¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
[Autonarrada] [T2] Espadas robadas
Dharkel
-
Los vientos de cambio, de revolución, soplaban con fuerza en aquel mar. Después de todo, la existencia de un ejército revolucionario no era un mito como Dharkel había creído durante todo este tiempo. O al menos eso es lo que le confirmaron sus últimos e inesperados compañeros de aventuras en el Casino Missile, de quienes se había despedido con la esperanza de volver a verlos y, luchar juntos nuevamente bajo un ideal de justicia y libertad que él mismo y su tripulación compartían.

<< ¿Esto es lo que se siente al no tener remordimientos? >>, pensó mientras caminaba enérgicamente por los callejones de la periferia de Loguetown, fumándose un cigarrillo y satisfecho con sus últimas decisiones.

Había estado buscando a su antiguo conocido para recolectar la información prometida a cambio de parar los secuestros, pero éste había desaparecido del mapa sin dejar rastro. Dharkel sospechó que había desaparecido no por un secuestro como otros de los mendigos, sino que realmente no sabía nada y no quería hacer frente a unas deudas que no podía saldar. Tras varias horas de búsqueda, desistió. Sabía que, si uno de los olvidados no quería ser encontrado, no lo haría.

Aún quedaban varias lunas antes de que sus compañeros, quienes se habían dirigido al Reino de Oykot en busca de una embarcación decente, viniesen a buscarle. Sin poder estarse quieto y pensando en mejorar sus dotes como herrero se dispuso a buscar algún taller donde le dejasen trabajar gratis, o algún maestro del arte que pudiese compartir los secretos obtenidos durante duros años de esfuerzo bajo el calor de las brasas. En su experiencia, para conseguir tales condiciones tenía que huir del centro, donde bajo su criterio personal se encontraban la mayoría de estafadores bajo una falsa careta de honradez.

Tras otro par de horas de búsqueda finalmente se topó con la oportunidad que tanto ansiaba. Varios hombres y mujeres con los rostros cubiertos por bandanas huían de la escena del crimen, cargando con pesadas cajas que sonaban con el repicar del metal de las espadas que había en su interior. Dharkel echó a correr, llegando al local en apenas unos segundos. Un anciano con una constitución que denotaba años de trabajo intenso se encontraba tendido en el suelo, apoyado en una vitrina rota. Un hilillo de sangre emanaba de su prominente calvicie, recorriendo su rostro. Solo le faltó un vistazo para entender la situación.

- Hagamos un trato. – Se acercó al hombre, internándose en la tienda. – Si recupero el cargamento me enseñarás tus secretos.

- Tsk. ¡Jamás le enseñaría nada a un mocoso como tú! – El anciano se llevó una mano a la brecha de su cabeza, tratando de evaluar los daños. – ¡Esos infelices están condenados! ¡Era un cargamento para la Marina!

- Está bien, que se encargue la Marina entonces. No le molestaré más… - dijo mientras giraba sobre sus propios talones para salir del lugar.

- ¡Espera! Espera – dijo tranquilizándose levemente. – Si se enteran de que he perdido la mercancía tendré que cerrar. Es mi última oportunidad… Te enseñaré lo que pueda. – Se levantó con dificultad, agarrando un bastón de oscura madera.

Dharkel volvió a girarse, encarando al hombre con una leve sonrisa dibujada en su rostro.

- Tenemos un trato entonces.

El espadachín salió corriendo tras los asaltantes, afianzando su arma al cinto. La conversación duró apenas unos minutos por lo que no fue difícil seguir el rastro de destrucción que iban dejando a su paso. Después de doblar un par de esquinas y saltar varios puestos callejeros de frutas, verduras y pan reducidos a escombros, un par de sombras ocultas entre los tenderetes saltaron a su encuentro, armas en ristre.

Dharkel solo tuvo un instante para esquivar el ataque combinado, dando un salto y realizando un mortal hacia delante. El golpe de una tubería de acero le impactó levemente en una pierna, desestabilizando el salto y ocasionando que cayese torpemente sobre una rodilla. Con un suave gemido de dolor giró la cadera, desenvainando la katana y lanzando un ataque al aire que se encontró violentamente con una palanqueta. No era armas refinadas ni destinadas al combate, pero en las manos adecuadas podían ser igual de letales que la mejor de las Wazamonos. Observó detenidamente a los atacantes. No parecían portar a simple vista ningún tatuaje o marca de ninguna organización, las vestimentas que portaban eran bastante comunes y los trapos que tapaban sus rostros tampoco propiciaban ninguna pista.

- Si devolvéis el cargamento haré como que no ha pasado nada. – Amenazó reincorporándose y dando un paso atrás.

- Si te largas haremos como que no ha pasado nada – replicó uno.

- No tienes pinta de ser un marino, ¡piérdete! – dijo el de la tubería dando un paso al frente.

La katana chocó fuertemente contra la palanca, desmontando la posición defensiva de aquel hombre con un fuerte estruendo. Dharkel aprovechó para cambiar la orientación del ataque, esta vez en un tajo diagonal ascendente pero solo consiguió las ropas de su adversario, pues este había dado esquivado el ataque dando un paso hacia atrás, chocándose con su compañero.

- Inútil, ¡quita de en medio! – Agarró a su socio del cuello de la camisa y lo usó como arma arrojadiza contra el espadachín, quien ligeramente confundido por tal ataque lo esquivó sin mucha dificultad ladeando el cuerpo hacia un lado, haciendo que el hombre de la tubería cayese al suelo de bruces.

Un segundo ataque vino desde lo alto, siguiendo al primero y tapando los radiantes rayos solares mientras se proyectaba una enorme sombra sobre Dharkel. El asaltante que parecía llevar la voz cantante sujetó la palanca con ambas manos y la llevó tras su espalda, por encima de su cabeza. Saltando hacia el espadachín, descargó un fuerte golpe descendente, dirigido hacia su cabeza. Sin mucho tiempo para reaccionar y sin poder realizar una esquiva debido a dicha falta de tiempo, interpuso su filo con premura en la trayectoria del ataque, consiguiendo bloquearlo e incluso desviarlo para ponerse en su espalda.

Con un rápido y certero movimiento, aprovechando la ventaja que le daba estar a la espalda de su enemigo, realizó el tajo que pondría fin a aquella disputa, cortando los músculos tras las rodillas. El bandido calló sobre el otro con un grito de dolor, lanzando maldiciones al aire.

- ¡Ese viejo y tú estáis muertos!

- No me gustan las amenazas vacías. - Antes de acabar con la vida de aquel hombre, en un impulso por proteger su anonimato y la vida de quien le enseñaría el arte de la forja, observó cómo varios lugareños, atrincherados tras los destruidos puestos de comida o en los balcones de las ventanas observaban el enfrentamiento. - ¡No os quedéis mirando! ¡Llamad a la Marina! – reprendió. – Como os vuelva a ver el resultado será muy diferente. – Les quitó las bandanas, memorizando sus rostros. – Lo mismo si al viejo le pasa algo.

Pero los rufianes habían conseguido su objetivo. Habían ganado el suficiente tiempo como para que el resto de la cuadrilla desapareciese entre los callejones. Por suerte, aún disponía de varios minutos antes de que las fuerzas del orden irrumpiesen en el lugar. Tendría que ser un interrogatorio breve, con las preguntas adecuadas y sin dejarse marear por respuestas ambiguas.
#1


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