Hay rumores sobre…
... que existe una isla del East Blue donde una tribu rinde culto a un volcán.
[Aventura] [Autonarrada A-T1] Ecos de Libertad
Sowon
Luna Sangrienta
Personaje

Isla Kilombo, la isla donde se prometían aventuras por doquier para alguien como ella. Una mercenaria en busca de saciar su sed de combate y hacer de la isla una fuente de ingresos. El día se mostraba radiante, con el sol de verano golpeando fuerte y el brillo del mar dibujando el contorno de la isla. La joven Oni había llegado por la mañana, portando su gran espada en la espalda y un kimono tradicional de su Onigashima natal. Avanzaba con paso pesado, intimidando a los que se atrevían a cruzarse en su camino, aunque esta no era la intención de la rubia. Simplemente buscaba indicaciones sobre trabajos que pudiera aprovechar, aunque quizás su forma irritable de poner apodos ofensivos, su poco temperamento o la manera de promocionarse bastante sugerente espantaba a la mayoría de habitantes.

—Vaya, son todos unos cobardes, solo pregunto una cosa y ya salen corriendo. ¿Uh? Un cartel de se busca, ¡Esto es lo que tanto estuve buscando! Al fin un poco de acción, ese tal Benny o Barry como se llame... ¡Voy a traer su cabeza!—


Rugió con felicidad la mercenaria, no había encontrado nada que hacer los días anteriores y el cartel parecía reciente. En este se mostraba impreso el rostro de un hombre de mediana edad, tuerto que sacaba la lengua burlonamente y se le acusaba de un robo a comerciantes. Se le atribuía dirigir una banda de bandidos, aunque algunos habitantes interrogados por la rubia acusaban al sujeto de trabajar solo y haber estafado a los propios bandidos. Era un ser despreciable, uno que hacía arder la sangre de la Oni de solo imaginar el filo de su espada destrozando el cuello de su víctima. Aunque por supuesto, el mayor problema sería encontrar al dichoso Barry, que por lo general era astuto como un zorro y no se dejaba ver cuando sus carteles comenzaban a circular. Clara actitud cobarde por parte de alguien que cosecha enemigos sin cesar, la mujer tuvo que recurrir a las posadas, tabernas y sitios de dudosa reputación en busca del escondite del malechor.

—Una cueva y un campamento en el bosque, no hay mucho más de donde rascar. La pregunta es ¿Cuál buscar primero? Puede que ambas estén habitadas pero una no sea de ese tipo, no me pagarán nada si no traigo al buscado.—


Meditó en voz alta mientras bebía una cerveza junto con otros buscadores de fortuna, habían pasado varias horas y el atardecer ya se estaba haciendo presente. Sus ojos podían ver el mármol de las edificaciones teñirse del suave ocaso, como una galleta que se sumerge en el aguamiel más puro. No podía perder más tiempo en la ciudad si deseaba emplear toda la noche, la cazería daría inicio con las primeras estrellas en el firmamento. Era momento de hacer lucir el apodo de "Luna Sangrienta", reuniendo a un puñado de mercenarios que buscaban al mismo sujeto, partieron bajo el ala protectora de la madre noche en dirección a la cueva marcada por la mayoría de taberneros.

—Bien, si hemos llegado hasta este lugar es porque buscamos al mismo sujeto, puede que esto sea una trampa. Pero si no tienen huevos se equivocaron de profesión. ¡En marcha hormigas! Destrozemos a estos idiotas y bañemos nuestras armas en sangre.—


Alentó a los hombres a su modo, como una mujer enorme de cuatro metros podía, era más un carisma letal a sabiendas de que en caso de retroceder a lo mejor terminaban empalados por su enorme espadón que acarició el viento de la noche con un eco metálico. Lo que siguió fue una carnicería, una violenta muestra de salvajismo propia de un dantesco cuadro de horror. La historia de como una enorme mujer a torso descubierto y largos cuernos negros, cayó como una segadora contra los humanos y como el bando contrario se vio envuelto en una lucha por la supervivencia. ¿Pero que era lo que sentía esa bestia? ¿Qué le llevaba a tal estado de éxtasis? Era simple y llanamente su manera de sentirse viva, su forma de sentir como se alzaba radiante en medio de una guerra sangrienta. No había otra emoción en su mente que la inmensa felicidad, que la gran sensación de estar haciendo algo grandioso a favor de su propia existencia.

—¡Barry! ¡Sal de donde estés maldita escoria!—

Rugía Sowon mientras blandía su espada, un corte lateral se llevó a tres incautos, no era recomendable acercarse a un espadón tan afilado y menos cuando lo blandía una mujer que tripplicaba en tamaño a varios de los presentes. Si bien, su modo de luchar no era perfecto, le habían cortado y una flecha se había clavado en su brazo, sin embargo solo inspiraba temor en los enemigos al no doblegarse por sus heridas y continuar su ofensiva. Los cuerpos de los mercenarios yacían en el suelo, los bandidos también habían perdido a varios de sus hombres. Los que no cayeron frente a alguna de las armas habían huído, no pasó mucho tiempo para que la mujer se abriera paso empalando a un puñado de bandidos y avanzando a viva voz hasta usarlos como un ariete para derribar la última barricada.

—Tch, pensaba que no te encontraría, Barry... mis hombres cayeron con honor como todo hombre mientras te escondías tras tus propios subordinados. ¿Qué ocurre? ¿Crees que unos rasguños me detendrán?—


Sowon suspiró, finalmente se encontraba frente a su objetivo, su cuerpo era una pintura bañada en sangre ajena y propia, aunque sus heridas eran rasguños. Algunos cortes poco profundos en sus brazos, algunas flechas que había arrancado de su piel, ninguna herida le había supuesto dolor en el fragor de la batalla. Claro que había tenido que usar a un grupo de mercenarios para tal escaramuza, lanzarse por su cuenta no le habría dado tiempo para matar a ciertos cobardes que habían inteentado tomarle por sorpresa o por la espalda. No había mentido en ningún momento, su grupo era más un escudo humano organizado para tener aquella oportunidad de sacar a Barry de su cueva.

—Si que eres toda una loca, luego de haber peleado contra tantos debes estar agotada. Acabar contigo me será sencillo, eres solo otra más que caerá pese a su tamaño o su fuerza. ¡Nadie puede con mi ingenio!—


Barry comenzó a reír, confiado de una cómoda victoria, era el mismo truco con todos. Dejarlos pelear y abordarlos una vez cansados, pero esa noche era la primera vez que su oponente también correspondía la risa con una propia. Una que bastó para helarle la sangre y que un escalofrío le recorriese la espalda, susnmanos temblaban al intentar desenvainar su espada. Era inaudito, de pronto la mujer que ya era alta parecía hacerle sentir como una pequeña hormiga. Olía a muerte, esa criatura con cuernos y cabello rubio portaba el hedor de los cuerpos que había despedazado, atreviendo a reír pese a que su cuerpo aparentaba estar en un peor estado que el suyo.

—¿Agotada? ¿Sencilla? ¡No me compares con unos inútiles humanos! ¿Qué importa si me han rozado unos cuantos? ¿Crees que puedes detener la sed de mi espada? No te pongas chulo solo porque mi cuerpo haya recibido algunos recuerdos, te arrastraré al infierno, las personas como tú que nunca han estado en un campo de batalla desconocen lo que es la verdadera guerra.—


Sowon rugió con el latido de su corazón en alza, su enorme espada descendió en un corte feroz. El sonido del acero cortando el aire pareció asustar al bandido que en un acto reflejo se cubrió con su brazo desnudo. ¿El resultado de tan instintiva reacción? El brazo siendo separado del cuerpo en un corte limpio y el filo del arma rozando el pecho del hombre quien dado el impacto terminó rodando sobre si mismo mientras gritaba en agonía. Su oponente, su salvaje sonrisa, sus hermosos ojos verdes que se inclinaban como representación de la muerte sobre su rostro solo le hacían temblar más. El miedo, el desconocimiento de los Onis para aquel bandido habían hecho que no viese a su oponente como otra presa si no que el terror invadiese cada fibra de su ser de una manera que no había sentido.

—¿Y tú querías matarme? Solo veo a un tonto que acaba de morir en el preciso instante que me imaginaste como algo fuera de tu alcance. No mereces seguir en este mundo si no puedes distinguir entre tus límites y los míos. Es una pena, llegué a creer que serías mucho más hábil que algunos de los que llegaron a tocarme...—


La espada volvió a descender, como una estaca de hielo que atraviesa el helado corazón de un ladrón, abriendose paso por la carne hasta clavarse en el cesped teñido de carmesí. Estaba hecho, la luz se desvaneció de los ojos del hombre antes de ser cargado en la espada y caer tras un grotesco sonido de la carne al romperse. La mujer envainó el arma en su espalda y se sentó al lado del cuerpo sin vida, su rostro recuperaba la tranquilidad que avecina una tormenta. Podía ver los cuerpos de quienes habían sido sus compañeros, con quienes hace apenas horas había compartido en el bar. ¿Tristeza? ¿Angustia? No, sus ojos brillaban con orgullo, habían muerto como hombres y se habían mantenido de pie hasta el último segundo. La vida a veces era éfimera, en un lugar donde la sangre y la batalla estaban a la orden del día solo alguien con sus capacidades era capaz de darle pelea a la muerte. 

—Han dado una última batalla gloriosa, los mantendré en mi mente cada vez que deba cazar a otro cobarde. Gracias por ser mi escudo en esta batalla.—


Expresó agradecida mientras cargaba al bandido sin vida y emprendía su retorno al pueblo. Seguramente hubieran muchas preguntas, las razones detrás del retorno de una sola persona en lugar de los diez que partieron, la procedencia de la sangre que bañaba su cuerpo o las razones que habían llevado a una mujer como ella a emprender una tarea que no garantizaba la seguridad de nadie. En su mente, cada uno debía valerse por sus acciones, en la guerra y la lucha, los sacrificios eran inevitables y ella caminaba sobre una gran montaña de sacrificios a diario. 

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