Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Aventura] [T1] [Autonarrada] Rescate en el Acantilado
Lionhart D. Cadmus
El Tigre Blanco
~  Rescate en el Acantilado ~


~ Isla Kilombo - Pueblo de Rostock.
~ Verano del año 724.

Cadmus se encontraba en el tranquilo pueblo de Rostock. La paz había sido interrumpida por una banda de bandidos despiadados que habían secuestrado a dos niños. Escuchó los susurros preocupados de los aldeanos. Se acercó a un grupo que discutía en voz baja cerca de la plaza principal y pronto se enteró de la terrible situación.

No podemos reunir tanto dinero en tan poco tiempo —dijo una mujer, con lágrimas en los ojos—. Mis hijos... ¡No podemos dejar que les hagan daño!
Cadmus sintió un nudo en el estómago al escuchar la desesperación en la voz de la mujer. Sin dudarlo, se acercó al grupo.

Voy a rescatarlos —declaró con firmeza. Los aldeanos lo miraron con incredulidad.

Es muy peligroso, chico —dijo un hombre mayor, sacudiendo la cabeza—. Esos bandidos son despiadados. No puedes ir solo.

Cadmus levantó la vista hacia el acantilado donde se decía que los niños estaban retenidos. Iría sin dudas a rescatarlos.

Sin esperar más, Cadmus se dirigió hacia el acantilado. El ascenso era empinado y traicionero, pero su entrenamiento le daría la agilidad y la fuerza necesarias para trepar por las rocas. Mientras subía, recordaba las lecciones de su abuelo sobre la justicia y la valentía. Sabía que no podía fallar.

Al llegar a la cima del acantilado, se encontró frente a una pequeña cueva donde los bandidos habían hecho su base temporal. Se acercó sigilosamente para escuchar las conversaciones dentro de la cueva.

Los aldeanos nunca podrán reunir tanto dinero —dijo uno de los bandidos con una risa cruel—. Estos niños no nos servirán de nada si no conseguimos lo que queremos.

Tal vez deberíamos enviar un mensaje más fuerte —sugirió otro—. Algo que les muestre que no estamos bromeando.

Cadmus sintió la ira burbujeando dentro de él, entendía las intenciones de criminales. No podía permitir que esos monstruos lastimaran a los niños. Deslizándose entre las sombras, logró acercarse lo suficiente para ver a los dos niños atados en una esquina de la cueva, asustados pero ilesos.

¡Bandidos! —gritó Cadmus, revelándose finalmente.

Los bandidos se giraron sorprendidos, sin esperar que un joven se atreviera a enfrentarlos.

¿Quién demonios eres tú? —gruñó el líder de los bandidos, un hombre corpulento con una cicatriz en la mejilla.

Me llamo Cadmus —respondió con voz firme—. Y no permitiré que le hagan daño a estos niños.

Los bandidos se rieron, subestimando al joven que se atrevía a desafiarlos. Pero Cadmus estaba listo. Se lanzó hacia adelante con una rapidez y precisión sorprendentes.

La batalla comenzó con un choque repentino. Cadmus se abalanzó hacia el primer bandido que encontró en su camino, esquivando su torpe golpe y conectando un puñetazo directo a su mandíbula. El bandido cayó al suelo, aturdido, mientras Cadmus ya se movía hacia el siguiente.

¡Atrápenlo! —gritó el líder, y varios bandidos se lanzaron sobre Cadmus.

Cadmus se deslizó hacia un lado, evadiendo a un bandido que intentó atraparlo por la espalda. Con un giro rápido, derribó a otro con una patada en el estómago, seguida de un codazo en la espalda de otro bandido que se acercaba demasiado. Los movimientos de Cadmus eran fluidos y precisos. El líder de los bandidos, furioso, decidió intervenir. Era más grande y fuerte que los demás, y su presencia imponía respeto entre sus hombres. Con un gruñido, se lanzó hacia Cadmus, golpeando con una fuerza bruta. Cadmus bloqueó el primer golpe, pero la fuerza detrás de él lo hizo retroceder. El líder era claramente más experimentado en combate, y sus ataques eran más difíciles de esquivar. Cadmus tuvo que concentrarse.

Eres fuerte, chico —admitió el líder, con una sonrisa siniestra—. Pero no lo suficiente.

Cadmus sabía que debía cambiar su estrategia. En lugar de intentar igualar la fuerza bruta del líder, decidió usar su agilidad. Comenzó a moverse más rápido, esquivando los golpes del líder y buscando puntos débiles en su defensa. Cada vez que el líder lanzaba un golpe, Cadmus lo esquivaba por poco, respondiendo con un golpe rápido a las costillas o una patada a las piernas.

La lucha continuó, y Cadmus empezó a notar que el líder se fatigaba. Sus movimientos se volvían más lentos, y su respiración era más pesada. Cadmus, aprovechando la oportunidad, lanzó una serie de golpes rápidos, golpeando al líder en la cara y el torso, debilitándolo aún más.

Finalmente, con un grito de determinación, Cadmus lanzó una patada giratoria que conectó con la cabeza del líder, derribándolo al suelo. El líder intentó levantarse, pero Cadmus ya estaba sobre él, inmovilizándolo con una llave que su abuelo le había enseñado.

Ríndete —dijo Cadmus con firmeza—.

El líder, derrotado y sin fuerzas para continuar, asintió lentamente. Los otros bandidos, viendo a su líder caer, perdieron la voluntad de luchar y se rindieron también.

Con los bandidos neutralizados, Cadmus se acercó a los niños y desató las cuerdas que los mantenían atados.

Todo está bien ahora —dijo con una sonrisa reconfortante—. Vamos a casa.

Los niños, aunque aún asustados, se aferraron a Cadmus mientras los guiaba de regreso por el acantilado. El descenso fue más lento y cuidadoso, pero la determinación de Cadmus no flaqueó. Sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, sabía que estaba haciendo lo correcto.

Al llegar al pueblo, los aldeanos los recibieron con gritos de alegría y alivio. La mujer que había llorado por sus hijos corrió hacia ellos, abrazándolos con fuerza.

¡Gracias, gracias! —sollozaba, mirando a Cadmus con gratitud— No sé cómo podemos agradecerte.

Cadmus, con una sonrisa tímida, solo asintió. Sentía una calidez en su pecho, una sensación de logro.

Solo hice lo que debía hacer —respondió humildemente—. Y creo que mi abuelo estaría orgulloso.

Con una última mirada a la gente del pueblo y sintiéndose satisfecho de hacer un buen acto, Cadmus se despidió de la madre cuyos hijos había rescatado. En ese día, Cadmus consideraría la vida en la Marina, la cual podría llevarlo a otras situaciones donde podría ayudar a los demás.
#1
Moderador Bon Clay
OKAMA WAY
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