¿Sabías que…?
... existe la leyenda de una antigua serpiente gigante que surcaba el East Blue.
[Común] Ocaso en Kalab
Ungyo Nisshoku
Luna del Alba
Verano del 724, Dia 5
Isla Organ-Ciudad Meruem
.


El calor en Kalab me sofoca, pero no me importa. Aún con todo es mejor que el hogar de los “dioses”, aunque el aire aquí no tiene la pureza de las alturas, eso sí. El desierto tiene su propio peso, una densidad que se siente en la piel. Cada grano de arena parece llevar consigo siglos de historias que contar, pero yo no estoy aquí para escucharlas. De hecho ahora mismo quiero estar solo y no escuchar a nadie.

El edificio del gremio es sólido, funcional. Un refugio para cazadores, aventureros, como Agyo y los que, como yo, solo buscan un lugar donde pasar el tiempo sin demasiadas preguntas. No suelo subir al tejado a menudo, pero esta noche lo necesito. Quiero ver la ciudad desde arriba, escuchar su silencio bajo el manto del cielo.

Me separo del suelo con un paso ligero, flotando hacia el techo. Volar siempre ha sido algo natural para mí, una extensión de lo que soy. Mis pies apenas tocan el borde antes de que me impulse de nuevo, ganando altura con facilidad. El viento caliente acaricia mi rostro, cargado de polvo y el aroma seco del desierto. Me dejo caer con suavidad en el tejado, cruzando las piernas mientras observo la ciudad bajo mis pies.

Desde aquí arriba, Kalab parece más tranquila. Las calles polvorientas, las luces de las casas y el bullicio del mercado que empieza a apagarse al anochecer. Es curioso cómo las cosas pueden parecer tan diferentes desde la distancia.

Cierro los ojos por un momento, pero las imágenes no se detienen. Mi mente, como siempre, decide traicionarme. Pienso en por qué estoy aquí. Pienso en Agyo, en su maldita sonrisa y en su inquebrantable optimismo. Algo me dice que un día va a hacer que me maten con sus estupideces, pero aún así, no le dejaría solo ante las dificultades. Es lo que tiene ser un hermano mayor.

“Solo nosotros”, dijo cuando decidimos venir a este lugar. Nunca quise estar aquí, nunca quise unirme al gremio. Pero aquí estoy. Supongo que siempre termino siguiendo sus pasos, o cayendo en sus planes, podría decirse.

Abro los ojos y fijo la mirada en el horizonte. El desierto se extiende interminable, como una bestia dormida. A lo lejos, las Llanuras Hediondas prometen muerte y caos para quienes sean lo suficientemente idiotas como para cruzarlas sin preparación.Ya estuve allí. Una experiencia de mierda sinceramente. Si aquí hace calor, allá es un maldito horno de mierda. Kalab, en comparación, parece un oasis. Un lugar donde los perdidos pueden encontrar un propósito, o al menos intentarlo.

No sé si estoy perdido. Tampoco sé si me importa.

Miro el emblema del gremio, el símbolo carmesí que adorna la parte más alta del edificio. Lykos, el líder, parece pensar que este símbolo significa algo. Tal vez para él lo haga. Para mí, todavía no es más que pintura. Pero debo admitir que el hombre es impresionante. Su mera presencia llena cualquier habitación, y aunque no lo diga en voz alta, respeto eso. Solo espero que cumpla las promesas que nos ha dicho.

Los otros miembros también tienen lo suyo. Fon Due, el tontatta carpintero, es tan pequeño como ruidoso, pero es difícil no admirar su habilidad con las manos. Evelyn, la mink médico, siempre parece llena de energía. No sé cómo lo hace, pero prefiero mantener mis distancias. No quiero... complicaciones.

Pienso en nuestra primera reunión como equipo. Agyo encajó perfectamente, como siempre. Yo me limité a observar, a escuchar, dejando que mi hermano hablara por los dos. Es lo que hago.

“Cazadores… piratas.”

Esas palabras se sienten extrañas en mi mente. ¿Qué somos nosotros para perseguir a esos criminales? ¿Qué nos hace mejores que ellos? He hecho cosas de las que no estoy orgulloso, decisiones que preferiría olvidar. Y sin embargo, aquí estoy, vistiendo este emblema, jugando a ser el héroe.

El viento cambia de dirección, trayendo consigo un leve aroma a tormenta de arena. Las nubes empiezan a cubrir el cielo, pero el sol todavía lucha por mantenerse en el horizonte. Me detengo a contemplarlo, ese fuego distante que siempre ha sido mi guía. El sol no juzga, solo ilumina.

“Tan vasto… vacío.”

Susurro, dejando que las palabras se pierdan en el viento. El desierto no responde, pero tampoco lo espero. Este lugar me recuerda a casa, pero también a lo lejos que estoy de ella. Agyo dice que no debemos mirar atrás, que nuestro futuro está aquí, en este gremio, en esta ciudad. Tal vez tenga razón.

Pero yo no puedo evitar mirar atrás. No con nostalgia sino con asco. Jamás volveré allí. Nunca más.

Cierro los ojos otra vez y dejo que mi imaginación me haga volar mucho más que mis alas. A alguna isla en el cielo, a disfrutar tardes interminables bajo el sol, y que la vida sea más simple. Allí seguro tendría las mismas con Agyo, a las risas que inevitablemente se harían escuchar. En algo así pensaba el día en que decidimos dejarlo todo atrás y huir por nuestra libertad.

“¿Por qué… aquí?”

No tengo respuesta para esa pregunta. Tal vez nunca la tenga.

La luz del sol se apaga lentamente, y las primeras estrellas comienzan a aparecer en el cielo. La ciudad se transforma bajo la penumbra, las luces de las casas encendiéndose una por una como luciérnagas en la oscuridad. Kalab es caótica, ruidosa, pero tiene algo. Algo que me hace quedarme.

Me levanto lentamente, dejando que el viento me envuelva una última vez. Bajo del tejado con la misma facilidad con la que subí, aterrizando suavemente en el suelo.
“Ya basta…”

Es lo único que digo antes de girarme hacia la entrada del gremio. Es hora de volver. Kalab puede esperar hasta mañana.


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#1
Ungyo Nisshoku
Luna del Alba
La noche en el desierto de Kalab tiene un sabor peculiar. El calor que asfixia durante el día desaparece, dejando un frío que cala más que la piel. La ciudad se transforma en un hervidero de luces, sombras y ruido; una contradicción constante, como todo en este mundo. Camino despacio por sus calles, como un espectro, sin rumbo claro. Nunca tengo un rumbo claro. Mis pasos suenan apagados contra el empedrado, pero no importa. Nadie se fija en un hombre callado.

Mis ojos recorren los alrededores. Los vendedores van y vienen, cargando mercancías, recogiendo sus caravanas, o simplemente bebiendo hasta perder el sentido. Algunos tienen rostros endurecidos, otros llevan cicatrices que cuentan historias que no necesitan palabras. Son tan diferentes en esta ciudad. Pero yo no soy como ellos. Soy solo una sombra blanca que pasa, un visitante más en esta ciudad que se alimenta de perdedores como nosotros.

Frente a una taberna, "La Luna Quebrada", me detengo. La madera vieja cruje con el viento, y desde adentro llegan risas, gritos y música desafinada. Podría entrar, pero ¿para qué? Conozco ese tipo de lugares: llenos de fanfarrones, borrachos y cazadores que buscan algo más que trabajo. No tengo paciencia para lidiar con ellos. Ni con sus preguntas, además el nombre me describía a la perfección: Yo era la Luna del Alba y ahora mismo no tenía un duro para pagarme ni una cerveza.

Sigo mi camino hasta las zonas más oscuras. Los callejones tienen un silencio extraño, el tipo que te pone los pelos de punta. No me molesta. Al contrario, aquí puedo pensar. Las paredes están cubiertas de símbolos y mensajes. Algunos me hacen reír; otros me recuerdan que incluso en este rincón del mundo, el caos nunca descansa.

Me cruzo con un grupo de niños, piel curtida, ojos llenos de hambre y miedo. Están jugando con dados viejos, apostando lo poco que tienen. Uno de ellos me mira, congelado. No sé si es por mi altura, por mis ojos o simplemente porque me ve como una amenaza. No importa. Su mirada dura apenas unos segundos antes de volver al juego.

Pienso en lo que se siente crecer como ellos. Esa constante necesidad de sobrevivir, de no confiar en nadie. Es un ciclo que no se rompe. Al menos no para todos. Yo tuve a Agyo. Ellos no parecen tener a nadie.

Las luces del gremio de cazadores aparecen a lo lejos, un faro en medio de la oscuridad. El edificio tiene ese aire de fortaleza improvisada, como si estuviera diseñado para resistir cualquier ataque. Dentro, sé que Lykos estará riendo. Su voz retumbante es difícil de ignorar. Agyo probablemente también esté allí, hablando con cualquiera que quiera escucharle. Él siempre ha sido mejor en eso, el muy charlatán.

Pienso en entrar, pero me detengo en seco. Mi hermano puede manejarse solo. Yo necesito algo más que esas paredes llenas de misiones. Algo que aún no sé describir. Tal vez solo necesito espacio.

Las calles del mercado nocturno están llenas de vida, aunque esa vida sea una mezcla de codicia, desesperación y peligro. Los vendedores gritan sus ofertas, tratando de atraer a los pocos cazadores que aún tienen berries en los bolsillos. Aquí se puede comprar cualquier cosa, desde especias hasta armas, si sabes dónde buscar.
Me acerco a un puesto que llama mi atención. Tiene objetos antiguos, y entre ellos veo algo que no esperaba: un anillo con grabados que me recuerdan a las islas del cielo. Lo tomo entre mis dedos, examinándolo.

"De las islas celestiales, ¿verdad? No es barato" dice el vendedor. Su voz tiene un tono astuto, como si estuviera midiendo cuánto puede sacar de mí.

No respondo. Solo lo miro.

El hombre se remueve incómodo bajo mi mirada. Finalmente, se encoge de hombros. "Si no vas a comprar, no estorbes" murmura.

Dejo el anillo en su lugar y sigo caminando. No vale la pena.

Al final, llego al límite de la ciudad. Aquí, las luces desaparecen, y el desierto recupera su dominio. El viento levanta la arena, y puedo sentirla rozar mi piel. Es un recordatorio constante de dónde estoy, y de lo lejos que estoy de donde empecé.

Miro hacia el cielo. La luna está llena, bañando todo en una luz plateada que no tiene calidez. Me pierdo en mis pensamientos, en recuerdos que nunca logro borrar del todo.
Las cadenas. La opresión. El fuego.

Aquí estoy ahora, libre. O eso me digo. Pero hay noches como esta en las que me pregunto si alguna vez me libraré del peso de lo que fui.

"Todo cambia-Um" murmuro, apenas audible.

El viento se lleva mis palabras antes de que pueda arrepentirme de haberlas dicho. Me doy la vuelta y regreso a la ciudad, listo para enfrentar otro día.
#2
Ungyo Nisshoku
Luna del Alba
La ciudad era un espectáculo diferente al caer la noche, pero para mí, todo tenía el mismo tinte gris patético. Llevaba horas recorriendo sus polvorientas calles, observando el ir y venir de cazadores, mercaderes y ladrones con más descaro que sutileza. No buscaba nada en particular, pero tampoco me detenía. Caminar era lo único que lograba despejar mi mente, al menos hasta que me topé con una taberna al final de una calle poco transitada. Era una taberna diferente a la que había visto antes y esta por lo menos no hacía mención a ninguna luna. que ya yo llevaba el mote conmigo y me bastaba.

La fachada del lugar era modesta (por no decir que se caía a pedazos), casi descuidada, con un letrero hecho mierda que apenas sostenía las palabras "La Garra del Buitre". Había risas dentro, una melodía desafinada y el ruido inconfundible de vasos chocando. Chasqueando mi lengua resignado, Entré, agachándome para no golpearme la cabeza contra el marco de la puerta. El bullicio bajó un poco al verme, aunque nadie pareció lo suficientemente interesado como para mantener la mirada más de un par de segundos. Pendejos, no es mi culpa ser mejor que ustedes.

El interior estaba lleno de mesas de madera desgastada, velas chorreando cera sobre candelabros improvisados y una barra al fondo que parecía haber resistido años de peleas y borracheras. El tabernero, un hombre bajo y rechoncho con un delantal manchado, me miró de reojo mientras limpiaba un vaso. Me acerqué a la barra y me senté en un taburete que protestó bajo mi peso.

-¿Qué te pongo? -preguntó el hombre, con una voz grave pero carente de verdadero interés.

No respondí de inmediato. Lo miré, luego eché un vistazo a la estantería detrás de él, repleta de botellas de contenido incierto. Finalmente, levanté dos dedos.

El tabernero asintió, sacando una botella de licor oscuro y un vaso pequeño. Servirlo parecía una broma, pero no dije nada. Tomé el vaso con cuidado, como si fuera a romperlo, y le di un sorbo. El líquido quemaba como fuego al bajar, pero no era desagradable.

Mientras bebía, un grupo de tres hombres en una mesa cercana comenzó a mirarme más de la cuenta. Eran tipos comunes: cazadores con cicatrices en la cara y armas colgadas del cinturón. Uno de ellos, más alto que los otros y con una nariz torcida, se levantó y se acercó con pasos pesados.

-Oye, grandullón -dijo, su voz rezumando falsa camaradería. No pareces de por aquí.

Lo miré, pero no respondí. Él se cruzó de brazos, claramente irritado por mi silencio.

-¿Qué pasa? ¿Te comió la lengua un Sea King? -insistió, ganándose las risas de sus compañeros.

No tenía tiempo ni ganas para lidiar con idiotas, pero tampoco podía ignorar un desafío directo. Dejé el vaso sobre la barra y me giré lentamente para encararlo. Mi mirada bastó para borrar su sonrisa.

"Este tipo no merece ni que le responda" pensé para mi. Casi nadie merecía que le respondiera, la verdad, pero ESTE tipo, menos.

Su burla murió en un gruñido, y por un momento, pareció considerar si valía la pena provocarme. Uno de sus amigos le gritó algo sobre no meterse en líos con alguien más grande que él, pero el tipo no parecía de los que sabían cuándo retirarse.

-No me importa cuán alto seas. Aquí todos somos iguales, ¿sabes? Así que baja esos humos.

No respondí. En cambio, me levanté, lo suficiente como para que tuviera que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarme a los ojos. El aire en la taberna cambió, la tensión palpable. No hice más que avanzar un paso hacia él, y su valentía se desmoronó como arena en el viento.

-¡Tranquilo! -dijo, levantando las manos con una sonrisa nerviosa- Era una broma, hombre.

Volví a sentarme sin decir nada. El tipo regresó a su mesa entre risas incómodas, y el ruido general de la taberna pronto volvió a su ritmo normal.
El tabernero, que había observado todo desde la barra, soltó un resoplido divertido.

-Haces amigos rápido -comentó mientras llenaba mi vaso de nuevo, esta vez sin que se lo pidiera.

Lo miré de reojo, pero no dije nada. Él parecía acostumbrado a eso.

-Eres nuevo en Kalab, ¿verdad? -continuó mientras limpiaba otro vaso- Aquí hay dos tipos de gente: los que vienen a buscar algo y los que huyen de algo. ¿Cuál eres tú?

No respondí. Tomé el vaso y bebí, dejando que el silencio y mi mirada mientras me encogía un poco de hombros, fuera mi única respuesta. El tabernero no insistió.

La noche continuó, y la taberna siguió llenándose de historias y discusiones. Yo me quedé en mi rincón, observando, pensando. No era un lugar especial ni un momento trascendental, pero era suficiente para distraerme, aunque fuera por unas horas, del peso que cargaba. Y en este mundo, eso ya era más de lo que muchos podían pedir.
#3


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