Hay rumores sobre…
... una plaga de ratas infectadas por un extraño virus en el Refugio de Goat.
[Autonarrada] Escapando de los captores
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ragn despertó al sonido de olas suaves y el vaivén del barco que lo albergaba. La primera bocanada de aire que llenó sus pulmones fue salada, y al abrir los ojos, un cielo nublado y gris le dio la bienvenida. A su alrededor, la madera vieja del barco crujía bajo sus movimientos, como si la embarcación misma compartiera su dolor. Los recuerdos de Dawn regresaron en ráfagas: la Granja, la lucha, la sangre… y aquel rostro de la mujer dorada que lo llamaba desde algún lugar perdido en su memoria. Se incorporó con dificultad, sintiendo que cada músculo de su cuerpo clamaba por descanso, pero su mente inquieta no le permitía detenerse. —Veo que finalmente has despertado —dijo una voz ronca. Ragn giró la cabeza hacia la voz y encontró a Alf, un hombre de cabellos grises, barba tupida y ojos afilados que lo miraban con una mezcla de curiosidad y preocupación. Mich, más joven y de semblante más amable, permanecía un poco más atrás, asintiendo con la cabeza. Eran dos pescadores que parecían tan acostumbrados al mar como él, aunque la diferencia en sus orígenes era evidente. Aun así, en ese momento, Ragn se sintió agradecido. Por primera vez en mucho tiempo, no percibía peligro en sus alrededores. —Nos costó sacarte de la orilla —Dijo Mich, rompiendo el silencio— Tenías el aspecto de un hombre que había visto su última batalla.

Ragn sonrió débilmente, y con un gruñido de dolor, se apoyó en el borde de la cama improvisada. El barco, aunque modesto, parecía tener todo lo necesario para un viaje largo en el mar, redes colgadas, cajas de madera llenas de pescado y barriles de agua. Con un poco de suerte, pensó, este barco lo llevaría lejos de Dawn y de todo lo que había dejado atrás en la isla. —Grrrassias… —Susurró, sintiendo que las palabras se le atragantaban. No recordaba la última vez que había agradecido algo a alguien. Los dos pescadores se limitaron a asentir, sin hacer más preguntas, respetando el espacio que Ragn necesitaba. Era un alivio inesperado, un momento de paz en un mundo que no dejaba de devorarlo. Durante los días que siguieron, Ragn recuperó fuerzas bajo el cuidado atento de Alf y Mich. Los pescadores se turnaban para vigilarlo, asegurándose de que sus heridas no se infectaran y de que comiera lo suficiente. La rutina diaria le ayudaba a aclarar su mente y, de alguna manera, a sentirse útil otra vez. Con el tiempo, comenzó a ayudar con las redes y a colaborar con pequeñas tareas a bordo. Era una especie de terapia, una forma de escapar de los fantasmas de Dawn que aún lo acechaban. A pesar de la amabilidad de sus anfitriones, Ragn no podía evitar pensar en Josis. En las noches, cuando el barco se balanceaba al ritmo de las olas, su mente regresaba una y otra vez a la trampa en la que ambos cayeron. No podía olvidar la mirada de su amigo, el último destello de vida en sus ojos antes de que todo se apagara. Había fallado, y eso lo perseguía como una sombra constante. La culpa era un peso que ni el mar lograba disipar.

En un intento por exorcizar sus demonios, Ragn comenzó a contarles a Alf y Mich partes de su historia. Les habló de Dawn, de la Granja, y de la brutalidad de los cazadores que lo habían seguido hasta la costa. Los pescadores escuchaban en silencio, sin juzgar, absorbiendo cada palabra como si fuera una canción triste que ya habían escuchado antes. Parecía que la tragedia era un idioma común para aquellos que habían pasado demasiado tiempo en alta mar. Alf, con sus ojos grises y su rostro curtido por el viento, le dio un consejo una noche mientras fumaban en la proa del barco. —El mar tiene un modo curioso de curar las heridas, Ragn. —Dijo— Pero primero tienes que dejar que se las lleve. Si sigues aferrado a esa culpa, nunca serás libre.— Ragn asintió, aunque no estaba seguro de poder seguir ese consejo. La mujer de cabellos dorados, la imagen borrosa de su rostro, seguía visitándolo en sus sueños, recordándole que, aunque había sobrevivido, una parte de él estaba perdida en algún lugar del pasado.

Los días pasaron y Ragn comenzó a sentir que algo en él cambiaba. El movimiento constante del barco, el susurro de las olas, el trabajo físico de levantar redes y desangrar peces, todo parecía fundirse en una especie de ritmo ancestral que resonaba en lo más profundo de su ser. Era como si el mar estuviera absorbiendo su dolor, limpiándolo de las heridas invisibles que lo carcomían. Poco a poco, su fuerza volvió, y con ella, su determinación.Un día, mientras los tres hombres compartían una comida sencilla, Mich le preguntó a Ragn qué haría cuando llegaran a puerto. La pregunta lo tomó por sorpresa. No había pensado mucho en el futuro, demasiado ocupado lidiando con el peso del pasado. Pero en ese momento, con la brisa marina acariciando su rostro, una idea comenzó a tomar forma. —Voy a encontrar un barco más grande, uno que pueda llevarme a Nosha y más allá. No tengo un destino en mente, pero sí un propósito; no volver a esa isla. He vivido demasiado tiempo atrapado en la tierra. El mar es donde pertenezco. — Alf y Mich sonrieron, como si hubieran anticipado esa respuesta. Sabían, como él, que una vez que el mar te reclama, no hay manera de escapar. El océano se convierte en tu refugio y, al mismo tiempo, en tu prisión. Ragn estaba dispuesto a aceptar ese destino. Cualquier cosa era mejor que la agonía de la Granja y los recuerdos de Dawn. Los días siguientes estuvieron llenos de actividad mientras el barco pesquero se acercaba a Nosha. Ragn sentía una extraña mezcla de emoción y nostalgia. Era como si cada ola que rompía contra el casco lo acercara no solo a un nuevo comienzo, sino también a un viejo anhelo que apenas podía reconocer. La imagen de la mujer de cabellos dorados seguía apareciendo en su mente, un recordatorio constante de que había algo más por descubrir. No sabía si alguna vez encontraría respuestas, pero estaba dispuesto a buscarlas.

Finalmente, después de días de navegación, la silueta de Nosha apareció en el horizonte. La ciudad portuaria se levantaba como un monumento de piedra y madera, una mezcla de civilización y caos, de esperanza y desesperación. Alf y Mich se despidieron de él con un apretón de manos firme y una promesa tácita de que, algún día, se volverían a encontrar en las olas. Ragn descendió del barco con paso firme, sus heridas cicatrizadas y su mirada fija en el horizonte. Sabía que su viaje apenas comenzaba. La vida le había dado una segunda oportunidad, y no estaba dispuesto a desperdiciarla. Nosha, con sus calles bulliciosas y su aire de aventuras interminables, le ofrecía la libertad que tanto anhelaba.Mientras caminaba por el muelle, sintió que el mar lo llamaba, su rugido profundo resonando en su pecho como un tambor de guerra. Era un Buccaneer, un gigante de la marea, y no importaba cuántas veces cayera, siempre se levantaría. En algún lugar de su corazón, una promesa se encendía: nunca volvería a someterse a las cadenas de la tierra. Su lugar estaba en el mar, y nada, ni cazadores, ni culpas, ni sombras del pasado, podrían detenerlo.
#1
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