¿Sabías que…?
... existe la leyenda de una antigua serpiente gigante que surcaba el East Blue.
[D-Pasado] Nunca más
Octojin
El terror blanco
Algún día del Verano de 698
El bullicio del mercado en la Isla Gyojin era una constante en la vida de Octojin, pero para él, el sonido de los vendedores gritando y los transeúntes regateando era la verdadera vida de aquella zona. Lo que le daba color y armonía. Para un niño de ocho años como él, huérfano y sin nada más que sus aletas y su instinto, el mercado era una selva. Una selva que debía conquistar cada día para sobrevivir. Era un poco complicado imaginar a un tiburón en una selva, pero al gyojin le hacía gracia situarse en aquél ambiente. Su estómago rugía con hambre, y su mirada ávida observaba los puestos de comida, tratando de calcular el momento exacto en que los vendedores más distraídos pudieran ser su presa. Realmente no le hacía ascos a nada, y todo lo que veía le apetecía. Seguramente fruto del hambre acumulado. Aún así, no dudó en ponerse en guardia cuando recibía la mirada de los tenderos, que seguro que ya sabían las intenciones del escualo.

Octojin no recordaba la última vez que había tenido una comida adecuada. Los días de vivir en un hogar, con una madre y un padre, eran un simple sueño lejano que jamás llegó. Desde que se quedó solo, la pobreza y el hambre habían sido sus únicos compañeros. Sus manos ásperas y pequeñas estaban acostumbradas al robo, no por maldad, sino por necesidad. Aprendió a moverse como un pez en el agua, literalmente, deslizándose entre las multitudes y esperando el momento perfecto para deslizar un trozo de fruta o un pescado ahumado en su desgastado saco de tela.

Aquella tarde en particular, Octojin acechaba cerca de un puesto de pescado seco, uno de los productos más preciados en la Isla Gyojin. Sus ojos afilados, propios de un tiburón joven, vigilaban cómo el vendedor discutía con un cliente, aparentemente distraído. Con el corazón latiendo a toda velocidad, se deslizó hacia el borde del puesto. Estiró la mano lentamente, sintiendo el pulso de la tensión, y cuando por fin tocó la fresca carne de pez seco, una gran sombra apareció sobre él y ocultó su ser de oscuridad. El sentimiento del tiburón fue de una tremenda culpa, y el corazón le dio un vuelco. Un guardia gyojin estaba parado justo frente a él, con su mirada fija en la pequeña mano del joven escualo.

—¿Robando otra vez, mocoso? —dijo el guardia, aplicando una pizca de autoridad en su voz.

Octojin soltó el pescado de inmediato, dando un paso atrás, pero sabía que no tenía sentido intentar correr. Ya lo habían atrapado antes, y las advertencias del guardia se acumulaban como las olas en la playa. Sin embargo, esta vez algo era diferente. La atmósfera, que había estado despejada durante todo el día, comenzó a nublarse rápidamente. No era el tipo de nube gris normal que precedía una tormenta, sino algo más oscuro, más siniestro.

De repente, un estruendo sacudió el mercado. Un rugido feroz, seguido por el sonido de explosiones en el puerto. Todos en el mercado se detuvieron y miraron en dirección a la entrada de la isla. Los ojos del joven tiburón reflejaron un terror creciente. Los gritos comenzaron a extenderse por las calles como un incendio voraz.

—¡Piratas! ¡Nos están atacando!

Octojin giró la cabeza hacia el puerto, donde gruesas columnas de humo se elevaban hacia el cielo. Las embarcaciones piratas, con sus velas oscuras y calaveras ondeando con una gigantesca pompa cubriéndoles, llenaban el horizonte. Los cañones estallaban en oleadas, destruyendo las defensas costeras y golpeando los edificios cercanos. Los gritos de los ciudadanos resonaban en todas direcciones mientras huían, intentando encontrar refugio.

—¡Aléjate de aquí, niño! —gritó el guardia, empujando a Octojin en dirección contraria al puerto—. Esto no es para críos como tú.

El habitante del mar se tropezó, pero no se movió. Algo dentro de él se agitaba, una mezcla de terror y fascinación. La escena que se desarrollaba ante sus ojos era un caos absoluto. Los piratas, de diversas razas, incluidos algunos de su propia especie, Gyojin traidores que habían abandonado su hogar para unirse a la vida de la piratería, desembarcaron y comenzaron a saquear. Los guardias de la Isla Gyojin, vestidos con armaduras marinas ornamentadas, avanzaron para proteger a los ciudadanos, pero estaban en clara desventaja.

La lucha comenzó en la entrada, donde los primeros enfrentamientos fueron brutalmente rápidos. Los piratas eran despiadados, y aunque los guardias ofrecían resistencia, la sangre comenzó a teñir la zona. Los sonidos de las espadas chocando, los gritos de dolor, y el rugido de los cañones llenaron el aire.

Octojin, escondido tras un puesto de comida derrumbado, observaba todo. Su corazón latía rápido, pero no era solo miedo lo que sentía. Había algo más en su interior: impotencia. La misma impotencia que había sentido cada día desde que se quedó huérfano, luchando solo para sobrevivir. Pero esta vez, era más fuerte. Había una gran diferencia entre sobrevivir a la hambruna, y a una guerra. Ver a los fornidos y preparados guardias, a los guerreros que debían protegerlos, ser superados por los piratas con aquella facilidad, le provocó un deseo profundo. Un deseo de ser más fuerte.
 
Uno de los guardias, un Gyojin con forma de pez espada, luchaba ferozmente contra tres piratas a la vez. Se veía en su rostro que no se rendiría hasta morir. Era claramente un guerrero entrenado, rápido y preciso, pero los piratas eran implacables. Una espada pirata se hundió en su costado, y el guerrero terminó cayendo al suelo derrumbado, gimiendo en dolor. Su cuerpo quedó tendido en la arena, mientras los piratas avanzaban sin mirar atrás.

El tiburón sintió que algo se rompía dentro de él al ver aquello. Quería ayudar, quería hacer algo, pero era solo un niño. Un niño que no sabía luchar más allá de las peleas callejeras que usaba para defenderse de otros huérfanos y matones. Las técnicas que había aprendido eran torpes comparadas con las habilidades que necesitaba ahora. Poco podía hacer más que resignarse y ver a la gente morir. Y aquello era algo muy duro para un ser tan pequeño.

"Si tan solo fuera más fuerte...", pensó, mientras sus manos temblaban y se aferraban a un trozo de madera roto del puesto destruido. Pero en su estado actual, no podía hacer nada más que mirar. Ver cómo su pueblo era saqueado, cómo sus protectores caían uno tras otro sin oponer una gran resistencia.

Otro guardia fue empujado hacia el suelo, su arma se deslizó fuera de su alcance. Un pirata humano, con una cicatriz cruzando su rostro y una sonrisa sádica en los labios, levantó su espada para acabar con él. Sin pensarlo, Octojin saltó hacia adelante. No sabía por qué lo hacía, solo sabía que no podía quedarse quieto. No más. Si tenía que morir allí, lo haría, pero no podía ser cómplice de aquella matanza sin intentar algo antes.

Corrió hacia el pirata con toda la fuerza que tenía, sin ningún tipo de plan ni estrategia. El pirata, sorprendido por el repentino ataque de un niño, giró la cabeza justo a tiempo para ver al escualo abalanzarse sobre él. Con un movimiento rápido y hecho con desdén, el pirata le dio un fuerte empujón que lo lanzó al suelo con facilidad.

—¡Vete de aquí, crío! —gruñó el pirata, volviendo su atención al guardia caído.

Octojin, tumbado en el suelo con un fuerte dolor por el golpe, se resignó. Aquello no podía acabar así. Era ridículo. Miró al cielo mientras la desesperanza lo envolvía. Era inútil, tal y como pensaba. No tenía la fuerza ni las habilidades para hacer nada, mucho menos para marcar una diferencia que diese algo de ventaja al pueblo gyojin. ¿Qué podía hacer? Ni siquiera podía detener a un solo pirata distraído. Todo a su alrededor era un enorme caos, lleno de destrucción y muerte. Era como si el mundo se desmoronara frente a sus ojos, y él era solo un mero espectador impotente.

Pero en ese momento, algo se despertó dentro de él. No era solo el miedo, ni la impotencia, ni siquiera el dolor físico. Era una determinación que nunca antes había sentido. Se arrastró hacia atrás, alejándose del peligro inmediato, mientras veía cómo los guardias restantes seguían luchando por sus vidas. Cada golpe, cada caída y cada grito de desesperación alimentaba ese fuego que comenzaba a arder en su interior.

"Necesito ser más fuerte", se repetía a sí mismo, como un mantra.

A lo lejos, pudo observar cómo un cañonazo resonaba en el aire, y el sonido de la madera rompiéndose fue celebrado como una victoria cuando una de las embarcaciones piratas fue alcanzada. Algunos humanos comenzaron a retroceder hacia sus barcos, cargando con botines y esclavos capturados. Los guardias restantes, heridos y agotados, se reagruparon, pero las bajas eran evidentes.

Octojin observó cómo los piratas regresaban a los barcos. Algunos se reían, mientras que otros gritaban órdenes, desapareciendo todos de su vista. El ataque había terminado, pero las cicatrices que dejaban atrás eran profundas.

El escualo se levantó lentamente, con el cuerpo dolorido y las manos cubiertas de sangre, no suya, sino de los que habían caído cerca. Miró a su alrededor, observando los cuerpos tendidos en el suelo y el humo que aún se elevaba en el horizonte. Pronto se dió cuenta que no todos los que estaban en el suelo habían muerto. Algunos se movían y otros gritaban de dolor. Quizá algunos heridos pudieran ser cuidados. Pero en cualquier caso, aquél suceso le había marcado. Algo había cambiado dentro de él. Algo que no podría ignorar.

Octojin sabía que ya no podía seguir siendo un niño que robaba para sobrevivir. Si quería proteger su hogar, si quería evitar sentirse impotente de nuevo, tenía que volverse más fuerte. Mucho más fuerte. Las peleas callejeras ya no eran suficiente. Necesitaba entrenarse, aprender a luchar como un verdadero guerrero. Si no lo hacía, no tendría futuro. Si no lo hacía, nunca sería capaz de proteger a nadie, ni a sí mismo.

Preocupado, empezó a ayudar al resto de sus iguales a llevar a gente a la enfermería. Si bien era un niño, su fuerza no podía ignorarse. Con cierto esfuerzo podía cargar él solo a adultos, así que eso hizo. Con la ilusión propia de su edad, llevó incluso a gente que no respiraba a la enfermería. Su única intención era salvar a todos los posibles.

Y es cuando allí, en las profundidades, debía encontrar la fuerza que necesitaba. Donde comenzaría su verdadero entrenamiento, uno que le haría ser mucho más fuerte y poder emprender su viaje. Porque en ese día, en las tierras ensangrentadas de la Isla Gyojin, Octojin decidió que nunca más sería un espectador impotente. Nunca más dejaría que la debilidad lo definiera.

Nota
#1


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