Hay rumores sobre…
... que existe una isla del East Blue donde una tribu rinde culto a un volcán.
[Autonarrada] [Tier 2] Hasta la siguiente misión, amigos [Parte 1]
Takahiro
La saeta verde
Últimos días de Verano.
Año 724.
Cuartel del G-31 – Loguetown.


El verano en la isla de Loguetown se había marchado sin avisar, casi de un día para otro, como esa joven con la que quedas un par de veces y, de repente… ¡ZAS!, desaparece sin ni siquiera despedirse. Doloroso, sí, pero de alguna manera te hacía más fuerte. Las hojas que adornaban graciosamente las copas de los árboles, todas en tonos de verde, comenzaban a teñirse de ocres, naranjas y rojos, casi burdeos. Fue un cambio sutil al principio, casi imperceptible, pero rápidamente se hizo evidente.

El aire también estaba cambiando. Esa humedad cálida que te abrazaba y te empapaba en un instante, que te hacía querer quedarte en casa con el ventilador o el aire acondicionado, ya se había ido. En su lugar, un aire fresco, con un aroma diferente, había tomado posesión de la isla. Sin embargo, la humedad persistía, como ese amigo pesado que se queda en tu casa después de una noche de fiesta y no hay manera de echarlo. Incluso los más frioleros ya comenzaban a encender sus chimeneas, y el humo se esparcía por el aire, cubriendo Loguetown con una atmósfera especial. Era hermoso.

En el cuartel general del G-31, en Loguetown, dentro del despacho de la ilustrísima capitana Montpelier, se encontraba el alférez Kenshin, un espadachín de cabellos verdosos y mirada tranquila, esperando impaciente a que la buenorra de su superiora despertara del pequeño microsueño en el que se había sumido.

—¿Capitana? —preguntó el peliverde, silbando suavemente justo después.

—Sí, es verdad, que estás aquí —dijo ella, despertando de golpe como si nada hubiera pasado—. Cómo has estado fuera por una misión no te has enterado, pero he tomado la decisión de disolver la L-42 durante la próxima estación para ver como os desenvolvéis por separado cada uno de los integrantes. Vuestros grandes hitos, al menos los más reconocidos, han sido en conjunto, y quiero ver dé que sois capaces de manera individual. Es por esa razón que durante los próximos tres meses cada uno irá por su cuenta —en la preciosa cara de la capitana se dibujó una sonrisa, tan cautivadora que hizo acelerar el corazón del peliverde durante un instante—. A cada uno le he asignado una isla de partida y creo que a ti te va a venir bien pasar un tiempo en Demontooth, la isla en la que se dicen que están los mejores espadachines del mar del este.



Día 1 de Verano.
Año 724.
Isla DemonTooth.


Era primera hora de la mañana, Takahiro estaba desembarcado en las preciosas costas de aquella famosa isla del Mar del Este, en un embarcadero pequeñito y bastante rústico, completamente hecho con madera que crujía a cada paso que daba. Había llegado a la ilustre villa de Shimotsuki.

—Buenos días, joven —le dijo un hombre en cuanto puso un pie sobre el suelo, mostrando una cortesía que pocos tenían en Loguetown.

—Buenos días, señor —le respondió el peliverde, mostrando la mejor de sus sonrisas.

Una hora más tarde, el peliverde se encontraba instalado en una posada céntrica de la villa. La habitación que había elegido era bastante amplia, con una estantería repleta de libros de diversas temáticas. Contaba con un escritorio y una silla, un armario con varias perchas y una cama sorprendentemente cómoda. No tenía ducha privada, pero le habían informado que, mostrando la identificación que le habían entregado, podría acceder sin restricciones a los baños termales del establecimiento vecino. Un lujo de los que escaseaban últimamente. Aun así, disponía de una letrina para sus necesidades más básicas.

Una vez se acomodó y descansó un momento sobre la cama, su estómago comenzó a rugir con la fuerza de un león hambriento. De un salto, se levantó y se dirigió rápidamente hacia la cafetería de la posada.

—Buenas tardes —saludó Takahiro al posadero, esbozando una sonrisa mientras se sentaba.

—Buenas tardes, muchacho —respondió él con energía.

El hombre era bastante imponente, de tez morena y cabellos grisáceos. Sus ojos marrones tenían una mirada penetrante, como si pudiera ver lo más profundo del alma con cada mirada. Iba vestido con una camiseta celeste de mangas blancas, pantalones negros y deportivas blancas. En la cintura llevaba un mandil con un pequeño bolsillo, dentro del cual se encontraba una libreta y un bolígrafo.

La cafetería de la posada era espaciosa. Contaba con un salón principal donde se encontraba la barra, equipada con seis taburetes fijos, separados por un metro y medio entre sí. Estaban anclados al suelo con clavos. ¿Sería para evitar que se usaran en peleas de taberna? Podría ser, aunque con la presencia imponente del camarero, Takahiro dudaba que alguien se atreviera a armar lío allí. Además, había cuatro mesas redondas con cuatro sillas en cada una. En la parte trasera, había otro salón, con mesas largas y bancos corridos a ambos lados.

—¿Eres el inquilino que pagó dos semanas por adelantado, cierto? —preguntó el hombre, con voz grave y tono serio.

—O también puedes llamarme Takahiro —respondió el espadachín—, es más corto.

El camarero sonrió.

—Yo soy Marcus, el dueño de la posada y el encargado de la cafetería. Un placer.

—Igualmente, Marcus.

—Dime, ¿qué vas a querer? —preguntó Marcus.

Lo pensó durante un par de segundos, pero antes de que pudiera decidirse, de la cocina salió una joven de cabellos castaños y ondulados, recogidos en una cola alta. Sus ojos marrones tenían destellos verdosos y su sonrisa era cálida y encantadora, de esas que podían cautivar el corazón de cualquiera. Era una joven cuya belleza no se podía describir en términos clásicos, porque no era guapa en el sentido estricto de la palabra, sino que era, simplemente, atractiva. Sí, era atractiva. Sus rasgos no eran para nada perfectos: su nariz no era respingona, sino algo aguileña, pero sin exagerar. Sus ojos, aunque grandes, resultaban increíblemente bellos. La sonrisa que adornaba su rostro no era simétrica ni perfecta, pero tenía algo dulce y picaresco al mismo tiempo, y sus labios, gruesos y sensuales, provocaban sensaciones en Takahiro que no eran indicados para ser descritos. Su voz, aunque escuchada de lejos, era grave y suave, transmitiendo una calidez que la hacía aún más atractiva. Era una mujer ambiguamente cautivadora, con rasgos hipnóticos que, sin ser convencionalmente hermosa, atraían de forma irresistible.

El alférez no sabía que le había dicho la joven, pero Marcus se fue corriendo para la cocina mientras que la joven vino a atenderle.

—Perdona, ha surgido un pequeño contratiempo en la cocina. ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la joven, sonriendo con amabilidad.

—Me llamo Takahiro, pero puedes llamarme Taka —respondió el espadachín, algo nervioso.

—Yo soy Gloria, un placer —dijo la joven, con una ligera sonrisa que parecía divertirse con el nerviosismo del marine—. Eres nuevo por aquí, ¿verdad?

—Sí, llegué esta mañana —respondió él—. Vengo de Loguetown y me quedaré un tiempo.

—Entiendo —dijo ella, sirviendo una jarra de cerveza para Taka—. ¿Te apetece comer algo?

—Lo que tengáis hoy —respondió él—. No soy muy exigente con la comida.

—Hoy tenemos guiso de garbanzos con bacalao —comentó ella, pensativa—. Aunque antes teníamos carne en salsa, pero algo me dice que esa va directo a la basura. El cocinero aquí es Marcus, ya sabes, el grandullón con cara de pocos amigos, ¿lo conoces? Le gusta dejarme a mí en la cocina, y ya ves cómo acaba.

—Un error lo comete cualquiera, pero no lo tiréis —dijo Taka con una ligera sonrisa—. Si se ha tostado un poco, no me importa comerlo. 

Estuvieron conversando durante más de una hora, hablando de temas triviales y compartiendo anécdotas que la joven había vivido en la posada. Ella tampoco era originaria de la isla, pero llevaba más de diez años viviendo allí junto a su hermano y su tío —que no era otro que Marcus—.

Cuando terminó el turno de comidas, Takahiro seguía allí, sentado tranquilamente, disfrutando de un café junto a Marcus y Gloria. Fue entonces cuando un joven de unos trece o catorce años entró en la taberna. Llevaba una espada de madera colgada al cinturón y su rostro y cuerpo estaban marcados por una serie de hematomas que, por su aspecto, Takahiro conocía demasiado bien.

—¡Vaya! —exclamó Gloria, con un tono algo severo—. Por fin alguien se acuerda de que tiene una casa. ¿Dónde has estado?

—No es asunto tuyo, hermana —respondió él, con brusquedad—. No eres mi madre para estar controlándome todo el tiempo.

—No le hables así a tu hermana, Miguel —intervino Marcus, cuya apariencia severa e intimidante contrastaba con su naturaleza tranquila—. No es normal que lleves dos días sin dormir en casa. Y siempre que regresas, estás en ese estado…

—A ti tampoco te importa, no eres mi padre —replicó Miguel, con un tono mordaz más que maleducado—. ¿Y tú qué miras, cabeza musgo? —dijo, refiriendose al peliverde.

—Que eres mejor usando la lengua que la espada, por lo que se ve —dijo Takahiro, lanzándole una mirada llena de desdén y desaprobación—. Y deberías pedir disculpas a tu hermana y a tu tío. Solo eso.

El joven posó sus ojos sobre la katana que Takahiro tenía colgada del cinturón, la rosa de los vientos, le miró con desprecio y se fue hacia el piso superior sin despedirse, subiendo los escalones de dos en dos.

—Perdona su actitud, Taka —dijo Gloria, encogiéndose de hombros con una expresión preocupada—. Desde que murieron mis padres… —hizo una pausa que se sintió interminable—. Digamos que todo ha cambiado. Entiendo que cada quien lleva el duelo a su manera, pero antes era un chico lleno de energía, siempre riendo, y ahora está marcado por la rabia y el resentimiento.

—La culpa la tiene su nuevo maestro —intervino su tío, con un tono igualmente preocupado.

—¿Nuevo maestro? —preguntó Takahiro.

—Sí —respondió Gloria, suspirando justo después—. Hace un mes, en las afueras de la villa, un hombre comenzó a dar clases de esgrima a algunos jóvenes. Era barato, y pensamos que a Miguel le vendría bien despejarse y desfogar su energía mediante la disciplina y el entrenamiento. Sin embargo, resultó ser todo lo contrario. Su ira y su agresividad han ido en aumento, y parece haberse vuelto casi completamente en nuestra contra. Cada dos o tres días se va, no sabemos nada de él, y cuando vuelve, está repleto de moretones por todo el cuerpo.

—Son marcas de bokken, es decir, de espada de madera o entrenamiento —les aclaró Takahiro—. Pero no es normal que tenga tantas —comentó, cruzándose de brazos con gesto pensativo—. Se supone que si lleva tan poco tiempo entrenando como habéis dicho, debería estar aprendiendo katas, guardias y distintas técnicas de agarre. Hasta pasado un tiempo no debería haber cuerpo a cuerpo.

Mientras estaban hablando, el joven bajó con un pequeño macuto con algunas cosas con la intención de marcharse. Entonces, Gloria se interpuso en su camino agrandando su cuerpo con los brazos.

—¿Dónde te crees que vas? —le preguntó, retóricamente.

—¿Y a ti que te importa? —le respondió Miguel, echándose a un lado para intentar pasar.

—Deberías hacer caso a tu hermana —intervino Takahiro—. Aunque quizá tengas razón, porque no es tu madre.

Todos se quedaron estupefactos al escuchar al peliverde.

—¿Eres espadachín, cierto? —preguntó Takahiro—. Entonces, podemos llegar a un acuerdo entre espadachines. Si logras darme un solo golpecito con tu espadita de madera, eres libre de marcharte, al menos hoy. En cambio, si no lo consigues y yo te golpeo con esta cucharilla —dijo mientras cogía la cuchara de su taza de café—, te quedas y obedeces a tu hermana. ¿Qué dices? ¿Aceptas el reto o te da miedo perder?

—No soy ningún cobarde —dijo el muchacho, soltando el petate al suelo—. ¡Quien golpea primero, golpea más veces, más fuerte y sin compasión! —dijo, justo antes de abalanzarse contra Takahiro, que no tuvo mucha dificultad en bloquear la ofensiva del muchacho.

—¿Quién te ha enseñado esa sarta de tonterías?  —le preguntó Takahiro, mientras que con su mano izquierda cogía la taza de café y le daba un sorbo—. ¿Tu sensei?

El joven estaba sonrojado de la ira y la vergüenza, pues el alférez había sido capaz de parar el ataque de una espada de madera con una simple cuchara, pero era todo práctica y experiencia. Si apretaba en el punto concreto del arma del contrincante, perfectamente podía pararla. Entonces, haciendo gala de un impresionante despliegue físico, Takahiro hizo retroceder la espada de entrenamiento del jovenzuelo y le golpeó en la frente con la cucharilla.

—He ganado —le dijo Takahiro—. Y si eres un hombre de honor harás caso a tu hermana y te irás para arriba a descansar.

El joven comenzó a dar un berrinche e intentó golpear a Takahiro con su bokken una y otra vez.

—¡Eres un tramposo! —se quejaba Miguel, haciendo movimientos erráticos con su espada.

—Tienes mucho que aprender —le dijo el peliverde, imbuyendo la cuchara de haki de armadura, haciéndola tornarse de un color negruzco, y rompiendo el boque con la misma, para luego colocarse al lado del joven y golpearlo en la nuca para dejarlo inconsciente—. Así que a dormir.
#1
Moderador Doflamingo
Joker
¡RECOMPENSAS POR AUTONARRADA T2 ENTREGADAS!


Usuario Takahiro
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