Raiga Gin Ebra
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10-11-2024, 09:52 PM
El sol caía sobre la isla de Dawn mientras Raiga disfrutaba de un momento de paz en uno de los bancos de la plaza secundaria. La brisa era agradable, y entre sus manos sostenía una botella de vino que había "conseguido" de un vendedor distraído más por vender género que por cuidar el que ya tenía. Era un vino de calidad cuestionable, pero, para el pequeño zorro, eso no importaba. Le daba igual si tenía sabor a barril o a algún matarratas; lo importante era que le hacía sentir como el dueño de su propio tiempo.
—Ah… ¡esto sí que es vida! —exclamó, dándole un trago largo a la botella— Ni un alma en la plaza, solo yo y este vinito… perfecto.
El sonido de sus propios pensamientos y el silencio de la tarde se vieron interrumpidos de pronto por un ruido sordo, como de alguien tambaleándose. Raiga entrecerró los ojos y vio a un tipo que salía de un callejón cercano. El hombre estaba destrozado, cubierto de heridas, y una profunda mancha de sangre se extendía por su costado. Cojeaba y parecía a punto de desplomarse, y antes de que pudiera dar dos pasos más, cayó al suelo con un sonido seco.
Raiga se levantó de un salto, manteniendo la botella en su mano derecha, no fuera que se la robaran, y corriendo hacia el hombre. Lo sacudió levemente y le miró el rostro pálido, cubierto de sudor y respirando con dificultad.
—Oye, oye, compa, ¿todo bien? —preguntó Raiga con un tono enérgico, intentando captar su atención.
El hombre apenas respondió con un murmullo inaudible, y fue entonces cuando Raiga notó la gravedad de la herida en el costado. La sangre brotaba de una manera alarmante, y, aunque no tenía muchas habilidades médicas, sabía que debía detener el flujo de alguna manera.
—A ver, no soy médico ni nada, pero algo se hace en estos casos, ¿no? —murmuró, rasgando un pedazo de su kimono y presionando la herida para frenar la hemorragia.
El tipo gimió de dolor, pero su respiración pareció estabilizarse un poco con la presión del improvisado vendaje. Raiga se dedicó a limpiar las heridas más superficiales con un poco de agua de una botella que llevaba, manteniéndose cerca para ver si el hombre recobraba un poco más de consciencia.
—Eh, amigo, ¡despierta! —dijo, dándole una palmadita en la cara— Tienes que contarme qué demonios ha pasado aquí. No quiero encontrarme con alguien que me esté buscando problemas, ¿entiendes? —Raiga sonrió, intentando mostrar un poco de simpatía y, al mismo tiempo, mantener su fachada de tipo duro.
El hombre abrió los ojos lentamente y pareció enfocar la vista en Raiga. Sus labios se movieron débilmente.
—Tuv… tuve un problema… en la plaza principal —susurró con voz entrecortada.
Raiga alzó una ceja, intrigado. ¿Qué tipo de problema acababa así? No uno común, desde luego.
—¿Problema? ¿Con quién? —preguntó, ajustando el vendaje para que el tipo no perdiera más sangre.
El herido tragó saliva, intentando mantenerse consciente.
—Unos… tipos… me atacaron… —explicó, respirando pesadamente— No podía pagar… una deuda… y ellos… me buscaron.
Raiga suspiró, asintiendo con la cabeza. La historia le sonaba familiar; había visto a gente en situaciones similares en las calles. Él había provocado alguna que otra situación así también, para qué engañarnos.
—Entonces… ¿los has dejado por ahí a medio camino? —preguntó Raiga, intentando sacarle algo más.
El hombre asintió débilmente, pero no añadió mucho más. La herida parecía haberle drenado demasiada energía para hablar en profundidad. Raiga se levantó, miró en dirección a la plaza principal y frunció el ceño, considerando la situación.
—Mira, compa, quédate aquí y sigue respirando. Voy a echar un ojo por ahí y a ver si puedo enterarme de algo. No me gusta cuando se arman líos sin que el gran Raiga se entere, ¿me entiendes?
El hombre apenas asintió antes de cerrar los ojos, agotado. Raiga le dio una última mirada, asegurándose de que estuviera lo suficientemente cómodo, y luego se dirigió a paso firme hacia la plaza principal. Guardó la botella de vino en su cinturón como si fuera un trofeo y ajustó su chaleco con una sonrisa socarrona en el rostro. La curiosidad y la sensación de un desafío le motivaban a investigar el lío en el que se había metido ese tipo. Quién sabe si no sería algo más grave de lo que le había contado, pero bueno.
La isla de Dawn tenía la reputación de ser un lugar relativamente tranquilo, pero en su experiencia, los lugares aparentemente pacíficos siempre tenían algo oscuro oculto debajo de la superficie. A medida que se acercaba a la plaza, el sonido de las calles comenzó a hacerse más claro: murmullos de la gente, pasos apresurados y alguna que otra voz exaltada que parecía discutir. Raiga sonrió, apretando el paso y listo para descubrir qué había detrás del altercado que había dejado malherido al hombre. ¿Sería lo que había dicho? ¿O por el contrario no tendría nada que ver?
Cuando llegó a la entrada de la plaza principal, observó a su alrededor, atento a cualquier señal de conflicto. No parecía haber nada interesante, pero sí que unas manchas de sangre cerca de una fuente de agua le llamaron la atención.
El mink corrió hacia allí, y se pudo dar cuenta que las manchas de sangre eran frescas. Seguramente del mismo tipo que había atendido unos minutos antes cerca de su banco. Miró hacia los lados, intentando divisar a alguien que se percatase de su presencia. Pero no, no había nadie. No al menos que él viese. Así que se giró y pensó en volver por donde había venido. Allí ya no quedaba ni rastro de lo que hubiese ocurrido.
Con un gesto triste en la cara, el zorro salió andando con el rabo entre las piernas. No le gustaba aquella situación, ni ninguna en la cual tuviera que volver por donde había venido sin respuestas. Y eso que en aquella ocasión solo tenía una única pregunta... ¿Qué había hecho aquél tipo?
Sin embargo, antes de dar un paso más, notó cómo algo ocurría. Se le erizó la piel y notó cómo el frío llegaba hasta él. Los nervios se apoderaron ligeramente de él por un instante y... Allí vio a tres tipos con rastros de sangre en la ropa. ¿Serían ellos?
Solo había una manera de averiguarlo. Era el momento de probar suerte. ¿Obtendría respuestas?
Caminó hacia ellos a buen ritmo, con el semblante serio y una porte que denotaba una gran seguridad en sí mismo. Pese a su tamaño y edad, quiso hacerse grande e intimidar a sus rivales. Si es que eran sus rivales, que estaba por ver. Sonrió y alzó la mano, saludando, esperando ver cómo reaccionaban ellos. ¿Serían amigables o no? Todo estaba por ver.
—Ah… ¡esto sí que es vida! —exclamó, dándole un trago largo a la botella— Ni un alma en la plaza, solo yo y este vinito… perfecto.
El sonido de sus propios pensamientos y el silencio de la tarde se vieron interrumpidos de pronto por un ruido sordo, como de alguien tambaleándose. Raiga entrecerró los ojos y vio a un tipo que salía de un callejón cercano. El hombre estaba destrozado, cubierto de heridas, y una profunda mancha de sangre se extendía por su costado. Cojeaba y parecía a punto de desplomarse, y antes de que pudiera dar dos pasos más, cayó al suelo con un sonido seco.
Raiga se levantó de un salto, manteniendo la botella en su mano derecha, no fuera que se la robaran, y corriendo hacia el hombre. Lo sacudió levemente y le miró el rostro pálido, cubierto de sudor y respirando con dificultad.
—Oye, oye, compa, ¿todo bien? —preguntó Raiga con un tono enérgico, intentando captar su atención.
El hombre apenas respondió con un murmullo inaudible, y fue entonces cuando Raiga notó la gravedad de la herida en el costado. La sangre brotaba de una manera alarmante, y, aunque no tenía muchas habilidades médicas, sabía que debía detener el flujo de alguna manera.
—A ver, no soy médico ni nada, pero algo se hace en estos casos, ¿no? —murmuró, rasgando un pedazo de su kimono y presionando la herida para frenar la hemorragia.
El tipo gimió de dolor, pero su respiración pareció estabilizarse un poco con la presión del improvisado vendaje. Raiga se dedicó a limpiar las heridas más superficiales con un poco de agua de una botella que llevaba, manteniéndose cerca para ver si el hombre recobraba un poco más de consciencia.
—Eh, amigo, ¡despierta! —dijo, dándole una palmadita en la cara— Tienes que contarme qué demonios ha pasado aquí. No quiero encontrarme con alguien que me esté buscando problemas, ¿entiendes? —Raiga sonrió, intentando mostrar un poco de simpatía y, al mismo tiempo, mantener su fachada de tipo duro.
El hombre abrió los ojos lentamente y pareció enfocar la vista en Raiga. Sus labios se movieron débilmente.
—Tuv… tuve un problema… en la plaza principal —susurró con voz entrecortada.
Raiga alzó una ceja, intrigado. ¿Qué tipo de problema acababa así? No uno común, desde luego.
—¿Problema? ¿Con quién? —preguntó, ajustando el vendaje para que el tipo no perdiera más sangre.
El herido tragó saliva, intentando mantenerse consciente.
—Unos… tipos… me atacaron… —explicó, respirando pesadamente— No podía pagar… una deuda… y ellos… me buscaron.
Raiga suspiró, asintiendo con la cabeza. La historia le sonaba familiar; había visto a gente en situaciones similares en las calles. Él había provocado alguna que otra situación así también, para qué engañarnos.
—Entonces… ¿los has dejado por ahí a medio camino? —preguntó Raiga, intentando sacarle algo más.
El hombre asintió débilmente, pero no añadió mucho más. La herida parecía haberle drenado demasiada energía para hablar en profundidad. Raiga se levantó, miró en dirección a la plaza principal y frunció el ceño, considerando la situación.
—Mira, compa, quédate aquí y sigue respirando. Voy a echar un ojo por ahí y a ver si puedo enterarme de algo. No me gusta cuando se arman líos sin que el gran Raiga se entere, ¿me entiendes?
El hombre apenas asintió antes de cerrar los ojos, agotado. Raiga le dio una última mirada, asegurándose de que estuviera lo suficientemente cómodo, y luego se dirigió a paso firme hacia la plaza principal. Guardó la botella de vino en su cinturón como si fuera un trofeo y ajustó su chaleco con una sonrisa socarrona en el rostro. La curiosidad y la sensación de un desafío le motivaban a investigar el lío en el que se había metido ese tipo. Quién sabe si no sería algo más grave de lo que le había contado, pero bueno.
La isla de Dawn tenía la reputación de ser un lugar relativamente tranquilo, pero en su experiencia, los lugares aparentemente pacíficos siempre tenían algo oscuro oculto debajo de la superficie. A medida que se acercaba a la plaza, el sonido de las calles comenzó a hacerse más claro: murmullos de la gente, pasos apresurados y alguna que otra voz exaltada que parecía discutir. Raiga sonrió, apretando el paso y listo para descubrir qué había detrás del altercado que había dejado malherido al hombre. ¿Sería lo que había dicho? ¿O por el contrario no tendría nada que ver?
Cuando llegó a la entrada de la plaza principal, observó a su alrededor, atento a cualquier señal de conflicto. No parecía haber nada interesante, pero sí que unas manchas de sangre cerca de una fuente de agua le llamaron la atención.
El mink corrió hacia allí, y se pudo dar cuenta que las manchas de sangre eran frescas. Seguramente del mismo tipo que había atendido unos minutos antes cerca de su banco. Miró hacia los lados, intentando divisar a alguien que se percatase de su presencia. Pero no, no había nadie. No al menos que él viese. Así que se giró y pensó en volver por donde había venido. Allí ya no quedaba ni rastro de lo que hubiese ocurrido.
Con un gesto triste en la cara, el zorro salió andando con el rabo entre las piernas. No le gustaba aquella situación, ni ninguna en la cual tuviera que volver por donde había venido sin respuestas. Y eso que en aquella ocasión solo tenía una única pregunta... ¿Qué había hecho aquél tipo?
Sin embargo, antes de dar un paso más, notó cómo algo ocurría. Se le erizó la piel y notó cómo el frío llegaba hasta él. Los nervios se apoderaron ligeramente de él por un instante y... Allí vio a tres tipos con rastros de sangre en la ropa. ¿Serían ellos?
Solo había una manera de averiguarlo. Era el momento de probar suerte. ¿Obtendría respuestas?
Caminó hacia ellos a buen ritmo, con el semblante serio y una porte que denotaba una gran seguridad en sí mismo. Pese a su tamaño y edad, quiso hacerse grande e intimidar a sus rivales. Si es que eran sus rivales, que estaba por ver. Sonrió y alzó la mano, saludando, esperando ver cómo reaccionaban ellos. ¿Serían amigables o no? Todo estaba por ver.