Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Aventura] [T3] Hogar Sangriento Hogar
Arthur Soriz
Gramps
[ · · · ]

?? de Invierno
Año 724

Frente a tus ojos una amplia puerta de madera maciza detiene tu andar. A ambos costados de dicha puerta hay dos guardias fornidos que te miran de reojo sin virar sus cabezas. No es que te menosprecien o te expresen desdén... tan solo están haciendo su trabajo y además no es la primera vez que te han visto la cara por estos lares. Pocos minutos tienes que esperar, que desde el interior de la habitación se escucha un raudo "Que pase" casi tajante, directo y sin vueltas. La voz inconfundible de la corredora con la que, hasta día de hoy, te habías aliado.

Uno de los guardias abrió la puerta para ti, una aprobación velada mientras volteaba la mirada al frente, invitándote a dar paso adelante y entrar. Una vez cruzaras el umbral verías frente a ti a la misma mujer de siempre. Esbelta, de vestimenta seria, con un sombrero de ala sumamente extensa puesto sobre el escritorio tras el que estaba sentada. Con su cabellera rojiza suelta cayendo de manera fluida por sobre sus hombros. Te miró, su expresión completamente neutral. Te mira rauda de pies a cabeza, haciendo un ademán con la cabeza para que te sentaras en la silla que estaba frente al escritorio, directamente enfrente a ella.

Se cruzó de piernas, cómoda. Sin tardanza, sin darte la chance de hablar, fue ella la que habló.

Sé por lo que vienes, pero hay una pregunta que sí quiero que me respondas... ¿por qué? —no parecía importarle realmente. Si te preguntaba algo así era para llevar un registro, tenerlo en mente para futuro. No fuera a hacer que le salieras de pronto con un balazo por la nuca; aunque nunca le diste razones para dudar hasta ahora. Por la ventana detrás de ella se veía el resto de la ciudad de Skjoldstad, y no muy a lo lejos el salón de Hrothgard... se podría decir que aquella mujer tenía una posición privilegiada como corredora del bajo mundo, y ahí estabas tú... queriendo meterte de lleno en este no como tan solo un animal de cacería, sino como aquel que lleva las correas.

Y por sobre todas las cosas... ¿cómo pretendes hacerlo? —preguntó, desviando su mirada hacia las uñas de su mano derecha, primero doblando los dedos contra su palma, y luego estirándolos viendo el dorso de su mano levantando ligeramente el mentón. Te miró de reojo, expectante de una respuesta que pudiera considerar satisfactoria. No te estaba juzgando ni te estaba midiendo... eso ya lo había hecho ya antaño con todo lo que habías hecho por ella, y para ella.

No, esto era diferente... quería cerciorarse de que estuvieras verdaderamente preparado para dejar de ser tan solo un soldado, y convertirte posiblemente en otro colega más... ¿Amigo? No, en este mundo no hay amigos, solamente un escalón más en el que poder apoyarte para seguir escalando. Ella misma lo aceptaba, tenía su lugar... esperando pacientemente porque el siguiente asiento se libere y poder ascender.

Lo mismo querías tú.

No me debes favores, ni yo te debo ninguno a ti —hizo una pausa, irguiéndose en su silla—... que yo recuerde.
#1
Ubben Sangrenegra
Loki
Personaje


Estar en Skjoldheim era como llevar una astilla clavada en la carne, una herida que nunca terminaba de sanar. Cada calle, cada esquina, evocaba recuerdos que se entremezclaban con la nostalgia y el resentimiento. A veces, la imagen de su infancia se dibujaba con la calidez de risas compartidas entre amigos y primos, pero otras, la sombra de aquellos primeros días de fuga oscurecía cualquier atisbo de dulzura. Con solo doce años, se había visto obligado a esconderse del mundo junto a su padre, sin entender del todo por qué la vida que conocía se desmoronaba ante sus ojos.

Durante años, pasó frente a aquella puerta sin reparar demasiado en ella. Era solo una más en la maraña de calles que conocía de memoria, un umbral sin rostro ni historia para él. Nunca se preguntó quién vivía allí ni qué tipo de negocios se llevaban a cabo tras esas paredes. Pero el tiempo no se detenía, y ahora, más de quince años después, aquella puerta ya no era un misterio.

Heimdall había sido la primera en mirarlo con ojos calculadores, la primera en ver en él algo más que un niño fugitivo. Le ofreció un camino alternativo, una manera de ganarse la vida a espaldas de su padre, con la promesa implícita de cierta protección… al menos dentro de los límites de Skjondheim inicialmente. Hacía poco que había regresado a Skjoldhaim, y lo primero que hizo fue presentarse nuevamente ante quien aún consideraba su jefa… o al menos, eso pretendía.

Fue ella quien lo recibió en el puerto, con la misma apatía de siempre, sin una pizca de emoción en su expresión. Sin embargo, lo recibió personalmente... después de todo, él no era un simple perro de los mandados. Aquél mismo día, el bribón pactó con ella una reunión para discutir ciertos negocios. Esperaba concretar algo que le permitiera ganar poder en el inframundo, afianzar su posición entre las sombras. Por eso estaba ahora allí, frente a esa puerta, entre dos matones que la custodiaban. No necesitó decir nada; al reconocerlo, simplemente esperaron la orden de la jefa antes de permitirle el paso.

Y ahí estaba ella. Fría y bella, como siempre, tal como el gélido páramo de Skjoldhaim. Heimdall lo recorrió con la mirada, escudriñándolo, analizándolo con ese ojo gélido que le caracterizaba. Ubben, por su parte, respondió con su habitual descaro, llevando una mano tras la nuca y adoptando una pose sensual, como si fuera la portada de alguna revista. Heimdall sabía perfectamente con quién trataba. Conocía su humor, su desfachatez, su descaro innato… y aún así, lo había mantenido en su alero. No necesitó decir nada para indicarle que tomara asiento. Ubben captó el gesto y simplemente asintió, acomodándose con aqulla sonrisa ladina tan natural en él.

Las primeras palabras de la mujer fueron directas, por lo que Ubben, respondió con la misma franqueza. —En un barco no pueden haber dos capitanes, querida… ambos lo sabemos.— La analogía era clara y directa, sin dejar espacio para dudas. No obstante, no hablaba de su propia posición, sino de las reglas del juego. —Sin embargo, dos capitanes aliados pueden iniciar una flota…— Añadió dando una pequeña clarificación de que no tenía la intención de ponerse en su contra. Mientras hablaba, el bribón deslizó su mano dentro de la camisa, extrajo una cajetilla de cigarrillos y la extendió ofreciendo un cigarrillo antes de tomar uno él —Lo primero es dar un mensaje… un par de muertos por aquí, un par de sobrevivientes por allá.— Dijo con calma, como si estuviera hablando de cualquier cosa menos de vidas humanas, como si los destinos de aquellos a quienes nombraba fueran simplemente piezas de un tablero, cada una intercambiable por algo más útil. —Que se enteren de que estoy aquí y que no quieren tenerme de enemigo.— Sentenció calmo, para luego encender el cigarrillo.

Tomó una calada corta, reteniendo el humo unos segundos en sus pulmones antes de hablar nuevamente. —Tú sabes mejor que nadie que soy bueno en lo que hago… Conseguir información, ocultar información, eliminar cabos sueltos...— Expulsó el humo con suavidad, observando con sus dorados luceros a los de Heimdall, con la mirada fija en ella, esperando que comprendiera el peso de sus palabras. —Sorvolo también lo sabe, y gracias a ello pudiste extender tu influencia al East Blue.— Añadió con soltura, pues aquello había sido completamente mertio de él.

Al escuchar a Heimdall rechazar cualquier tipo de deuda entre ellos, Ubben no pudo evitar soltar una risa y asentir con una ligera inclinación de cabeza. —No. Tienes razón, no nos debemos nada… pero ambos sabemos que no pueden haber dos reyes en un mismo tablero sin ser enemigos.— Su tono se tornó más serio y frío durante un segundo —Y... aunque si lo pides bonito lo consideraría, tampoco me gusta mucho la idea de ser tu reina— El tono de su voz se suavizó nuevamente, dejando salir aquél descaro antes de sentenciar —Aunque, siendo sinceros, ya he coronado esa posición... por utilidad, claro...— Era consciente de su propio poder y de sus contactos no menores dentro de la revolución, y de que hacía bastante las piezas se movían a su favor no por suerte, si no estrategia propia. 

Sabía lo que una alianza con Heimdall podría significar para ambos, si lograba establecerse firmemente en el bajo mundo. —Aquí no hay amigos... Lo que hay, como mucho, son colegas de trabajo.— Dijo, alzando ligeramente las cejas mientras daba una larga calada a su cigarrillo. —Pero lo que sí existe, es la familia...— Dejó un momento de silencio, observando los ojos de Heimdall. —Y después de 16 años juntos en esto, si tú estás de acuerdo… podríamos formar una gran familia en las sombras.— Aquellas palabras fueron diferentes a todo el anterior lobby... el bribón siempre alardeaba, aunque no sin respaldo alguno, pero esta vez no estaba inflando el pecho para hacerse el importante... estaba dejando una oferta considerable sobre la mesa. 

El bribón de ojos dorados sabía que cada vínculo en ese mundo oscuro era un compromiso peligroso, pero también entendía que era la única manera de ascender. La visibilidad era un lujo que no podía permitirse. Ser una figura pública traía consigo más enemigos que aliados, algo que no necesitaba explicación para alguien con casi 100 millones de berris sobre su cabeza. La caza era constante, pero en las sombras, las reglas eran diferentes. Sabía que allí, en la penumbra donde nadie mira y todos se vigilan, era donde verdaderamente se encontraba el poder. Aquellos que gobiernan en la oscuridad, sin la mirada de la multitud sobre ellos, son los únicos que realmente gobiernan el mundo.



Relevantes
#2
Arthur Soriz
Gramps
"Aquí no hay amigos."

Esas cuatro palabras eran como música para los oídos de Heimdall, la cual tan solo asentía ligeramente con la cabeza dándote la razón. No tenía ganas de interrumpirte porque a fin de cuentas a veces es mejor dejar hablar a la gente con la posibilidad de que se les escape más de lo necesario y tener un poco más de ventaja o mejor dicho influencia sobre alguien porque se fueron de boca. Este no era el caso, no de momento al menos. Hizo caso omiso a tus intentos de hacerte el gracioso a pesar de que quizás esa no fuera tu intención de verdad. Ella ahora mismo estaba pensando en mil y un posibilidades, pero una de ellas le llegaba más a la cabeza.

Lo haces sonar asquerosamente cursi.

Contestó tajante, arrugando la nariz ante la mención de "familia". A ella no le gustaba expresarse con eufemismos, en especial cuando se trataba de este tipo de temas.

Si lo que quieres es dejar de ser un soldado y nada más... entonces me serviría que me quites de encima a algunas personas que ya están queriendo pasarse de listos conmigo —expresó desdén nada más mencionar a esta gente y eso que siquiera los había descrito aún. Cambió el cruce de sus piernas y siguió hablando en ese tono que casi parecía monótono—. Gente que a diferencia de ti, no han sido más que irrespetuosos... pensando que pueden tomar lo que no es suyo, diciendo que es 'hora de un cambio' en Skjoldstad... insolentes.

Suspiró suavemente, y aplaudió dos veces de forma sonora. Sin tardanza un empleado hizo acto de presencia entrando a la oficina.
Señorita Heimdall, ¿en qué le puedo ayudar?
Trae un mapa de la ciudad, a la de ya.
Sí, señorita.

Tras unos minutos, el joven muchacho hizo justamente lo que se le había ordenado, y fue echado tan rápido como llegó tan solo siendo necesaria una mirada de la pelirroja para lograrlo. Explayó el mapa frente a ti en el escritorio y agarró un bolígrafo, empezando a marcar círculos en rojo en varios puntos de la ciudad. Mirándote luego a los ojos volvió a hablar.

Esta gentuza está metida en varios lugares cercanos a lo que me pertenece y no quiere irse a no ser que les pague, ellos lo llaman "protección"... yo lo llamo extorsión ventajera. —comentaba la mujer irguiéndose y por ende recostando su espalda en el respaldo de su asiento. Estaba manteniendo la compostura bastante bien teniendo en cuenta la situación que te estaba planteando. — Aparecieron de la nada, con la llegada de los rumores del Hjalmar, el "barco fantasma" ese... han llegado personas creyendo que esto es tierra de nadie. —agregó acomodándose las gafas con un empujón de su dedo medio antes de continuar hablando. — Así que si quieres encargarte de ellos, en un acto de buena fe te dejaré el 'territorio' que ellos tan descaradamente han tomado para si mismos.

Propuso mostrando una clara expresión expectante. No pretendía darte parte de lo suyo, ni mucho menos sacrificar tiempo o recursos nada más para que empezaras tu 'emprendimiento' en este bajo mundo. Si querías ser parte de este y no tan solo alguien en la vereda de enfrente o caminando en medio de la calle, tendrías que hacerlo bajo tus propios méritos. Estos ya los tenías de antemano, ahora solo quedaba cosechar el fruto de tu labor.
#3


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 1 invitado(s)