Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Diario] [Diario] Y el esclavo obedece… (Parte 3)
Shy
"Shy"
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A Shy le escocían las piernas, y las rodillas le dolían con cada paso. Corría entre resuellos, agitando la cabeza sobremanera, mientras seguía a un furibundo Hendricks, que a su vez perseguía al criminal vestido de blanco, que saltaba de tejado en tejado como si aquello no le costase ningún esfuerzo. Si bien el cazador viudo creyó que sería más ágil y rápido que Hendricks en condiciones normales, el haber recibido un atroz puntapié contra su garganta había menguado en gran cantidad su presteza natural. Como a cualquiera, en realidad. Vaya una patada.
Movía sus piernas de forma desmañada, mientras sus pulmones realizaban un esfuerzo mayor para suplir de aire al cuerpo. Entre jadeos, vio a Weisskopf realizar todo tipo de improbables acrobacias, que le hacían parecer que flotaba ingrávido por el aire. De cuando en cuando, asestaba un golpe con sus elegantes zapatos a las tejas sueltas de los tejados por los que saltaba, lanzándolas como letales proyectiles contra sus perseguidores. Estas se estrellaban contra el pecho de Hendricks sin ralentizarle en lo más mínimo, mientras la cerámica levantaba nubes rojizas que irritaban sus ojos y su ya maltrecha garganta. Su piel bañada en sudor, los restos granulados de las tejas que se adherían a su piel, el tacto del kimono empapado… La incomodidad se apoderaba del cuerpo de Shy por momentos, haciéndole desear un momento de aseo y llegando incluso a considerar la idea de abandonar la persecución.
El siguiente paso de Weisskopf les dejó anonadados. Como si volara, dio un brinco asombroso con el que rebasó con creces la altura de la muralla, dejándolos atrás mientras se volteaba en el aire para dedicarles una sonrisa pícara. Llegó incluso a quitarse el sombrero y a inclinar la cabeza en mitad del aire, antes de dar otra cabriola y desaparecer tras los muros de la ciudad. El asombro de ambos cazadores fue suficiente como para dejarles paralizados, invadidos por la fascinación que les causaban aquellos movimientos.
-¡Vamos, hostias! –bramó Hendricks, girándose hacia el cazador viudo-. ¡Saca tus putas puertas!
Aunque a Shy no le gustaba nada que levantasen el tono de voz –o los gritos y los ruidos altos, en general-, no tardó demasiado en obedecer las órdenes de Hendricks, concentrándose para crear una puerta frente a sí mismos. Hendricks, como si no tuviera miedo de lo que hubiera en el interior de aquella dimensión desconocida, se lanzó a su interior mientras lanzaba un intimidante –aunque ininteligible- grito de guerra. Shy le siguió, secándose el sudor y mutando su expresión extenuada a un rictus serio y profesional, el que siempre le había caracterizado durante todas y cada una de sus misiones.
Ambos, puño y aguja, saltaron desde otro portal al exterior de la muralla, donde se hallaba una descuidada foresta que se extendía a lo largo de kilómetros. Hendricks señaló algo. Pisadas. Con un asentimiento, ambos se lanzaron en una silenciosa carga al frente, actuando como si de cada segundo perdido dependiera el éxito o el fracaso de aquella infame cacería.
Al poco tiempo, hallaron a Weisskopf en un claro, arrodillado y jadeando. Hendricks miró a Shy, y con una señal que ambos conocían, ordenó al viudo rodear el lugar para flanquear a su víctima. Una vez ambos asumieron la posición, Shy frunció el ceño y dio el primer paso. Hendricks también se adentró en el claro, apretando los puños hasta dejar sus nudillos blancos.
Weisskopf alzó la cabeza, dejando de jadear de repente y haciendo aparecer una sonrisa afilada a la par que insultante en su rostro. Se puso en pie, mirando a ambos cazadores mientras lanzaba una risita.
-¡Idiotas! ¡Auténticos idiotas! ¿Es esto lo mejor que tiene Geldhart?
Unas trampillas de madera, cubiertas por una capa de césped y hojarasca, revelaron que bajo aquel claro había, en efecto, más de lo que parecía. De estos agujeros empezaron a emerger más maleantes, y con un aspecto mucho peor que el que tenían los del salón de juegos. Si bien no podía estar seguro de ello, Shy juraría que muchos de ellos ya se habían cobrado su primera baja y tenían varios golpes exitosos a sus espaldas. Las greñas, las cicatrices y las miradas torvas traicionaban cualquier intento de ocultar su habilidad. Aquellos eran criminales de mala muerte, sí, pero de los que había que tener miedo. Y ahora Shy y Hendricks estaban separados en dos puntos distintos del claro, cada uno con media docena de matones de cierta veteranía dispuestos a devolverlos a Geldhart por piezas.
-¡Traedme sus tripas! –bramó Weisskopf.
Dos garrotes de madera, uno con unos clavos afilados en su extremo. Una navaja. Un par de nudilleras. Una hachuela. Un látigo. Ante aquel arsenal enfrentaba su habilidad y sus dos agujas. Sin mucha confianza, las hizo girar en sus manos, preguntándose por enésima vez si no habría sido mejor quedarse en casa aquel día. Por enemigos como aquellos la procrastinación parecía una idea tan atractiva.
Rugiendo, el tipo de las nudilleras se lanzó con ímpetu hacia Shy, quien evitó sus golpes. El látigo chasqueó con sonoridad, y si bien no consiguió rodear su brazo, le causó un largo arañazo en la mejilla. Los otros cuatro combatientes empezaron a rodearle. Sonó un disparo, aunque Shy no sintió ningún tipo de dolor.
No dispuesto a dejarlo todo para el contraataque, Shy se deslizó para evitar un hachazo horizontal que venía desde uno de sus flancos, y lanzó una estocada contra la entrepierna del fanfarrón de las nudilleras, que se desplomó mientras gritaba y lloriqueaba. Con agilidad, se volvió a poner en pie y se lanzó a por el combatiente del látigo, una auténtica amenaza a media distancia. El de la navaja le placó, interrumpiendo su ataque. Ambos, enzarzados en el suelo en una encarnizada lucha –que manchó más de tierra la piel y las ropas de Shy- luchaban por ver si se acercaba más la navaja o la aguja al pecho del contrario mientras se daban un incómodo abrazo. Otro disparo.
Shy estuvo a punto de clavar su segunda aguja en el cuello del bandido después de zafar su brazo izquierdo, pero el látigo acertó en la extremidad esta vez, atándola y causando que una oleada de daño ascendiera hasta el hombro del lacónico cazador, que apretó los dientes mientras sintió sus fuerzas fallar. Su agarre se volvió más débil, permitiendo que el tipo del puñal empezara a hundir su arma a la altura de su hígado. Notaba un pinchazo creciente entre las costillas. Si no hacía nada, estaría muerto. Su mirada se desvió para ver cómo Hendricks recibía golpes a diestro y siniestro por parte de dos ágiles tipos con sendas varas de madera. En otro agónico giro de cuello, Shy contempló al tipo del hacha, que era visiblemente más mayor que sus compañeros, alzar su arma por encima de su cabeza. Si atacaba a matar, podría darle a su compañero.
No.
Iba a por su mano, perfectamente expuesta gracias al látigo de recio cuero que la mantenía extendida. Iba a perder la mano. La fuente de su habilidad. Aquella que le permitía trabajar en su amado arte de la costura. Lo que daba sentido a su vida. Shy tragó saliva, cerrando los ojos y preparándose para el final.
#1


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