Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Autonarrada] Hilando con hebra de plata.
Percival Höllenstern
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La noche antes de una operación siempre tiene un aire particular, una calma sofocante, como el último respiro de un moribundo antes de exhalar. En Oykot, ese silencio se siente aún más denso, como si las piedras mismas supieran lo que está por suceder. Mientras la Revolución afila sus cuchillos en la sombra, yo me preparo para jugar mi carta, una que nadie más está viendo. Al menos, no de los míos.

Me recosté en una esquina oscura, bajo el manto de la noche, fingiendo reparar en el caos que se arremolinaba en mi mente como lo haría cualquier hombre antes de una misión. Aunque mi preocupación no estaba en la ofensiva que lanzaremos mañana, sino en la conversación que debía tener ahora, tal cual había sido dispuesta con premeditación y cierta alevosía. Sentí la presencia antes de verla, pues mis sentidos se erizaron en un momento, casi por un susurro de movimiento en el viento, casi imperceptible, pero inconfundible para los que habían estado en contacto con ellos.

Has cumplido, Percival. No esperaba menos —dijo una voz grave, fría, resonando desde las sombras.

No me inmuté. Sabía quién era, o más bien, qué representaba. No teníamos nombre para esto. Ni falta que hacía.

No ha sido sencillo, pero la confianza ya está bien plantada —respondí en un tono bajo, casi casual. Mis palabras parecían flotar en el aire pesado de la noche—. Mañana se desata el caos y... el resto, bueno, lo conoces.

No hubo respuesta inmediata. Sabía que me estaba observando, evaluando si era digno de la posición que ocupaba. Al final, si todo salía bien, ni la Revolución, ni los lugartenientes, ni siquiera el resto de mis compañeros serían conscientes de que todo estaba orquestado. Nadie ve el hilo que mueve al titiritero.

Y... cuando todo termine —añadí, con un aire de cansancio premeditado—, tendré lo que busco, ¿no? Se me pondrá precio, claro. Un sello, una marca de traidor, de enemigo. Pero ya lo he llevado antes, de otras formas. Solo asegúrate de que sea suficiente para convencerlos. Sabes tan bien como yo que este tipo de papeles requieren... credibilidad.

La figura permaneció inmóvil, y por un momento pensé que se había ido, pero sentí ese leve cambio en la presión del aire a mi alrededor. Su voz volvió, más suave esta vez, casi complacida.

No te preocupes por los detalles. Todo está dispuesto. Obtendrás lo que te corresponde… si cumples tu parte— comentó la voz, grave y profunda, casi como un hálito en un susurro, pero henchida de confianza y poderío.

En eso ya confío —respondí con frialdad. — Al final vosotros tenéis más que perder que yo, y Oykot realmente no os supone nada — musité sonriendo, jugueteando a crujirme los dedos.

Un silencio incómodo se coló entre nosotros, pero no era más que parte del ritual. Nada de esto podía ser hablado directamente, ni puesto en papel. Mi persecución sería legítima, no quedaría rastro alguno de esta charla, y mi lealtad seguiría intacta. Pero ambos sabíamos que, más allá de los ideales que flamean por la liberación de Oykot, mis verdaderos intereses se encuentran en una esfera que ellos jamás podrían entender. Quizás algún día, cuando ya no importe, alguien atará los cabos.

Sin embargo, mañana, cuando las llamaradas envuelvan las murallas y los gritos ensordezcan los cielos, no seré más que un peón en su tablero. Un peón que ha sabido disfrazar sus movimientos desde el principio.

Me ajusté el manto, preparándome para retirarme. La figura permaneció en las sombras, como debía ser. Era extraño. Ninguno de los dos podíamos confiar el uno en el otro, y, sin embargo, compartíamos un tipo de entendimiento que pocos alcanzan. Un pacto de silencio, sostenido por el juego que ambos jugábamos.

Nos vemos pronto —dije sonriendo, sin esperar respuesta, pues sabía que no la habría.

Me giré y, sin mirar atrás, me perdí entre las callejuelas oscuras. A la mañana siguiente, seré un hombre con un precio en mi cabeza, perseguido por los mismos que una vez me marcaron. Pero esa es la belleza del plan, ¿no? Estar siempre dos pasos adelante.

La Revolución, un concepto bonito e interesante que le puedes vender al pueblo con facilidad, basada en cierta frugalidad inocente.

Pero mientras ellos luchan por ideales, yo navego entre las corrientes ocultas, donde no hay ni banderas ni consignas, solo acuerdos no escritos y destinos marcados por el poder.

No es que me importe lo que piensen de mí, ni la Revolución ni aquellos que les hacen la guerra. Ambos son solo matices en el mar tan amplio. Al final, las banderas cambian, los líderes caen, y los nombres son olvidados, pero aquellos que ostentan el real poder son mi objetivo. 

Mañana seré un hombre buscado, un enemigo del mundo, pero no seré más que otro. Y mientras los demás celebren su victoria o lamenten su derrota, yo sabré que todo ha ido según lo previsto. El verdadero objetivo no es el trono que buscan tomar, sino los que están sentados alrededor de la mesa que se yergue en el cielo de la opulencia por encima del bien y del mal.
#1
Moderadora Perona
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#2


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