Takahiro
La saeta verde
31-07-2024, 11:30 PM
(Última modificación: 31-07-2024, 11:37 PM por Takahiro.)
Comienzos de verano, año 724.
Tres días antes…
—¡Soldado raso Kenshin, de nombre Takahiro! —exclamaba la voz de un teniente del cuartel del G-31 en el mar del este. Era un individuo bastante extraño, siempre con un ejercitador de antebrazos en la mano, apretándolo y aflojándolo cada poco tiempo. Su cabello era negro y puntiagudo, rapado por los lados y vestido de manera impecable—. ¿Qué le hemos dicho con respecto a la vestimenta en el cuartel? No puede ir vestido como le venga en gana. Tenemos una normativa muy clara con respecto a….
En ese instante Takahiro desconectó la mente continuamente. El uniforme de la marina era, además de poco estético, incómodo. Los pantalones demasiado apretados, las botas hacía que le sudaran los pies y le oliesen peste, y la parte superior tenía demasiadas capas. No aguantaba con ello. Y esa mañana tampoco iba tan mal. Ya no tenía puesto el chándal que tanto parecía disgustarle, sino que llevaba puesto sus mejores ropajes, perfectos para la batalla si alguien osaba atacar el cuartel.
—Debería tomarse la vida con más filosofía, teniente Murphy, de nombre Adam —le dijo el peliverde, mostrando la más calmada de sus sonrisas, mientras suspiraba con cierto desdén. Entendía la posición en la que se encontraba el teniente, pero no compartía el código de vestimenta tan estricto que quería que llevara—. No hay que juzgar un libro por su portada —sonrió—. ¡Júzgueme por mis actos como marine!
La mano del teniente comenzó a apretar y aflojar el ejercitador a más velocidad, haciendo que las venas de su brazo comenzaran a bombear más y más sangre, inflándose hasta aumentar su grosor considerablemente. Entonces, paró. Respiró hondo y clavó los ojos en Takehiro.
—La capitana Leclerc quiere verle en su despacho dentro de diecisiete minutos —le dijo, dando un giro de ciento ochenta grados en la conversación—. Intenta no llegar tarde, soldado.
—¡Si, señor! —se puso firme y le hizo el saludo militar.
Sin esperar ni un segundo, puso rumbo al despacho de la teniente Leclerc. Era la mujer más linda que había visto en aquel cuartel. De cabellos rojizos cogidos mediante una trenza de espiga que caía encima de su hombro derecho con delicadeza, de ojos ambarino, casi tan alta como él —rozando los dos metros— y gesto severo y arrogante. ¡Le encantaba! Aunque algo le decía que aquello iba a ser un amor imposible, casi platónico… Porque al igual que el teniente, también era una persona que estaba loca por el orden y las ordenanzas.
El lugar donde se encontraba el despacho de la teniente tenía una especie de sala de espera dos sillones dobles y otro individual. Allí se encontraban varios marines que había visto en el comedor, entre los que había también tres soldados rasos que entraron el mismo día que él. No había tenido la oportunidad de hablar con ellos, pero tenían cara de poco espabilados.
La capitana llegó junto al teniente Murphy, que no dudó en posar su severa mirada sobre Takahiro. Tras eso, entraron al despacho. Era un lugar bastante diáfano, con una mesa de madera, un sillón de piel marrón y dos estanterías repletas de libros.
—Disculpad el desorden —fue lo primero que dijo la capitana—. Pero estoy mudándome a este despacho y aún faltan bastante cosas por traer. Aunque algo me dice que nuestros novatos me ayudaran a hacerlo, ¿verdad?
«Si no queda más remedio…» —pensó, encogido de hombros.
—Bien. ¿Sabéis porqué estáis aquí? —preguntó, sin dar tiempo a que nadie diera una respuesta—. Por que os he escogido para una misión de reconocimiento en la isla de Oykot. Como podréis leer en el informe más detenidamente —el teniente entregó un informe a todos los que estaban allí presentes—. Uno de nuestros informantes nos ha dado un chivatazo. Un grupo de saqueadores tiene interés en causar el caos en la isla, saboteando la central hidroeléctrica para dejar la zona occidental de la isla sin electricidad y aprovechar la confusión y la anarquía para robar.
Continuó con los pormenores de la misión durante un rato más. Takahiro estaba nervioso, por fin iba a poder destacar como marine y hacer méritos para subir de rango. Llevaba meses en el cuartel y tan solo había hecho ejercicio, estudiado tácticas y limpiar. Estaba cansado de limpiar. Sin embargo, las últimas palabras de la capitana cayeron sobre él como un jarro de agua fría, rompiendo sus ilusiones.
—¿Me habéis entendido, novatos? —preguntó la capitana—. ¡No bajéis del barco! —reiteró, mirando fijamente a Takahiro—. Es una rueda de reconocimiento y os llevo para que veáis como funcionamos en alta mar y ver si sois capaces de navegar sin marearos. Es parte de vuestro entrenamiento como novicios.
—¡Señor, sí señor! —exclamaron los tres novatos casi al unísono, poniéndose firmes y saludando a la capitana, que no apartaba la mirada de Takahiro
—¿Está disconforme, soldado Keshin? —le preguntó, levantándose de su asiento.
De pie la capitana resultaba muy imponente, como si emitiera un aura intimidante que le hacía encogerse de hombros y agachar la cabeza. Sentía como si la sala se hubiera convertido en una olla a presión. Los ojos ambarinos de su superior eran como los de un felino de la sabana, que parecían clavarse en su espíritu y doblegarlo. Sin embargo, Takahiro era un bocazas incapaz de callarse nada. Estaba disgustado y se le notaba en la cara.
—Si le soy sincero, capitana… —dio un paso al frente, irguiéndose y mirándola a los ojos—. Un poco sí. Entiendo que estos tres se queden en el barco —comentó, señalando con un ademán de su mano derecha a los otros novatos—. No es por ofender, pero se nota que les falta un hervor. Pero yo me veo más que capacitado para ir con el resto y hacer una comprobación de la zona en busca de posibles maleantes.
—¡Soldado Kenshin! —intervino el teniente—. Como osa….
La capitana chasqueó los dedos y el teniente se calló de golpe. Caminó lentamente hasta colocarse frente Takahiro y redujo la distancia hasta apenas unos centímetros.
—¡Mira, novato! —espetó con una adustez que tensó el ambiente e hizo que Takahiro tragara saliva—. Quiero que te grabes esto en la cabeza, ¿entendido? No me caes bien, pero te llevo de misión porque me obligan desde arriba —le golpeó el pecho con el dedo índice—. Eres arrogante, bocón e insolente. Y con esa actitud tan solo puede ocurrir dos cosas: que te expulsen de la marina o que mueras en alguna misión por imbécil. Y estando bajo mi mando no va a ocurrir lo segundo, aunque no descarto que ocurra lo primero. ¿Me has entendido? Si un superior te dice que te pongas el uniforme, te pones el uniforme. Y sii te digo que te quedes en el barco, te vas a quedar en el barco. Y como abras la boca dormirás esta noche en el calabozo.
En la actualidad…
Estaba atardeciendo cuando el navío de la marina llegaba a las costas del reino de Oykot. Subió por el río hasta llegar a un puerto auxiliar en el que atracó. La capitana bajó junto al teniente y algunos marines más, completamente vestidos de paisano.
—Volveremos antes del amanecer —dijo la capitana—. Se queda al mando el sargento López.
—Señor, sí señor —dijeron los novatos.
—A sus órdenes, capitana —dijo con cierto desdén Takehiro, mientras sujetaba una escoba y limpiaba la cubierta, sintiendo como los pies le apretaban por culpa de las botas del uniforme.
«Que incómodo es esto»
Las horas pasaban lentas y tediosas. Los novatos estaban en el camarote principal, riendo y hablando de nimiedades sobre el cuartel. Lo cierto era que parecían buenos muchachos, aunque demasiado aniñados para su gusto. En cambio, el sargento no le quitaba el ojo de encima, mientras hacía como que leía un libro.
—Te han ordenado vigilarme, ¿no es así? —preguntó.
—Tenían miedo de que te fueras detrás de ellos —respondió, haciendo un gesto con las manos y muecas con la cara—. Deberías intentar ser más callado y obediente, Taka. ¿Puedo llamarte Taka?
—Sí, sin problema.
—Es cierto que estar aquí es un aburrido y poco lucrativo, pero todos hemos pasado por esto. Los escalones hay que subirlos de uno en uno, no de tres en tres. La capitana y, sobre todo, el teniente Murphy son muy estrictos con las normas. Así que te recomiendo, al menos hasta que te cambien de escuadrón, que intentes ser un elemento más de este mecanismo. Trata de aprender lo máximo posible de tus superiores y avanza hasta convertirte en la persona que estás destinada a ser.
—¿Pero que podemos aprender estando aquí? —cuestionó, apoyándose sobre la baranda del barco—. Una persona no puede aprender a ser un marine mediante libros y limpiando la cubierta. O hablando sobre los chismes del cuartel —dijo, señalando con el dedo índice hacia el interior del barco—. Yo opino que un marine se hace sobre el terreno.
El sargento sonrió.
—Te pareces mucho al comandante Yoshi —sus ojos parecía que iban a romper en lágrimas—. Te habrías llevado muy bien con él —añadió, haciendo entender al novato que ya no estaba entre los vivos—. Pero su imprudencia le hizo perder la vida. Y creo que Adam y la capitana opinan lo mismo que yo. Por eso son tan severos contigo y con el resto de novatos. No quieren que nadie más muera de manera innecesaria.
—Yo creo que cada ser de este vasto mundo tiene un destino que cumplir —dijo, cuidando sus palabras como rara vez lo hacía—. Hay personas que están destinadas a hacer grandes cosas, otras están destinadas a vivir mucho tiempo, mientras que hay otras que su destino es irse pronto de este mundo, ya sea dejando una huela muy grande en sus seres queridos como el comandante o, por el contrario, siendo irrelevante —hizo una pausa, sentándose en la cubierta—. Que alguien se caiga por la borda por accidente, no implica que ya no tenga que viajar más en barco por miedo a que me ocurra a mí. No sé si me entiendes.
—Sí, capto tu mensaje y tu forma de ver las…
—¡AAAAAAAAAH! —gritó alguien desde el puerto. Era una voz grave, que no paraba de gritar continuamente.
Ante eso, el novato soltó la escoba y saltó del barco sin tan siquiera pensarlo, dirección al chillido. No era muy lejos de allí, así que no tardaría en saber que estaba ocurriendo. Si había alguien en apuros lo salvaría, si era un error… Pues volvería rápidamente al barco y rezaría porque la capitana no se enterara.
—¡Sargento! —exclamó, ya desde fuera del barco—. ¡Voy ver que ocurre! ¡No tardo!
El barco desembarcó en la orilla este del reino, el lugar más peligroso debido a su pobreza y la delincuencia que había. Tener un barco de la marina allí atracado, seguramente alertaría a los criminales de la zona. ¿Sería eso lo que la capitana quería? ¿Agitar el avispero para que las ratas salieran de las cloacas? No tenía la menor idea. Sin embargo, mientras estaba absorto en sus pensamientos llegó al lugar de donde procedían los gritos.
Los chillidos procedían de un joven que apenas llegaría a la mayoría de edad, que se había subido a una farola huyendo de dos perros de gran tamaño.
—¡SOCORRO! —volvió a gritar—. ¡AYUDADME, POR FAVOR! ¡LOS PERROS ME QUIEREN MATAR!
—¡Baja de ahí! —le dijo Takahiro desde abajo—. ¡Que te vas a hacer daño!
Los perros al ver al marine le gruñeron, pero con unos aspavientos les hizo irse de allí. Cuando se perdieron por el horizonte, el muchacho bajó deslizándose por la farola. Era rubio, aunque empezaba a clarear por distintas partes de su cabeza, de ojos marrones, delgaducho y con muchas pecas en el rostro.
—Muchas gracias —le dijo, dándole un apretón de manos.
Sus manos eran fuertes y grandes para alguien de su complexión, con cortes por todos lados y duros callos en las palmas.
—De nada, hombre —le respondió, devolviéndole el apretón—. ¿Por qué diantres te estaban persiguiendo esos perros?
El muchacho se encogió de hombros y no respondió. Se mantuvo callado durante unos segundos que se hicieron eterno, haciendo que aquel momento fuera realmente incómodo. El marine no sabía que hacer, pero era consciente de que tenía que hacer algo.
—Sé que no me conoces de nada, pero si te ocurre algo puedes confiar en mi —le dijo, poniendo la mano sobre su hombro y agachándose lo suficiente como para mirarlo de frente a los ojos—. ¿De acuerdo?
Al decirle esas palabras, el muchacho se puso a llorar.
«A fin de cuentas es un crío», pensó, dándole un trozo de papel medio sucio que tenía en el bolsillo para que se secara las lágrimas.
—Me he metido en un lío con los hermanos Green —le dijo—. Dicen que les debo dar un porcentaje de mis ventas en la lonja de pescado si quiero continuar pescando. Pero yo no tengo que pagarles nada. Me levanto muy temprano cada vez que voy a pescar. Estoy días y días en alta mar para conseguir las mejores piezas para mis clientes. ¿Porqué diantres debería pagarles? Me niego.
Con cada palabra que decía venían a su cabeza flashbacks de su propio pasado, de cómo su tío se dejó extorsionar hasta perder la fortuna y la empresa familiar. El semblante de Takahiro se tornó serio, apretando su puño hasta hacerse un arañazo en la palma de la mano. Respiró hondo y volvió a cambiar su rostro, volviendo a mostrar una sonrisa tranquilizadora.
—Tú no te preocupes —le dijo—. Acompáñame al barco. Hablamos con mi capitana y lo solucionaremos todo.
Pero antes de poder ir a ningún lado, un grupo de cinco personas se acercaron a ellos.
—Vaya, vaya… —dijo uno de ellos. Un señor calvo, vestido con unas bermudas piratas y camisa con estampado floral. De algo más de dos metros veinte, bastante fornido y con un tatuaje en la pierna derecha—. Pero si es el truchero que no quería pagar —el muchacho se escondió tras el marine.
—Y con un amigo marine, nada más y nada menos —saltó otro individuo, más delgaducho, pero igual de calvo. Vertido con unas bermudas de color rosa y una camisa blanca completamente abierta—. ¿Acaso estás hablando de lo que no tienes que hablar?
—¿Estás insinuando que es una rata, Joseph? —preguntó el gordo.
—No me gustan las ratas, jefe —añadió otro de los hombres, cuya apariencia de hooligan hacía vislumbrar que no era una persona que atendiera a razones.
Sin darse cuenta habían sido rodeados, dejando una única vía de escape: el río. El marine llevo la mano a donde debía estar su katana, pero recordó que no había salido armado.
—¡Mierda! —se quejó, pensando en voz alta.
—¿Te ocurre algo, marinerito? —preguntó el gordo.
—Sí —le respondió sin tan siquiera pensarlo—. Que el olor de tu sobaco llega hasta aquí y me resulta nauseabundo —le dijo, haciendo la vena de su frente se hinchara al ver como uno de sus hombres reía ante esa broma—. ¡Buaaaagh! —imitó el sonido de una arcada.
Ante eso hizo una señal y uno de sus hombres le atacó. En sus manos portaba un bate de béisbol de madera, así que era su oportunidad para obtener un arma. En cuanto estuvo frente a él se echó a un lado y agarró el bate con las manos. Forcejeó durante unos instantes hasta que el maleante le dio un cabezazo. Fue un dolor incómodo, pero no fue lo suficiente como para hacer caer al marine.
—Así que esas tenemos, ¿verdad? —Takahiro hizo exactamente lo mismo, acercó a su contrincante dando un fuerte tirón del bate y le dio un cabezazo. La diferencia de altura hizo el resto. Al propinarle un golpe ascendente le rompió la nariz, haciendo que de ella brotara un mar de sangre. Eso hizo que aflojara las manos, le arrebató el bate y como si se tratara de una espada le propinó un golpe en el costado, seguido de otro a la altura del cuello—. Uno menos. Faltan cuatro.
—¿Pero que estás haciendo? —le dijo el muchacho, que parecía que iba a romper a llorar de nuevo.
—¡Ayudarte! —le respondió—. Por cierto, no me has dicho como te llamas.
—No importa ya. Estamos muertos.
—Eres el rey del drama —dijo, sonriente—. Tan solo quédate detrás de mí. ¡Vamos! ¿Quién el siguiente?
Se aferró al bate de béisbol con ambas manos, sujetándolo en guardia neutra mientras flexionaba sus piernas. No era una espada de verdad, pero tampoco se diferenciaba mucho de un bokken de entrenamiento.
«Lo normal sería que atacasen los otros dos secuaces, a fin de cuentas, somos un adolescente llorón y yo, un simple marine novato con un bate de madera»
Su razonamiento, aunque lógico, no fue el acertado. El más delgado de los hermanos Green sacó una pistola y disparó al cielo dos veces, haciendo que un escalofrío recorriera la espalda Katahiro.
—¡¿Una pistola?! —preguntó con cierta ira—. No hay honor en las armas de fuego. ¡Enfréntate a mi como un hombre!
Y de pronto un tercer disparo resonó en el lugar. Sin embargo, ese último tiro impactó en la muñeca del calvo, que se vio forzado a tirar su pistola al suelo mientras gritaba de dolor.
—¡Quedáis apresado en nombre de la marina del gobierno mundial! —exclamó el teniente Murphy, mientras se acercaba junto al sargento López y la capitana.
Los delincuentes soltaron sus armas y pusieron las manos sobre la cabeza, que fueron esposados uno a uno. La capitana fue la última en llegar, poniendo la mano sobre el hombro de Takehiro que continuaba con el bate de béisbol en ristre.
«Me la voy a cargar», pensó Takehiro, concierto temor.
—Ya puedes bajar el arma, soldado Kenshin —le dijo, mientras tragaba saliva y se encogía de hombros—. Lo has hecho bien.
—¿En serio? —le preguntó el marine con sorpresa, bajando el bate y se girándose de golpe.
Las palabras de la capitana decían una cosa, pero su gesto y su mirada decían algo completamente distinto. No estaba para nada contenta, algo que corroboró al no recibir una respuesta a su pregunta.
—Me llamo Mikel —le dijo el jovenzuelo, mientras temblaba de miedo.
—Yo soy Katahiro —le agarró del cuello con el hombro con energía—. Y relájate, hombre.
*****
El joven los acompañó al barco y allí testificó en contra de los hermanos Green y las fechorías que llevaban años cometiendo en contra de los pescadores. Sin embargo, aún quedaba un largo camino por recorrer para eliminar completamente la delincuencia de aquella isla. En lo que concernió a la misión, dio la casualidad que los hermanos Green eran los maleantes que iban a encargarse de sabotear la planta hidroeléctrica. Sin embargo, el cuartel envió una brigada para custodiar las instalaciones e impedir cualquier tipo de ataque.
Al día siguiente pusieron rumbo al cuartel del G-31.
Katehiro Kenshin miraba fijamente la puerta cerrada de la sala de reuniones del barco. Esperaba con ansia que la capitana y el teniente terminara de hablar con el sargento López y poder entrar, cuando dieron las once de la mañana la puerta se abrió. El sargento pasó por su lado, guiándole un ojo, y una voz imperante le dijo que entrara.
Aquella no era la primera vez que le iban a regañar. Había ido al despacho de algún superior tres o cuatro veces en el poco tiempo que llevaba destinado en el mar del este. Todavía recordaba la sensación que tuvo cuando le reclamaron algo por primera vez, sin embargo, algo le decía que aquella vez iba a ser distinto. No iban a regañarle por no llevar el uniforme o por entrar a cagar en el baño femenino del cuartel.
—¿Qué le habíamos dicho, Soldado Raso Kenshin? —le preguntó el teniente, en cuya voz no se atisbaba ni un ápice de simpatía.
Se encontraban en un camarote con una gran mesa rectangular, con diez sillas, un proyector y una pantalla blanca. En un lateral había un mapa del mar del este y en otro un corcho con carteles de se busca clavados ordenadamente con chinchetas. La capitana estaba sentada, mientras que el teniente se postraba de pie junto a ella.
—Que no saliera del barco, teniente —le respondió con inquietud.
—¿Entonces? —prosiguió la capitana—. ¿Poque ha incumplido la única orden que le he dado? ¿Qué hubiera pasado si el sargento López no se hubiera puesto en contacto con nosotros y hubieramos aparecido?
Takehiro se mantuvo callado durante un breve instante, pensando cuales eran las palabras apropiadas que pudieran librarle del lio en el que se había metido.
—Responda rápido, soldado. No vamos a estar aquí todo el día —intervino de nuevo el teniente.
—Por que era lo correcto —respondió. La zozobra que se estaba apoderando de Takahiro se fue en el preciso momento en el que abrió la boca—. Estaba en cubierta hablando con el sargento López. Escuché un grito de auxilio y no dudé en ir a ver que estaba ocurriendo —continuó—. ¿Qué fue inconsciente por mi parte? Seguramente sí, sobre todo porque no me fui armado. Pero era lo que tenía que hacer —Hizo una breve pausa, acercándose más hacia la mesa en la que estaba sentada la capitana—. Yo no me alisté en la marina para estar barriendo un barco, pelando patatas o hablando de los chismes del cuartel como los otros tres papanatas que no saben andar sin que alguien le guíe. Yo me he alistado para defender a los indefensos, vivir aventuras y cambiar el mundo.
Antes de que el marine continuara hablando, la capitana le deslizó por la mesa dos carteles de se busca. Eran de los hermanos Green. Patrick “el flaco” Green, con una recompensa de ocho millones de berries. Y Joseph “el chico” Green, con una recompensa de cinco millones y medio.
—Aún no lo captas, ¿verdad? —le preguntó la capitana, haciendo un ademán con la cabeza y mirando de reojo a Murphy—. En ningún momento te hemos dicho que no ejerzas tu deber para con el mundo como marine. Es más, nuestra obligación es siempre la de defender al inocente. Sin embargo, mi brigada no funciona de esa forma. Tenemos una serie de normas y unos protocolos que debemos cumplir. Disciplina y métodos, esas son las dos premisas de esta brigada —la capitana le hizo una señal al teniente Murphy, que le entregó una carta a Takahiro. Estaba sellada por la misma capitana, con un sello de cera con el emblema de la marina.
—¿Qué es esto? —preguntó alzando una ceja—. ¿Mi carta de despido? —bromeó al final.
—No vamos a expulsarte—le respondió, mostrándole una sonrisa que enamoró hasta las trancas al joven marine, que lo dejó embelesado—. Al menos no por ahora —bromeó, tornando su rostro al serio de siempre—. Debes tener en cuenta que la marina es un organismo que esta conformado por mucho tipo de personas distintas. A fin de cuentas, no todas las misiones son iguales. Hay personas que sirven para estar en un despacho organizando papeles, otras sirven para infiltrarse o recabar información y hay otras, como es tu caso, que con una instrucción adecuada seréis más efectivos en el campo de batalla. Yendo de frente contra los malos. En resumen, que me voy por las ramas. La carta que te he entregado es un informe de nuestros superiores para cambiarte a la brigada de la capitana Montpellier. Ella sabrá exprimir todo lo que llevas dentro. Solo espero que no nos eches de menos.
—A unos más que otros —le guiñó un ojo al teniente Murphy, que sacó su ejercitador y comenzó a apretarlo y aflojarlo con cierta velocidad—. Una última pregunta, ¿ha dejado el tabaco y de ahí el ejercitador o es por otra razón?
—No es de su incumbencia, Kenshin —le respondió—. Así que ya puede marcharse.
El joven espadachín de la marina realizó el saludo militar, dio media vuelta y se fue en dirección a su próximo destino: el batallón de la capitana Montpellier.