervalos regulares.
— Hora de moverse. — Murmuró Tofun mientras El Chino sacaba el gancho.
Con precisión, el gancho se enganchó en el borde del muro, y uno a uno, los enanos comenzaron a escalar. Para un Tontatta, lo que sería una subida simple para un humano se convertía en una maniobra delicada y lenta, pero lo habían hecho tantas veces que lo tenían perfeccionado. Una vez en la parte superior del muro, lo más difícil era bajar al jardín sin ser vistos. El primer obstáculo que encontraron fue un guardia que caminaba demasiado cerca de su zona de entrada. Todos se quedaron inmóviles, esperando a que se alejara lo suficiente. Piqui, el más impaciente del grupo, casi perdió el equilibrio, pero Miqui lo agarró de la capa en el último segundo, evitando una caída que hubiera alertado a toda la mansión.
Ya en el jardín, avanzaron agachados entre los arbustos. Sabían que debían moverse despacio, habían aprendido por las malas que la velocidad en una operación de infiltración podía ser fatal. Sabían que tenían una ventana corta de tiempo para llegar hasta el despacho de Arkwood, el lugar donde esperaban confrontarlo.
El problema principal no eran los guardias, sino el perro. En otras misiones habían lidiado con perros, pero la información que tenían sobre este mastín era escasa, y sabían que si los olía, estaban perdidos.
— Mantente bajo. — Susurró Tofun a El máquina señalando al enorme animal que yacía junto a una fuente decorativa.
El Chino sacó un frasquito de líquido espeso. Había preparado un aroma especial para disimular el olor de los Tontatta. Lo roció por el aire, y los cinco avanzaron en silencio, cruzando a escasos metros del mastín, que ni se inmutó. Al llegar a la parte trasera de la mansión, encontraron una pequeña ventana semiabierta en el segundo piso. La habían localizado durante su investigación, y sabían que sería su entrada. Pero no todo sería tan sencillo. Subir hasta allí no era un problema; el verdadero reto sería entrar sin hacer ruido.
— Máquina, ayúdanos con esto. — Murmuró Tofun.
El Máquina, que tenía la fuerza de diez hombres en su diminuto cuerpo, ancló una cuerda en un punto seguro y les permitió trepar hacia la ventana. Dentro, se encontraron en una habitación de almacenamiento llena de muebles viejos cubiertos con sábanas. La casa, a pesar de su opulencia, tenía rincones que no se usaban, y "Los Piezas" siempre aprovechaban esas zonas abandonadas para moverse sin ser detectados. El grupo avanzó por los pasillos oscuros del segundo piso, pegados a las paredes para evitar ser vistos por los criados que ocasionalmente pasaban por allí. Sabían que el despacho de Arkwood estaba en la planta baja, al fondo de un largo corredor. El silencio era tal que podían escuchar el eco de sus propios pasos, diminutos como eran.
Llegaron finalmente al despacho. Una puerta pesada y de roble bloqueaba su entrada, pero no era un problema para El Máquina, que se encargó de abrirla con cuidado utilizando una ganzúa hecha a medida. Al entrar, se encontraron con la opulencia de la oficina: paredes cubiertas de libros que probablemente nunca habían sido leídos, mapas de rutas comerciales y un gran escritorio de caoba en el centro de la sala. Arkwood estaba allí, revisando documentos bajo la tenue luz de una lámpara. Ni siquiera se había dado cuenta de la pequeña cuerda que había activado al abrir la puerta, pero su tranquilidad duró poco.
Tofun se adelantó, subiendo de un salto al escritorio. Sus compañeros tomaron posiciones alrededor de la habitación, aunque su diminuto tamaño hacía que apenas se vieran. El comerciante alzó la vista, parpadeando, al ver lo que primero le pareció una alucinación: cinco figuras diminutas con máscaras grotescas de payasos, pero cuando la realidad se asentó en su mente, su rostro se volvió blanco como el papel que sostenía.
— Tus aspiraciones han pasado por encima de los vecinos que te permiten soñar con ellas. Hoy se acaba todo. — Tofun habló con calma, con una voz grave que no correspondía a su pequeño cuerpo. Los otros permanecieron en silencio, como si fueran sombras acechando al comerciante desde cada rincón de la habitación. Arkwood tragó saliva. Intentó hablar, pero las palabras se le atragantaban. La amenaza de "Los Piezas" era clara y, aunque pequeños, sabían cómo hacer daño donde más dolía. Dudo por un instante se si lo iba a sentenciar, entonces Tofun continuó. — Tenemos contactos en todos tus asuntos, tenemos gente infiltrada en esta mansión. Si queremos acabar contigo, lo haremos. Te daremos una última oportunidad de echar atrás los aranceles antes de envenenar una botella, la comida tal vez, interrumpir tu sueño con un afilado cuchillo, atacarte desde el váter, nuestra depravación no tiene límites. — El comerciante no tuvo más remedio que asentir.
Horas más tarde, "Los Piezas" se reunían en una taberna en la parte baja de la isla, celebrando su éxito con unas copas de ron barato. La gente del pueblo no sabría exactamente lo que había pasado, pero en los días siguientes, los aranceles volverían a bajar, y los mercaderes y pescadores de Syrup podrían respirar tranquilos.
Tofun, mirando a sus compañeros, alzó su copa en silencio. Sabían que este no sería su último golpe, pero esa noche habían hecho justicia a su manera.