Alguien dijo una vez...
Donquixote Doflamingo
¿Los piratas son malos? ¿Los marines son los buenos? ¡Estos términos han cambiado siempre a lo largo de la historia! ¡Los niños que nunca han visto la paz y los niños que nunca han visto la guerra tienen valores diferentes! ¡Los que están en la cima determinan lo que está bien y lo que está mal! ¡Este lugar es un terreno neutral! ¿Dicen que la Justicia prevalecerá? ¡Por supuesto que lo hará! ¡Gane quién gane esta guerra se convertirá en la Justicia!
[Aventura] [AuT1]Reptando por la cloaca de los suburbios
Percival Höllenstern
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Día 1 del Verano de 724

El hedor de Grey Terminal se aferra a mis ropas, impregnando cada fibra, cada respiración. El eco de mis pasos en las cloacas reverbera a lo lejos, pero sé que no estoy solo. La cámara está cargada con una tensión palpable, como si la oscuridad misma pudiera estallar en cualquier momento. Las figuras en la sala, aquellos traidores que creían que podían desafiar a los Hyozan y a mí, intentan mantener la compostura. Sus ojos siguen el rastro del jugueteo que realizo con las dagas, recorriéndome los dedos en un suave movimiento con un ligero sonido metálico mientras avanzo, pero puedo ver el miedo detrás de sus miradas calculadas. Son como bestias acorraladas, conscientes de que no hay salida.

El líder del grupo, un hombre grande y corpulento, me mira con desprecio. Su nombre es Kairon, un matón de poca inteligencia, pero con una brutalidad que lo ha mantenido a flote en las alcantarillas de Grey Terminal. Alza su espada, un arma pesada y mal cuidada, como si creyera que eso pudiera intimidarme. He enfrentado cosas peores que él, mucho peores. Y, sin embargo, puedo ver que no planea retroceder. El combate es inevitable.

Has llegado demasiado lejos, Percival —gruñe Kairon, su voz resonando como un trueno apagado. La arrogancia en sus palabras es palpable, pero también lo es la duda.

¿Demasiado lejos? —sentencio con una sonrisa prepotente —. Tú fuiste quien decidió cruzar el umbral de la traición. Yo solo estoy aquí para cerrar la puerta, y silenciar el resultado. —comenté con sorna velada mientras la sonrisa se iba pronunciando en mi rostro.

El silencio se rompe en un instante. Kairon se lanza hacia mí, blandiendo su espada con fuerza. Su ataque es predecible, torpe incluso. Es un hombre acostumbrado a que su tamaño y su brutalidad intimiden a sus oponentes, pero eso no funciona conmigo. Me muevo con rapidez, esquivando su embestida con la precisión y presteza que me acompañan.

Mi daga, ligera y afilada, destella bajo la tenue luz de las antorchas mientras se hunde en su carne, primero en su costado y luego en su muñeca cuando intenta otro golpe descontrolado. Kairon gruñe de dolor, tambaleándose hacia atrás, y aprovecho su desconcierto para desarmarlo. Su espada cae al suelo con un ruido seco, y en ese momento él comprende que su fuerza no es nada frente a mi velocidad y mi precisión, mientras continuando el giro del jugueteo anterior, cesa en un enfundado perfecto.

Eres lento —le susurro, acercándome para que solo él me escuche—. No puedes ganar esto. — le espeto, mientras me vuelvo a la posición inicial y le miro con cierto asco aun con sonrisa perenne.

Pero Kairon no se rinde fácilmente. Con un rugido de rabia, se incorpora y me embiste con su cuerpo, intentando aplastarme contra la pared. Es un último intento desesperado, y aunque me impacta con fuerza, no puede evitar lo inevitable. Mis reflejos son más rápidos que su torpeza, mas no su furia. Utilizo su propio impulso en su contra, lanzándome a un lado y haciéndolo chocar de lleno contra la pared húmeda y enmohecida, al mismo tiempo que mi espalda choca contra otra próxima. Su cabeza resuena contra la piedra, y cae al suelo, aturdido.

El combate no ha durado más que unos segundos, pero el resto de los hombres en la sala están congelados, mirando con horror lo que ha sucedido. La superioridad de Kairon ha sido quebrada en un instante, y ahora sus seguidores titubean. Podría ser un momento para la piedad, para ofrecerles una salida. Pero Grey Terminal no es lugar para la compasión. Nunca lo fue, en este lugar compuesto de los desechos de la humanidad.

Mis ojos se posan en el siguiente de ellos, un hombre delgado con una cicatriz en la mejilla que ya retrocede, intentando huir entre las sombras. Pero no hay donde esconderse. Mi daga encuentra su garganta de un lanzamiento antes de que pueda pronunciar palabra. El filo atraviesa con precisión, y su cuerpo cae al suelo con un sonido ahogado, salvo por el gorgoteo.

El caos se desata. Los demás rufianes, al ver que no habrá negociaciones, sacan sus armas y se lanzan sobre mí. Pero no son más que hombres desesperados, y su desesperación los hace débiles. Uno tras otro, sus ataques se ven frustrados por mi velocidad y precisión. No peleo con fuerza bruta, no necesito hacerlo. Cada golpe es calculado, cada movimiento medido para causar el mayor daño con el menor esfuerzo. Es casi como un cálculo matemático fruto de un mercader experimentado. Gasto las dagas precisas y taso sus vidas en un momento con movimientos medidos desde la destreza de mis gestos. No se salvan, algunos son lo bastante afortunados para solo perder un ojo en la reyerta, y otros se reúnen prestos con la parca.

Uno de los hombres restantes, más ágil que los demás, intenta flanquearme, pero ya lo he anticipado. Mi pie se hunde en su rodilla con fuerza, luxando la articulación con un crujido que resuena en la estancia. Grita de dolor, pero su grito se apaga cuando otra daga impacta bajo su mandíbula, provocando un chirrido fruto del shock.

El último de ellos, un joven que no debe tener más de quince años, se queda congelado, con los ojos abiertos de par en par. Su espada tiembla en su mano, pero ni siquiera intenta acercarse. Lo observo por un momento, viendo en él a alguien que todavía podría tener futuro… si es lo suficientemente inteligente como para escapar.

Lárgate, chiquillo... ¿No ves lo que pasa por la traición? —le digo con voz firme, y el joven no necesita repetición alguna para valorar su longevidad. Deja caer su espada y corre, su figura desvaneciéndose en los túneles oscuros, como un espectro derivado del encuentro de otra noche.

Respiro profundamente, dejando que la calma vuelva a apoderarse de mí mientras el eco de la batalla se desvanece. El suelo está cubierto de cuerpos inertes, o quejosos, y el aire está cargado con el olor de la sangre mezclada con el moho. Miro a Kairon, que aún sigue consciente pero herido de gravedad, y camino hacia él lentamente.

Te lo advertí —susurro, agachándome junto a él—. No puedes desafiar a alguien que juega a un nivel que ni siquiera comprendes.—susurro en voz tranquila y apacible, mientras guardo las armas que oscilan en un baile entre mis dedos, y me acerco a mirarle desde la altura de la verticalidad.

Kairon me mira con odio, pero no tiene fuerzas para responder. Su vida se escapa de él lentamente, y lo sabe. Lo dejo allí, agonizando, no porque sienta piedad, sino porque morir lentamente en las cloacas de Grey Terminal es un destino que él mismo se ha ganado y plenamente ejemplarizante.

Cuando me levanto, la estancia está en silencio completo. No hay aplausos, no hay victorias gloriosas. Solo la realidad cruda de la supervivencia en un mundo que no ofrece más que oscuridad y muerte. Esto es lo que los Hyozan no comprenden, y lo que estos traidores nunca entendieron. En Grey Terminal, no se trata de ser el más fuerte, sino de ser el más astuto del nido de ratas.

Con paso firme, me alejo de la escena, dejando que los muertos se pudran en el olvido. No hay satisfacción en esta victoria, porque esto no es más que un paso en mi camino. Mi verdadero objetivo sigue esperando, mucho más allá de estas cloacas. Los Tenryuubitos, aquellos dioses corruptos que arruinaron mi vida, aún respiran, aún caminan por este mundo creyendo que nadie puede desafiarlos, y solo caerán ante el prudente filo de alguien con sus mismos linajes de sangre.

Pero yo estoy aquí, en las sombras, esperando el momento adecuado para golpear. Y cuando lo haga, será con una precisión que ni siquiera sus cuerpos divinos podrán evitar. 

Y cuando llegue ese día, no habrá dios ni hombre que se interponga en mi camino.
#1
Moderador Condoriano
Condoriano
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Una escoria menos en la sociedad de los bajos fondos. El mismísimo almirante de flota estaría orgulloso de tí. Que pena que no seas marine.
#2


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