2 al día 5 de Verano - 724
Seguía en shock, el muchacho aún no había sido capad de comprender el desenlace tan atroz y fugaz que había acontecido en el barco restaurante. No podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel cocinero cayendo al suelo, estampando su cráneo súbitamente al suelo por la inercia, tiñendo aquellas pulidas y abrillantadas maderas del bermejo color de la sangre. No tenía que acabar así, él mismo había concluido su conversación con el jefe de personal diciendo que él mismo lo había tenido en consideración al exponerse de esa forma, pero el resultado fue tan siniestro, cruento y frío, que era complicado de digerir para el joven de cabello violeta. La falta de explicación y argumentos para comprender el que le había llevado a intentar algo así, no había más que potenciar el trágico suceso que había tenido escena dentro de esas paredes.
Debido a las circunstancias, el rencor no ocupaba lugar en el corazón Byron. Quizás tuvo que hacerlo de otra forma, quizás ese afán de sacar a la luz al culpable le había cegado, las formas de proceder hacían sentir al zagal que lo único que quería era sentirse el protagonista en aquel pequeño teatrillo que había montado. Hablarlo primero con él, preguntar por sus motivaciones y contexto, comprender el mal que guardaba aquel hombre en su pecho. Aunque en el fondo él lo sabía, todos esos deseos idealistas y egoístas estaban manifestándose en su interior para aplacar la culpabilidad que sentía, después de todo, viéndolo de forma objetiva, este posiblemente era el mejor resultado que todos los presentes en el lugar podían esperar, pues quien sabe que escabechina podría haberse formado de no encontrar un culpable. Quizás por eso aquel individuo con peculiar acento reaccionó de esa forma tan inocua, la edad le habría dado la perspectiva que le faltaba al muchacho y el llegar rápidamente a esa conclusión, comprendió que no había nada que él pudiese hacer.
Esto, a pesar de lo incompresible que había sido para el chico, no era lo que más punzaba su mente, sino una pregunta mucho más primigenia, aun habiendo seguido una "orden coaccionada" al haber sido realizada ante un asesinato, ¿Quién era Byron? ¿Podía considerarse a sí mismo mejor que estas personas si se relacionaba con ellas? Ante esto, el chico no pudo evitar levantarse y dirigirse hacia uno de los barriles que guardaban agua potable en su interior. Así, quitó la tapa una vez lo tuvo ante si, y como si el agua fuese a limpiar las dudas de su cabeza, sumergió esta dentro del barril, y yació allí con la cabeza bajo el agua alrededor de un minuto. El acto fue inútil, a pesar del calmado silencio, los pensamientos seguían arremolinados sin dar tregua, sacó el cráneo de forma fugaz, y una vez abrió los ojos, el agua parecía haber sido transmutada, su mente lo había hecho ver la carmesí sangre de aquel hombre dentro del barril. Sin poder evitarlo, corrió hasta sacar la cabeza por la barandilla del barco y vomitó la leche que consumió en aquella cocina, irónicamente ya no quedaba nada dentro de él, proveniente de aquel lugar.
Lanzó su cabeza hacia atrás, goteando por todos lados su cabeza y cabello empapados, se quedó unos segundos mirando al cielo, no pudo evitar llevarse las manos a al rostro desencajado, bajando por este, lo rozaba con fuerza, pero sin llegar a lesionarse, estirando la piel dejando su semblante todavía más desencajando, sobre todo su mirada se vio afectada, dejando tras aquel movimiento unos párpados deformados, un claro reflejo de como se encontraba su alma. En ese momento recordó, aquellas historias sobre la piratería que Bernald contaba y maravillaban al muchacho, en aquellas narraciones siempre podía encontrar momentos tristes, y ninguna de ellas golpearon así al muchacho, incluso el propio pasado del chico era más duro y traumático que aquello que acababa de vivir, nunca se vino abajo. Dejando sus manos ceder a la gravedad, el chico dejó ver de nuevo su rostro al completo, una mirada de convicción acompañaban sus serios labios, había tenido un momento de flaqueza, pero nunca más, él ya conocía lo cruel que podía ser el destino, esto solo era una prueba más.
- Si vas a reaccionar así por una simple vida, igual no estás tan capacitado como los jefes creían.- Rompió el silencio aquel trajeado navegante.
- Solo necesitaba recuperar el aliento, nada más.- Contestó Byron de forma tajante, eran las primeras palabras que salían de la boca de aquel hombre, y aprovechando el inicio de conversación que él había propuesto preguntó.- ¿Así se las gastan los Blackmore? ¿O solo los matones afiliados?- De nuevo, ahí estaba el silencio, claramente aquel sujeto no iba a contestar ninguna de sus preguntas.- En fin, no me importa... No es asunto mío, al fin y al cabo, todos tenemos un prohibido deseo guardado en lo más profundo... Aunque algunos se dejan llevar más que otros.- Terminó la conversación mientras escuchaba unas enormes alas negras batirse en su subconsciente.
Pasaron los días en alta mar, Byron, seguía estando dubitativo sobre si aceptar o no el trabajo. Pensándola de forma más fría y calmada, necesitaba el dinero, una fuerte tripulación necesitaba bienes, sobre todo a la hora de formarse, y siendo sinceros el chico apenas tenía blanca para sobrevivir, nadar en la abundancia ojalá fuese su caso. A pesar de su necesidad, la posibilidad de estar metiéndose demasiado en la boca del lobo lo alarmaba, al inmiscuirse con ellos resultaba en la muerte del mismo.
El barco atracó, el agente me hizo una reverencia y me dejó salir primero. Una vez yo estuve en tierra me informó el sitio en el que me esperaría para escuchar mi respuesta, el muchacho asintió seriamente y mientras una nueva idea surgía en su mente, comenzó a caminar por el puerto.
El peligro era lo que en gran parte echaba para atrás al chico, pero otra cosa lo martirizaba, ¿en quién se convertiría él si cometía actos deplorables hacia el resto? Sí, había llegado a la conclusión de que la vida no era de color de rosas para todo el mundo, los contextos de la vida, eran importantes. Había una diferencia sustancial entre hacer algo por necesidad, y otra por interés, sí interesés, igual el moverse por él era tan malo. La idea resplandeció en su mente, como sí del sol en su punto más alto se tratase, con su idea, el peligro no iba a irse, incluso se incrementaría si daba algún paso en falso, pero ¿acaso la aventura no era vivir y disfrutar de ese peligro? Aprovecharse de aquellos que se aprovechan de otra gente.
Era arriesgado desde luego, pero encargos como este no eran demasiado problemáticos, y si todo salía bien, nadie tenía que salir herido. Byron ganaba dinero, además, los bajos fondos siempre son los que mejor esconden secretos, el chico podría tener suerte y encontrase información privilegiada sobre aquel ser de su pasado, no era una prioridad, pero había que poner en la balanza todos los puntos positivos.
Sumergido en estos pensamientos, observaba sentado las calmadas olas del mar de este desde los pavimentados suelos que separaban la zona transitable del pequeño acantilado, era curioso como podía cambiar tanto el oleaje de los mares de unos a otros. Observando el atardecer llegó a la conclusión, y se decidió, debía aceptar aquel encargo, si iba a ser el más grande, no debía achantarse ante ningún pez gordo. Con orgullo mordió el último bocado del pan que había comprado al llegar a la isla, y se preparó una pipa, en cuanto la terminase, iría a hablar con aquel agente. Al encenderla y deleitarse con su primera calada, el escándalo de unos pescadores lo alarmó, exaltaban alegría y celebración tras pescar un buen ejemplar, ¿un signo de buen presagio? Sonrió y dando una última calada se levantó del asiento para marchar al lugar acordado.
Aún no había acabado el atardecer, y Byron se encontraba en la puerta, no se había ido muy lejos así que llegó en escasos minutos. Confiado agarró el pomo de su espada para mostrar convicción, y buscando la seguridad que esta parecía proporcionarle de manera simbólica, con la decisión totalmente tomada, abrió la puerta del local.
Allí lo vio, de pie apoyado en la pared de la esquina más lejana a la barra, sin realizar ningún movimiento, parecía un maniquí, de madera, totalmente estoico para cumplir su misión, Byron se acercó y sonriendo le sacó el pulgar, como muestra de aceptar la propuesta. Aquel maniquí increíblemente sonrió y contestó.
- Dejame guiarlo a su habitación, le contaré todos los detalles.
Seguía en shock, el muchacho aún no había sido capad de comprender el desenlace tan atroz y fugaz que había acontecido en el barco restaurante. No podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel cocinero cayendo al suelo, estampando su cráneo súbitamente al suelo por la inercia, tiñendo aquellas pulidas y abrillantadas maderas del bermejo color de la sangre. No tenía que acabar así, él mismo había concluido su conversación con el jefe de personal diciendo que él mismo lo había tenido en consideración al exponerse de esa forma, pero el resultado fue tan siniestro, cruento y frío, que era complicado de digerir para el joven de cabello violeta. La falta de explicación y argumentos para comprender el que le había llevado a intentar algo así, no había más que potenciar el trágico suceso que había tenido escena dentro de esas paredes.
Debido a las circunstancias, el rencor no ocupaba lugar en el corazón Byron. Quizás tuvo que hacerlo de otra forma, quizás ese afán de sacar a la luz al culpable le había cegado, las formas de proceder hacían sentir al zagal que lo único que quería era sentirse el protagonista en aquel pequeño teatrillo que había montado. Hablarlo primero con él, preguntar por sus motivaciones y contexto, comprender el mal que guardaba aquel hombre en su pecho. Aunque en el fondo él lo sabía, todos esos deseos idealistas y egoístas estaban manifestándose en su interior para aplacar la culpabilidad que sentía, después de todo, viéndolo de forma objetiva, este posiblemente era el mejor resultado que todos los presentes en el lugar podían esperar, pues quien sabe que escabechina podría haberse formado de no encontrar un culpable. Quizás por eso aquel individuo con peculiar acento reaccionó de esa forma tan inocua, la edad le habría dado la perspectiva que le faltaba al muchacho y el llegar rápidamente a esa conclusión, comprendió que no había nada que él pudiese hacer.
Esto, a pesar de lo incompresible que había sido para el chico, no era lo que más punzaba su mente, sino una pregunta mucho más primigenia, aun habiendo seguido una "orden coaccionada" al haber sido realizada ante un asesinato, ¿Quién era Byron? ¿Podía considerarse a sí mismo mejor que estas personas si se relacionaba con ellas? Ante esto, el chico no pudo evitar levantarse y dirigirse hacia uno de los barriles que guardaban agua potable en su interior. Así, quitó la tapa una vez lo tuvo ante si, y como si el agua fuese a limpiar las dudas de su cabeza, sumergió esta dentro del barril, y yació allí con la cabeza bajo el agua alrededor de un minuto. El acto fue inútil, a pesar del calmado silencio, los pensamientos seguían arremolinados sin dar tregua, sacó el cráneo de forma fugaz, y una vez abrió los ojos, el agua parecía haber sido transmutada, su mente lo había hecho ver la carmesí sangre de aquel hombre dentro del barril. Sin poder evitarlo, corrió hasta sacar la cabeza por la barandilla del barco y vomitó la leche que consumió en aquella cocina, irónicamente ya no quedaba nada dentro de él, proveniente de aquel lugar.
Lanzó su cabeza hacia atrás, goteando por todos lados su cabeza y cabello empapados, se quedó unos segundos mirando al cielo, no pudo evitar llevarse las manos a al rostro desencajado, bajando por este, lo rozaba con fuerza, pero sin llegar a lesionarse, estirando la piel dejando su semblante todavía más desencajando, sobre todo su mirada se vio afectada, dejando tras aquel movimiento unos párpados deformados, un claro reflejo de como se encontraba su alma. En ese momento recordó, aquellas historias sobre la piratería que Bernald contaba y maravillaban al muchacho, en aquellas narraciones siempre podía encontrar momentos tristes, y ninguna de ellas golpearon así al muchacho, incluso el propio pasado del chico era más duro y traumático que aquello que acababa de vivir, nunca se vino abajo. Dejando sus manos ceder a la gravedad, el chico dejó ver de nuevo su rostro al completo, una mirada de convicción acompañaban sus serios labios, había tenido un momento de flaqueza, pero nunca más, él ya conocía lo cruel que podía ser el destino, esto solo era una prueba más.
- Si vas a reaccionar así por una simple vida, igual no estás tan capacitado como los jefes creían.- Rompió el silencio aquel trajeado navegante.
- Solo necesitaba recuperar el aliento, nada más.- Contestó Byron de forma tajante, eran las primeras palabras que salían de la boca de aquel hombre, y aprovechando el inicio de conversación que él había propuesto preguntó.- ¿Así se las gastan los Blackmore? ¿O solo los matones afiliados?- De nuevo, ahí estaba el silencio, claramente aquel sujeto no iba a contestar ninguna de sus preguntas.- En fin, no me importa... No es asunto mío, al fin y al cabo, todos tenemos un prohibido deseo guardado en lo más profundo... Aunque algunos se dejan llevar más que otros.- Terminó la conversación mientras escuchaba unas enormes alas negras batirse en su subconsciente.
Pasaron los días en alta mar, Byron, seguía estando dubitativo sobre si aceptar o no el trabajo. Pensándola de forma más fría y calmada, necesitaba el dinero, una fuerte tripulación necesitaba bienes, sobre todo a la hora de formarse, y siendo sinceros el chico apenas tenía blanca para sobrevivir, nadar en la abundancia ojalá fuese su caso. A pesar de su necesidad, la posibilidad de estar metiéndose demasiado en la boca del lobo lo alarmaba, al inmiscuirse con ellos resultaba en la muerte del mismo.
El barco atracó, el agente me hizo una reverencia y me dejó salir primero. Una vez yo estuve en tierra me informó el sitio en el que me esperaría para escuchar mi respuesta, el muchacho asintió seriamente y mientras una nueva idea surgía en su mente, comenzó a caminar por el puerto.
El peligro era lo que en gran parte echaba para atrás al chico, pero otra cosa lo martirizaba, ¿en quién se convertiría él si cometía actos deplorables hacia el resto? Sí, había llegado a la conclusión de que la vida no era de color de rosas para todo el mundo, los contextos de la vida, eran importantes. Había una diferencia sustancial entre hacer algo por necesidad, y otra por interés, sí interesés, igual el moverse por él era tan malo. La idea resplandeció en su mente, como sí del sol en su punto más alto se tratase, con su idea, el peligro no iba a irse, incluso se incrementaría si daba algún paso en falso, pero ¿acaso la aventura no era vivir y disfrutar de ese peligro? Aprovecharse de aquellos que se aprovechan de otra gente.
Era arriesgado desde luego, pero encargos como este no eran demasiado problemáticos, y si todo salía bien, nadie tenía que salir herido. Byron ganaba dinero, además, los bajos fondos siempre son los que mejor esconden secretos, el chico podría tener suerte y encontrase información privilegiada sobre aquel ser de su pasado, no era una prioridad, pero había que poner en la balanza todos los puntos positivos.
Sumergido en estos pensamientos, observaba sentado las calmadas olas del mar de este desde los pavimentados suelos que separaban la zona transitable del pequeño acantilado, era curioso como podía cambiar tanto el oleaje de los mares de unos a otros. Observando el atardecer llegó a la conclusión, y se decidió, debía aceptar aquel encargo, si iba a ser el más grande, no debía achantarse ante ningún pez gordo. Con orgullo mordió el último bocado del pan que había comprado al llegar a la isla, y se preparó una pipa, en cuanto la terminase, iría a hablar con aquel agente. Al encenderla y deleitarse con su primera calada, el escándalo de unos pescadores lo alarmó, exaltaban alegría y celebración tras pescar un buen ejemplar, ¿un signo de buen presagio? Sonrió y dando una última calada se levantó del asiento para marchar al lugar acordado.
Aún no había acabado el atardecer, y Byron se encontraba en la puerta, no se había ido muy lejos así que llegó en escasos minutos. Confiado agarró el pomo de su espada para mostrar convicción, y buscando la seguridad que esta parecía proporcionarle de manera simbólica, con la decisión totalmente tomada, abrió la puerta del local.
Allí lo vio, de pie apoyado en la pared de la esquina más lejana a la barra, sin realizar ningún movimiento, parecía un maniquí, de madera, totalmente estoico para cumplir su misión, Byron se acercó y sonriendo le sacó el pulgar, como muestra de aceptar la propuesta. Aquel maniquí increíblemente sonrió y contestó.
- Dejame guiarlo a su habitación, le contaré todos los detalles.