Zane
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11-11-2024, 08:41 PM
—¿Y ahora qué?
Era lo único que en lo que podía pensar el pelirrojo, que acariciaba a Princesa para tenerla entretenida hasta decidir que debía hacer. Era consciente de que tenía que salir de aquella dichosa isla, y más cuando había soldados de la guardia personal de los nobles buscando a todos y cada uno de los esclavos que se habían escapado durante el incendio.
Durante varios días había estado yendo a un pueblecito de la isla de cuyo nombre no se acordaba, a ayudar a los marineros a descargar cajas a cambio de algunas monedas con las que podía cambiar por comida y bebida. Sin embargo, era consciente de que no podía estar así para siempre. Tenía que pensar en buscar otro trabajo o marcharse de allí, una opción o la otra.
—¿Qué hacemos pequeña?
—¡Guau! —ladraba, como si estuviera respondiéndole.
—Eso mismo —le sonreía Zane—. ¡Guau!
Abrió de nuevo la botella de agua y le echó al Pomerania en un cuenco que había robado por ahí. Se encontraban viviendo en la cueva en la que se habían escondido días atrás. Era el lugar idóneo para ello, ya que a nadie se le había ocurrido buscar allí. Durante esa noche durmieron a pierna suelta, pero al día siguiente caminó sin un rumbo fijo, si dirigirse hacia un lugar concreto, dando tumbos de un lado a otro. No tenía claro como llegó allí, pero llegó de nuevo al pueblecito en el que trabajaba por las mañanas. Pero esa vez se fijó en un cartelito que ponía lo siguiente: Villa Foosha. Sí, ese era el nombre de aquel pueblo. Era un lugar muy acogedor, repleto de casas bajas de una planta, personas muy agradables y alegres. Se trataba de un pueblo muy familiar.
Continuó caminando y, de pronto, se topó con uno de los hombres que solía darle trabajo. Era un sujeto de cabellos negros, delgado y con cara de buena persona. Medía en torno al metro ochenta, y solía vestir con vaqueros cortos, camiseta de color blanco y sandalias. Estaba junto a lo que parecía ser su familia. Una mujer bastante bonita de cabellos castaños y ojos verdosos y un jovenzuelo de unos diez u once años de edad, de cabello negro y ojos verdes. El crío era la mezcla perfecta entre su padre y su madre.
—Eres Zane, ¿verdad? —preguntó el hombre, mostrando una sonrisa que relajó al fugitivo.
El pelirrojo asintió.
—¿Así que este es el muchacho del que me has hablado? —preguntó la mujer.
—El mismo —respondió el hombre.
— Mi nombre es Esther, un placer.
—¡Hala, que grande es! —intervino el niño, que miraba a Zane con los ojos brillosos de la emoción.
—No seas descarado, hijo —le corrigió la madre.
Lo cierto era que las personas de la isla eran bastante más pequeñas que Zane, a excepción de tres o cuatro sujetos que había visto por el puerto, aunque dudaba mucho que fueran de allí. Entonces, sonó una especie de alarma. La gente al escucharla se puso nerviosa, incluso algunos dejaron de sonreír y se metieron en distintos lugares, quedándose tan solo los cuatro en la calle.
—¿Qué es eso? —preguntó Zane, bastante serio.
—Un aviso de que vienen del Reino de Goa, simplemente —le respondió el hombre.
Zane se puso muy nervioso, hasta el punto que no sabía donde meterse. Se quedó bloqueado durante un momento, sin embargo, el hombre pareció captar las inseguridades del pelirrojo.
—Eres una de las personas a las que esta buscando, ¿verdad? —le preguntó Esther, con gesto de preocupación.
El pelirrojo no dijo nada, pero observó como el hombre se levantaba la camiseta. Bajo ella se encontraba el símbolo grabado a fuego de los dragones celestiales, y se lo tapó en seguida.
—No tienes porque preocuparte, muchacho —le dijo el hombre—. Ven con nosotros. Rápido. Por cierto, me llamo Gregory.
—Lo sé —respondió el pelirrojo—. Me lo dijiste cuando me contrataste, socio.
Zane no supo que hacer, pero notó como Princesa se movía en su capucha y decidió ir con ellos. ¿Qué podía salir mal? Si se quedaba, lo atrapaban, y si aquella familia intentaba traicionarlo, los mataría y se los daría de comer a su princesita. Un plan sin fisuras, pese a que aún quedaba mucho por matizarlo y convertirlo en algo factible.
Tras ello, el pelirrojo siguió a la familia, que se perdió por unos callejones de la zona más profunda del pueblo. Allí golpearon en una casa, como si estuvieran realizando algún tipo de código. Segundos después un anciano abrió la puerta y entraron. Era la parte trasera de una tienda.
—¿Otro? —preguntó el hombre que les acababa de abrir.
—Sí.
—No damos a vasto, Gregory —dijo el hombre—. Y este es casi el doble de grande que el resto.
—Dónde comen seis pueden comer siete, Vic —le dijo—. Incluso ocho. Tan solo tenemos que organizarnos.
—Si tú lo dices…
El anciano cerró la puerta y movió una alfombra. Bajo ella había una trampilla, que al abrirla entraron la mujer y el niño.
—Por aquí, Zane —le dijo—. Este camino lleva al bosque. Cuando estemos allí podremos hablar.
El pelirrojo dudó durante unos segundos. ¿Qué debía hacer? No parecía una trampa, a fin de cuentas, la mujer y su hijo habían entrado, así que tan solo tenía que ir tras ellos y seguirlos. Además, el hombre también tenía la cicatriz que indicaba que en algún momento de su vida había sido un esclavo.
—Como me la intentéis jugar, colegas, os la cargáis —dijo Zane.
—No tienes porque preocuparte. Cuando estemos en el bosque te lo contaremos todos.
Sin pensarlo más, se adentró en el interior de aquella trampilla. Era un camino bastante estrecho, pero que se iba ensanchando a medida que avanzaban. El camino daba a una vieja red de túneles que parecía olvidadas por la ciudad, pero que estaba siendo utilizado por aquellos individuos. Fueron unos veinte minutos de caminata en línea recta, hasta que llegaron a una especie de callejón sin salida, pero que tenía una escalera ascendente. Al subir llegaron a una especie de casa derruida en el bosque, y allí había varias personas más. Todos niños, salvo dos adultos.
—Somos una red de rescate de esclavos de la armada revolucionaria —le dijo Esther, mientras estaban sentados en el suelo—. Nos encargamos de ir de isla en isla, saboteando la casa de los nobles que tienen algún esclavo y los liberamos.
—¿Vosotros quemasteis la casa? —preguntó Zane—. Porque casi me calcináis.
—No, no fuimos nosotros —le respondió—. Estábamos planeando aprovechar la fiesta de compromiso para sabotearlo todo, pero un error por parte de esos estúpidos ricachones nos ahorro el trabajo. Lo malo es que personas buenas están deambulado por la isla sin rumbo fijo, mientras los atrapan. Muchos de ellos ahora morirán.
—¿Y cuál es el plan? —preguntó Zane, a quien le daba igual un poco la situación del resto de esclavos—. ¿Nos vais a sacar de aquí?
—La idea es salir en dos o tres días —le respondió—. Que es cuando los nobles tienen planeado irse de la isla. Entonces, intentaremos sacaros de aquí en un barco de reparto de mercancías. Mientras tanto, os rogamos que os quedéis aquí y no os mováis. De noche dormiréis en los viejos túneles, de día podéis salir a que os dé el sol. Yo me encargaré de traeros comida y a esperar.
—Entiendo.
—Tú eres mayor, así que ayudarás a ser protector de los más jóvenes.
El pelirrojo observó a todos los que se encontraban allí. Eran niños y niñas de unos diez u once años, no más mayores que él cuando fue convertido en esclavo. Fue en ese momento, por primera vez en muchísimo tiempo, cuando sintió algo en el interior de su ser. Primero pensó que fueron gases, pero luego llegó a la conclusión que fue pena y malestar al recordar todo lo que había vivido.
Era lo único que en lo que podía pensar el pelirrojo, que acariciaba a Princesa para tenerla entretenida hasta decidir que debía hacer. Era consciente de que tenía que salir de aquella dichosa isla, y más cuando había soldados de la guardia personal de los nobles buscando a todos y cada uno de los esclavos que se habían escapado durante el incendio.
Durante varios días había estado yendo a un pueblecito de la isla de cuyo nombre no se acordaba, a ayudar a los marineros a descargar cajas a cambio de algunas monedas con las que podía cambiar por comida y bebida. Sin embargo, era consciente de que no podía estar así para siempre. Tenía que pensar en buscar otro trabajo o marcharse de allí, una opción o la otra.
—¿Qué hacemos pequeña?
—¡Guau! —ladraba, como si estuviera respondiéndole.
—Eso mismo —le sonreía Zane—. ¡Guau!
Abrió de nuevo la botella de agua y le echó al Pomerania en un cuenco que había robado por ahí. Se encontraban viviendo en la cueva en la que se habían escondido días atrás. Era el lugar idóneo para ello, ya que a nadie se le había ocurrido buscar allí. Durante esa noche durmieron a pierna suelta, pero al día siguiente caminó sin un rumbo fijo, si dirigirse hacia un lugar concreto, dando tumbos de un lado a otro. No tenía claro como llegó allí, pero llegó de nuevo al pueblecito en el que trabajaba por las mañanas. Pero esa vez se fijó en un cartelito que ponía lo siguiente: Villa Foosha. Sí, ese era el nombre de aquel pueblo. Era un lugar muy acogedor, repleto de casas bajas de una planta, personas muy agradables y alegres. Se trataba de un pueblo muy familiar.
Continuó caminando y, de pronto, se topó con uno de los hombres que solía darle trabajo. Era un sujeto de cabellos negros, delgado y con cara de buena persona. Medía en torno al metro ochenta, y solía vestir con vaqueros cortos, camiseta de color blanco y sandalias. Estaba junto a lo que parecía ser su familia. Una mujer bastante bonita de cabellos castaños y ojos verdosos y un jovenzuelo de unos diez u once años de edad, de cabello negro y ojos verdes. El crío era la mezcla perfecta entre su padre y su madre.
—Eres Zane, ¿verdad? —preguntó el hombre, mostrando una sonrisa que relajó al fugitivo.
El pelirrojo asintió.
—¿Así que este es el muchacho del que me has hablado? —preguntó la mujer.
—El mismo —respondió el hombre.
— Mi nombre es Esther, un placer.
—¡Hala, que grande es! —intervino el niño, que miraba a Zane con los ojos brillosos de la emoción.
—No seas descarado, hijo —le corrigió la madre.
Lo cierto era que las personas de la isla eran bastante más pequeñas que Zane, a excepción de tres o cuatro sujetos que había visto por el puerto, aunque dudaba mucho que fueran de allí. Entonces, sonó una especie de alarma. La gente al escucharla se puso nerviosa, incluso algunos dejaron de sonreír y se metieron en distintos lugares, quedándose tan solo los cuatro en la calle.
—¿Qué es eso? —preguntó Zane, bastante serio.
—Un aviso de que vienen del Reino de Goa, simplemente —le respondió el hombre.
Zane se puso muy nervioso, hasta el punto que no sabía donde meterse. Se quedó bloqueado durante un momento, sin embargo, el hombre pareció captar las inseguridades del pelirrojo.
—Eres una de las personas a las que esta buscando, ¿verdad? —le preguntó Esther, con gesto de preocupación.
El pelirrojo no dijo nada, pero observó como el hombre se levantaba la camiseta. Bajo ella se encontraba el símbolo grabado a fuego de los dragones celestiales, y se lo tapó en seguida.
—No tienes porque preocuparte, muchacho —le dijo el hombre—. Ven con nosotros. Rápido. Por cierto, me llamo Gregory.
—Lo sé —respondió el pelirrojo—. Me lo dijiste cuando me contrataste, socio.
Zane no supo que hacer, pero notó como Princesa se movía en su capucha y decidió ir con ellos. ¿Qué podía salir mal? Si se quedaba, lo atrapaban, y si aquella familia intentaba traicionarlo, los mataría y se los daría de comer a su princesita. Un plan sin fisuras, pese a que aún quedaba mucho por matizarlo y convertirlo en algo factible.
Tras ello, el pelirrojo siguió a la familia, que se perdió por unos callejones de la zona más profunda del pueblo. Allí golpearon en una casa, como si estuvieran realizando algún tipo de código. Segundos después un anciano abrió la puerta y entraron. Era la parte trasera de una tienda.
—¿Otro? —preguntó el hombre que les acababa de abrir.
—Sí.
—No damos a vasto, Gregory —dijo el hombre—. Y este es casi el doble de grande que el resto.
—Dónde comen seis pueden comer siete, Vic —le dijo—. Incluso ocho. Tan solo tenemos que organizarnos.
—Si tú lo dices…
El anciano cerró la puerta y movió una alfombra. Bajo ella había una trampilla, que al abrirla entraron la mujer y el niño.
—Por aquí, Zane —le dijo—. Este camino lleva al bosque. Cuando estemos allí podremos hablar.
El pelirrojo dudó durante unos segundos. ¿Qué debía hacer? No parecía una trampa, a fin de cuentas, la mujer y su hijo habían entrado, así que tan solo tenía que ir tras ellos y seguirlos. Además, el hombre también tenía la cicatriz que indicaba que en algún momento de su vida había sido un esclavo.
—Como me la intentéis jugar, colegas, os la cargáis —dijo Zane.
—No tienes porque preocuparte. Cuando estemos en el bosque te lo contaremos todos.
Sin pensarlo más, se adentró en el interior de aquella trampilla. Era un camino bastante estrecho, pero que se iba ensanchando a medida que avanzaban. El camino daba a una vieja red de túneles que parecía olvidadas por la ciudad, pero que estaba siendo utilizado por aquellos individuos. Fueron unos veinte minutos de caminata en línea recta, hasta que llegaron a una especie de callejón sin salida, pero que tenía una escalera ascendente. Al subir llegaron a una especie de casa derruida en el bosque, y allí había varias personas más. Todos niños, salvo dos adultos.
—Somos una red de rescate de esclavos de la armada revolucionaria —le dijo Esther, mientras estaban sentados en el suelo—. Nos encargamos de ir de isla en isla, saboteando la casa de los nobles que tienen algún esclavo y los liberamos.
—¿Vosotros quemasteis la casa? —preguntó Zane—. Porque casi me calcináis.
—No, no fuimos nosotros —le respondió—. Estábamos planeando aprovechar la fiesta de compromiso para sabotearlo todo, pero un error por parte de esos estúpidos ricachones nos ahorro el trabajo. Lo malo es que personas buenas están deambulado por la isla sin rumbo fijo, mientras los atrapan. Muchos de ellos ahora morirán.
—¿Y cuál es el plan? —preguntó Zane, a quien le daba igual un poco la situación del resto de esclavos—. ¿Nos vais a sacar de aquí?
—La idea es salir en dos o tres días —le respondió—. Que es cuando los nobles tienen planeado irse de la isla. Entonces, intentaremos sacaros de aquí en un barco de reparto de mercancías. Mientras tanto, os rogamos que os quedéis aquí y no os mováis. De noche dormiréis en los viejos túneles, de día podéis salir a que os dé el sol. Yo me encargaré de traeros comida y a esperar.
—Entiendo.
—Tú eres mayor, así que ayudarás a ser protector de los más jóvenes.
El pelirrojo observó a todos los que se encontraban allí. Eran niños y niñas de unos diez u once años, no más mayores que él cuando fue convertido en esclavo. Fue en ese momento, por primera vez en muchísimo tiempo, cuando sintió algo en el interior de su ser. Primero pensó que fueron gases, pero luego llegó a la conclusión que fue pena y malestar al recordar todo lo que había vivido.