King Kazma
Shiromimi
06-08-2024, 08:55 PM
5 de Verano del 724
Para el poco tiempo que estuvieron en esa isla, lo cierto era que habían hecho bastante. Él mismo había salvado al alcalde del pueblo de una muerte segura a manos de unos bandidos a cambio de dinero. Estuvo aquel tema con los bandidos que querían secuestrar a la hija del dueño de la posada en que se alojaban. Y luego todo el tema d Goa… Si en aquel pueblo nunca pasaba nada interesante, ya podían agradecerles a ellos por amenizarlo un poco. Aunque lo de Goa no era exactamente en el pueblo, pero tarde o temprano llegarían hasta Fosha buscándolos. No podían quedarse mucho tiempo o los encontrarían en cuanto acabasen de peinar el bosque. Pero podían darse el lujo de descansar y avituallar el barco para el viaje. En la isla no había muchos marines, y los guardias del reino tenían mucho trabajo como para dedicar personal a peinar la isla entera en busca de unos piratas, así que tardarían un tiempo en dar por finalizada la búsqueda en el bosque y para entonces ya estarían en alta mar rumbo a su próximo destino.
Quedarse quieto leyendo, aunque le gustara, no le ayudaría en nada si era lo que hacía todo el tiempo que tenía libre. Viajar por el East Blue era factible, sencillo relativamente, y los enemigos que podían encontrar no eran extremadamente poderosos. Pero el plan no era quedarse en el East Blue de por vida, y era sabido que en Grand Line habitaban auténticos monstruos. No sólo bestias descomunales, sino también personas tan poderosas que eran capaces de arrasar islas enteras por sí mismas. Era una perspectiva aterradora, la verdad. Uno de los muchos motivos por los que el grueso de la gente no se convertía en pirata a pesar de la libertad que ello ofrecía, o en marine a pesar del sueldo fijo… Debía hacerse más fuerte, entrenar, mejorar su físico a pesar de que para los estándares de aquel mar fuera más que suficiente. Además, el hecho de tener una Akuma no Mi podía haberle nublado el juicio y hacer que se creyera más poderoso de lo que era en realidad. Cierto que era un poder útil y peligroso, pero no era el único con una de esas frutas, y había gente ahí capaz de enfrentarse a ello, estaba seguro.
Por el momento, correr por el bosque parecía una buena forma de reforzar sus piernas, que eran uno de los pilares de su forma de pelear. A ver, era un conejo, obviamente sus piernas iban a ser más poderosas que las de otras personas e iban a ser importantes para combatir, eso no sorprendía a nadie. Pero mejorar un punto fuerte era tan bueno como paliar los puntos débiles, y en ese pueblo no sabía si había donde entrenar de alguna otra forma. El bosque era tranquilo, un lugar perfecto para entrenar sin que nadie le interrumpiera y que le daba una curiosa sensación de familiaridad. No por los libros, que estaban hechos de la madera de los árboles, por supuesto. La sensación era más visceral, más innata. Algo en él se sentía atraído hacia la naturaleza y le urgía a correr y saltar. Los bosques podían esconder muchos peligros, pero por norma general le gustaban, los consideraba territorio “aliado” por así decirlo, y se sentía como si estuviera en casa. No en casa casa, pues eso implicaría volver a un lugar en el que todos los niños de su edad se metían con él o lo trataban como una mascota y en el que sus padres sólo le decían que aguantara, que la vida era dura. Era la expresión, un lugar en el que estaba a gusto.
Pero pronto se topó con los peligros que aquel bosque ocultaba. Ellos parecían tan sorprendidos como él por encontrarse allí, en medio de la espesura. Se trataba de unos humanos con aspecto más bien de rufián. Eran cuatro y no dudaron en sacar sus armas en cuanto lo vieron. Tres espadas y una pistola. Les encantaba atacar con armas a la gente desarmada. – ¡Ahí estás! Nos has ahorrado la molestia de buscarte por el pueblo, conejo de mierda. ¡Pagarás por cargarte a mis subordinados! – Vale, ahora todo encajaba en la cabeza de King. Esos tipos eran compañeros, y probablemente el jefe por lo que estaba diciendo, de los dos tipos que había matado para proteger al alcalde de Fosha. Sabía que eso podía traerle problemas. Pero no se imaginaba que en un par de días se pusieran a buscarlo. – Ellos atacaron primero. ¿No has oído hablar de la legítima defensa? – Protestó, obviamente molesto porque ellos le recriminaran el haber acabado con sus compañeros cuando dichos compañeros no tenían reparo alguno en acabar con él. La gente era extremadamente egoísta, querían hacer lo que les diera la gana pero sin repercusiones… Él quería ser libre y hacer lo que quería también, pero sabía que había consecuencias esperando a todos sus actos al margen de la ley.
El jefe dio la orden y los tres bandidos que le acompañaban se movieron para atacar. Tenían superioridad numérica, pero él tenía ventaja táctica. Saltó hacia atrás, se agachó y hasta saltó cuando uno de ellos trató de rebanarle los pies con su espada. Esperó al momento en que a uno de ellos se le atascó la espada en un árbol. No había que luchar con espadas en lugares poco espaciosos. Con una patada logró desarmar a otro, que se sujetó la muñeca mientras profería un grito de dolor. ¿Fracturada? Era posible. Al tercero lo engañó para que atravesara a su compañero, el cual todavía trataba de liberar la espada del tronco. Ahora le tocaba atacar. Saltó hacia delante y propinó una serie de puñetazos veloces a la espalda del tipo que todavía no creía haber ensartado a su propio compañero con la espada. Algo hizo “crack” en su espalda y dejó de ser capaz de mantenerse en pie. El de la muñeca dañada corrió despavorido mientras que el jefe… ¡PUM! Un hilo de sangre le recorrió el blanco pelaje del brazo. Esa bala le había rozado el hombro. Echó a correr y saltar, poniendo en medio cuanto árbol podía hasta que simplemente desapareció. En realidad había saltado muy alto para encaramarse al árbol, dando la falsa ilusión de desaparecer. Eso le permitió abalanzarse sobre él desde lo alto, tirándolo al suelo y lanzando su pistola entre la maleza. Entonces procedió a darle puñetazo tras puñetazo en rápida sucesión en la cara. Las plantas cercanas, sus puños, su ropa y parte de su pelaje acabaron salpicados de rojo y el tipo que estaba bajo él ya no respiraba. Si tenían los cojones de matar a los demás, debían estar preparados para morir en cualquier momento.
Para el poco tiempo que estuvieron en esa isla, lo cierto era que habían hecho bastante. Él mismo había salvado al alcalde del pueblo de una muerte segura a manos de unos bandidos a cambio de dinero. Estuvo aquel tema con los bandidos que querían secuestrar a la hija del dueño de la posada en que se alojaban. Y luego todo el tema d Goa… Si en aquel pueblo nunca pasaba nada interesante, ya podían agradecerles a ellos por amenizarlo un poco. Aunque lo de Goa no era exactamente en el pueblo, pero tarde o temprano llegarían hasta Fosha buscándolos. No podían quedarse mucho tiempo o los encontrarían en cuanto acabasen de peinar el bosque. Pero podían darse el lujo de descansar y avituallar el barco para el viaje. En la isla no había muchos marines, y los guardias del reino tenían mucho trabajo como para dedicar personal a peinar la isla entera en busca de unos piratas, así que tardarían un tiempo en dar por finalizada la búsqueda en el bosque y para entonces ya estarían en alta mar rumbo a su próximo destino.
Quedarse quieto leyendo, aunque le gustara, no le ayudaría en nada si era lo que hacía todo el tiempo que tenía libre. Viajar por el East Blue era factible, sencillo relativamente, y los enemigos que podían encontrar no eran extremadamente poderosos. Pero el plan no era quedarse en el East Blue de por vida, y era sabido que en Grand Line habitaban auténticos monstruos. No sólo bestias descomunales, sino también personas tan poderosas que eran capaces de arrasar islas enteras por sí mismas. Era una perspectiva aterradora, la verdad. Uno de los muchos motivos por los que el grueso de la gente no se convertía en pirata a pesar de la libertad que ello ofrecía, o en marine a pesar del sueldo fijo… Debía hacerse más fuerte, entrenar, mejorar su físico a pesar de que para los estándares de aquel mar fuera más que suficiente. Además, el hecho de tener una Akuma no Mi podía haberle nublado el juicio y hacer que se creyera más poderoso de lo que era en realidad. Cierto que era un poder útil y peligroso, pero no era el único con una de esas frutas, y había gente ahí capaz de enfrentarse a ello, estaba seguro.
Por el momento, correr por el bosque parecía una buena forma de reforzar sus piernas, que eran uno de los pilares de su forma de pelear. A ver, era un conejo, obviamente sus piernas iban a ser más poderosas que las de otras personas e iban a ser importantes para combatir, eso no sorprendía a nadie. Pero mejorar un punto fuerte era tan bueno como paliar los puntos débiles, y en ese pueblo no sabía si había donde entrenar de alguna otra forma. El bosque era tranquilo, un lugar perfecto para entrenar sin que nadie le interrumpiera y que le daba una curiosa sensación de familiaridad. No por los libros, que estaban hechos de la madera de los árboles, por supuesto. La sensación era más visceral, más innata. Algo en él se sentía atraído hacia la naturaleza y le urgía a correr y saltar. Los bosques podían esconder muchos peligros, pero por norma general le gustaban, los consideraba territorio “aliado” por así decirlo, y se sentía como si estuviera en casa. No en casa casa, pues eso implicaría volver a un lugar en el que todos los niños de su edad se metían con él o lo trataban como una mascota y en el que sus padres sólo le decían que aguantara, que la vida era dura. Era la expresión, un lugar en el que estaba a gusto.
Pero pronto se topó con los peligros que aquel bosque ocultaba. Ellos parecían tan sorprendidos como él por encontrarse allí, en medio de la espesura. Se trataba de unos humanos con aspecto más bien de rufián. Eran cuatro y no dudaron en sacar sus armas en cuanto lo vieron. Tres espadas y una pistola. Les encantaba atacar con armas a la gente desarmada. – ¡Ahí estás! Nos has ahorrado la molestia de buscarte por el pueblo, conejo de mierda. ¡Pagarás por cargarte a mis subordinados! – Vale, ahora todo encajaba en la cabeza de King. Esos tipos eran compañeros, y probablemente el jefe por lo que estaba diciendo, de los dos tipos que había matado para proteger al alcalde de Fosha. Sabía que eso podía traerle problemas. Pero no se imaginaba que en un par de días se pusieran a buscarlo. – Ellos atacaron primero. ¿No has oído hablar de la legítima defensa? – Protestó, obviamente molesto porque ellos le recriminaran el haber acabado con sus compañeros cuando dichos compañeros no tenían reparo alguno en acabar con él. La gente era extremadamente egoísta, querían hacer lo que les diera la gana pero sin repercusiones… Él quería ser libre y hacer lo que quería también, pero sabía que había consecuencias esperando a todos sus actos al margen de la ley.
El jefe dio la orden y los tres bandidos que le acompañaban se movieron para atacar. Tenían superioridad numérica, pero él tenía ventaja táctica. Saltó hacia atrás, se agachó y hasta saltó cuando uno de ellos trató de rebanarle los pies con su espada. Esperó al momento en que a uno de ellos se le atascó la espada en un árbol. No había que luchar con espadas en lugares poco espaciosos. Con una patada logró desarmar a otro, que se sujetó la muñeca mientras profería un grito de dolor. ¿Fracturada? Era posible. Al tercero lo engañó para que atravesara a su compañero, el cual todavía trataba de liberar la espada del tronco. Ahora le tocaba atacar. Saltó hacia delante y propinó una serie de puñetazos veloces a la espalda del tipo que todavía no creía haber ensartado a su propio compañero con la espada. Algo hizo “crack” en su espalda y dejó de ser capaz de mantenerse en pie. El de la muñeca dañada corrió despavorido mientras que el jefe… ¡PUM! Un hilo de sangre le recorrió el blanco pelaje del brazo. Esa bala le había rozado el hombro. Echó a correr y saltar, poniendo en medio cuanto árbol podía hasta que simplemente desapareció. En realidad había saltado muy alto para encaramarse al árbol, dando la falsa ilusión de desaparecer. Eso le permitió abalanzarse sobre él desde lo alto, tirándolo al suelo y lanzando su pistola entre la maleza. Entonces procedió a darle puñetazo tras puñetazo en rápida sucesión en la cara. Las plantas cercanas, sus puños, su ropa y parte de su pelaje acabaron salpicados de rojo y el tipo que estaba bajo él ya no respiraba. Si tenían los cojones de matar a los demás, debían estar preparados para morir en cualquier momento.