Takahiro
La saeta verde
14-10-2024, 12:36 AM
No era consciente de que hora era, ni tan siquiera podría haber dicho si estaba vivo o no en ese momento. Notaba la cabeza pesada y dolorida, como si Octojin hubiera estado jugando con ella durante horas. Se encontraba sentado sobre un sofá de imitación de piel, cubierto por una tela rojiza con detalles dorados bastante hortera. Abrió los ojos despacio y solo había oscuridad, una oscuridad rota por una luz al final de aquella sala rectangular repleta de vasos y olores extraños. Ya no había música, pero sus oídos parecían estar taponados como si lo fuera.
—¿Qué cojones hice anoche? —preguntó Takahiro en voz alta, notando como un regustillo amargo afloraba en su garganta tras hablar. Notó una regurgitación y, un segundo después, vomitó.
No pudo ver el color de aquella amalgama de bilis, comida barata y licor del malo, pero por experiencia propia era probable que fuera la combinación perfecta entre marrón, amarillo y negro. ¿La razón? No era la primera vez que el peliverde amanecía en aquel lugar. Se trataba de un local de Loguetown llamado Tátartaro, una dicoteca-pub bastante nuevo y que solía llenarse de gente más o menos de su edad. Buena música, buen ambiente, pero mala bebida. Pese a su precio no servían calidad y era algo que su hígado iba notando cada pocos fines de semana. Se levantó como pudo, tratando de esquivar su propio vómito sin éxito, se aproximó al lugar de la luz y golpeó la puerta dos veces con los nudillos.
—Veo que te has despertado, muchacho —le dijo el duelo de aquel local. Se trataba de John, un sujeto bastante amigable con varios locales por el mar del este. Era casi tan alto como Takahiro, bastante agraciado para su edad y con un ojo de cada color, marrón y verde exactamente—. Lo pasaste en grande anoche por lo que veo.
—No me acuerdo de nada —le dijo, sonriente—. Así que sí. ¡Me lo he pasado de lujo! —le dijo, sacando de su bolsillo una llave con el número ocho—. Dame mis cosas, por favor.
De una taquilla que tenían allí dentro sacó las espadas de Takahiro y su nueva y asombroso abrigo de oficial.
—Y enhorabuena por el ascenso —le dijo, entregándole sus pertenencias.
—Gracias, John.
—Nos vemos a la próxima y no olvides cerrar al salir.
El peliverde le guiñó un ojo y salió por la puerta de atrás de la discoteca. Era de día, y el sol brillaba con una intensidad que dañaban los ojos del marine, mientras que en su cabeza continuaba sintiendo un martilleo constante que le hacía sentir una punzada, sobre todo en la parte frontal del cráneo, justo sobre los ojos. Pese a haber vomitado, continuaba sintiendo nauseas, aunque era consciente de que su estómago estaba vacío. Paró antes de salir del callejón, tratando de provocarse el vómito, pero no era capaz de expulsar nada.
«Será mejor que vuelva al cuartel antes de que Shawn se dé cuenta de que no he regresado todavía. Cualquier cosa salvo escuchar una charla suya», se dijo, colocándose la capa y ajustándose las espadas al cinturón.
El camino no era muy largo desde allí, poco más que un paseo de una media hora si continuaba en línea recta si atravesaba la plaza del patíbulo. Avanzó a pauso rápido por los callejones hasta llegar a la plaza. A su alrededor, personas comprando en las distintas tiendas y los distintos tenderetes que había por toda la ciudad. Era comienzo de fin de semana, y muchos comerciantes de islas cercanas aprovechaban para ir a Loguetown y vender productos, como eran las famosas mandarinas del reino de Oykot, tan dulces y repletas de jugo. Algo caras, pero bastante sabrosas.
Fue en ese momento cuando una muchacha se le acercó. Era una joven de unos veinte años, bastante agraciada físicamente y con unos grandes y bonitos ojos marrones. Vestida con una camisa de cuadros de tonos cálidos, unos vaqueros cortos muy ceñidos y un sombrero de paja. Su cabello era castaño, peinada con dos trenzas.
—Disculpe, señor —le dijo bastante alterada y con voz de preocupación—. Necesitamos su ayuda —continuó diciendo—. En la cafetería de la tía Gladis esta habiendo un altercado, por favor ayúdenos.
Antes de que pudiera escuchar nada se oyeron tres disparos. Ante eso, el peliverde se aproximó hacia la cafetería. Apenas tardó un par de minutos en llegar. La gente fuera estaba nerviosa, cuchicheaba y gritaba a partes iguales. Esos gritos hicieron que sus oídos retumbaran y que su cabeza pareciera que fuera a estallar en mil pedazos. No quería tener que trabajar y menos en aquel estado, pero no le quedaba más remedio… Era su deber como nuevo oficial de la marina del gobierno mundial.
Aferrado al mango de su espada entró sin pensarlo mucho en la cafetería. Había dos mesitas blancas rotas, tazas destrozadas contra el suelo y dos personas desangrándose en el suelo. Sentado en una esquina estaba un hombre, con una pistola en la mano y una taza de café en la otra.
—Intuyo que has sido tú —le dijo Takahiro.
—Uno no puede ni tomar una taza de rico café del mar del sur tranquilo —dijo el hombre, que apenas se mostraba nervioso ante la presencia del marine—. Deberías probarlo.
—Deberías guardar silencio —le dijo—. Todo lo que diga puede ser usado en su contra frente a la capitana Montpellier o un tribunal—prosiguió—. Así que se buen chico y ven aquí para que te detenga.
Pero antes de decir nada una bala rozó el hombro de Takahiro.
—La próxima irá a tu cabeza, oficial —le amenazó el hombre—. Así que date media vuelta y no me molestes.
Ante eso, el peliverde frunció el entrecejo y suspiró, con la intención de desenfundar su espada y aproximarse al hombre. Sin embargo, volvió a disparar. Esa vez, gracias a su observación, alzó su espada y desvió el proyectil. El hombre sonrió y saco otra arma. Una lluvia de disparos empezó a salir en dirección al peliverde, que continuó desviando proyectiles hasta que se cubrió con una de las columnas del local.
—Te lo advertí, marine —le dijo—. Por cierto, mi nombre es Val Illa, ¿cuál es tu nombre? —le preguntó.
—Puedes llamarme teniente Kenshin —le dijo, haciendo gala de su nuevo rango.
—Así que teniente, nunca he matado a un teniente —le dijo.
—Siempre hay una primera vez para todo, aunque no va a ser esta —le respondió Takahiro.
Ante eso, con ganas de acabar con aquella situación, el peliverde enfundó su espada y dio un paso a un lado hasta situarse frente por frente del tirador llamado Val, que continuó su acometida.
—Battojutsu… —comentó Takahiro, mientras se desplazaba hacia el lugar en el que estaba el tirador, realizando ágiles y fluidos movimientos con su espada, desviando todos y cada uno de los proyectiles con su espada a medio desenfundar. El hombre se había quedado sin balas, cuando el peliverde ya estaba frente a él, trazando un arco diagonal con su espada y desarmándolo de un corte—. Dispersión.
Tras eso, Takahiro se sirvió un vaso de agua, esperó a que algunos marines del cuartel llegaran y puso rumbo de nuevo hacia su cama. Necesitaba descansar.
—¿Qué cojones hice anoche? —preguntó Takahiro en voz alta, notando como un regustillo amargo afloraba en su garganta tras hablar. Notó una regurgitación y, un segundo después, vomitó.
No pudo ver el color de aquella amalgama de bilis, comida barata y licor del malo, pero por experiencia propia era probable que fuera la combinación perfecta entre marrón, amarillo y negro. ¿La razón? No era la primera vez que el peliverde amanecía en aquel lugar. Se trataba de un local de Loguetown llamado Tátartaro, una dicoteca-pub bastante nuevo y que solía llenarse de gente más o menos de su edad. Buena música, buen ambiente, pero mala bebida. Pese a su precio no servían calidad y era algo que su hígado iba notando cada pocos fines de semana. Se levantó como pudo, tratando de esquivar su propio vómito sin éxito, se aproximó al lugar de la luz y golpeó la puerta dos veces con los nudillos.
—Veo que te has despertado, muchacho —le dijo el duelo de aquel local. Se trataba de John, un sujeto bastante amigable con varios locales por el mar del este. Era casi tan alto como Takahiro, bastante agraciado para su edad y con un ojo de cada color, marrón y verde exactamente—. Lo pasaste en grande anoche por lo que veo.
—No me acuerdo de nada —le dijo, sonriente—. Así que sí. ¡Me lo he pasado de lujo! —le dijo, sacando de su bolsillo una llave con el número ocho—. Dame mis cosas, por favor.
De una taquilla que tenían allí dentro sacó las espadas de Takahiro y su nueva y asombroso abrigo de oficial.
—Y enhorabuena por el ascenso —le dijo, entregándole sus pertenencias.
—Gracias, John.
—Nos vemos a la próxima y no olvides cerrar al salir.
El peliverde le guiñó un ojo y salió por la puerta de atrás de la discoteca. Era de día, y el sol brillaba con una intensidad que dañaban los ojos del marine, mientras que en su cabeza continuaba sintiendo un martilleo constante que le hacía sentir una punzada, sobre todo en la parte frontal del cráneo, justo sobre los ojos. Pese a haber vomitado, continuaba sintiendo nauseas, aunque era consciente de que su estómago estaba vacío. Paró antes de salir del callejón, tratando de provocarse el vómito, pero no era capaz de expulsar nada.
«Será mejor que vuelva al cuartel antes de que Shawn se dé cuenta de que no he regresado todavía. Cualquier cosa salvo escuchar una charla suya», se dijo, colocándose la capa y ajustándose las espadas al cinturón.
El camino no era muy largo desde allí, poco más que un paseo de una media hora si continuaba en línea recta si atravesaba la plaza del patíbulo. Avanzó a pauso rápido por los callejones hasta llegar a la plaza. A su alrededor, personas comprando en las distintas tiendas y los distintos tenderetes que había por toda la ciudad. Era comienzo de fin de semana, y muchos comerciantes de islas cercanas aprovechaban para ir a Loguetown y vender productos, como eran las famosas mandarinas del reino de Oykot, tan dulces y repletas de jugo. Algo caras, pero bastante sabrosas.
Fue en ese momento cuando una muchacha se le acercó. Era una joven de unos veinte años, bastante agraciada físicamente y con unos grandes y bonitos ojos marrones. Vestida con una camisa de cuadros de tonos cálidos, unos vaqueros cortos muy ceñidos y un sombrero de paja. Su cabello era castaño, peinada con dos trenzas.
—Disculpe, señor —le dijo bastante alterada y con voz de preocupación—. Necesitamos su ayuda —continuó diciendo—. En la cafetería de la tía Gladis esta habiendo un altercado, por favor ayúdenos.
Antes de que pudiera escuchar nada se oyeron tres disparos. Ante eso, el peliverde se aproximó hacia la cafetería. Apenas tardó un par de minutos en llegar. La gente fuera estaba nerviosa, cuchicheaba y gritaba a partes iguales. Esos gritos hicieron que sus oídos retumbaran y que su cabeza pareciera que fuera a estallar en mil pedazos. No quería tener que trabajar y menos en aquel estado, pero no le quedaba más remedio… Era su deber como nuevo oficial de la marina del gobierno mundial.
Aferrado al mango de su espada entró sin pensarlo mucho en la cafetería. Había dos mesitas blancas rotas, tazas destrozadas contra el suelo y dos personas desangrándose en el suelo. Sentado en una esquina estaba un hombre, con una pistola en la mano y una taza de café en la otra.
—Intuyo que has sido tú —le dijo Takahiro.
—Uno no puede ni tomar una taza de rico café del mar del sur tranquilo —dijo el hombre, que apenas se mostraba nervioso ante la presencia del marine—. Deberías probarlo.
—Deberías guardar silencio —le dijo—. Todo lo que diga puede ser usado en su contra frente a la capitana Montpellier o un tribunal—prosiguió—. Así que se buen chico y ven aquí para que te detenga.
Pero antes de decir nada una bala rozó el hombro de Takahiro.
—La próxima irá a tu cabeza, oficial —le amenazó el hombre—. Así que date media vuelta y no me molestes.
Ante eso, el peliverde frunció el entrecejo y suspiró, con la intención de desenfundar su espada y aproximarse al hombre. Sin embargo, volvió a disparar. Esa vez, gracias a su observación, alzó su espada y desvió el proyectil. El hombre sonrió y saco otra arma. Una lluvia de disparos empezó a salir en dirección al peliverde, que continuó desviando proyectiles hasta que se cubrió con una de las columnas del local.
—Te lo advertí, marine —le dijo—. Por cierto, mi nombre es Val Illa, ¿cuál es tu nombre? —le preguntó.
—Puedes llamarme teniente Kenshin —le dijo, haciendo gala de su nuevo rango.
—Así que teniente, nunca he matado a un teniente —le dijo.
—Siempre hay una primera vez para todo, aunque no va a ser esta —le respondió Takahiro.
Ante eso, con ganas de acabar con aquella situación, el peliverde enfundó su espada y dio un paso a un lado hasta situarse frente por frente del tirador llamado Val, que continuó su acometida.
—Battojutsu… —comentó Takahiro, mientras se desplazaba hacia el lugar en el que estaba el tirador, realizando ágiles y fluidos movimientos con su espada, desviando todos y cada uno de los proyectiles con su espada a medio desenfundar. El hombre se había quedado sin balas, cuando el peliverde ya estaba frente a él, trazando un arco diagonal con su espada y desarmándolo de un corte—. Dispersión.
Tras eso, Takahiro se sirvió un vaso de agua, esperó a que algunos marines del cuartel llegaran y puso rumbo de nuevo hacia su cama. Necesitaba descansar.