Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[Aventura] [A - T1] Del templo al cuartel.
Gautama D. Lovecraft
-
~ Del templo al cuartel ~


~ Isla ¿? - Templo Gautama.
~ Primavera del año 723.


Con todo cerrado tras algunos días de preparación para partir, aquella mañana, pese a que la dulce primavera embriagaba el patio del templo, se presentaba algo amarga. Medité profundamente, lo hacía cada mañana, pero esa fue especial porque interiormente debía de despedirme y agradecer a los hermanos, al maestro y por su puesto al propio templo, todo lo que me habían dado durante todos estos años, prácticamente mi vida entera. Lavé con criterio mis pies y mis manos, una bolsa de tela portaba mis pertenencias, y aunque fuera solamente mudas de ropa, pues era lo que necesitaba al fin y al cabo.

Se presentaron 2 marines que ya esperaban en el patio con el viejo maestro, este, le comentó acerca de mí, pues tan solo estaban avisados de que sería alistado en el cuerpo. Portaba mi usual kimono, los geta y la bolsa echada al hombro, me acerqué hasta ellos y el maestro cortó su diálogo para realizar las presentaciones pertinentes.

- Y aquí está, Lovecraft, como ya sabéis, no os dará mucho tema de conversación, lleva con cierto voto de silencio desde hace 8 años, pero sus cualidades para ofrecer a la marina todo lo que se precisa son tan válidas como el resto de los hermanos que se alistaron de aquí atrás. -

Hizo una breve pausa, cambiando su orientación ahora hacia mí, tomó mis hombros con sus ancianas y fuertes manos, y con los ojos levemente lagrimosos, agachó su rostro para realizar una reverencia. Mi pecho quebró, pues aquel gesto del maestro, en los casi 60 años que tenía nunca lo había presenciado, ni hacia mí ni hacia nadie, y sobrecogido, no pude controlar un tembleque automático que me hizo apretar los labios, sin embargo, 2 gruesas lágrimas brotaron de mis ojos desparramándose por los pómulos, y cayendo a la fina arena blanca que cubría el suelo del patio.

- Sigue cuidando el loto Lovecraft... -

Y sin más, ofreció el camino que conducía a la puerta. Los marines tomaron la delantera, y pude darme cuenta que, el resto de hermanos, yacían a los extremos del patio sentados sobre sus rodillas. El llanto rompió con cada ápice de resistencia que mantuve, pero era innegable que debía de soltar y dar rienda suelta a aquella despedida, y por eso, una vez en el umbral, solté la bolsa para apoyar mis piernas sobre aquella entrada, y realizar hacia todos ellos, que eran mi familia, la mayor reverencia de agradecimiento, apoyando la totalidad de la frente sobre el piso y las manos, una frente a otra por delante de la cabeza, mientras tanto, el suelo se iba encharcando por las lágrimas que se desprendía. Gracias.


~ Travesía por el mar, hacia Isla Kilombo.
~ Primavera del año 723.


No nos demoramos mucho desde la despedida del templo hasta el embarque en el puerto, pude apreciar que algunos jóvenes de la zona parecían también alistarse y compartirían un destino muy parecido al mío. Al zarpar, en la cubierta del barco, el que parecía llevar la voz cantante y que se nos dirigía una vez formados, se identificó como un soldado raso, pero su excesivo ímpetu hacia los jóvenes reclutas parecía que se le fueran algunas formas cordiales cuando trataba con sus inferiores. En esa formación en fila, con la vista clavada a babor, me encontraba en las últimas posiciones de la treintena de la nueva remesa de reclutas en aquel barco, hasta que finalmente, aquel irritante marine, al cual, duplicaría la edad, buscó con su mirada mis desinteresadas pupilas para acrecentar su tóxico ego. Conmigo no encontraría ese placer.

- Ah, vaya vaya, ¿A alguno se le perdió el abuelo? con que... Ga.. Gau... Gautama D. Lof.. Lofcraft... ah no, Gautama D. Lovecraft. -

Dijo con cierta guasa, tras leer lo que parecía ser, una lista que escudriñaba con sus vigorosos dedos, sin embargo, no encontró más que un rostro indiferente, pues su actitud chulesca traspasaba cada célula de mi ser sin la menor muesca, como si del propio viento se tratara. Sorprendentemente lo percibió, y volvió a cargar contra mí.

- Miralo, y ni se inmuta ¿Acaso vienes sustituyendo a tu nieto porque no podía?... apuesto a que la vejez te perjudicó tanto que perdiste hasta audición, JAJAAJAJAJAAJA -

Jocoso, proliferó de nuevo faltadas de respeto ilógicas, que escapaban a mi entender con que tipo de fin iba dirigidas, pero un giro de los acontecimientos cobró acto de presencia, y desde uno de los fondos, un nuevo actor en aquella escena salió para cumplir con su papel.

- ¡SOLDADO HUKIRO! ¡FIRME! -

Y aquel marine, antes el dueño del patio de recreo que había generado, se cuadró ante el que parecía ser su superior, que con pasos acelerados se acercó hacia donde estaba.

- Puede explicarme que diablos hace de nuevo, ¿y más ante su igual? -

Tampoco me inmuté, pero pude percatarme de que el desconsiderado soldado parecía haber cambiado su gesto, y por desconocimiento, ahora había comprendido que yo no era un simple recluta. Tragó saliva. Relamió sus labios y tomo la palabra con tono tembloroso.

- ¡Señor!, desconozco al recluta... -

- ¡¿¡¿ RECLUTA ?!?!.... ¿Se ha detenido a ver exhaustivamente la hoja de reclutamiento que porta?, está ante un soldado raso -

Hizo una breve pausa, y ahora se acercó hasta mí, yacía cuadrado aún.

- Sargento Ringo Hariki... soldado, preséntese -

- Mantiene un voto de silencio, señor, es el monje del Templo Gautama -

- Ya sé que es el templo Gautama... pero con que un voto de silencio eh, eso no lo sabía... bien, no te impide seguro para usar las manos. -

Una voz al fondo, familiar, le informó al que parecía el sargento sobre el voto de silencio que mantenía, y seguidamente, realizó un comentario sobre mis manos que no sabía muy bien como interpretarlo.

- Despejen la cubierta, hoy verán como hay que actuar en la marina, vosotros 2 quietos aquí -

Su orden fue captada por todos, y quitando algunos equipajes de en medio, y la formación, quedé frente al sargento y al soldado. Me veía venir lo que acontecía.

- En La Marina, no solo sirve ser puro músculo y tener un alterado sentimiento de la justicia y a veces de la realidad, la perspicacia y LA VISTA, son rasgos que obligatoriamente debéis de tener si queréis prosperar aquí dentro, y si no, pues os pasará lo que ahora le sucede al compañero Hukiro... Pelea a mano desnuda, y el que sea derribado lo tiro por la puta borda ¿ENTENDIDO? -

Tenía la sensación de que el sargento jugaba con cierta ventaja, sabía sobre mí algo más allá de lo que podría figurar en aquella lista, provocó una innecesaria pelea de mal gusto, y tendría que batirme con su inferior, al cual retaría ante mí. Evidentemente, no iba a desestimar una orden directa de un superior, y mucho menos si esa orden pasaba por dar una pequeña lección al soldado maleducado.

El tal Hukiro, no tardó ni un momento en intentar montar una guardia con sus puños, pero errático, parecía no tener nociones básicas marciales y por instinto, levantó los brazos y flexionó sus codos. ¿Sabría de esto el sargento y utilizándome querría darle una lección a aquel pobre diablo? No me cabía la menor duda.

Lo esperé, él se movía de forma lateral hacia la izquierda, pero transmitía cierto agobio por la situación, mi porte le intimidaba, más aún cuando alcé mi brazo izquierdo con la palma desplegada, mientras que el brazo derecho lo llevé hacia atrás, para reposarlo sobre los riñones. Algo me decía que aquel duelo no duraría mucho.

- ¡IIIIIAAAAAAAAAAAAAAAAAA! -

Mis ojos abatieron la poca fe que transmitía hacia sí mismo aquel soldado, y cargó como carga un jabalí, a pura fuerza bruta y sin medida, dejando una evidente fisura sobre su guardia que aproveché. Inició una acometida estirando su brazo izquierdo contra mí, digna de un infantil que se prueba por primera vez ante un saco inofensivo, flexioné las rodillas y me deslicé un paso en diagonal para alcanzar su apertura con el brazo cargado. Un tremendo golpe vacío se hundió sobre su plexo solar, y quedó sin aire, paralizado por el relampagueante movimiento y mi embestida.

Mi cara ni se inmutó, y mantenía la misma expresión desde que estaba cuadrado. Aquel marine perdió su verticalidad y se estremeció mientras se engurruñaba haciéndose un ovillo en la tarima de la cubierta. Los ojos casi se le salían de las órbitas, le había golpeado con dureza, pero también se lo merecía.

- Fiiuuuu... Menudo hostión, y solo con la palma -

El sargento se presenció de nuevo y me alcanzó, tocó mi hombro izquierdo con el que había soltado el ataque, pronto supo, que debajo de aquel kimono, un cuerpo curtido se escondía.

- Siempre sois bienvenidos tú y tus hermanos a La Marina por motivos como este, lamento el incidente con este maleducado, pero ahora todos y sobre todo él, han aprendido una valiosa lección, ahora, cámbiate y ponte algo más apropiado, el kimono no es que sea el mejor uniforme aquí dentro. -

En cierta forma, agradecí de fachada sus palabras, a veces, el voto de silencio te garantizaba ciertas ventajas, y era no cruzar palabra con personas con las que no vas a sacar mucho beneficio, y el sargento, pese a que tenía 2 dedos de frente a diferencia del encogido soldado, tampoco sería alguien con el que me apeteciera estar o conocer. Tras una sutil reverencia, me dirigí siguiendo la cola de reclutas que se internaban al interior del barco. Esperaba al menos que el viaje, a partir de ahí, no tuviera más incidentes.


~ Isla Kilombo.
~ Primavera del año 723.


Por suerte, lo que restó de la travesía fue medianamente un alivio, dentro de los obstáculos que generaba la mar, y sobre todo por la noche, pero con éxito, logramos desembarcar en el puerto del destino, Isla Kilombo.

Nos llevaron a todos hasta el cuartel, en formación y portando las pertenencias. Yo ya presentaba un aspecto más alejado del atuendo de monje que llevé casi toda la vida, y me ajusté el traje de entrenamiento que tenía colores similares al uniforme clásico de la marina, predominando el azul y el blanco. Atravesamos las calles hasta internarnos en las murallas de un imponente cuartel, otros reclutas de otros buques y barcos se juntaban también, agrupándonos en un par de batallones hasta que llegamos hasta un basto y amplio patio.

Allí nos dieron un discurso motivador, informativo y de advertencia, sumándole a que en los próximos días nos irían asignando unas tareas específicas para trabajar en el cuartel, así como los entrenamientos, maniobras y otros detalles. Finalmente estaba ahí, y la aventura al fin, había comenzado.
#1


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