Silvain Loreth
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11-11-2024, 08:13 PM
Día 69 de Verano del 724
A lo mejor era la feria de los bichos raros y problemáticos en el Baratie esos días. Lo mismo había una reunión de potenciales delincuentes o delincuentes consumados y no me había enterado, aunque con los días que llevaba allí, si lo hubiesen anunciado lo más probable era que me hubiese percatado en algún momento. No, todo hacía pensar que sencillamente habíamos coincidido por obra del destino o del mismísimo demonio. A decir verdad, seguramente el segundo hubiese tenido más que ver en todo aquello.
De momento me había cruzado con un rapero enamorado de su chucha, un tipo con un sentido del humor que rozaba lo paranormal, un mocoso irritante y una pareja de hermanos con más problemas que neuronas. No tenía ni idea de qué demonios pensarían ellos de mí, pero seguramente sus opiniones no distasen mucho de las mías y, probablemente, no irían demasiado desencaminados. Por hache o por be estábamos todos atrapados en cierto modo en medio de aquel restaurante flotante. En mi caso, al menos, el problema era que no tenía cómo demonios salir de allí.
—En ese tampoco quepo —le dije a Raiga. En muchas ocasiones ni siquiera llegaba a verle. No porque yo fuese tan grande ni él tan pequeño, sino porque se perdía entre el resto de personas y objetos. Con un ojo a veces era más difícil apreciarlo todo. Maldito oso...
De cualquier modo, el muchacho parecía entretenerse sustrayendo de manera disimulada cuanto quería a quien quería. Debía reconocer que al condenado se le daba extraordinariamente bien. Tanto que, a decir verdad, su habilidad con las manos llegaba a provocarme cierta envidia. De cualquier modo, incluso si tuviese su capacidad sería inútil en mis manos. ¿En qué bolsillo iba yo a meter disimuladamente semejante manaza?
A mi alcance estaba más bien la apropiación —el término robo no sonaba bien, aunque en esencia era eso mismo— de bienes de mayor calado. Cualquiera de esos barcos, por ejemplo. ¿Que a qué barcos me refiero? Muy sencillo, al sinfín de embarcaciones que a diario iba y venían del Baratie. Algunas prolongaban su estancia allí durante una cantidad variable de días, pero la mayoría lo usaban como parada en sus viajes y la oportunidad perfecta para degustar recetas exquisitas.
No se me daba mal del todo el tema de la comida. Conforme me habían ido trayendo las raciones los días previos —a cambio de echar a tortas a los indeseables—, había acertado en la mayoría de ocasiones todos o casi todos los ingredientes sólo con probar los platos. Un don un tanto inútil, si me preguntáis, pero no vendría mal a la hora de intentar replicar los platos en un futuro. Fuera como fuese, el hecho era que por más que me fijaba en todos y cada uno de los navíos no daba con uno que se amoldase a mis características.
—Ya no sé ni cuanto llevo aquí —me quejé amargamente a Raiga, que en ese momento se encontraba sobre mi hombro derecho—. Pensaba que en el mundo habría muchos barcos capaces de llevarme, no sólo el de ese desgraciado que me dejó aquí tirado en cuanto tuvo ocasión —continué, omitiendo la parte en la que admitía que sólo había accedido a sacarme de allí después de que estuviese a punto de aplastarle entre mis manos de forma no accidental—. También pensaba que habría más gente de mi tamaño, pero por más que miro veo gente grande, pero ninguno lo suficiente. Mírate a ti, que casi podrías dormir dentro de mi oreja.
Preferí no considerar la posibilidad de que lo hiciera o imaginarme la imagen siquiera. Había sido un supuesto que había salido de mi boca sin pensar demasiado las implicaciones reales que eso tenía, pero el hecho era ése: que estaba atrapado al aire libre.
—¿Y si nos llevamos el propio Baratie a otra parte? En vez de pedir prestada una de las embarcaciones que atracan aquí podemos llevarnos el propio atracadero. Bueno, el atracadero, el ancla, las habitaciones, la cocina, el comedor y hasta el mascarón de proa. El barco entero, vamos.
Sin embargo, en el fondo sabía que aquello sólo era una fantasía. Después de las nociones enseñadas por Azafrán antes de que me abandonasen como a un perro pulgoso confiaba en poder llevar, al menos, un barco de unas dimensiones modestas en un mar como el East Blue. No obstante, la posibilidad de maniobrar con semejante armatoste se quedaba muy, pero que muy lejos de mis capacidades reales de navegación. ¿Por qué era tan difícil? Yo solamente quería encontrar desafíos que superar, enemigos que batir y una gran escalera hasta la cima por la que costase mucho ascender. Allí no iba a encontrar nada de eso.
—¿Qué te parece ése? ¿Crees que ahí podré entrar? A lo mejor si encojo las piernas y todos los demás os ponéis en el lado contrario podemos hacer suficiente contrapeso y no volcamos... Aunque no sé si se hundiría con el peso de todos nosotros. La trucha y el rapero tienen pinta de pesar bastante también. Tú no. Un moco mío pesa más que tú.