Lionhart D. Cadmus
Tigre Blanco de la Marina
16-09-2024, 03:34 AM
~ El Gran Escape de las Plumas ~
Isla Kilombo
~ Día 16, Verano del año 724.
Lionhart D. Cadmus ya tenía cierto tiempo en la Isla Kilombo. Era de sus primeros días como sargento de la Marina, aunque el lugar no tenía el renombre de otras bases famosas, había algo acogedor en el ambiente relajado de la pequeña ciudad portuaria. Sin embargo, el joven aún se sentía fuera de lugar, preguntándose si algún día llegaría a encajar en la vida de la Marina, especialmente después de haber aceptado un destino tan incierto.
Esperaba que esa día su misiónfuera algo importante, tal vez patrullar las costas en busca de piratas o proteger a los ciudadanos de alguna amenaza. Sin embargo, cuando recibió la llamada del Capitán Haggard, se encontró con una situación que lo tomaría por sorpresa.
El deber te llama, Cadmus. El capitán, un hombre corpulento y de barba espesa que solía darle órdenes mientras terminaba una buena taza de té. Con una sonrisa que no disimulaba su tono burlón, continuaría: Tenemos una emergencia en el mercado. Las gallinas del señor Gogol se han escapado de su corral, y están causando estragos entre los puestos de los comerciantes. Ve y encárgate de la situación.
¿Gallinas, señor?
Exacto. Y si me preguntas, es una misión perfecta para ti. Comentó Haggard mientras se echaba a reír. Confío en que puedas manejarlo.
A pesar de la risa del capitán, Cadmus entendió que no tenía elección. Su carrera en la Marina apenas empezaba, y aunque la misión le parecía ridícula, no podía permitirse rechazarla. Así que, sin más, tomó su chaqueta de la Marina y se dirigió hacia el mercado del Pueblo Rostock, preguntándose en qué había fallado el pobre tigre para merecer esta tarea tan peculiar.
El mercado del pueblo Rostock estaba lleno de vida, con puestos que vendían desde pescado fresco hasta herramientas para los barcos. A medida que Cadmus se acercaba, pudo escuchar el caos que reinaba. Gallinas corriendo por todas partes, cacareos incesantes, y un coro de gritos y quejas de los comerciantes que intentaban, sin éxito, atraparlas.
Un granjero anciano, con una expresión de desesperación en su rostro, estaba parado en medio de todo el alboroto, agitando las manos en señal de disculpa a quienes lo rodeaban. Cadmus se acercó y, tras un breve saludo, se presentó.
Soy el sargento Lionhart D. Cadmus, enviado por la Marina para ayudarte.
El hombre, conocido como Gogol, asintió con vigor. ¡Gracias al cielo que has venido! ¡Mis gallinas! Se me escaparon cuando intentaba trasladarlas al corral nuevo y... bueno, ya ves lo que está pasando. ¡Si no las recuperamos pronto, alguien podría salir lastimado!
Era difícil imaginar cómo unas gallinas podrían causar tanto daño, pero al ver a un niño pequeño llorando mientras una de las aves le arrancaba el pan de las manos, comenzó a reconsiderar. La situación, aunque cómica, estaba empezando a afectar la vida cotidiana del mercado, y como marino, era su deber restaurar el orden.
A pesar de lo absurdo de la misión, Cadmus decidiría tratarla con la seriedad que merecía. Observaría la disposición del mercado, tomando nota de los lugares donde las gallinas se habían escondido: algunas se encontraban bajo los puestos, otras correteaban entre las piernas de los transeúntes, y un par de ellas incluso habían trepado a los techos bajos de los edificios cercanos. Con esta información en mente, el tigre elaboró un plan.
Primero, intentaría acercarse a una de las gallinas más cercanas. Se agachó lentamente, extendiendo la mano en un intento de calmar al ave, pero en el momento en que estuvo lo suficientemente cerca, la gallina salió corriendo a toda velocidad, esquivando a Cadmus con sorprendente agilidad.
Esto será más complicado de lo que pensaba.
Decidido a no perder la paciencia, Cadmus buscó la cooperación de los comerciantes y los ciudadanos que estaban cerca. Necesito que todos se reúnan y formemos un perímetro alrededor de la plaza. Si podemos acorralar a las gallinas, será más fácil atraparlas. Usemos redes, mantas o cualquier cosa que podamos encontrar.
Los comerciantes, aunque un poco escépticos, aceptarían la propuesta. Algunos traerían escobas, otros telas, y juntos comenzarían a rodear el área, formando un círculo que poco a poco iría cerrándose alrededor de las gallinas. Mientras tanto, Cadmus se movería con suma agilidad, tratando de atrapar a las más escurridizas.
La primera captura sería más sencilla de lo que esperaba. Con la ayuda de una red de pesca, Cadmus consiguiría atrapar a una de las gallinas que había intentado esconderse bajo un puesto de verduras. Sin embargo, conforme el círculo se iba cerrando, las aves comenzaron a ponerse más nerviosas y a moverse de manera errática, complicando la tarea.
Durante la persecución, mientras Cadmus intentaba atrapar a una gallina particularmente rápida, decidió utilizar sus habilidades de Akuma. Respiraría profundamente y dejaría que el poder de su fruta fluyera a través de su cuerpo. Su brazo derecho comenzaría a transformarse, alargándose hasta convertirse en una poderosa garra felina, cubierta de un pelaje blanco con manchas negras. Con un movimiento controlado, Cadmus agitaría su garra en el aire, canalizando el viento a su alrededor y creando una ráfaga precisa que dirigiría a las gallinas hacia él. El viento, bajo su control, lo haría moverse con mayor agilidad, esquivando obstáculos y reduciendo la distancia con las aves con una precisión casi sobrenatural.
Ya acostumbrado a sus poderes, Cadmus controlaría el viento con destreza, utilizándolo para acorralar a las gallinas. Cada movimiento de su garra manipulaba el aire, creando pequeñas ráfagas que empujaban a las aves justo donde él quería. Las personas a su alrededor lo miraban con asombro mientras veían cómo un joven marino, con movimientos ágiles y elegantes, capturaba a las aves una tras otra.
Finalmente, tras una hora de intensa persecución, todas las gallinas habían sido recuperadas. El mercado había vuelto a la normalidad, y el señor Gogol, con lágrimas en los ojos, agradecería profundamente a Cadmus.
¡Has salvado mi granja y mi reputación! Exclamaría el hombre, abrazando una de las gallinas con cariño. No sé qué habría hecho sin ti.
Cadmus, todavía sudando y cubierto de plumas, sonriería con cansancio. Solo hago mi trabajo. Sin embargo, en el fondo, no podía evitar sentirse satisfecho. La misión, aunque absurda, había sido un éxito.
De regreso a la base, el capitán Haggard lo esperaba en la entrada, con una sonrisa en el rostro. Buen trabajo, sargento. Parece que las gallinas no fueron rival para ti. Considera esto una lección: a veces, las misiones más simples son las más importantes.
Cadmus asentiría, sabiendo que esta pequeña experiencia le había enseñado algo valioso: no importa lo pequeña o absurda que parezca una tarea, siempre puedes aprender algo de ella.