¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
[Aventura T1 Autonarrada] Bares, qué lugares.
Ray
Kuroi Ya
Era un día tranquilo en el Cuartel General de la Marina. O al menos lo era para Ray, pues tras varias jornadas seguidas entrenando sin descanso aquel era su día libre. Lo que significaba que podía hacer lo que quisiera. Por desgracia en esa ocasión no había coincidido con el descanso de ninguno de sus amigos, ya que las variables periodicidades con la que se los otorgaban hacía imposible coincidir siempre.

Así que debía buscar algo que hacer por su cuenta, lo cual tampoco le resultaba mucho problema. Como el horario de levantarse era el mismo para todos aunque no tuviese ninguna obligación que cumplir el joven madrugó como hacía siempre. Desayunó con sus amigos, momento que como siempre fue considerablemente divertido. En esta ocasión porque Takahiro intentó de nuevo uno de sus inútiles avances con Camille, a lo que la grandullona respondió como era habitual mostrando su carácter y golpeando con fuerza al joven de pelo verde en la cabeza. Ratos como aquel eran los que en las agotadoras jornadas habituales de entrenamiento e instrucción hacían el día más ameno, e incluso cuando podían descansar y hacer lo que les viniera en gana se agradecían.

Sin nada que hacer en el Cuartel General, el joven de pelo blanco decidió poner rumbo a la ciudad. Aún no conocía demasiado los intríngulis de Loguetown, pese a que Camille les había hecho un tour por los lugares más emblemáticos de la localidad y a que había recorrido algunas de sus zonas en un par de misiones que había realizado sobre el terreno.

Aquellas dos tareas, de hecho, habían dejado una profunda huella en él. La primera porque aunque habían podido evitar el sabotaje del tren que se estaba construyendo en los astilleros no habían sido capaces de evitar que su enemigo les chantajeara con hacer que todo estallara hasta forzarles a dejarle escapar junto a sus subordinados. Y la segunda porque aunque había conseguido derrotar al criminal que buscaba y asegurarse de que nunca más hacía daño a nadie, no lo había logrado a tiempo de evitar que antes de eso matara a un inocente a sangre fría.

Si algo le habían dejado aquellas dos encomiendas era que debía volverse más fuerte. Solo así podría proteger a los inocentes como deseaba hacer. Solo así lograría marcar la diferencia y hacer del mundo un lugar más justo y seguro. Era por eso que estaba esforzándose como el que más en cada entrenamiento, tratando de sacarles el mayor partido posible y progresar lo más rápido que fuera capaz. Y dado que aquel día no tenía que entrenar, se le ocurrió que otra actividad que le resultaría útil sería conocer las partes más turbias de la ciudad, ya que seguramente tendría que cumplir asignamientos en ellas con una frecuencia relativamente alta.

Así que pasó unas horas deambulando por uno de los barrios con fama de ser más turbulentos de Loguetown, cerca del puerto. Iba vestido de paisano, con su ropa normal, pues un marine llamaría mucho la atención en esa zona y lo último que necesitaba era tener problemas incluso en su día libre. Multitud de estrechas callejuelas de piedra se entrelazaban formando el esqueleto de aquel distrito, donde las casas eran humildes y bajas, de como mucho dos pisos. No eran pocos los tejados y las fachadas que presentaban visibles desperfectos fruto de los años que hacía que nadie les hacía el más mínimo mantenimiento. Durante el día resultaba un sitio agradable para pasear, aunque al joven le daba la sensación de que deambular por aquellas calles en mitad de la noche no debía de ser ni mucho menos apetecible.

Entre tantos edificios destacaba un lugar del que sus amigos le habían hablado. El Trago del Marinero era un antro situado en el extremo de aquel barrio más cercano al puerto, frecuentado por toda clase de clientes. Su situación tan cercana al mar y sus baratos precios, junto al hecho de que el personal del local no hiciera preguntas, hacía que muchos individuos de la más baja catadura moral acudiesen allí a remojar el gaznate casi a diario. No era la clase de establecimiento a la que un marine acudiría, pero dado que no oba vestido como tal el peliblanco esperaba poder mezclarse entre la variopinta clientela del local. A fin de cuentas él se había criado en la calle, conocía perfectamente lo que era la pobreza y el tipo de gente que solía moverse en esos ambientes.

Además era posible que se quedara con alguna cara ese día que le resultase relevante en un futuro no muy lejano, ya que no resultaba descabellado pensar que alguno de los clientes de aquel tugurio pudiese cometer un delito en las próximas semanas que le hiciera merecedor de que se enviara una patrulla en su busca.

En el local había bastantes parroquianos en aquellos momentos, aunque tampoco podía decirse que estuviera lleno. El bullicio que reinaba le recordó a Ray a las calles de Oykot los domingos por la mañana, abstrayéndole por un momento hacia una época que, aunque aún no se podía decir que fuese lejana, había quedado muy atrás en su cabeza. Pese a que tan solo hubiesen pasado unas semanas su vida había cambiado tanto en tan poco tiempo que le daba la sensación de que habían pasado varios años.

Se sentó en la barra, en una silla alta sin respaldo de las que solían ponerse en esa zona en los bares. La barra era ancha y de madera gastada por los años. Era evidente en cada centímetro de aquel local que llevaba abierta ya mucho tiempo, pues el desgaste de sus materiales se hacía notar incluso al ojo no avezado con claridad.

Tras preguntar al camarero qué podía comer pidió el estofado de ternera y una jarra de cerveza fría. Aquel día no estaba de servicio, luego nada le impedía tomar algo de alcohol si le apetecía. Aunque no era el mayor fan de las bebidas alcohólicas, y rara vez aún pudiendo tomaba más de un par de cervezas en un mismo día. No le gustaba la sensación de etérea inestabilidad y la lentitud mental que el etanol producía, prefería tener sus sentidos al menos razonablemente despiertos.

Cuando probó la carne tuvo que admitir que estaba verdaderamente deliciosa. Desde luego infinitamente mejor que cualquier alimento de los que podían degustar en el Cuartel General, donde la cocina no era precisamente uno de los elementos más destacados. Digamos que allí la comida cumplía su función: alimentar a las tropas. Sin embargo en un lugar como ese comer se parecía más a un festival en el que sus sentidos se regocijaban en unas sensaciones casi desconocidas para él, que se había criado en la más absoluta pobreza.

Aún no había terminado su plato cuando una conversación llamó su atención. En una mesa cercana dos individuos visiblemente afectados por el consumo de vino probablemente en abundancia hablaban entre sí en lo que con total seguridad ellos consideraban que era un tono discreto, pero que distaba enormemente de serlo. Como si nadie a su alrededor pudiera escucharles hablaban de cómo tenían planeado dirigirse el día siguiente a una tienda de joyas cuyo propietario les había dado a entender de malas formas que no pensaba vender ninguno de sus productos a alguien de su calaña y enseñarle una lección, además de llevarse algunas de las piezas más caras y elegantes ya que estaban.

Uno de ellos, que parecía ligeramente menos bebido y más razonable que su interlocutor, instó a este a callarse para evitar meterse en problemas. Ante esto el borracho respondió que le daba absolutamente igual quién le escuchara, ya que nadie osaría enfrentarse a él ni denunciarle a la Marina. Dijo también que la Marina tampoco le daba miedo, afirmando que todos sus miembros eran unos perros falderos del Gobierno que no servían para nada y acompañándolo todo con un soez comentario sobre lo que podría hacer con cierta parte de su cuerpo un marine que intentase detenerlo.

En ese momento una sonora carcajada interrumpió su conversación. Ambos maleantes miraron hacia la fuente de la risotada, que no era otra que el joven de pelo blanco. Sentado en la barra y de espaldas a ellos como estaba, no había podido evitar que se le escapara aquella reacción ante las palabras del ebrio charlatán.

- ¿Cómo te atreves a reírte de nosotros? ¿Pero quién te crees que eres? – Le espetó el cabecilla del terrible plan, envalentonado por la bebida que había ingerido.

- No soy nadie, pero no he podido evitar escuchar vuestra conversación, como creo que le ha pasado al resto de personas en este local. Y lo siento pero es una idea terrible.

- Pedazo de mierda, te vas a enterar. – Bramó su interlocutor mientras se levantaba de la silla y empezaba a caminar hacia él. - ¡Nadie se ríe de Drin Kinto!

El joven marine se puso también de pie y, cuando su oponente se acercó a él con el brazo derecho en alto con intención de golpearle en la cara, se agachó velozmente. El puñetazo hendió únicamente el aire, trazando un arco sobre su posición y desequilibrando al incauto atacante, que había puesto demasiado impulso en él llevado como estaba por el alcohol.

- Ninpo: Kintama no Jutsu. – Pronunció entonces con voz solemne el joven de pelo blanco.

En ese momento su cuerpo pareció dividirse en dos, pues una proyección del mismo pareció dirigirse hacia el rostro del maleante mientras cargaba el puño. Este se cubrió el rostro tan rápidamente como fue capaz, pero su confianza pronto se tornó en el más terrible de los dolores cuando comprobó que el ataque que había intentado parar no era tal y que, mientras se enfocaba en defender su cabeza, su enemigo había conseguido conectar un puñetazo con todas sus fuerzas en sus partes íntimas.

Las lágrimas asomaron a sus ojos casi al instante mientras sus labios esbozaban un sordo quejido, pues su voz se quedó atascada en su garganta debido al intenso dolor. Cayó al suelo tan pesado como era y, probablemente por una mezcla entre la influencia del alcohol y el sufrimiento que sentía, cayó inconsciente.

Ray miró desafiante al compañero del hombre que yacía ahora sobre el suelo de madera, retándole a enfrentarse a él. No obstante el tipo, que ya previamente había mostrado mejor juicio que su acompañante, echó a correr en dirección a la salida. El marine le dejó ir, pues realmente aquel hombre no había cometido aún ningún delito del que él estuviera al tanto y no merecía por tanto ser detenido. Sin embargo el borracho que se encontraba tirado a sus pies dormiría al menos aquella noche en el calabozo por agresión a la autoridad. Eso sí, antes de llevárselo pensaba acabarse su plato. Aquel incidente no iba a amargarle la comida, eso lo tenía claro.
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