Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Común] Pato a la naranja
MC duck
Pato
Las islas Conomi, eran un archipiélago de islas muy sencillas, cada una de ellas era un lugar tranquilo y calmado, donde las peores preocupaciones suelen ser las relacionadas con la agricultura y el ganado. Pero de todas, la mas tranquila era la isla de Goza, allí los días eran placidos, amables y rozaban el aburrimiento mas homicida, incluso los piratas mas violentos pasaban de largo cuando solo veían chozas y gente armadas con azadas, horcas y palos. Lo que la hacia mas peligrosa que las islas protegidas por marines, esos agricultores no tienen nada que perder en la batalla, sobrevivir solo les da mas de lo mismo, solo en la batalla cruenta encuentran el significado de vivir... Pero aun así hay cosas que hacen a estas honradas personas temblar, mas que los piratas, mas que una muerte segura, algo que afecta a sus cultivos, sus adoradas y queridas mandarinas.

Asi que cuando vieron esas cascaras de mandarinas donde deberían estar las frutas caídas de su esfuerzo y trabajo. Se pusieron muy Triehard. ¿Quién fue? no importaba, hombre, pato, animal, monstruo o fantasma, seria perseguido por una muchedumbre armada con antorchas, afiladas herramientas y piedras, sin temor a la muerte o a el infierno, incluso un Yonkou, se lo pensaría.

-Cuack, cuack, cuack!!

Graznaba el pato, como otros animales como ardillas, ratas y mapaches, que huían de la muchedumbre que azotaba con horcas los arbustos buscando culpables sin pensar en la realidad.
#1
Secundino Morales
El tio la vara
(Volumen muy bajo, está de fondo en el bar)

La canción sonaba en el viejo bar del pueblo. Por aquel entonces Secundino tenía 11 años y ya había bebido mas vasos de vino que de leche. Tenía una figura delgada pero bien tonificada, resultado de años de trabajo en el campo. Su piel, bronceada por el sol, a menudo muestra un toque de tierra en sus mejillas. Su cabello, corto y revuelto, es de un marrón oscuro, con mechones rebeldes que sobresalen bajo su viejo sombrero de paja, que rara vez se quita. Sus ojos son grandes y de un tono marrón claro, llenos de vida y con una chispa traviesa que refleja su espíritu aventurero. La sonrisa de Secundino es amplia y sincera, mostrando unos dientes blanquísimos, casi desafiando la rudeza de su entorno. Viste una camisa blanca arremangada, con los botones superiores abiertos, dejando ver parte de su torso delgado pero fuerte, marcado por el trabajo físico. Lleva un peto verde de tela resistente, sujeto por tirantes que cruzan su pecho. El peto está ligeramente holgado, dándole libertad de movimiento. Completa su atuendo con unas botas viejas y gastadas, que han visto mejores días, pero que siguen siendo funcionales para las tareas del campo.

Secundino estaba sentado en un taburete de madera frente a la barra, dando largos sorbos a su vaso de vino, se lo habían cargado hasta arriba, como a él le gustaba. Conversaba animadamente con Don Eusebio, el dueño del bar.

¿Sabe, Don Eusebio? —dijo Secundino, alzando su vaso con entusiasmo—. Hoy me he puesto a pensar que si yo hubiera estudiado como el primo de la tía Lepoldina, ¡ahora mismo sería ministro!

Don Eusebio, medio sordo, escuchaba desde detrás de la barra mientras secaba un vaso con un trapo. Inclinó la cabeza hacia un lado, tratando de entender.

¿Qué? ¿Pescar con el tío de la hija de Fina...? —dijo Don Eusebio, con una mirada confusa—. ¿El qué?

Secundino, acostumbrado a las dificultades auditivas del anciano, simplemente siguió adelante sin inmutarse.

¡Sí, sí! —exclamó Secundino—. ¡Pondría leyes pa’ todo! Como ‘más vino pa’ todos’ y ‘vacaciones obligatorias pa’ las vacas’!

Don Eusebio frunció el ceño, tratando entender lo que decía.

¿Que pondría más vino pa´ las vacas? —preguntó, con una sonrisa desorientada—. ¡¿Y pa’ mí qué?!

Secundino se rió, sacudiendo la cabeza y haciendo un gesto de resignación.

No, no, Don Eusebio —corrigió—. ¡Más vino pa’ la gente y vacaciones pa’ las vacas!

Don Eusebio, aún un poco perdido, intentó seguirle el ritmo.

Ah, claro. Sí, hombre, vaya que sí. Eso es cosa buena. —respondió, con una sonrisa forzada, sin haberse enterado de nada.

¡Ome vaya! ¡Exactamente! —dijo Secundino, levantando su vaso en un brindis—. ¡Por el futuro ministro de vino y ganadería!

Don Eusebio rió, dándole dos palmadas en el hombro a Secundino con tanta fuerza que parte del vino del vaso se desparramó por la barra. Entre risas, Eusebio continuaba con sus quehaceres hosteleros. Secundino se quedó pensativo, mirando el fondo de su vaso. La risa y el bullicio a su alrededor se desvanecieron, dejándole solo con sus pensamientos. Se preguntaba cómo habría sido su vida si hubiera tenido la oportunidad de demostrar su talento. Sentía una punzada de tristeza al pensar en los caminos que no tomó. Recordaba el año pasado, cuando intentó conquistar a la hija de Avelina en las fiestas del pueblo y no lo consiguió. No era solo un desamor, era un recordatorio de las oportunidades perdidas. Sabía que tenía algo especial, un talento que había quedado oculto bajo las horas de trabajo en el campo y la falta de educación. Se lamentaba por no haber podido dar el salto, por no haber tenido la oportunidad de mostrar de lo que realmente era capaz. Suspiró, pensando que a veces la vida le daba más golpes que oportunidades, pero aún así no podía evitar soñar con lo que podría haber sido.


Un escándalo repentino y estruendoso desde el exterior lo sacudió de su reflexión. Se escuchaban voces enérgicas y el graznido desesperado de un pato, creando un caos en la calle imposible ignorar. Secundino dejó su vaso de vino sobre la barra y salió del bar de un salto. La escena en la calle era un completo alboroto. Los vecinos, armados hasta los dientes, corrían en formación de avalancha detrás de un grupo de variopintos animales, entre ellos el pato quien seguía dando unos graznidos frenéticos. Sin pensarlo dos veces, Secundino pegó una voz.

¡Eeepa! ¿¡Qué está pasando aquí!?

Los vecinos y lo ignoraron y el caos seguía sin resolverse. Ignorando la confusión, Secundino se adelantó a la trayectoria del pato, se agachó y abrazó al pato elevándolo. Lo miró fijamente y, en un acto curioso y bastante peculiar, le olfateó el aliento descifrando el misterio de aquel entuerto. Después de unos segundos, con un gesto de comprensión miró al pato con una sonrisa cómplice.

¡Tate tranquilo! ¡No te voy delatar! —le dijo, como si el animal pudiera entenderlo—. ¿Oíste? Tas con Secundino Morales, a ti no te va a faltar nada. ¿Oísteme?

Con una mano firme alrededor del pato, Secundino se dirigió hacia el núcleo del pueblo dándose cuenta entonces de que no tenía ni idea de quien era el dueño del animal.

¡Oye chato! ¿Y tu de qué casa eres? — Si no había respuesta alguna, y no la esperaba, había adquirido un pato. Si le salía muy rebeco siempre podía cocinarlo a la naranja.
#2
MC duck
Pato
Aquel otoño de 720 las mandarinas no se habían dado muy bien, los ciudadanos estaban que trinaban, era su modo de vida al fin y al cabo, lo último que les faltaba es que algo o alguien estuviera dañando sus preciadas y limitadas cosechas. Ese nerviosismo a flor de piel los llevaba a extremos un poco violentos cuando descubren que alguien se había comido las naranjas de sus campos. En especial si era extranjero o un animal que pueda seguir dañando sus huertos, simplemente era algo que no podían tolerar.

Así volvemos con nuestro pato, el cual huía por su vida, como muchos otros animales que la geste asustaba de entre arbustos y huían a sus madrigueras, en otra situación podría volar y salir de ahí, pero hacia poco que acababa de llegar a esta isla,  y volar entre islas era muy cansado, muy peligroso, pues por alguna razón ya no podía flotar ¿Qué maldición mayor podía haber para un pato? Pues ya conocía una, que un montón de gente te persiguieran por comer naranjas. ¡¿Cómo iba a saber que se pondrían así?!

Su salvación vino de la mano de un polluelo humano, el cual lo atrapo rápidamente, y el pato no se resistió, la costumbre en su cabeza era ser una mascota, un animal de granja, no rechazaba el contacto humano, y aunque no había visto muchos polluelos humanos, estaba temblando de miedo y se sentia mas seguro en los brazos de alguien.

-cuack, cuack

dijo respondiendo las dudas del polluelo humano.

Pero la marabunta de aldeanos rabiosos y furiosos no quedo impasible, seguía avanzando buscando con estoicismo al comedor de naranjas. Y pronto darían con el chiquillo y el pato.

-joe, hace rasca
-¡Chiquillo! ¿tu has visto pasar algo por aquí?
-¿y si ha sido él? Tiene pinta de pillo ¡¿de quien es ese pato? ¿lo has robado?
-oye, no asustes al chiquillo, hombre
-pero que cosa mas bonita, nunca vi un pato mas blanco

Si, eran parte de una muchedumbre furiosa que hasta a un Yonkou se le habrían tirado, pero eran humanos, no iban a atacar o a juzgar a un pobre niño. ¿o si?
-deja ole las manos, seguro huele a naranja
-no ves tres en un burro... ¿no ve que tiene un pato en las manos? ¿a que le va a ole las mano? guarro.
-¡CHEEE! gente, hay un tipo dormido en la costa ¡debe ser él!
-¡agárrame la horca que lo voy a sacudi´!
-¡A por el!

Y así la muchedumbre salió hacia la costa donde algún jornalero intentaba escaquearse del curro y seria despertado de mala manera.
#3
Secundino Morales
El tio la vara
Secundino evitó a la marabunta de gente evitando entrar al trapo en la conversación, cuando estaba a punto de verse obligado a hacerlo todo el grupo encontró otra victima de su persecución, un tipo que parecía dormir plácidamente en la costa, menuda le esperaba. Con el pato en brazos continuó el camino hasta llegar a la entrada de su casa, una vez allí lo dejó suavemente en el suelo. Mientras recogía unos guisantes cercanos del propio huerto, el joven hablaba con el pato como si este pudiera entenderlo. ¿Quién sabe? Quizás entendía mas que el sordo de Don Eusebio.

Mira, pato —le decía Secundino, pelando los guisantes y lanzándolos hacia el pato—. No te preocupes, que aquí estás a salvo. A mí también me ha tocado lo mío, ¿sabes? No soy mas alto por todos los palos que me he llevao, yo creo que me han metidola cabeza pa dentro. Si yo hubiera podido estudiar como el primo de la tía Lepoldina... Pero aquí estoy, pelando guisantes pa ti. Y luego tovía tengo que ir a cambiar vacas de prao.

Secundino continuaba hablando mientras le daba los guisantes al pato, desahogándose.

¡Qué rabia me da! To el mundo dice que uno tiene potencial, pero al final uno se queda aquí, trabajando en el campo y sin ver mundo. ¡Menuda vida!

Eladio Morales, el padre de Secundino, apareció en la entrada del huerto. Llevaba su legendaria vara en la mano, era un auténtico experto con ella, y una expresión severa, avanzó hacia su hijo.

¡Secundino! —rugió Eladio—. ¿Qué haces con ese pato? ¿De donde lo has sacado? ¡¿Acaso no te das cuenta de que podrías estar metiéndote en problemas con los vecinos?!

Secundino, sorprendido por la aparición de su padre, se levantó rápidamente y se volvió hacia él.

¡Pa, escúchame! —trató de defenderse Secundino—. ¡Este pato no es robado! Lo encontré en medio de un lío y lo traje para que no le pasara nada. ¡Te prometo que yo me hago cargo del!

Eladio, con la vara en alto y una mirada dura, no parecía dispuesto a escuchar razones.

¡Deja de prometer tonterías! —exclamó Eladio—. No puedes quedarte con ese pato. ¡Pero tampoco lo vamos a devolver! ¡Dale con el machete de un tajo! Que no se asuste que sino la carne se pone siesa.

Secundino, sintiendo la frustración, miró al pato y luego a su padre, dándose cuenta de que la discusión no iba a llevar a nada. Asintió riendiéndose a los deseos de su padre y este volvió al interior del hogar.

¿Pues sabes que? Mas vale un pájaro libre que un ciento en la mano. No voy a dejar que te pase lo mismo que a mi. —protestó Secundino—. ¡Voy soltarte! Pero tienes que andar mas espabilao, que aquí son muy pollinos. ¡Ala venga!

Eladio salió de la finca dándole los últimos guisantes que había pelado al pato, le indicó un camino seguro y volvió a su hogar, tenía que cambiar a las vacas de prado. Se giró dándole un último vistazo al animal. La frustración y la decepción se reflejaban en su rostro mientras se dirigía hacia la casa.

Fin del tema
#4
MC duck
Pato
El pato se dejo llevar por el joven Secundino Morales, posiblemente la ultima persona que lo trataría bien en este mundo, al menos sin esperar mas tarde meterlo en una cazuela. Por que ahí estaba la hipocresía del mundo, aquellos jornaleros estaban dispuestos a matar y agredir a la gente solo por defender unos cultivos de los cuales supuestamente "dependen", pero llegado el momento no solo comerían naranjas, y la gran mayoría de estas serian para vender. Al final del día, los naranjos hacían su esfuerzo solo para nutrir a quienes abusaban de ellos.

Pero el pato aun no entendía esas cosas. Solo volvía a sentir una vez mas el cariñó de otro ser vivo. mientras comía simples guisantes, que le supieron a gloria, incluso mas que la comida que le dieron en la tierra sagrada, tal vez solo tenia hambre, tal vez sintió la amabilidad de ese ser humano, o empezaba a desarrollar su primera habilidad humana... la empatia.

-quack, cuack.

Grazno en agradecimiento, aunque aun las palabras humanas no le salieran, era difícil sin labios.

Pero la aparición de Eladio, cambio el rubo de su historia, y el pato sintió que Secundino Morales intentaba decir, no estaba recuperado del todo, pero aun así sacudió las alas y hecho a volar, lamento no haber podido ayudar al joven, o sacarlo lejos de ese lugar, pero al menos, tenia tiempo para que algún día pudiera devolverle ese favor.

algún día ...
#5


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