Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Diario] Un macarra y tres matones
Raiga Gin Ebra
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El sol caía sobre la isla de Dawn mientras Raiga disfrutaba de un momento de paz en uno de los bancos de la plaza secundaria. La brisa era agradable, y entre sus manos sostenía una botella de vino que había "conseguido" de un vendedor distraído más por vender género que por cuidar el que ya tenía. Era un vino de calidad cuestionable, pero, para el pequeño zorro, eso no importaba. Le daba igual si tenía sabor a barril o a algún matarratas; lo importante era que le hacía sentir como el dueño de su propio tiempo.

—Ah… ¡esto sí que es vida! —exclamó, dándole un trago largo a la botella— Ni un alma en la plaza, solo yo y este vinito… perfecto.

El sonido de sus propios pensamientos y el silencio de la tarde se vieron interrumpidos de pronto por un ruido sordo, como de alguien tambaleándose. Raiga entrecerró los ojos y vio a un tipo que salía de un callejón cercano. El hombre estaba destrozado, cubierto de heridas, y una profunda mancha de sangre se extendía por su costado. Cojeaba y parecía a punto de desplomarse, y antes de que pudiera dar dos pasos más, cayó al suelo con un sonido seco.

Raiga se levantó de un salto, manteniendo la botella en su mano derecha, no fuera que se la robaran, y corriendo hacia el hombre. Lo sacudió levemente y le miró el rostro pálido, cubierto de sudor y respirando con dificultad.

—Oye, oye, compa, ¿todo bien? —preguntó Raiga con un tono enérgico, intentando captar su atención.

El hombre apenas respondió con un murmullo inaudible, y fue entonces cuando Raiga notó la gravedad de la herida en el costado. La sangre brotaba de una manera alarmante, y, aunque no tenía muchas habilidades médicas, sabía que debía detener el flujo de alguna manera.

—A ver, no soy médico ni nada, pero algo se hace en estos casos, ¿no? —murmuró, rasgando un pedazo de su kimono y presionando la herida para frenar la hemorragia.

El tipo gimió de dolor, pero su respiración pareció estabilizarse un poco con la presión del improvisado vendaje. Raiga se dedicó a limpiar las heridas más superficiales con un poco de agua de una botella que llevaba, manteniéndose cerca para ver si el hombre recobraba un poco más de consciencia.

—Eh, amigo, ¡despierta! —dijo, dándole una palmadita en la cara— Tienes que contarme qué demonios ha pasado aquí. No quiero encontrarme con alguien que me esté buscando problemas, ¿entiendes? —Raiga sonrió, intentando mostrar un poco de simpatía y, al mismo tiempo, mantener su fachada de tipo duro.

El hombre abrió los ojos lentamente y pareció enfocar la vista en Raiga. Sus labios se movieron débilmente.

—Tuv… tuve un problema… en la plaza principal —susurró con voz entrecortada.

Raiga alzó una ceja, intrigado. ¿Qué tipo de problema acababa así? No uno común, desde luego.

—¿Problema? ¿Con quién? —preguntó, ajustando el vendaje para que el tipo no perdiera más sangre.

El herido tragó saliva, intentando mantenerse consciente.

—Unos… tipos… me atacaron… —explicó, respirando pesadamente— No podía pagar… una deuda… y ellos… me buscaron.

Raiga suspiró, asintiendo con la cabeza. La historia le sonaba familiar; había visto a gente en situaciones similares en las calles. Él había provocado alguna que otra situación así también, para qué engañarnos.

—Entonces… ¿los has dejado por ahí a medio camino? —preguntó Raiga, intentando sacarle algo más.

El hombre asintió débilmente, pero no añadió mucho más. La herida parecía haberle drenado demasiada energía para hablar en profundidad. Raiga se levantó, miró en dirección a la plaza principal y frunció el ceño, considerando la situación.

—Mira, compa, quédate aquí y sigue respirando. Voy a echar un ojo por ahí y a ver si puedo enterarme de algo. No me gusta cuando se arman líos sin que el gran Raiga se entere, ¿me entiendes?

El hombre apenas asintió antes de cerrar los ojos, agotado. Raiga le dio una última mirada, asegurándose de que estuviera lo suficientemente cómodo, y luego se dirigió a paso firme hacia la plaza principal. Guardó la botella de vino en su cinturón como si fuera un trofeo y ajustó su chaleco con una sonrisa socarrona en el rostro. La curiosidad y la sensación de un desafío le motivaban a investigar el lío en el que se había metido ese tipo. Quién sabe si no sería algo más grave de lo que le había contado, pero bueno.

La isla de Dawn tenía la reputación de ser un lugar relativamente tranquilo, pero en su experiencia, los lugares aparentemente pacíficos siempre tenían algo oscuro oculto debajo de la superficie. A medida que se acercaba a la plaza, el sonido de las calles comenzó a hacerse más claro: murmullos de la gente, pasos apresurados y alguna que otra voz exaltada que parecía discutir. Raiga sonrió, apretando el paso y listo para descubrir qué había detrás del altercado que había dejado malherido al hombre. ¿Sería lo que había dicho? ¿O por el contrario no tendría nada que ver?

Cuando llegó a la entrada de la plaza principal, observó a su alrededor, atento a cualquier señal de conflicto. No parecía haber nada interesante, pero sí que unas manchas de sangre cerca de una fuente de agua le llamaron la atención.

El mink corrió hacia allí, y se pudo dar cuenta que las manchas de sangre eran frescas. Seguramente del mismo tipo que había atendido unos minutos antes cerca de su banco. Miró hacia los lados, intentando divisar a alguien que se percatase de su presencia. Pero no, no había nadie. No al menos que él viese. Así que se giró y pensó en volver por donde había venido. Allí ya no quedaba ni rastro de lo que hubiese ocurrido.

Con un gesto triste en la cara, el zorro salió andando con el rabo entre las piernas. No le gustaba aquella situación, ni ninguna en la cual tuviera que volver por donde había venido sin respuestas. Y eso que en aquella ocasión solo tenía una única pregunta... ¿Qué había hecho aquél tipo?

Sin embargo, antes de dar un paso más, notó cómo algo ocurría. Se le erizó la piel y notó cómo el frío llegaba hasta él. Los nervios se apoderaron ligeramente de él por un instante y... Allí vio a tres tipos con rastros de sangre en la ropa. ¿Serían ellos?

Solo había una manera de averiguarlo. Era el momento de probar suerte. ¿Obtendría respuestas?

Caminó hacia ellos a buen ritmo, con el semblante serio y una porte que denotaba una gran seguridad en sí mismo. Pese a su tamaño y edad, quiso hacerse grande e intimidar a sus rivales. Si es que eran sus rivales, que estaba por ver. Sonrió y alzó la mano, saludando, esperando ver cómo reaccionaban ellos. ¿Serían amigables o no? Todo estaba por ver.
#1
Raiga Gin Ebra
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Raiga se apoyó en la esquina de un edificio, con los brazos cruzados y una expresión de curiosidad desinteresada mientras echaba un vistazo a la plaza principal. Frente a él, el ambiente era algo tenso; grupos de personas murmuraban en voz baja y algunos rostros mostraban signos de incomodidad, pero nadie se animaba a hacer nada al respecto. Al centro, un grupo de cuatro tipos, evidentemente fuera de lugar con sus vestimentas gastadas y expresiones duras, hablaban entre ellos, con miradas rápidas y desafiantes hacia cualquiera que se atreviera a mirarlos demasiado tiempo. Los rastros de sangre evidenciaban que ellos tenían algo que ver con el tipo que antes había salvado. Eso, o la habían liado de cualquier otra manera. Que también podía ser…

Raiga sonrió para sí mismo. Estos debían ser los tipos de los que el hombre herido le había hablado. Su andar seguro y macarra los delataba a kilómetros, y en el fondo, Raiga sintió que la situación era justo el tipo de desafío que necesitaba para darle algo de picante a su día.

—A ver, a ver… parece que aquí alguien anda jugando a ser el gallo del corral —murmuró para sí, al tiempo que se quitaba la botella de vino de la cintura y le daba otro trago despreocupado.

Raiga se movió con calma, acercándose al grupo, pero sin perder esa actitud relajada y confiada que le hacía parecer casi ajeno a la situación. Cuando llegó lo suficientemente cerca, uno de los tipos, un hombre con cicatrices en los brazos y un pendiente de oro en la oreja izquierda, se dio cuenta de su presencia y le dirigió una mirada despectiva.

—¿Tú qué miras, enano? —le soltó con una sonrisa burlona.

Raiga alzó las cejas, fingiendo sorpresa, y luego se llevó la mano al pecho en un gesto teatral de indignación.

—¿“Enano”? ¿Eso es lo mejor que tienes? Vamos, compadre, seguro que puedes hacer algo mejor —respondió, esbozando una sonrisa provocadora y haciendo girar la botella de vino entre los dedos.

El tipo frunció el ceño y sus compañeros dejaron de hablar entre ellos, centrando ahora su atención en Raiga. El mink no se inmutó y, con una calma que rayaba en la insolencia, dio un largo trago al vino y luego escupió al suelo como si probara algo demasiado amargo.

—¡Puaj! Vaya, vaya, creo que este vino tiene más carácter que vosotros —añadió, mirándolos de arriba abajo con una sonrisa burlona— ¿Quién iba a decir que encontraría a los “machitos” del barrio con pinta de gallinas desplumadas?

Uno de los otros hombres, un tipo de cabello grasiento y una camiseta sucia, se adelantó un paso con las manos en los bolsillos, intentando intimidarlo.

—Mira, chaval, estás jugando con fuego. Más vale que te largues antes de que te arrepientas.

Raiga soltó una carcajada y dio otro trago, observando con descaro al tipo. Luego, sin perder la sonrisa, le hizo un gesto con la mano para que se acercara más.

—¿Arrepentirme? ¡Ja! ¿Sabes lo que pasa, colega? Es que llevo desde que nací en el fuego —respondió, entrecerrando los ojos con una mirada desafiante—. Pero tú pareces más del tipo que se quema con una vela, ¿no? Vamos, no me hagas perder el tiempo con amenazas baratas.

La tensión entre ellos aumentó, y los murmullos alrededor se hicieron más intensos. La gente comenzaba a detenerse para observar la escena, curiosos por ver si aquella situación se convertía en algo más que una simple discusión. Raiga, por su parte, aprovechó cada segundo para regodearse en la atención de los espectadores, disfrutando del ambiente como si fuera una estrella en el centro de su propio espectáculo.

El primer tipo, el del pendiente, dio un paso más hacia él y, con un tono más agresivo, se dirigió a Raiga con una sonrisa amenazante.

—No tienes idea de con quién estás hablando, mocoso. Nosotros no estamos aquí para jugar, y si te metes con nosotros, vas a acabar peor que cualquiera de esos idiotas que no saben pagar sus deudas.

Raiga sonrió ampliamente, sus pequeños colmillos brillaron bajo la luz del sol. Se cruzó de brazos y soltó una carcajada.

—¿Así que ese es el plan, eh? Ir por ahí intimidando a los que no pueden defenderse. Vaya héroes, me quito el sombrero… si es que llevara uno, claro. Pero dime una cosa, machote… ¿cómo vas a intimidar a alguien que no tiene nada que perder? —Su tono fue lo suficientemente alto para que la gente alrededor pudiera escucharlo y murmurara aún más.

El del pendiente se crispó al escuchar a Raiga burlándose de él frente a los demás, y sin poder contenerse, se acercó a él lo suficiente como para estar cara a cara, o en este caso, cara a pecho.

—Te estás buscando problemas, chaval —amenazó, con la voz baja y la mirada fija en él.

Raiga no se inmutó. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos con una mezcla de desafío y despreocupación.

—Sí, bueno, yo nací para los problemas. Así que mejor que tú te andes con cuidado, ¿eh? No vaya a ser que esta historia se te complique más de la cuenta —replicó, su tono igual de bajo y con una chispa de burla en cada palabra.

Otro de los hombres, intentando calmar las cosas, le puso la mano en el hombro al tipo del pendiente y le susurró algo al oído. Parecía que no querían llamar demasiada atención ni iniciar un alboroto en la plaza. Sin embargo, Raiga no iba a dejar que se fueran tan fácilmente. Levantó la voz y se dirigió a todos ellos.

—¿Qué pasa? ¿Os vais a rajar ahora? ¡Venga, valientes! ¿Dónde está toda esa palabrería? No os vais a ir sin contarme qué tenéis que ver con el tipo que dejasteis tirado en el callejón.

El grupo se detuvo, todos intercambiando miradas de nerviosismo. La gente alrededor se quedó en silencio, expectante. Era evidente que Raiga había tocado un tema incómodo, y los hombres sabían que no podían simplemente ignorarlo sin dar explicaciones.

Finalmente, el del pendiente volvió a mirarlo, con una mueca de enfado.

—Ese tipo es un desgraciado que no cumplió con su palabra. No merece que te preocupes por él, mocoso. Así que, en serio, lárgate antes de que esto se ponga feo.

Raiga puso los ojos en blanco, completamente indiferente a la amenaza.

—¡Uf! Así que además de “machotes” sois un comité de moral y buenas costumbres, ¿no? Qué bonito. ¿Y qué pasa? ¿Os dedicáis a pegar a cualquiera que os cae mal? Porque, de ser así, voy a tener que hablar con alguien que tenga algo más de… autoridad en esta isla.

La amenaza de Raiga era vacía, pero su tono de voz era tan seguro que los hombres se quedaron en silencio, dubitativos, sin saber si realmente estaba dispuesto a ir tan lejos. El mink sonrió con satisfacción al ver la duda en sus rostros y decidió presionar un poco más.

—Además, si le disteis una paliza y lo dejasteis tirado por ahí, no sois más que unos cobardes —añadió, disfrutando de ver cómo sus palabras encendían la ira en los ojos del del pendiente—. Si tan duros sois, ¿por qué no arregláis las cosas cara a cara, y no dejáis a la gente tirada como basura?

Las palabras de Raiga resonaron en el ambiente, y los murmullos a su alrededor se hicieron más fuertes. La gente comenzaba a comprender que aquellos hombres eran responsables de la situación, y las miradas de desconfianza hacia ellos se intensificaron.

El del pendiente, furioso, apretó los puños y se inclinó sobre Raiga, tratando de intimidarlo.

—No sabes con quién estás hablando, niñato. Así que será mejor que cierres esa bocaza antes de que alguien te la cierre por ti.

Raiga se echó a reír a carcajadas, llevándose las manos a la cintura y sin moverse ni un centímetro de su posición.

—¿De verdad? ¿Esa es tu gran amenaza? ¡Vaya, qué originales sois! —se burló, aún con la sonrisa de superioridad en el rostro—. Si vais a hacerme callar, os va a hacer falta algo más que palabras. Porque yo estoy aquí de pie, bien fresquito, y a vosotros se os ve algo… tensos, ¿no?

Los hombres estaban al borde de la rabia, sus rostros enrojecidos de furia y vergüenza. Sin embargo, sabían que no podían arriesgarse a empezar una pelea en plena plaza principal, no con tantas miradas sobre ellos. Los cuatro intercambiaron miradas de advertencia, y el del pendiente, finalmente, dio un paso atrás, resoplando.

—Te has ganado un enemigo, chaval. Que no se te olvide —murmuró, señalando a Raiga con un dedo amenazador antes de girarse hacia sus compañeros.

Raiga les lanzó un beso burlón y sonrió ampliamente.

—¡Ay, qué miedo! Voy a tener pesadillas, lo prometo —replicó, mirando cómo se alejaban con la cabeza en alto y murmurando entre ellos.

Con la plaza tranquila de nuevo, Raiga volvió a su banco, con la botella de vino aún en la mano y una sonrisa de satisfacción en el rostro. Había dejado claro quién era el verdadero macarra en esa plaza, y no necesitó ni un solo golpe para lograrlo.
#2


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