Hay rumores sobre…
... que existe un circuito termal en las Islas Gecko. Aunque también se dice que no es para todos los bolsillos.
[Autonarrada] [T2] Un ojo en el futuro y otro en los orígenes
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 34 de Verano del 724

Un ojo en el futuro y otro en los orígenes

La preparación del informe tampoco duró demasiado tiempo. Después de los sucesos de Isla Kilombo se me había encargado la tarea de elaborar un informe más extenso y detallado referente a mi actuación. Allí habíamos conseguido mantener a salvo a Meethook, testigo protegido e informante de la Marina, y detener a quien había sido su capitán durante años: Broco Lee. Al parecer no habían tenido suficiente con mi primer informe. Tal vez el hecho de que pudiese ser transcrito en una servilleta sin faltar espacio tuviese algo que ver.

Fuera como fuese, lo cierto era que lo que me pesaba no era dar cuantas explicaciones fuesen necesarias, sino pasar incontables minutos —a veces horas— escribiendo palabras que ya estaban en mi mente. Por eso había venido Stefan. Sí, el recluta Meiers, un joven de pelo negro pegado a su rostro, actitud desgarbada y apenas dieciocho años, había sido el encargado de poner en tinta mi voz. El responsable de que hubiese sido él no era otro que el sargento Garnett. Como experimentado marine, había pasado años rechazando ascensos de manera sistemática para pescar y conducir a las ovejas descarriadas que creía identificar entre los nuevos reclutas. Stefan era una de ellas. Desde su llegada, por lo visto, había mostrado una completa incapacidad para relacionarse con sus compañeros, apenas saliendo de los barracones para las actividades obligatorias que no podía eludir.

Muchachos como Stefan se convertían en carne de cañón o abandonaban la institución al no sentirse parte de ella. Era por ello que Garnett se encargaba de, desde la sombra y con métodos de lo más variados, generar ese entorno de seguridad en el que pudieran comenzar a desarrollarse como personas y como marines. Sin ir más lejos, la mismísima capitana Montpellier había pasado por sus manos tiempo atrás. Del mismo modo, yo había sido partícipe y vencedor del Torneo del Calabozo no hacía tanto tiempo y Camille también le había prestado su ayuda en dicha competición al límite de lo permitido. Bueno, estaba más bien fuera de los límites, pero dado su encomiable espíritu de inserción las personas que debían dar parte miraban hacia otro lado.

—¿Se puede? —irrumpió la voz del sargento escasos minutos después de que Stefan abandonara el despacho de la L-42.

—Faltaría más —respondí desde mi asiento, sin levantarme pero haciendo un gesto con los brazos que invitaba a mi interlocutor a pasar y ponerse cómodo—. ¿Cómo no iba a dejar pasar a la persona más importante de todo Loguetown?

—Ya será menos —replicó él, haciendo suyo mi ofrecimiento y olvidándose de cualquier tipo de protocolo durante nuestra conversación. Antes de continuar, se sirvió un vaso de agua de una jarra situada junto a la entrada y se sentó en el asiento colocado al otro lado de mi escritorio—. ¿Qué te parece el muchacho? Hacía tiempo que no me topaba con nadie tan... ¿inadaptado? Sí, creo que ésa es la palabra.

—No parece un mal muchacho, pero la verdad es que tampoco sé muy bien por dónde pueden ir los tiros. Apenas ha abierto la boca en todo el tiempo. De hecho, si en algún momento he dictado demasiado rápido he tenido que ser yo el que se dé cuenta. No me pedía que me parase o que repitiera. Simplemente se quedaba quieto y callado. He visto estatuas más habladoras, vaya.

—No seas duro con él. Cada uno de mis chicos tiene sus problemas. Tú eras incapaz de hacer una sola vez lo que se te pedía, fuese importante o no, y mírate. Te las sigues apañando para no hacer papeleo y con los últimos ascensos te has librado de las tareas físicas más pesadas, pero me consta que pueden contar contigo cuando es necesario de verdad.

Al hablar señaló a la pared, donde en un tablón alguien había colgado con una chincheta un recorte de periódico. En él se hablaba del fallecimiento de nada más y nada menos que Broco Lee en una reyerta contra la Marina en Isla Kilombo. Se hacía mención a nosotros, así como a Loguetown como nuestra base de procedencia.

—Eso es sólo la excepción que confirma la regla —mentí descaradamente sin impedir que una sonrisa aflorase en mi rostro. Ya había pensado mucho al respecto, quizás incluso demasiado, y había llegado a la misma conclusión que planteaba Garnett. Para bien o para mal —más bien para bien— había llegado a desarrollar ese sentimiento de pertenencia a la Marina, de unidad con mis compañeros de la L-42 y, en cierto modo, de deber con la justicia y con los más débiles. No había sido algo fácil de asumir, pero debía reconocer que, una vez conseguido, me había quitado un peso de encima.

—¿Podrás encargarte de él? —continuó entonces Garnett, haciendo un gesto con la cabeza hacia su espalda con la clara intención de referirse al recluta Meiers—. Creo que va a ser un caso especialmente difícil. En su remesa la mayoría son tan jóvenes como él. Aún son el tipo de persona que cuando ven a alguien con sus dificultades, en vez de empatizar e intentar que se sienta como uno más, se dedica a hacer burlas y forzar situaciones especialmente incómodas para ver cómo reacciona. Si estoy todo el día encima de él pensarán que es el mimado del sargento y todo será incluso peor. A lo mejor si lo que tiene más bien rescates puntuales por tu parte podemos hacer algo más por él, ¿no te parece?

—Claro, sin ningún problema. Yo no valgo para juzgar lo que requieren personas con necesidades especiales como él, pero tú sí. Te puedo decir que por lo poco que he visto se le ve aplicado. Tal vez tenga potencial por exprimir, pero no tiene pinta de que vaya a ser fácil.

—Estupendo. Me alegro de poder contar contigo para estas cosas, de verdad. Beatrice siempre está dispuesta a ayudarme, pero bastante tiene con sus obligaciones. La mayoría se olvida de que necesitaron ayuda en el pasado y me dejan vendido, así que no es fácil encontrar colaboración.

—Conmigo la tendrás siempre que me sea posible. Además, he descubierto que aquí sentado se trabaja menos y no tengo intención de dejar de seguir subiendo. Cuanto más alto llegue más informe tendré que hacer y más necesitaré que escriban por mí, así que no creo que haya ningún problema.

Garnett sonrió ante mi explicación antes de marcharse por la puerta con una efusiva despedida. Su sonrisa reflejaba alegría, la de quien sabe leer entre líneas la verdad de lo que está escuchando. Los dos sabíamos que había muy poco de pereza y pocas ganas de trabajar en lo que le había dicho —aunque siempre había y habría, en el futuro, algo—. Por el contrario, había descubierto que cuanto más fuerte fuese, cuanto más servicios diferentes pudiese prestar a los demás, más cerca estaría de poder ayudar a construir un mundo más pacífico y justo. Algo tan sencillo como eso había pasado a convertirse en una de mis prioridades en la vida junto a asegurar el bienestar de mis compañeros de la brigada. Me pusiese como me pusieses y lo quisiese admitir o no, esos sentimientos y obligaciones autoimpuestas venían dadas por la semilla de pertenencia, unidad y compromiso que él había puesto en mí algún tiempo atrás.

Sí, definitivamente Garnett —y todas las personas que pujasen por lo mismo dentro de la Marina— era con diferencia la persona más relevante en todo Loguetown. De hecho, probablemente incluso todo el East Blue. La mayoría se dedicaba a pasear sus capas y uniformes por despachos, pasillos y barcos. Pocos, muy pocos, lo hacían mirando a los ojos inseguros de los nuevos, a las miradas asustadas de quien volvían vivos de una batalla de puro milagro. Era su obligación al fin y al cabo, ¿no? Si no, que no se hubiesen alistado a un cuerpo militar.

Había tantas cosas mal en los prejuicios y actitudes que se desarrollaban y que se perpetuaban como un mantra... Era difícil ver por dónde se le podía meter mano al nudo, desentrañar cuál era el punto de partida que podía llegar a permitir que aquellas pequeñas cosas cambiasen.

La noche terminó de hacerse con el control de las calles mientras continuaba sumido en mis pensamientos más profundos. Siempre había sido una persona bastante reflexiva a pesar de lo que mi carácter y actitud pudiesen dar a entender como primera impresión. Con mi nueva posición y mis nuevas responsabilidades no había podido evitar que ese engranaje incombustible que era mi psique comenzase a girar, perfectamente engrasado, como si de ello dependiese mi vida o la vida de los demás. Y lo peor de todo era que probablemente así fuese. Mi vida siempre había dependido de mí y eso, lógicamente, no suponía mayor problema. No obstante, que los demás también hubiesen entrado en el saco cambiaba por completo mi paradigma vital. Stefan Meiers era en realidad sólo uno más de tantos. Uno un tanto especial, de acuerdo, pero su situación de vulnerabilidad y dependencia no dejaba de asemejarse bastante a la de sus iguales. Eso era responsabilidad mía.

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Moderador Yamato
Oden
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