¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
[Autonarrada] [T2] Por el peso de 10 monedas.
Percival Höllenstern
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El sótano donde me encontraba frente a Kanada Musume era sofocante, casi asfixiante. Las paredes descascaradas y los escombros acumulados hablaban de los años de decadencia del Sindicato Hyozan. Ahora, estaba a punto de poner el último clavo en su ataúd. Mis manos se cerraban alrededor de las bolas metálicas, mi arma predilecta, pero esta vez había algo más que me daba ventaja: El poder de los espejos. Un poder que aprendí a usar durante los últimos tiempos, y que me daba una ventaja que la mujer jamás había anticipado.

Ella estaba sentada en su trono improvisado, su mirada fija en mí, tan afilada como la katana que descansaba a su lado. Desde fuera del sótano se escuchaban los gritos y el caos mientras la Revolución avanzaba contra las fuerzas de los Hyozan. Sabía que no podía perder tiempo, pero esto era personal. Musume no solo era la líder de la banda que me había esclavizado, me había moldeado y usado, sino que también era la única barrera entre mi libertad definitiva y mi lealtad al pasado.

Así que, has venido a terminar esto —dijo con esa voz suya, que siempre parecía tan controlada y llena de astucia—. Sabía que lo intentarías algún día, Percival, es aquella sangre tuya... Pero te equivocas si crees que será fácil.

Di unos pasos hacia adelante, girando una de las bolas metálicas en mi mano. El sonido del metal al girar siempre me tranquilizaba, pero también sabía que esta vez no sería suficiente. El poder de la Mira Mira no Mi pulsaba en mi interior, pidiendo salir.

No vine aquí para que fuera fácil —respondí, mi tono firme, pero no exento de una leve tensión—. Vine para acabar con esto. Con tu control. Con la Hyozan—. Musité en tono arrogante incluso.
Musume se puso de pie con gracia, como un depredador que acecha a su presa. Tomó su katana, y sus ojos oscuros destellaron con malicia.

¿Y qué te hace pensar que puedes vencerme? —dijo mientras empezaba a caminar hacia mí—. Siempre has sido uno de los mejores... pero también el más predecible.

Le sonreí. Musume siempre había sido arrogante, pero lo que no sabía es que yo ya no era el mismo que había moldeado bajo su control. Comencé a girar una de las bolas metálicas, pero esta vez canalicé el poder de la Mira Mira no Mi. Con un pequeño gesto, creé un espejo frente a mí, suspendido en el aire. La superficie del espejo destellaba, brillante y reflejando la imagen distorsionada de la líder de los Hyozan.

¿Qué... es esto? —Musume frunció el ceño por primera vez, sorprendida. Sabía que no estaba preparada para este poder.

Algo nuevo —respondí simplemente.

Cargó hacia mí, blandiendo su katana, y justo cuando su hoja estaba a punto de alcanzarme, di un paso hacia el espejo y desaparecí. La expresión de Musume fue de absoluta confusión mientras la hoja cortaba el aire vacío. Me había desvanecido en el reflejo, transportándome a través de la dimensión de los espejos.
Reaparecí a su izquierda, emergiendo desde un espejo pequeño que había invocado en una pared a su lado. La vi girarse rápidamente, pero no lo suficientemente rápido. Arrojé una de mis bolas metálicas directamente hacia su hombro, aprovechando la energía cinética acumulada en cada giro. El impacto fue brutal, desarmándola. La katana cayó al suelo con un ruido sordo, mientras ella retrocedía tambaleándose.

¿Qué clase de truco sucio es este? —gruñó, su voz llena de furia.

No es un truco, es un espejo. Y lo que refleja es tu derrota —respondí sonriendo con mi voz más tranquila de lo que ella esperaba.

Musume no se rindió. Era feroz, como siempre lo había sido, y su orgullo le impedía ceder. Se lanzó hacia mí nuevamente, con una agilidad que me habría impresionado en otros tiempos. Pero ahora no. Ahora tenía el control.
Creé un nuevo espejo detrás de mí y me dejé caer dentro de él justo cuando sus puños estaban a punto de alcanzarme. Reaparecí en otro reflejo a su espalda, moviéndome tan rápido que para ella era como si estuviera enfrentando a varios oponentes a la vez. Cada vez que intentaba golpearme, yo desaparecía dentro de la superficie reflectante y emergía en otro lugar.

La mujer rugió de frustración mientras intentaba mantenerme a raya. Desesperada, levantó los brazos para protegerse, pero ya no tenía su katana. Aproveché la apertura y giré ambas bolas metálicas, cargadas con la energía de cada rotación. Las lancé, una tras otra, a través de los espejos, haciéndolas aparecer y desaparecer en un espectáculo de reflejos y golpes inesperados.

La primera bola impactó en su costado, haciéndola gritar de dolor. La segunda golpeó su pierna, derribándola al suelo. Musume cayó de rodillas, respirando pesadamente, mientras la sangre empezaba a manchar su kimono. Pero aun así, me miró con esos ojos llenos de odio y determinación.
Eres... un maldito traidor —murmuró, con dificultad, mientras intentaba levantarse.

No respondí. Simplemente, conjuré un último espejo a mi lado, y con un giro fluido, lancé la última bola metálica hacia su pecho. Esta vez no había escape para ella. La bola giró, implacable, y atravesó el aire con una precisión letal. El impacto fue certero, y vi cómo el cuerpo de la líder se doblaba bajo la fuerza del golpe.
La líder de los Hyozan cayó al suelo con un estruendo sordo, su cuerpo inmóvil, y la sala quedó en un silencio sepulcral. Caminé lentamente hacia ella, recogiendo mis bolas metálicas del suelo mientras el eco de la batalla continuaba a lo lejos. Musume aún respiraba, apenas, pero sabía que era el final.

Nunca... debiste... subestimarme —murmuró con dificultad, sus ojos ya apagándose.

Me incliné hacia ella, con mis bolas metálicas aun ardiendo en la mano, y susurré con gracia.
Nunca debiste convertirme en lo que soy.—comenté mientras hurgaba en mi bolsillo una pequeña bolsita de monedas y la volteaba a escasos metros de la mirada de la aún arrogante mujer, simbolizando el precio que me había hecho para entrar en su banda, diez  monedas de plata.

Con esas palabras, la última chispa de vida se apagó en sus ojos. Los Hyozan estaban acabados, y yo, estaba libre de su control. Pero mientras salía del sótano, dejando atrás el cuerpo de Musume, supe que la verdadera batalla apenas comenzaba.
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