Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[Autonarrada] Conflicto en el mercado [T.2]
Lance Turner
Shirogami

El sonido de las olas golpeando suavemente el puerto de Rostock era un buen indicio de que aquel día iba a estar lleno de calma. La brisa marina llenaba una vez más mis pulmones, con ese ligero aroma salado que siempre me hacía sentir vivo y feliz. Ya habían pasado un par de semanas desde que anclamos en la Isla Kilombo, un lugar pequeño y pacífico, con sus casas de madera alineadas a lo largo de las calles estrechas y su gente siempre confiable y feliz. Uno podría pensar que un sitio tan sencillo no tenía mucho por ofrecer a un pirata en busca de aventuras, pero con el tiempo, uno descubre que la aventura aparece hasta en la isla más desierta del mundo entero. Cada isla, por más tranquila que parezca, tiene siempre sus secretos.

Caminaba con las manos en los bolsillos, disfrutando del murmullo de las conversaciones entre pescadores y comerciantes. Había hecho algunos amigos en mis días por aquí, y aunque no sabía cuánto tiempo más pasaríamos en Kilombo, algo me decía que tarde o temprano, nuestra estancia no se quedaría sin sobresaltos.

Mientras avanzaba hacia el centro del pueblo, un grupo de niños pasó corriendo a mi lado, gritando y riendo como si no hubiera nada de qué preocuparse en el mundo. Sonreí, observando cómo uno de ellos, el más pequeño, tropezaba y caía al suelo, pero rápidamente se levantaba, limpiando el polvo de su ropa antes de correr tras sus amigos. Me hizo recordar los días de mi infancia, cuando yo también corría por mi aldea, sin otra preocupación que imaginarme a mí mismo en batallas épicas contra enemigos imaginarios.

Sin embargo, mis pensamientos se vieron interrumpidos por un murmullo que se extendía entre los habitantes de Rostock. Frente a la taberna principal, un grupo de hombres se reunía en un círculo cerrado. La gente murmuraba a su alrededor, y un par de aldeanos se retiraban del lugar con expresiones de disgusto. La curiosidad pudo más que mi deseo de mantenerme en calma, y me acerqué, abriéndome paso entre el gentío.
- ¿Qué está pasando aquí? - Pregunté a uno de los pescadores que observaba la escena con los brazos cruzados y una expresión de preocupación.
- Es la pandilla de Rocco - Respondió con un tono amargo. - Son unos matones que vienen cada mes a extorsionar a los comerciantes. Desde que la base de la Marina G-23 se trasladó a la meseta, han dejado a estos maleantes hacer lo que les plazca. Nadie se atreve a enfrentarlos, y cada mes la suma que exigen es mayor.

Miré al grupo en cuestión. Rocco, el líder, era un tipo alto y corpulento, con una cicatriz en la mejilla que le daba un aspecto temible. A su lado, otros tres hombres se reían mientras recogían monedas de algunos comerciantes. La escena me incomodaba, y aunque no tenía la costumbre de involucrarme en asuntos ajenos, ver cómo abusaban de aquella gente sencilla me hizo apretar los puños.
- Gracias por la información - Le dije al pescador, y me adentré en el círculo de curiosos hasta quedar frente a Rocco.

El tipo levantó la mirada y me observó con un aire de arrogancia, como si esperara que me apartara del camino. Sus amigos dejaron de recoger las monedas y me miraron con burla, divertidos por mi intromisión.
- ¿Se te ha perdido algo, forastero? - Gruñó el tal Rocco, cruzando los brazos frente a su pecho.
- Solo quería preguntar si realmente te parece justo pedirle a esta gente que te dé el dinero que han ganado con su esfuerzo - Respondí con calma, aunque mi mirada dejaba claro que no estaba de humor para tonterías.

Rocco soltó una carcajada, y sus secuaces hicieron lo mismo, como si les hubiera contado el mejor chiste del año. Me di cuenta de que este tipo no iba a responder a la razón; estaba demasiado acostumbrado a que todos le temieran. Entonces, solo había una manera de hacerle entender.
- Mira, amigo - Continué, dando un paso adelante - Si realmente necesitas dinero, quizás podríamos arreglarlo de otra manera. ¿Qué te parece un pequeño duelo? Si gano, dejas a este pueblo en paz y te largas. Si pierdo… bueno, podrás llevarte todo mi dinero, y te aseguro que no es poco. - Dije para tentar más a la suerte y que el grandullón aceptase.

La burla en los ojos de Rocco se desvaneció, reemplazada por una mezcla de sorpresa e irritación. No era alguien que aceptara desafíos tan a la ligera, pero tampoco podía negarse frente a su gente. Con un gesto brusco, hizo un ademán a sus hombres para que se apartaran.
- Bien, forastero, espero que tengas algún amigo que sepa resucitar a los muertos, porque lo vas a necesitar - Dijo, sacando una daga de aspecto oxidado pero letal.
- Ten cuidado con eso, puedes acabar haciéndote daño sin quererlo. - Le respondí rápido con una gran sonrisa de oreja a oreja. 

Alrededor de nosotros, la multitud se apartó, formando un círculo de curiosos que observaban en silencio. Juuken, mi fiel subcapitán, se abrió paso entre la gente hasta quedar a unos metros de mí, mirándome con una mezcla de preocupación y orgullo. Sabía que podía manejar la situación, pero siempre era bueno tener a alguien en quien confiar cerca. Extendí mi mano hacia él, para que tuviese claro que tenía que esperar por el momento, si Juuken se lanzaba a por Rocco esto podría ser una matanza, en lugar de una lección.

Rocco cargó contra mí sin esperar, lanzando un tajo directo a mi torso. Esquivé el ataque con facilidad, moviéndome a un lado mientras mi mirada se mantenía fija en sus movimientos. Era rápido, pero no lo suficiente como para intimidarme. El tipo lanzó un par de ataques más, que esquivé con la misma facilidad.
- Vamos, Rocco - Le dije con un tono claramente provocador - Pensé que serías un oponente más interesante. Tal vez debería buscar a alguien que sepa pelear de verdad. - Dije mirando a los lados como si realmente estuviese buscando a otra persona con la que pelear, pero sin dejar de ver al grandullón, aunque fuese de reojo.

La burla surtió efecto. Rocco, furioso, intentó un golpe más agresivo, lanzando su cuerpo hacia mí en un intento desesperado por conectar su daga con mi piel. Pero esa era mi oportunidad. Moviéndome con rapidez, esquivé su embestida y, aprovechando su inercia, le propiné un puñetazo en el estómago. El impacto lo hizo retroceder, llevándose las manos al abdomen mientras jadeaba.

La multitud murmuraba, sorprendida de que alguien pudiera hacer frente a Rocco de esa forma. Mis movimientos eran fluidos, precisos, como me había enseñado mi maestro Ryuu. No estaba allí para hacer daño innecesario, pero tampoco iba a dejar que aquel matón intimidara a gente inocente.

Rocco, sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse. Se incorporó, lanzándome una mirada de odio, y me di cuenta de que la pelea estaba lejos de terminar. Sin pensarlo dos veces, se lanzó nuevamente hacia mí, esta vez apuntando su daga a mi cuello. Con un giro rápido, bloqueé su brazo y lo sujeté con fuerza, obligándolo a soltar el arma que cayó al suelo con un estrépito.

La furia en los ojos de Rocco se transformó en algo que no esperaba: miedo. Y fue en ese momento cuando me di cuenta de que el matón no era más que un cobarde. Los que se dedican a abusar de los demás siempre terminan mostrando su verdadero rostro cuando alguien les planta cara.
Solté su brazo y lo empujé hacia atrás, observándolo mientras intentaba recuperar el equilibrio.
- Ya tienes lo que querías, forastero – dijo, retrocediendo lentamente. - Me iré y dejaré a esta gente en paz… pero te advierto que esto no ha terminado.

Desenvainé mis espadas entonces, apuntando con el filo de estas a su cuello con una sonrisa.
- ¿Sabes? He estado peleando a mano limpia, pero mi especialidad son las armas de filo. - Le dije con claras intenciones de intimidarlo. - ¿De verdad que esto no ha terminado? Podemos seguir ahora mismo. - Continué, esta vez con una risa burlesca mientras volvía a envainar mis espadas.

- Anda, lárgate y haz algo de lo que realmente sentirte orgulloso, grandullón. Seguro que a tus padres les rompería el corazón verte así. - Respondí, sin quitarle la mirada de encima mientras él y sus secuaces se marchaban.

La multitud estalló en vítores y aplausos, y los comerciantes que antes parecían derrotados ahora se acercaban con sonrisas y palabras de agradecimiento. Pero más allá de la victoria, había algo en el aire que me hacía sentir satisfecho. Había defendido a esta gente, aunque fuera solo por un día, y eso me llenaba de orgullo.
Juuken se acercó a mi lado, con una sonrisa en el rostro. Estaba claramente satisfecho, aunque en su rostro se podía ver algo de confusión. Conociéndolo, estaría pensando si no hubiese sido mejor matarle para evitar que volviese a cometer algún delito.

- Buen trabajo, capitán - Me dijo al tiempo que me daba una palmada en la espalda.

Asentí, mirando a mi alrededor, y traté de frenar mi entusiasmo de ese momento. Ahora mismo era bien acogido y querido allí, pero algún día esa historia cambiaría totalmente, y no volvería a recibir un trato así. Sin duda alguna, Kilombo siempre tendrá un hueco en mi corazón.
#1
Moderadora Perona
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