Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Autonarrada] [T1] Entrenamiento de sol a sol
Eric Duncan
2503
Loguetown, Invierno del año 714
Hace 10 años

Hacía menos de un día que me habían trasladado a las nuevas instalaciones en Loguetown tras haber pasado en entrenamiento provisional para saber si éramos aptos o no para malgastar tiempo con nosotros. Mi entrenamiento comenzó como cada día a las 6 de la mañana, aprovechando los primeros rayos de sol y la oscuridad se disipaba poco a poco, mientras la claridad de la mañana iba filtrándose a través de las ventanas del centro de entrenamiento. Estaba en el barracón, lleno de adolescentes que posiblemente fueran mis futuros compañeros, y al salir del mismo para ir al vestuario me alejo al olor cargado del sudor y las hormonas de el resto de adolescentes que se había concentrado la habitación. Me miro en el espejo del vestuario y veo a un extraño. Mis ojos, cansados y con una mezcla de determinación e incertidumbre, me devuelven la mirada. Pero detrás de esa fachada al parecer humana, siento que algo me falta. Hacía meses que todo no encajaba del todo en mi cabeza, muchas lagunas y preguntas venían a mi cabeza.

A las 6:10, suena la primera alarma. El instructor, un tipo robusto y severo, nos grita que formemos filas. No hay tiempo para dudar, puesto que dudar es fracasar para nosotros, y el fracaso significa la muerte. Mis compañeros de reclutamiento y yo nos alineamos, todos con el rostro endurecido por el esfuerzo y la férrea disciplina. Hoy será un día largo de entrenamiento, el primero de muchos.

La primera prueba: correr. No es una carrera normal, eran realmente una prueba de resistencia. Corremos en círculos alrededor de la pista, el sonido de nuestros pies golpeando el suelo se mezcla con el eco de los gritos motivacionales del instructor. Poco a poco me doy cuenta de que mi corazón late al ritmo de cada zancada e intento controlar la respiración para intentar alejar el cansancio que comienza a acumularse en mi cuerpo. Por suerte la disciplina ha creado una voz en mi interior, que me impide ceder.

Corremos durante 2 horas, y en cada vuelta siento que la fatiga va ganando la batalla. Al llegar al final caigo de rodillas, mi cuerpo pidiendo un descanso y por suerte no fui de los primeros en ceder aunque tampoco el último. Pero no hay tiempo para rendirse, la siguiente actividad nos espera. Con un grito, el instructor nos insta a levantarnos y pasar a la siguiente fase.

Ahora es el momento de la lucha cuerpo a cuerpo. Casi sin aliento, me enfrento a un compañero de entrenamiento. Ambos estamos en uniforme, sudorosos y con los músculos pidiéndonos descansar pero era un lujo que no podíamos tomarnos. Comenzamos a intercambiar golpes, y del propio cansancio no sentía el dolor de sus golpes. Mis movimientos son mecánicos, casi automáticos reaccionando a mi contrario. Cada golpe y cada bloqueo fluye de forma natural, como si estuvieramos bailando en una coreografía ensayada infinidad de veces.

A veces me pregunto si esta habilidad proviene de un esfuerzo personal o de alguna intervención externa que desconocía. Se rumoreaba entre los compañeros que nos habían lavado el cerebro antes de llegar hasta aquí y que forzaron a nuestra mente de olvidar quienes éramos antes de todo esto. 

Después de lo que parece una eternidad, el instructor decide que hemos tenido suficiente de esa técnica. Nos ordena reunirnos para la siguiente fase: el combate con armas. Quiero recordar mi vida antes de Cipher Pol, los momentos simples que pudiera tener cualquier otra persona de nuestra edad, donde las armas fueran más que objetos extraños y considerarlos incluso peligrosos para mantenerme fuera de su alcance. Ahora veo las armas como extensiones de mi ser, como si fuera lo más natural del mundo portar una pistola o una espada y luchar con ellas. 

El instructor nos enseña a disparar haciendo un ejemplo primero. Las balas silban al atravesar el aire, haciendo que la tensión suba en cada disparo hasta que vemos que todas impactan en el centro de la diana marcando perfectamente el hueco entre los ojos y el corazón del objetivo. Ahora era nuestro turno. Al principio, me temblaban las manos de la fatiga del combate anterior, pero a medida que la práctica avanza, me poco a poco voy mejorando mis disparos. Había campos en los que no destacaba, pero en cuando tengo mi arma cerca, notaba como mis compañeros me miran con respeto.

Al alcanzar el mediodía, siento el agotamiento apoderarse de mi cuerpo. Mis músculos arden, y la necesidad de descansar grita en mi mente, pero tengo que esforzarme más. Tengo que entrenar hasta que eso sea normal para mi. Los entrenamientos de Cipher Pol no permiten debilidades, el combate real no permitirá debilidad. A las 12:30, estamos en la siguiente fase: subir por cuerdas. Nos enfrentamos a una estructura que se alza imponente frente a nosotros. 

Miro hacia arriba y veo la cima. Mis manos se adhieren a la cuerda y mordiendo fuerte los dientes, empiezo a escalar. Para esa prueba mis alas estaban atadas con cadenas para no usarlas, de hecho el peso extra hacía que fuera más difícil todavía. Cada ascenso se convierte en una lucha contra el peso de mi propio cuerpo, y aunque el ardor en mis brazos es casi insoportable, sigo adelante. Finalmente, después de lo que parece una eternidad, alcanzo la cima. Para cuando subí estaba sin aliento de nuevo. 

La tarde avanza, y ahora llega otro momento de  resistencia. Nos ponen en fila para realizar series continuas de ejercicios: flexiones, abdominales, y más carreras. Cada ejercicio se siente como una condena y cada repetición como si me pusieran un ladrillo encima. Los músculos de mis piernas gritan a cada paso, a cada impulso que daba, y por el simplemente hecho de existir. Sin embargo, la voz fría y mecánica dentro de mí, la disciplina que había creado en este entrenamiento, se niega a permitir que me detenga. A veces me pregunto si esta voz es un recordatorio de mi humanidad o si es precisamente una manifestación de todo lo contrario.

Los minutos se alargan, el tiempo pasan lentamente mientras la noche se acerca. Las luces se encienden y una vez más, vuelvo a estar al borde de una nueva fase del entrenamiento, el entrenamiento a la caída del sol. Es un ejercicio final para probar nuestras capacidades tras las pruebas del día: una simulación de campo real.

Nos llevan a un campo de batalla simulado, lleno de obstáculos y posiciones de descanso. Durante 1 hora, enfrentamos enemigos de mentira, maniquies colocados con armas simulando gente de verdad y corremos de un punto a otro, atacamos y nos defendemos. Mis movimientos son más enérgicos y precisos que el día anterior. 

Finalmente, a las 8 de la noche, el cielo se oscurece del todo y un profundo silencio envuelve el campo de entrenamiento. Todos sabemos que hemos dado lo mejor de nosotros, pero cuando el instructor grita el último "¡Alto, ya está bien por hoy!", el peso que se ha acumulado sobre mis hombros parece desplomarse. Mis compañeros de entrenamiento aplauden, y me esfuerzo por sonreír, por sentir un rayo de alegría. Pero lo cierto es que no puedo evitar sentir que dentro de mí hay un vacío inmenso.
#1


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