Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[Autonarrada] [Autonarrada - T1] Una travesía accidentada.
Vance Kerneus
Umi no Yari
Una travesía accidentada
Día 46 de Verano del Año 724
Al amparo de la noche, la sombra de un gyojin sobre una pequeña embarcación se recortaba en el puerto. El bote, robado a quien quiera que fuese su dueño, se deslizó suavemente desde la costa de Vodka Shore, adentrándose en el mar oscuro y silencioso. Las aguas allí parecían tener alguna especie de respeto por el silencio de la noche, meciéndose con un ritmo sordo, casi ancestral. Cada golpe de los remos de Vance rompía esa calma momentáneamente, enviando ondas que se diluían en la distancia mientras él remaba hacia la libertad. La isla de Tequila Wolf, que para él había sido una prisión con nombre de fortaleza, desaparecía a sus espaldas, engullida por las sombras.
Durante horas el gyojin mantuvo el ritmo constante y controlado, sus brazos poderosos moviéndose al compás de su respiración. No había cansancio en él, solo una determinación insobornable, grabada en su carne como la marca en su hombro izquierdo. Aquella cicatriz era una cruel broma del destino, pero para él se había convertido en un símbolo, una señal de lo que había soportado y de la libertad que estaba decidido a nunca más dejar escapar.
El reflejo de la luna en el agua parecía danzar a su alrededor, un faro de plata que iluminaba el vasto y oscuro océano. Por un momento, Vance se permitió la ilusión de que el mundo entero se encontraba a sus pies, extendiéndose como un lienzo inexplorado. Pero esa paz fue efímera.
En la distancia, emergiendo de la penumbra como un depredador al acecho, una embarcación de mayor tamaño se acercaba con una velocidad que no auguraba nada bueno. Vance sintió un estremecimiento recorriéndole la espalda, un aviso de peligro que había aprendido a no ignorar en todos sus años de lucha. A medida que el barco se acercaba, pudo distinguir dos figuras sobre su cubierta, ambos observándolo con una expresión mezcla de odio y desprecio.
El primero de ellos era poco menos que un gigante, un ser de músculos imposibles, con una risa grave que resonaba como un tambor en la noche. Su piel estaba marcada por cicatrices y tatuajes oscuros que parecían contarse historias propias, y en sus manos sostenía una maza enorme, coronada de púas relucientes. Parecía disfrutar de la visión de Vance, como un cazador que ha encontrado a su presa después de una larga persecución.
A su lado, el segundo pirata era el polo opuesto a su compañero: alto y delgado, con una piel que parecía pegada a sus huesos, como si estuviera siempre a la sombra de la muerte. Sus ojos, oscuros y afilados, relucían con un desprecio profundo. Era el tipo de odio que Vance había visto tantas veces antes, un odio arraigado en el miedo y la ignorancia. Sujetaba una cimitarra con una mano, y la hoja reflejaba la luz de la luna como un susurro peligroso. El gigante dio un paso hacia el borde de su embarcación, alzando su maza en señal de desafío.
-          ¡Mira lo que tenemos aquí! - rugió, con una voz que parecía sacudir hasta el agua misma. - Un sucio gyojin navegando solo por la superficie. ¿Acaso los de tu calaña ahora creen que pueden viajar libres como si no pasara nada?
El más delgado soltó una carcajada, con una risa tan afilada como el filo de un cuchillo deslizándose entre las sombras.
-          ¿No sabes que las bestias como tú deberían estar encadenadas? - dijo con una voz venenosa. - Haremos que recuerdes cuál es tu lugar, "pez".
Vance no respondió. Su mirada permanecía fija en los dos hombres, evaluando cada movimiento, cada gesto de sus cuerpos, como un depredador que ha aprendido a esperar el momento exacto antes de atacar. Sin un solo parpadeo, se levantó lentamente del bote, empuñando su tridente con ambas manos. Su arma, de punta afilada y reluciente bajo la luna, parecía arder con la misma intensidad que el odio acumulado en el pecho del habitante del mar.
El gigante fue el primero en saltar al bote de Vance, su maza cayendo con fuerza sobre la madera, que crujió y se astilló bajo su peso. Pero el gyojin era ágil, un ser esculpido por las olas y las corrientes. Su cuerpo se movió como el agua misma, esquivando el ataque con un giro elegante, el tridente girando en sus manos como una extensión de su voluntad. Con un movimiento rápido, lanzó una estocada al costado del gigante, quien soltó un grito ahogado, sorprendido por un adversario que había vuelto su propia fuerza en su contra.
El gyojin aprovechó el impulso y, con un giro preciso, golpeó al gigante en la espalda, lanzándolo fuera del bote. El hombre cayó en el agua, su peso generando una ola que sacudió la embarcación. Los ojos de Vance relampaguearon de una manera casi felina; sabía que el gigante estaba ahora a su merced, rodeado por el elemento que él dominaba.
Sin embargo, el segundo pirata no había permanecido ocioso. En cuanto Vance se giró para enfrentar al nuevo enemigo, la cimitarra descendió hacia él con la precisión de un rayo. La hoja rozó su brazo, dejando un delgado rastro de sangre en su piel, pero el liberto no cedió terreno. Con una expresión de absoluta calma en su rostro, bloqueó el siguiente golpe con su tridente, logrando detener la hoja a escasos centímetros de su rostro. El pirata empujó con todas sus fuerzas, pero Vance aguantó, sus músculos tensos, la mirada fija en el enemigo como un faro en medio de la tormenta.
Los dos se mantuvieron así, inmóviles, midiendo la voluntad y la fuerza del otro. Pero el delgado pirata no conocía el mar como Vance; no entendía lo que significaba enfrentar a un gyojin en su elemento. Con una sonrisa que dejaba ver sus dientes afilados, el antiguo gladiador utilizó un movimiento que había perfeccionado en la arena de combate: dejó que el tridente cayera, distrayendo al enemigo, solo para recuperar el arma con un giro brutal que atrapó la mano del pirata. La cimitarra cayó al agua, y en ese instante Vance supo que la pelea había terminado.
Sin piedad, hundió el tridente en el estómago del pirata, quien soltó un alarido que se perdió en el rugido de las olas. El hombre se tambaleó, su mirada de odio convertida en terror mientras sus fuerzas se apagaban lentamente. Con un último empujón, Vance lo arrojó por la borda, permitiendo que el mar se encargara del resto.
El gyojin respiró hondo, dejando que el silencio de la noche volviera a llenar el espacio alrededor. A sus pies el agua llevaba los restos de la pelea, teñida con sombras de sangre y muerte, que se disipaban rápidamente en las profundidades del océano. Vance volvió a sentarse, retomando los remos. Sin una palabra, continuó su travesía, sintiendo la promesa de libertad arder con fuerza renovada en su pecho. Los muertos de esa noche quedarían como ecos en la memoria del mar, sombras pasajeras que el océano abrazaría, pero que nunca lo alcanzarían a él.
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Moderador OppenGarphimer
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