¿Sabías que…?
... el autor de One Piece, Eichiro Oda, hay semanas en las que apenas duerme 3 horas al día para poder alcanzar la entrega del capitulo a tiempo.
[Diario] [D - Pasado] En el bar.
Timsy
Timsy
87 de primavera del 724,
Atracadero exterior del Baratie

El ruido ambiente hacía que tuvieras que hablar alzando ligeramente la voz, lo que contribuía a generar una espiral creciente imposible de parar hasta que se desalojara el lugar. Las risas se mezclaban con los chistes, el choque de jarras y algún que otro golpe en la mesa en las conversaciones más acaloradas. Sin embargo y a pesar de todo, el sonido no era incómodo, sino que más bien te envolvía en el júbilo reinante.

-¡Otra ronda por aquí! – se escuchó desde una mesa al final del bar. Quien dirigiera la mirada hacia el origen de la petición vería una mano alzada para identificarse como propietario de la orden.

El camarero apenas respondió con palabras, mas sí con actos. Sin perder ni un solo instante puso cuatro jarras sobre la barra de madera y llenó tres de las cuatro con una cerveza dorada como el ámbar y la cuarta con líquido blanco que no era otro sino leche fría. Muy fría. El vidrio del recipiente no tardó en condensar el agua ambiental a causa de la baja temperatura. Un joven de estatura media no tardó en llegar bandeja en mano para apresar las jarras con destreza, colocarlas en la bandeja y con garbo llevarlas hasta quienes darían buena cuenta de ellas en menos tiempo del que uno pudiera pensar. En apenas unos segundos las bebidas habían sido pedidas, servidas y consumidas.

-¡Eso sí es generosidad! – dije tras apurar de un trago la jarra al tiempo que daba un fuerte golpe con ella en la mesa para dejarla ahí.

-Ya era hora – dijo uno de mis acompañantes – Ya creía que no te la ibas a terminar nunca – los otros tres rieron, pues habían terminado sus bebidas segundos antes que yo y las jarras ya reposaban tranquilas en la mesa lejos de sus manos – Y bueno, cuéntanos, ¿cómo es Loguetown? ¿Es verdad que hay tantos piratas como dicen?

-Bueno… - comencé. Hacía no mucho había estado allí. La isla seguía tal y como la recordaba, con tanta gente como oportunidades ofrecía, pero al tiempo bajo una estricta vigilancia de la marina para evitar que la delincuencia de los piratas se descontrolara. Estuve hablando durante minutos, dramatizando demás en ocasiones para dar mayor interés a mi historia – Y así es Loguetown – concluí antes de barrer de nuevo con la mirada toda la taberna.

Un tipo sentado a mí derecha consiguió llamar mi atención. Era un hombre de mediana edad, había dejado atrás la treintena hacia algún tiempo y ya debía encontrarse a medio camino de los cuarenta. Las canas bañaban su cabello otorgándole un brillo plateado a su negra cabellera. La barba, afeitada hacía ya algunos días a juzgar por la longitud, era de color blanca en las quijadas y mentón, manteniendo aún su oscuridad original en el bigote y mejillas, aunque aún ahí las canas ya se dejaban ver. Las lucía con orgullo, pues se había ganado todas y cada una de ellas con esfuerzo y sacrificio. Sus compañeros no paraban de hacer bromas y chistes a su costa, los cuales encajaba con deportividad y entereza al tiempo que contratacaba sin dudar con otras que lanzaba directas a las mandíbulas de sus objetivos, quiénes tenían un peor proceder. Fue entonces cuando me di cuenta que detrás de aquella actitud despreocupada y risueña había un gran cansancio. Sus ojos reposaban sobre unas tenues, pero reveladoras ojeras y sus párpados peleaban notablemente por no cerrarse y sucumbir al cansancio. No estaba distraído, ni ansioso por marcharse, sin embargo estaba seguro que si en aquel momento en lugar del bullicio y jolgorio de la taberna se encontrara arropado por sus sábanas y envuelto en el silencio de su habitación, tampoco le hubiera importado. Pero de todo él, lo que más me llamó la atención fue su mirada. Al cruzar fugazmente nuestras miradas encontré esa chispa, ese brillo que tan solo la gente verdadera y conscientemente feliz desprendía. A pesar de las interminables y duras noches de llantos, del cansancio, sueño y fatiga y de ocupar y dedicar la práctica totalidad de su tiempo a su familia con sus penurias, peleas y discusiones, aquel hombre era feliz, pues entre todo aquello que aireaba y de lo que se quejaba, atesoraba el mayor de los tesoros. Un tesoro que solo guardaba para él y del que tan solo hablaba con los más allegados y en ambientes privados. Un tesoro formado por los juegos, sonrisas y alegrías de sus tres hijos y esposa. Y entonces, aquel hombre sonrió con la más sincera de las sonrisas que jamás había visto, erizandome todas y cada una de las escamas de mi cuerpo.

-¡Vaya! No yo si creerte… - dijo Edmund.

-Ese ya es tu problema - repliqué encogiéndome de hombros.

El resto de los presentes rieron al tiempo que golpearon con fuerza la espalda de Edmun - Ahí te ha dado… - dijo Volikor con la intención de conseguir unas carcajadas a su costa.

Al interpelado no le hizo tanta gracia, mostrando visiblemente su enojo con una mueca al torcer el labio - Ihi ti hi didi - replicó con voz aguda y haciendo que el labio inferior quedara por encima del superior para hacer burla a Volikor. Aquello creó un silencio repentino en la mesa. Todos nos miramos unos a otros sorprendidos durante unos instantes antes de estallar en una carcajada conjunta que enmudeció al resto del local. Varias fueron las mesas que dirigieron sus miradas hacia nosotros, preguntándose qué diantres era lo que había pasado para armar semejante alboroto. Volikor comenzó a pegar golpes en la mesa con el puño en vertical al tiempo que se sostenía las costillas con la otra mano y se echaba hacia atrás. De no haber sido por el respaldo de la silla habría terminado por caer de espaldas del impulso, tal y como le pasó a Scorzé. Aquel tipo tenía una corpulencia fuera de lo normal y la pobre silla no había sido defensa suficiente para evitar que su espalda diera contra el piso. Aquel golpe sordo provocó que su carcajada cesará de repente al vaciar de aire sus pulmones. Junto con ella, todas las demás también enmudecieron de nuevo antes de volver todas al unísono de nuevo, pero en esta ocasión con esfuerzos redoblados. Las lágrimas caían por mi mejilla y un fuerte dolor comenzaba a apretarme el pecho. Entre carcajadas pedía que por favor pararan, que ya no podía reír más, pero toda la mesa habíamos entrado en un bucle de retroaliementación positiva del que iba a ser dificil salir. Fueron precisos algo más de diez minutos para que las aguas volvieran a su cauce y las risas se fueran espaciando poco a poco y pudiérmos retomar la conversación.

- La siguiente la pagas tú.

-¡Y una mierda! - exclamó Edmun.

-Dejadlo, la pago yo venga – dije a modo de compensación por la humillación provocada minutos antes. Mi respuesta hizo que mis acompañantes rompieran en vítores y exageradas alabanzas hacia mi persona, incluso Edmun, que en este punto ya había recobrado la normalidad y la sonrisa en el rostro. Aquella era mi segunda ronda y en mi poder no tenía los berries necesarios ni para pagar mi consumición, menos todavía la de los cuatro… ¡y por partida doble! Decidí que aquel era un buen momento para saldar lo consumido hasta ese momento. Fui hasta la barra, dónde me senté en uno de los taburetes, no sin antes pasar por una mesa de al lado en la que había un tipo bien parecido. Se le veía limpio, al menos – Disculpe, ¿me puede decir la hora? - pregunté al tipo que miró su reloj.

-Las diez y once.

-¡No! Me tenía que haber dicho “la hora” – lo que arrancó algunas risas de sus compañeros – Estoy en la barra. Si necesitan otro chiste ya saben donde encontrarme – dije señalando el lugar en el que me sentaría instantes después. Todos asintieron y tan pronto desaparecí de su vista, se olvidaron de mí.

-Cuatro jarras más – pedí al camarero. Y anótelas todas a la cuenta de aquella mesa de allí dije señalando a la que acababa de ir. Aquella inusual petición despertó el recelo del hombre, pero  saludé con la mano a uno de los tipos, que me devolvió el saludo, haciendo así que toda duda desapareciera del rostro del camarero. La visita a la mesa no había sido casual, así como tampoco el hecho de generar alguna risa y llamar de algún modo, aunque fuera mínimamente, la atención y que mi plan ganara consistencia y naturalidad.

-¡Kampai! - gritamos alzando las jarras para chocarlas en el centro de la mesa. Dado que mi brazo era el más corto, me había subido a la mesa para chocar mi jarra con las del resto. En esta ocasión me apresuré para terminar el primero y estrellar la jarra, de manera algo violenta, pero comedida, contra la mesa – ¡Esta vez no me íbais a ganar! - la vida quería que esa noche el ocio vinera de la mano de Edmun, que se atragantó cuando todavía le quedaba la mitad de la jarra, después de que Volikor le escupiera la mitad de su jarra a la cara por un estornudo. A duras penas conseguí escapar de la nube líquida de un salto para volver a mi silla. Menos suerte tuvo Edmun que además de ser bañado, también tuvo que ser asistido por su atragantamiento. Scorzé le dio unas fuertes palmadas en la espalda para hacer que el líquido bajara hasta su lugar. O subiera de los pulmones a la boca… o desmontara al pobre Edmund pues con semejantes golpes el herrero habría sido capaz de desmontar hasta una viga de acero. Su mano era casi tan grande como mi cráneo, sino es que lo era un poco más.

-En fin, muchachos. Ha sido un auténtico placer compartir este rato con vosotros, pero creo que va siendo de hora de retirarme. Se está haciendo tarde – más valía que me fuera de allí antes de que quién debía pagar la cuenta lo hiciera o de lo contrario me vería en un serio aprieto. Había jugado mis cartas magistralmente y uno debía saber cuando acabar la función antes de que todo decayera. Como el viejo ciego solía decir “más vale quedarte con las ganas de un poquito más, que saturarte y no repetir”. En el momento no comprendí la sabiduría de aquellas palabras, ni de otras tantas otras, pero el tiempo y la vida habían tenido a bien ir enseñándomela poco a poco y, casi siempre, por las malas. Desde entonces me había hecho un buen aprendiz, la verdad, y no tenía vergüenza en admitirlo, del mismo modo que también conocía mis limitaciones y defectos, pero ¿porqué iba a contárselos a nadie?
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