¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
[Autonarrada] [T2] A mí que me escriban.
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 34 de Verano del 724

A mí que me escriban

Todo aquello me venía grande. Al menos ésa era la sensación que me invadía al ver la placa situada sobre el escritorio que me habían asignado. Después de todo lo acontecido en Isla Kilombo se había planteado la posibilidad del ascenso para buena parte de los integrantes de la L-42. Finalmente, con la resolución a favor de dicha propuesta, nos habíamos encontrado con que nada menos que más de la mitad de los integrantes de la brigada habíamos pasado a ser oficiales. Sí, oficiales. Eso implicaba que pasábamos a tener bastantes marines de menor rango a nuestro cargo. Además, nos habían asignado algunas dependencias separadas de los barracones y un despacho destinado a que llevásemos a cabo nuestras funciones como oficiales.

Efectivamente, allí estaba. La luz del atardecer se filtraba a través de los impolutos cristales de la base del G-31 en Loguetown. Los tonos anaranjados bañaban las paredes del despacho mientras mi mente no paraba de dar vueltas en torno a los últimos acontecimientos y cómo ellos afectaban a mi planteamiento vital. Me había alistado con la única intención de vivir cómodamente sin dar un palo al agua. El arte del escaqueo siempre había sido mi fuerte y confiaba en poder ejercerlo con más tranquilidad en el seno de un gigante militar. Sin embargo, había resultado que se me daba bien y, más allá de eso, había destacado. Había dado con un grupo de personas tan peculiares como yo, con las que me llevaba bien y que me empujaban a ser mejor incluso sin pretenderlo. El rango de alférez era indicativo de ello.

Mi nueva situación no dejaba de plantear un sinfín de dilemas internos para nada fáciles de resolver. Por mucho que me pesase, había descubierto que, tal y como me habían dicho sin que yo les creyese, el hábito llegaba a generar una rutina de la que en cierto modo te hacías dependiente. Desde nuestra vuelta de Rostock Shawn no se había molestado en buscarme ni me había pedido explicaciones. No obstante, religiosamente y puntual como un reloj, me había sorprendido practicando sin descanso y sin faltar los extenuantes entrenamientos nocturnos a los que me sometía de manera sistemática.

Del mismo modo, me había dado de bruces con una realidad incómoda. La vida y el futuro de muchas personas habían pasado a depender de mí prácticamente de la noche a la mañana. Los reclutas y sargentos que me saludaban por los pasillos con gesto marcial verían su devenir marcado por mi proceder. Incluso aquellos más próximos en la jerarquía, los suboficiales, podrían ver cómo sus siguientes pasos venían marcados por los míos. Era una responsabilidad que nunca había buscado. De hecho, si en el pasado alguien me lo hubiese advertido probablemente lo habría rechazado de pleno. A pesar de ello, al encontrarme ya sumergido hasta el cuello en lo que la defensa de la justicia representaba, la posibilidad de simplemente dejarlo no entraba entre mis opciones. Por difícil que pudiese resultar creerlo —incluso para mí mismo—, no sólo defraudaría a la Marina como organismo, sino que decepcionará a mis amigos y a mí mismo.

—En buena te has metido, tío listo —me sorprendí diciéndome al tiempo que me dejaba caer sobre uno de los sillones que habían dispuesto para nosotros.

Quieto y dejando que mi cuerpo se deslizase por el asiento hasta que mi trasero estuvo en el mismísimo borde, observé los puestos asignados al resto de mis compañeros. Los nombres de Taka, Ray, Camille y Octojin ocupaban sus correspondientes lugares en las placas que indicaban cuáles eran sus escritorios. En el caso de los dos últimos, las dimensiones de los mismos y de sus sillones habían sido adaptadas para que les resultasen funcionales, lo que generaba un curioso juego de perspectivas al compararlos con los nuestros. ¿Quién le iba a decir a esa panda de estirados que tendrían que meterse la lengua en el culo?

La oni había sido señalada y rechazada por la mayor parte de los marines del cuartel durante años. Del mismo modo, desde su llegada Octojin había tenido que soportar miradas de incomprensión por parte de quienes no concebían que alguien diferente pudiese querer luchar por lo mismo que ellos. Y sin embargo, allí estaban los dos: respondiendo con actos y no con pataletas. Definitivamente no podía dejar que sus esfuerzos quedasen en nada. Tenía que evitar a toda costa que mi persistente afán por librarme de la responsabilidad enturbiase la dura e inexplorada senda que ambos iban iluminando poco a poco.

Unos nudillos nerviosos me anunciaron que el recluta había llegado. Fue una llamada insegura, titubeante y carente del ritmo de quién llama convencido y seguro de lo que hace. Un "adelante" bastó para que un muchacho que apenas debía haber cumplido los dieciocho se deslizase hacia el interior. Que fuese él y no otro quien estuviese allí no era casualidad. El sargento Garnett me había hablado de un nuevo recluta que no había conseguido salir de los barracones desde su llegada; precisamente ese muchacho. A través de iniciativas como el Rey del Calabozo, Garnett se preocupaba de que todos aquellos marines que no entraban en el estrecho marco por el que nos hacían pasar tuviesen un lugar al que pertenecer. Él me había salvado en cierto modo y estaba decidido a devolverle ese favor durante cuanto tiempo fuese necesario.

—Pase, recluta Meiers —dije con voz calmada para, acto seguido, levantarme del escritorio y cederle el asiento al recluta. El protocolo nunca había sido mi mejor amigo y no iba a empezar a serlo por un ascenso.

Sobre la mesa, justo frente al recluta, había un requerimiento de ampliación de informe. Al parecer, el iluminado encargado de evaluar los informes, clasificarlos y archivarlo había considerado que era demasiado escueto.

—¿Preparado, Stefan? Pues vamos, tranquilo. Localización: Rostock, Isla Kilombo. Fecha:...
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