Silver D. Syxel
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17-10-2024, 01:15 AM
El ambiente en la taberna se había vuelto tan espeso como el humo que flotaba en el aire. El sonido de sillas arrastrándose y espadas desenvainándose llenaba el espacio, mientras los parroquianos más sensatos se apartaban, buscando refugio en los rincones oscuros o bajo las mesas. La noche de apuestas y bebida había llegado a su punto de ruptura, y todo indicaba que terminaría en caos.
Silver permanecía de pie, con expresión relajada, pero sus ojos fríos evaluaban la situación. Los tres hombres que le rodeaban no eran simples borrachos con ganas de pelea, sino jugadores endurecidos por la vida en el East Blue, acostumbrados a resolver sus problemas con los puños y las armas. Frente a él, el hombre de la cicatriz sostenía su cuchillo con más determinación que habilidad, mientras sus dos compañeros, uno con un garrote corto y el otro con una botella rota, se preparaban para lanzarse al ataque.
El primer movimiento fue del hombre de la cicatriz. Con un rugido, se lanzó hacia Silver, levantando su cuchillo en un arco amplio. El capitán, manteniendo su temple, esquivó el golpe con un ágil paso lateral, dejándolo desequilibrado y expuesto. Con un rápido movimiento, Syxel le golpeó con el codo en las costillas, forzando al hombre a retroceder jadeando de dolor.
—Esperaba más de ti —comentó con sorna, mientras su mirada pasaba de un oponente al otro, que se preparaban para atacar al unísono.
El del garrote fue el siguiente en intentarlo, lanzando un ataque directo a la cabeza de Syxel. El capitán se agachó en el último momento, sintiendo el aire mover su cabello cuando el garrote pasó por encima de él. Sin perder tiempo, dio un barrido bajo con la pierna, derribando al matón al suelo con un golpe seco que hizo resonar las tablas de madera bajo sus pies. El hombre gruñó de dolor y su garrote rodó por el suelo, fuera de su alcance.
La pelea no había hecho más que empezar, pero ya se podía sentir la desesperación en sus contrincantes. El hombre de la botella rota avanzó, blandiéndola como si fuera una espada improvisada, con la intención de cortar a Silver. Sin embargo, antes de que pudiera acercarse demasiado, el capitán le lanzó una mesa vacía con un fuerte empujón, obligándolo a detenerse y tambalearse hacia atrás, perdiendo el equilibrio. Los gritos de sorpresa y los sonidos de botellas rompiéndose se unieron al caos.
El estallido de la pelea se propagó rápidamente. A su alrededor, otros marineros y jugadores, alimentados por el alcohol y la emoción, decidieron unirse al caos, desatando una verdadera batalla campal en la taberna. Sillas volaban por los aires, mesas se volcaban, y el sonido de los vasos estrellándose contra el suelo resonaba como un eco incesante. Algunos hombres, que inicialmente habían sido meros espectadores, ahora intercambiaban golpes con desconocidos, sin necesidad de provocación. Aquella noche ya no iba a terminar tranquila para nadie.
Silver, manteniendo la calma en medio del caos, dio un paso hacia atrás para evitar que el hombre de la cicatriz recuperara su compostura. Con un giro rápido, desenvainó una de sus espadas. La hoja brilló débilmente bajo la luz de las lámparas de aceite. No tenía intención de derramar más sangre de la necesaria, pero la amenaza era suficiente para hacer retroceder a sus atacantes.
—¿Todavía queréis más? —preguntó con una sonrisa desafiante, mientras su mirada fiera clavaba en los ojos de sus oponentes.
El hombre de la cicatriz, ahora más cauteloso, apretó los dientes y retrocedió un paso, bajando ligeramente su cuchillo. Su orgullo estaba herido, pero no era tonto; sabía que estaba en desventaja frente al pirata. Sus dos compañeros, uno cojeando tras el golpe en la pierna y el otro aún tambaleándose por el impacto de la mesa, no estaban en mejor condición.
Antes de que ninguno de ellos pudiera tomar una decisión, la puerta trasera de la taberna se abrió de golpe, y un grupo de cuatro hombres entró apresuradamente, armados con palos y dagas. A simple vista, era evidente que trabajaban para el dueño del local. El tabernero, viendo que su negocio estaba a punto de quedar reducido a escombros, había enviado a sus matones para poner fin a la pelea.
—¡Basta! —gritó uno de los recién llegados, un hombre alto y musculoso, golpeando el suelo con su bastón para atraer la atención—. Si queréis romperos las cabezas, lo hacéis fuera de aquí. No pienso perder más dinero por vuestra culpa, malditos borrachos.
El ambiente se tensó un momento. Aunque muchos de los participantes en la pelea ignoraron el aviso, otros comenzaron a retroceder, conscientes de que enfrentarse a los hombres del tabernero no era la mejor opción. Los tres atacantes se miraron entre sí, evaluando sus posibilidades. Sin embargo, tras unos segundos de incertidumbre, el hombre de la cicatriz bajó su cuchillo y se dirigió hacia la salida, refunfuñando algo entre dientes.
—Ya era hora —murmuró Syxel con una sonrisa, guardando su espada mientras observaba cómo los demás comenzaban a dispersarse.
La pelea había terminado tan rápido como había comenzado, pero la taberna no sería la misma esa noche. El suelo estaba cubierto de vidrios rotos, las mesas volcadas y algunos de los clientes más desafortunados yacían inconscientes en el suelo, incapaces de moverse. Los pocos que habían decidido quedarse en sus lugares ahora miraban el desastre con ojos vacíos, lamentando la bebida derramada y los berries perdidos en las apuestas interrumpidas.
Silver volvió a su mesa, donde su botella de ron aún esperaba, milagrosamente intacta. Se sirvió un trago, ignorando las miradas de los demás, y se permitió una sonrisa más amplia.
—Lo de siempre —dijo para sí mismo, levantando la botella en un brindis solitario antes de darle un largo trago. La noche había sido divertida, después de todo.
Silver permanecía de pie, con expresión relajada, pero sus ojos fríos evaluaban la situación. Los tres hombres que le rodeaban no eran simples borrachos con ganas de pelea, sino jugadores endurecidos por la vida en el East Blue, acostumbrados a resolver sus problemas con los puños y las armas. Frente a él, el hombre de la cicatriz sostenía su cuchillo con más determinación que habilidad, mientras sus dos compañeros, uno con un garrote corto y el otro con una botella rota, se preparaban para lanzarse al ataque.
El primer movimiento fue del hombre de la cicatriz. Con un rugido, se lanzó hacia Silver, levantando su cuchillo en un arco amplio. El capitán, manteniendo su temple, esquivó el golpe con un ágil paso lateral, dejándolo desequilibrado y expuesto. Con un rápido movimiento, Syxel le golpeó con el codo en las costillas, forzando al hombre a retroceder jadeando de dolor.
—Esperaba más de ti —comentó con sorna, mientras su mirada pasaba de un oponente al otro, que se preparaban para atacar al unísono.
El del garrote fue el siguiente en intentarlo, lanzando un ataque directo a la cabeza de Syxel. El capitán se agachó en el último momento, sintiendo el aire mover su cabello cuando el garrote pasó por encima de él. Sin perder tiempo, dio un barrido bajo con la pierna, derribando al matón al suelo con un golpe seco que hizo resonar las tablas de madera bajo sus pies. El hombre gruñó de dolor y su garrote rodó por el suelo, fuera de su alcance.
La pelea no había hecho más que empezar, pero ya se podía sentir la desesperación en sus contrincantes. El hombre de la botella rota avanzó, blandiéndola como si fuera una espada improvisada, con la intención de cortar a Silver. Sin embargo, antes de que pudiera acercarse demasiado, el capitán le lanzó una mesa vacía con un fuerte empujón, obligándolo a detenerse y tambalearse hacia atrás, perdiendo el equilibrio. Los gritos de sorpresa y los sonidos de botellas rompiéndose se unieron al caos.
El estallido de la pelea se propagó rápidamente. A su alrededor, otros marineros y jugadores, alimentados por el alcohol y la emoción, decidieron unirse al caos, desatando una verdadera batalla campal en la taberna. Sillas volaban por los aires, mesas se volcaban, y el sonido de los vasos estrellándose contra el suelo resonaba como un eco incesante. Algunos hombres, que inicialmente habían sido meros espectadores, ahora intercambiaban golpes con desconocidos, sin necesidad de provocación. Aquella noche ya no iba a terminar tranquila para nadie.
Silver, manteniendo la calma en medio del caos, dio un paso hacia atrás para evitar que el hombre de la cicatriz recuperara su compostura. Con un giro rápido, desenvainó una de sus espadas. La hoja brilló débilmente bajo la luz de las lámparas de aceite. No tenía intención de derramar más sangre de la necesaria, pero la amenaza era suficiente para hacer retroceder a sus atacantes.
—¿Todavía queréis más? —preguntó con una sonrisa desafiante, mientras su mirada fiera clavaba en los ojos de sus oponentes.
El hombre de la cicatriz, ahora más cauteloso, apretó los dientes y retrocedió un paso, bajando ligeramente su cuchillo. Su orgullo estaba herido, pero no era tonto; sabía que estaba en desventaja frente al pirata. Sus dos compañeros, uno cojeando tras el golpe en la pierna y el otro aún tambaleándose por el impacto de la mesa, no estaban en mejor condición.
Antes de que ninguno de ellos pudiera tomar una decisión, la puerta trasera de la taberna se abrió de golpe, y un grupo de cuatro hombres entró apresuradamente, armados con palos y dagas. A simple vista, era evidente que trabajaban para el dueño del local. El tabernero, viendo que su negocio estaba a punto de quedar reducido a escombros, había enviado a sus matones para poner fin a la pelea.
—¡Basta! —gritó uno de los recién llegados, un hombre alto y musculoso, golpeando el suelo con su bastón para atraer la atención—. Si queréis romperos las cabezas, lo hacéis fuera de aquí. No pienso perder más dinero por vuestra culpa, malditos borrachos.
El ambiente se tensó un momento. Aunque muchos de los participantes en la pelea ignoraron el aviso, otros comenzaron a retroceder, conscientes de que enfrentarse a los hombres del tabernero no era la mejor opción. Los tres atacantes se miraron entre sí, evaluando sus posibilidades. Sin embargo, tras unos segundos de incertidumbre, el hombre de la cicatriz bajó su cuchillo y se dirigió hacia la salida, refunfuñando algo entre dientes.
—Ya era hora —murmuró Syxel con una sonrisa, guardando su espada mientras observaba cómo los demás comenzaban a dispersarse.
La pelea había terminado tan rápido como había comenzado, pero la taberna no sería la misma esa noche. El suelo estaba cubierto de vidrios rotos, las mesas volcadas y algunos de los clientes más desafortunados yacían inconscientes en el suelo, incapaces de moverse. Los pocos que habían decidido quedarse en sus lugares ahora miraban el desastre con ojos vacíos, lamentando la bebida derramada y los berries perdidos en las apuestas interrumpidas.
Silver volvió a su mesa, donde su botella de ron aún esperaba, milagrosamente intacta. Se sirvió un trago, ignorando las miradas de los demás, y se permitió una sonrisa más amplia.
—Lo de siempre —dijo para sí mismo, levantando la botella en un brindis solitario antes de darle un largo trago. La noche había sido divertida, después de todo.