
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
15-02-2025, 02:25 AM
Día 34 de invierno
El frío de Skjoldheim calaba hasta los huesos, pero Ragn apenas lo sentía. No porque se hubiera acostumbrado del todo, sino porque su mente estaba ocupada en algo más. Mientras cerraba su trato con el mercader de pieles, sus ojos seguían analizando el mercado con la atención de un cazador. El bullicio seguía, los regateos continuaban, pero había un matiz distinto en el ambiente. No era el tipo de tensión que precedía una pelea abierta, sino algo más silencioso, más sigiloso. La gente hablaba en susurros, sus movimientos eran más medidos. Su atención volvió a esos dos hombres al otro lado del mercado. Eran diferentes. No vestían como los habitantes de la isla ni como comerciantes. Sus ropas eran demasiado pulcras, sus rostros demasiado atentos. No buscaban comprar ni vender. Estaban observando. Ragn conocía bien ese tipo de presencia. Lo había visto antes en muchas islas, en distintos contextos. Gente que se movía con la calma de quien no quiere llamar la atención, pero que inevitablemente lo hacía. No eran simples visitantes, y eso significaba que algo se cocía en Skjoldheim. Desvió la mirada como si no los hubiera notado y continuó con su compra. Su mano alcanzó su bolsa de monedas con la misma naturalidad con la que alguien podría llevarse una manzana a la boca, pero su mente estaba en otro sitio.
—Buen trato. —Dijo el mercader con una sonrisa aprobatoria mientras tomaba el pago y entregaba las pieles.— Si necesitas más, ya sabes dónde encontrarme. — Ragn asintió, recogiendo su mercancía sin apuro. No tenía sentido actuar con prisa. Si esos hombres estaban observándolo, lo mejor era seguir con su rutina como si nada pasara. Pero su instinto le decía que pronto, muy pronto, habría movimiento. Se giró lentamente, fingiendo interés en un puesto de armas cercano, pero su atención seguía puesta en esos dos. Uno de ellos se cruzó de brazos y susurró algo al otro. Un pequeño intercambio, casi imperceptible, pero lo suficiente para que Ragn supiera que hablaban de él. Algo estaba por suceder. Y Ragn estaba listo. El ajetreo del mercado continuaba con normalidad, pero para Ragn, cada sonido, cada conversación de fondo y cada movimiento adquirían un peso diferente. Sus sentidos estaban afinados, su instinto gritaba que esas dos figuras no estaban ahí por casualidad.
Ajustó la bolsa de pieles en su brazo, fingiendo que revisaba una espada en un puesto cercano. El acero tenía buena forma, pero su atención seguía en los hombres al otro lado del mercado. Uno de ellos se apoyó en una pared de piedra, mientras el otro se movía con calma entre los puestos, deteniéndose ocasionalmente, como si examinara la mercancía. Pero Ragn vio más allá de su actuación. Sus pasos eran demasiado controlados, sus gestos demasiado medidos. No eran comerciantes. No eran cazadores ni marineros.
Eran algo más.