Hay rumores sobre…
... un algún lugar del East Blue los Revolucionarios han establecido una base de operaciones, aunque nadie la ha encontrado aun.
[Autonarrada] [A - T2] Los primeros pasos de la recluta Huetali.
Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
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~ Base G-23, Isla Kilombo.
Día 7 por la tarde - Verano del año 724.


La tarde en la base se presentaba próspera para la nueva y flamante integrante de la marina, la joven Huetali. La chica, que había sido cruelmente desterrada de su tierra por parte de sus congéneres, había recalado en el cuerpo militar para comenzar a integrarse en la sociedad y labrarse un futuro de bien. Era eso o la muerte, pues aún recuerdo como iba a ser inhumanamente asesinada por parte de aquella macabra anciana, cuya intención era sacrificarla en favor de esa especie de monstruo reptiliana de dimensiones gigantescas. Debía de admitir, que aquello agitó mi concepción del mundo, pues cambiaría mi visión de cada rincón de este para ir con mucha más cautela a todo destino desconocido, a pesar de mis ansias de ver y aprender las nuevas culturas que las islas guardan, y sobre todo, las profundidades abisales que los mares guardan.

Así misma, en el viaje de vuelta a Kilombo pude aprovechar para estrechar lazos con la chica indígena. Tenía ropa de su talla, estaba aseada y comida, además, una vez llegamos a la base e hicimos los trámites correspondientes, me puse como su tutor legal y me encargué de que le dieran una habitación propia para que no tuviera que compartir barracones con el resto de las reclutas, principalmente, argumentando su situación y su poca capacidad para relacionarse con los demás, al fin y al cabo, era lógico pensar en su shock, por lo que el proceso de integración debía de ser lento y correcto.

La visité aquella tarde misma tarde a su habitación, la cual no quedaba muy lejos de la mía, pues habíamos quedado para iniciarse con unas clases básicas de defensa personal. Huetali, sorprendentemente había accedido con timidez pero con gusto, en ella veía retazos de curiosidad y valentía, lejos de la imagen que proyectaba en aquella fatídica cueva donde se le obligó a aceptar su destino. Nos dirigimos hacia una de las estancias de entrenamientos del ala este de la base, eran instalaciones equipadas con todo tipo de útiles para la ocasión. Había un par de compañeros al fondo de esta practicando con lo que parecían bokens el noble arte de la katana, por su edad, calculaba de que tendrían casi la misma que Huetali, pero esta, no dirigió mirada ni interés alguno.

- Empecemos, tu sígueme. -

Le dije una vez nos colocamos uno frente al otro, comenzando a calentar las muñecas con giros cambiando la dirección de estos y repitiendo el proceso un par de veces más, complementando el calentamiento con algunos estiramientos de las falanges, para continuar subiendo por el codo, y finalmente los hombros, con los que seguimos haciendo movimientos rotatorios. Y de ahí, tomé con ambas manos su mano derecha, realizando un movimiento ascendente con ella que pasé por arriba de mi cabeza y deslicé tras girar de nuevo hacia abajo, esto, de forma didáctica y lentamente haría que Huetali captase la idea por la que la había traído hasta ahí, pudo comprobar como la tensión en su muñeca doblada, así como su hombro incomodaba y hacía que estuviera expuesta y reducida. 

La solté y realicé el mismo proceso varias veces, en silencio, la de Cozia prestaba suma atención a la fluidez de la llave, a mi postura, mi desplazamiento, mi giro y mi agarre. Los dedos de las manos marcaban correctamente la sujeción, apoyados por el pulgar, pues esta era determinante para la acción de pinza. Las últimas veces incrementé la velocidad, pero calcando el mismo movimiento, pues la funcionalidad de la llave era repetirla hasta la saciedad para que el cerebro la automatizase dada la ocasión y emplearla cuando se diera la situación.

En su turno, comenzó a ejecutarla con una obvia torpeza, a mis 70 años, era como si alguien estuviera aprendiendo las vocales frente a otro que se dedica a escribir novelas, y yo llevaba desde bien infante dedicándome diariamente a la materia en el templo, quizá ella tendría que ir en algún momento. Seguimos la misma lección incansables, muy atento a su rostro por si empezaba a decaer por el cansancio o por el interés, pero encontré gratificante ver como Huetali se mostraba dedicada, paciente y entusiasta, realizando la llave lo mejor que podía.

Y así perduramos por varias horas, haciendo algunas paradas de hidratación para poder reponer y seguir practicando. Al finalizar, realizamos algunos estiramientos para evitar algunas microroturas al día siguiente, cuando los otros reclutar abandonaron la estancia, tiramos un par de colchonetas para dedicar también un rato a la meditación, y al terminar, recogimos todos los útiles que habíamos utilizado para salir y volver a las habitaciones. Le dediqué un gesto de aprobación y que indígena acogió con agradecimiento, para despedirnos y retirarnos a descansar. Personalmente, comenzaba a sentir regocijo por haber revertido el destino de la pobre chica, aún aceptando las costumbres de los suyos, había que ser ante todo humano, y no había culturas, poderes o incluso historia alguna que sirviera para apartarme de esa doctrina. Ni la habrá.
#1
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#2


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