Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Común] [C-Presente] ¡Están hasta en la sopa de algas!
Asradi
Völva
Día 8 de Verano, Año 724

Había llegado a Loguetown la noche anterior, refugiándose en un roquerío cerca de la costa solo para pasar más desapercibida. Tras pasar descansando ahí esas horas nocturnas, en cuanto el alba despuntó se decidió ir hasta la ciudad. Se había acomodado el cabello, ya seco a esas horas, en una trenza que caía lateralmente por uno de sus hombros. Y había refugiado y escondido su cola de sirena bajo la larga falda que vestía. Tras acomodarse la tela y asegurarse de que, efectivamente, el rasgo más notorio de su raza estaba bien oculto, se dirigió hacia el corazón de Loguetown. Con su peculiar caminar, todo sea dicho. Era como si diese ligeros saltitos y claro que a veces llamaba la atención. Pero cualquiera podría pensar que se trataba de alguna chica lisiada. Coja o algo parecido. La miraban un poco al principio, pero luego ya no le prestaban atención. Y eso era lo mejor para ella. Quería pasar todo lo desapercibida que pudiese. Disfrutar del lugar como si fuese una más.

A medida que avanzaba por las calles, con todo el gentío yendo de aquí para allá. Había preguntado indicaciones para llegar al mercado, donde una amable anciana le había respondido dándole la dirección correcta. Llevaba, la chica, su mochila a la espalda. Eses días se había dedicado, tras una parada en otro lugar, a hacer más medicamentos que podría vender para intentar sacar algo de dinero. Y también se había hecho con otras cosas mucho más interesantes, como el curioso libro que, ahora, resguardaba entre sus manos. Lo había encontrado en un viejísimo puesto ambulante en una isla perdida a la que había llegado tras una tormenta. Le habían dicho que contenía información sobre esas dichosas Frutas del Diablo.

Una fruta, ¡puaj! Pero tenía cierta curiosidad por leer su contenido, el cual todavía no había tenido tiempo de echar un vistazo por falta de tiempo.

Gracias también al bullicio mañanero, no tardó en encontrar la plaza del mercado, donde variopintos puestos se elevaban para disfrute de su clientela. Frutas, verduras, telas exóticas, especias. Todo era un espectáculo para los sentidos. El aroma, la algarabía animada que había. La gente debatiendo, regateando o haciendo sus compras diarias. Los ojos azules de Asradi viajaban de aquí para allá, totalmente fascinada por ello. No estaba habituada a tanta gente, mucho menos teniendo el cuidado de ocultar lo que era, pero no podía negarse a sí misma que todo aquello le resultaba refrescante.
#1
Johnny King
-
Johnny King no estaba en el mercado de Loguetown por obligación, sino por una curiosa mezcla de ocio y rutina. Ese tipo de paseos eran su excusa favorita para familiarizarse con la comunidad. Una interpretación libre de sus deberes como Marine, claro está. Mientras los vendedores gritaban precios y ofertas, y los compradores regateaban y discutían animadamente, el oni avanzaba con paso relajado, dejando que el gentío casi lo moviera como la marea.

El aire estaba cargado de especias exóticas, frutas frescas y algo de salitre que llegaba de la costa. Era una mezcla que despertaba los sentidos, aunque Johnny pensaba que lo mejor de esos paseos era la posibilidad de desaparecer en el caos, de ser un transeúnte más. Con las manos en los bolsillos y una expresión despreocupada, miraba sin ver demasiado, pensando en si este día sería lo suficientemente tranquilo para no hacer mucho más que estar allí, entre el bullicio, “cumpliendo con su deber”.

Fue en ese momento cuando, entre el ir y venir de la gente, algo captó su atención: una joven avanzaba entre la multitud de una forma que, en palabras de Johnny, se podría describir como... peculiar. Caminaba a pequeños saltos, y aunque parecía querer pasar desapercibida, el gesto de moverse de ese modo llamaba más la atención. Sus labios dibujaron una sonrisa divertida, y no pudo evitar mirarla con interés.

Cuando la chica, distraída y absorta en su propio mundo, pasó cerca de él, Johnny no dudó ni un segundo en desplegar una de sus maniobras “casuales” favoritas. Se quitó las gafas de sol lentamente, lo suficiente para que ella notara el movimiento. Mantuvo la mirada fija, como si intentara transmitir algo entre seductor y cómico. Claro que, en un gesto que lo caracterizaba, apenas logró cruzar su mirada con ella, cambió las gafas por otro par idéntico, con un leve arqueo de ceja, como si todo hubiera sido un chiste elaborado solo para él. La joven, sin embargo, parecía no prestarle mucha atención, ya que continuó su camino sin detenerse.

Fue justo en ese instante cuando el marine de sombrero blanco se dio cuenta de que un papel había caído de sus manos, deslizándose sin que ella lo notara y aterrizando justo frente a sus pies. Se agachó para recogerlo, y mientras lo hacía, su mirada volvió a la chica, quien ya se alejaba con esa caminata tan particular, saltando entre la gente como si buscara pasar desapercibida y, paradójicamente, llamando más la atención.

Johnny sostuvo el papel en sus manos y lo observó con curiosidad, entrecerrando los ojos un momento. Con una mueca de resignación, miró a la figura de la chica, que ya se encontraba más allá de la plaza del mercado. Podría haberse limitado a dejar el papel en algún lugar visible y que ella lo encontrara por casualidad, pero pensó que, dadas las circunstancias, lo más razonable sería devolvérselo. Además, aunque no lo admitiera en voz alta, había algo en esa joven que despertaba su interés.

Eh, disculpa… ¡Se te cayó esto! — agitó el papel ligeramente y casi sin ganas mientras se aproximaba a ella.

Johnny King sabía que la chica era diferente. No era la primera vez que encontraba visitantes excéntricos en Loguetown, pero una sirena dando saltitos y repartiendo flyers era toda una novedad para él.
#2
Asradi
Völva
Si, aunque no lo pretendiese, el caminar así llamaba siempre más la atención. Tenía siempre la esperanza de que la gente, simplemente, pensase que era coja o le faltase una pierna, o algo parecido para el hecho de que tuviese que ir a graciosos saltitos. Al fin y al cabo, donde más cómoda y fluida se encontraba ella, por leyes naturales, era en el agua, de donde provenía. Pero negocios eran negocios, y necesitaba hacerse con unos cuantos berrys para continuar viajando. Y, sobre todo, subsistiendo.

Llevaba el libro todavía entre los brazos, intentando tenerlo bien cubierto. Por desgracia, era un ejemplar bastante viejo y desgastado. Y aunque algunas hojas todavía eran bastante legibles, por suerte, algunas otras ya se habían medio desprendido y andaban un tanto medio sueltas, aunque ahora sujetas también gracias al agarre que llevaba Asradi sobre dicho libro. Se distrajo, la sirena, tan solo un momento cuando contempló un puestecito de hierbas medicinales, antes de continuar su camino, sin percatarse de que una de las hojas se le había desprendido del libro.

Fue en ese momento que, de entre todas las personas con las que se estaba cruzando, entre el bullicio del mercado y la calle, uno le llamó particularmente la atención. Un tipo de sombrero de ala y gafas de sol. Y, en cuestión, enarcó una ceja ante el gesto del contrario cuando sus caminos, finalmente, se entrecruzaron. Y él hizo aquel movimiento ¿seductor? con las gafas. ¿Le estaba coqueteando o tan solo se lo estaba imaginando. Un escalofrío repentino se le subió por la espalda. No solo por eso, sino porque fue capaz de distinguir aquellas ropas.

Un Marine.

Por inercia, su espalda se envaró. Le dedicó una sonrisa tensa, que pretendía ser agradable... Y aceleró el movimiento de sus dichosos saltitos. No quería tener nada que ver con marines o con el gobierno. Siempre había tenido el mayor cuidado posible. Y esta vez no iba a ser menos. Decidió meterse entre la gente, intentando pasar desapercibida aunque el movimiento de sus saltos siempre la delatase.

“¡Eh, disculpa!”.

Asradi no escuchó nada más. No quiso escuchar más.

Mierda. — Apretó los dientes, pero no se volvió.

Lo mejor que se le ocurrió fue, literalmente, emprender la huída. Entre la gente, a saltitos y provocando que algunas hojas más se desprendiesen y saliesen flotando a su paso.

¡Maldita fuese su suerte! ¡Es que los tenía hasta en la sopa!

Dichoso Gobierno y sus perros falderos.
#3


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